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Nuevos/viejos actores en la política alemana

Gerardo Centeno García-Rodrigo

Nada se descubre al afirmar lo determinante de la política alemana a lo largo de los siglos pasados. Lo acaecido en territorio germano ha tenido y tendrá siempre un importante efecto sobre el resto del continente europeo, y así sigue siendo en el siglo XXI. Por ello, resulta imperioso poner atención en aquello que ha ocurrido en las urnas instaladas en los Estados de Turingia y Sajonia, donde el partido de extrema derecha Alternativa por Alemania, AfD, ha obtenido el primer y el segundo puesto respectivamente. ¿Cómo es posible que en un país con su historia vuelva a ganar un partido de esa índole? ¿Cómo en dos Estados de la zona oriental de Alemania surge esta opción? ¿Acaso el resto de la clase política alemana es incapaz de mantener la pared de contención contra el extremismo desde la marcha de Ángela Merkel?

La respuesta habrá de encontrarse mirando al pasado con perspectiva, no es cosa que se haya gestado en el presente más inmediato. Como se ha escrito con profusión por infinidad de analistas, la unificación alemana no trajo a los territorios de la antigua RDA aquello que habían imaginado. Lejos de unir dos Estados, el proceso desembocó en una absorción por parte de la RFA del tejido productivo y laboral de la zona del este. Los dos modelos no trataron de adaptarse, sino que uno engullía a otro. Parte de la población del país unificado sintió en primera persona la desigualdad de los territorios y la integración no llegó en la dimensión soñada.

El descontento con la deriva del país saca del abstencionismo a muchos votantes

Las décadas de paro sistemático en el este del país unificado abonó el nacimiento de grupos de extrema derecha que expresaban su descontento con el sistema y buscaban en el extranjero el causante de parte de la pérdida de sus derechos sociales. Pero no solo esta rémora de la unificación es la causante del imparable crecimiento del partido Alternativa por Alemania, hay más causas para el análisis. Las últimas décadas en Alemania han estado presididas por las grandes coaliciones, que tanto se han ponderado en cuanto al entendimiento de los líderes de las distintas posiciones ideológicas, pero todo en este mundo tiene algún efecto secundario.

Pensemos que el sistema de gobierno occidental se ha ido sustentando en el bipartidismo que enfrenta dos modelos (en ocasiones no excesivamente alejados entre sí) a la par que garantiza la estabilidad de las instituciones. Con sus defectos, el equilibrio conseguido dejaba fuera a las formaciones más radicales, pues si un modelo fallaba el votante acudía al otro. Pero, ¿qué ocurre si los dos o tres partidos mayoritarios pactan entre sí y la gestión del país no es nada buena en la economía, la seguridad, la vivienda o cualquier otro pilar fundamental de la sociedad? ¿A quién acude la gente para solucionar los problemas?  Las identidades políticas de los miembros de esas grandes coaliciones habrían quedado difuminadas y la idea básica y pueril del todos son iguales será utilizada con fuerza por los líderes extremistas. Ya sabemos lo bien que cala en la dermis de la sociedad desfavorecida. Es posible que esto se esté viendo en los Estados alemanes. El descontento con la deriva del país saca del abstencionismo a muchos votantes (en el este de Alemania quedó una gran bolsa de abstención tras la unificación) activados por una serie de miedos a la inmigración, a los refugiados o a las medidas medioambientales. La extrema derecha logra así el espacio del que no disponía hace mucho tiempo.

Por otro lado, y con el mismo origen de desencanto de los Estados de la antigua RDA, un partido de ideología opuesta trata de sumar apoyo para servir de contrapeso al auge de la extrema derecha. El BSW liderado por la mediática Sahra Wagenknecht irrumpe como tercera fuerza en Turingia y en Sajonia, pero lo hace con un discurso alejado del propio de las modernas izquierdas europeas. El BSW enarbola un discurso crítico contra la migración, contra la OTAN y contra las trabas a la agricultura. En ciertos puntos parece acercare a los postulados de la AfD, lo que trata de paliar con una mayor explicación de sus propuestas. El BSW no se autodenomina de izquierdas, pero centra su programa en las clases trabajadoras y la redistribución de la riqueza mientras hace guiños a la ostalgie, o nostalgia de ciertos aspectos de la forma de vida en la antigua RDA.

Como vemos, en pleno siglo XXI, Alemania recupera conceptos más propios de los anuarios de la centuria pasada. La situación se presenta delicada. 

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Gerardo Centeno García-Rodrigo. Letrado Consistorial y escritor.

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