Un nuevo espacio para la educación para la democracia

Desde los años 90, se ha trabajado mucho para lograr concienciar en nuestro continente sobre la necesidad de educar en civismo y democracia. Ciertamente, las preocupaciones que existían en el siglo pasado en Europa siguen existiendo hoy en día: la desafección política de sus ciudadanos, los comportamientos de indiferencia, la baja participación, el distanciamiento entre gobernantes y gobernados, comportamientos incívicos, la corrupción, comportamientos intolerantes y violentos, la xenofobia, el racismo, o el fundamentalismo. Como siguen existiendo sus graves consecuencias sociales de marginación y exclusión para los grupos más vulnerables. 

Hoy vemos atónitos cómo la intolerancia ante la llegada a Europa de migrantes y/o refugiados se incrementa con un mayor fanatismo, que se extiende como un virus en toda Europa. 

Sin embargo, nuestras sociedades han cambiado; no son las mismas que vieron nacer la educación para la ciudadanía como una prioridad establecida por las instituciones europeas a través de distintas recomendaciones y acuerdos internacionales. La entrada masiva en escena de internet, de un mayor acceso a la sociedad de la información y comunicación, la velocidad con la que circulan noticias –falsas o verdaderas– en las redes sociales, la inteligencia artificial, nuevas formas de violencia y acoso, nuevos hábitos y papel de las familias… hacen que el modelo de educación para la ciudadanía se adapte, llegue a más personas y pase a considerarse una prioridad de Estado como pilar para la defensa de los valores democráticos.

Recientemente se publicaba una encuesta que señalaba que el 26% de los jóvenes españoles cuestiona la democracia. Podemos encontrar múltiples explicaciones para llegar a tal conclusión, pero lo que está claro es que para defender la democracia hay que conocerla, practicarla y ser educado para defenderla. Aquí, sin duda, juega el papel fundamental nuestro sistema educativo, y no siempre se ha tomado en serio. Recordemos la LOMCE, esa ley del PP que de golpe y plumazo eliminó su obligatoriedad como asignatura y minimizó su tratamiento transversalmente en el resto de las áreas. 

No es de extrañar que hoy nos encontremos con una generación de jóvenes que desconoce las bases de funcionamiento de nuestro sistema democrático, derechos, libertades, principios y valores inherentes a nuestra Constitución, que son la base de nuestro marco de convivencia que compartimos con nuestros vecinos europeos.

Los sistemas educativos tienen que estar preparados para adaptarse a los cambios sociales, a los nuevos currículos y a las nuevas demandas, no sólo a los nuevos trabajos y empleos relacionados con el pensamiento computacional, las nuevas tecnologías o empleos verdes, sino también a la diversidad existente en las sociedades. 

Hoy compartimos aulas con más inmigrantes y de más nacionalidades; hay más presencia femenina en todo el sistema educativo; estudiantes con capacidades diferentes, y formas diversas de enseñar y aprender en una enseñanza a lo largo de la vida, que ya no acaba nunca. Todo esto requiere mucho más entendimiento del otro, más tolerancia, empatía y un nuevo protagonismo de la educación para la democracia y de la competencia ciudadana para consolidar sociedades democráticas desde el ámbito educativo. No es una asignatura “light”, sino que debe estar al mismo nivel curricular que otras. Porque no tiene sentido aprender muchos contenidos curriculares si fallamos en lo básico, en lo cívico, en lo social y comunitario y nos dejamos llevar por la oleada de individualismo que lleva al fracaso social.

Es necesario actuar proponiendo avances para hacer más real y efectiva la educación cívica y en derechos humanos

Hoy, nuestra infancia y juventud se ven agredidas continuamente por discursos violentos, de odio e intolerancia, por noticias falsas, por contenidos no aptos para su edad. Consumen pornografía, sufren acoso en redes sociales y pasan demasiado tiempo ante las pantallas. ¿Las consecuencias? Las conocemos: el 48% de los jóvenes desconfía de las noticias y el 56% solo se informa a través de redes sociales e influencers; el 78% de los jóvenes entre 16 y 24 años no sabe diferenciar las fake news de las noticias reales; una nueva masculinidad agresiva, antiigualitaria, machista y autoritaria que niega la violencia de género y encuentra su identidad en la extrema derecha. 

Debemos dar respuesta a este tipo de conductas extremistas que preocupan a las familias, a la comunidad educativa, a la sociedad. No somos los únicos. Nuestros países vecinos comparten la misma problemática. Por eso se está diseñando el Espacio Europeo para la Educación Ciudadana que forma parte de la Estrategia de educación del Consejo de Europa 2024-2030, con el objetivo de establecer un marco integral que garantice una educación ciudadana de calidad en toda Europa, abordando los desafíos actuales y futuros.

Y sí, cuenta con el respaldo de un fuerte apoyo político, de casi todos los colores, también del PP europeo, que debe ser diferente al español, porque se suele poner del lado de la ultraderecha en estos asuntos, como ha mostrado con el Plan de Regeneración Democrática del Gobierno.

Los sistemas educativos europeos están, en cierta medida, fallando a la hora de transmitir a los jóvenes los valores en los que se basa la identidad común que creemos compartir. Por ello, es necesario actuar proponiendo avances para hacer más real y efectiva la educación cívica y en derechos humanos, incorporando una importante novedad: el Marco de Referencia de Competencias para la Cultura Democrática del Consejo de Europa (RFCDC), un conjunto de materiales para dotar a los jóvenes de todas las competencias necesarias para actuar en defensa y promoción de los derechos humanos, la democracia y el Estado de derecho, para actuar como ciudadanos activos, para participar eficazmente en una cultura de democracia y para vivir pacíficamente con otros en sociedades culturalmente diversas. 

En la Europa democrática no hay lugar para la intolerancia ni la desinformación. Y para ello se necesita la cooperación de los docentes, especializados y convencidos de la importancia de la educación para la democracia, que debe ser un objetivo a destacar en los proyectos de centro y que debe acompañar a los planes de convivencia, de igualdad, a la coeducación, a la educación emocional, a la afectivo-sexual, a la educación sostenible. Proyectos de centro que se basen en la cultura de la tolerancia y de la participación, con tolerancia 0 ante el acoso escolar. Proyectos de centro que desarrollen en todas las áreas el pensamiento crítico y la competencia digital con metodologías activas para implicar al alumnado en la reflexión y en el ejercicio de contrastar información.

No quiero olvidar el importante papel de la historia y de la memoria democrática en este nuevo espacio. Europa debe ser el faro de la protección de la democracia por nuestro pasado vivido. Es necesaria una multiperspectiva para aprender del pasado y no repetirlo en el futuro. Existen multitud de recursos que ayudan a entender: lugares de memoria, museos... Pero, sobre todo, hay que conocer el pasado común, las marginaciones, los horrores de los totalitarismos, la privación de derechos y libertades, sin blanqueos. Muchos jóvenes lo desconocen y muchos mayores parecen haberlo olvidado.  

Como sociedad tenemos que tomar conciencia de que esto es una prioridad. Debemos tejer una alianza de partidos democráticos. A la extrema derecha solo le interesa utilizar estos contenidos como manipulación curricular. No les interesa la igualdad, la violencia de género, la agenda 2030, la educación sexual, la integración o la interculturalidad. Ellos lo llaman adoctrinamiento. Nosotros, Democracia.

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María Luz Martínez Seijo es secretaria de Educación y FP del PSOE.

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