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Vinicius, Errejón, Abascal, Ayuso…

Verónica Barcina Téllez

Aunque se rehuya el fútbol profesional, los medios se encargan de visibilizar la miseria moral de quienes, tras pagar una entrada o un abono, alardean de ella en las gradas. Las hordas analfabetas, asociales y violentas que hallan cobijo en las llamadas gradas de animación se cuentan por cientos o miles en los estadios de España, Europa o Sudamérica. No se trata de seis o siete casos aislados, como proclaman los medios de comunicación, Cerezo o Simeone, cómplices necesarios, junto a la Liga y la Federación, de estas bestias.

La denuncia del racismo por parte de personajes famosos como Vinicius –interrumpiendo el partido en campo rival, tras el pitido final si es en el –Bernabéu provoca las reacciones mediáticas, políticas y sancionadoras de forma inmediata. El racismo anida en las gradas junto al machismo y a los cánticos y banderas de corte neofascista. Ni Vinicius ni nadie denuncia estas conductas, tan execrables o más que el racismo; cuando es interpelado al respecto, el mundo futbolero cierra filas alegando que eso es política, como si el racismo no lo fuera, como si el circo del balón fuera ajeno a la política que raciona el pan de cada día.

Esa chusma ponzoñosa, con sangre y cadáveres a sus espaldas en algún caso, se localiza y es identificable en los fondos radicales y los frentes desquiciados de los estadios. Vinicius lucha contra el racismo a la vez que hace de la provocación y el desprecio al rival, al árbitro o a la grada una de sus señas de identidad junto a su velocidad punta, su regate corto y sus goles. En Vinicius, esta bipolaridad despierta amores y odios a partes iguales.

Al hooligan futbolero, se suma gentuza bien vestida, a veces con estudios e investida de poder institucional que produce daños de difícil reparación a la sociedad con su conducta. Como Vinicius, se ha destapado un Errejón bipolar con un discurso feminista claro y comprometido y, a la vez, una actitud misógina y violenta que ha logrado concitar más odios que amores en la sociedad. Lo extraordinario de Errejón es que no ocupaba espacio en la grada radical del estadio donde acudía, sino en algo bastante parecido a un palco VIP.

El racismo anida en las gradas junto al machismo y a los cánticos y banderas de corte neofascista

Una vez más, como en el caso del racismo en el fútbol, las reacciones mediáticas, las de la directiva, el staff y los jugadores, las de los equipos rivales y las de la afición han aparcado los hechos denunciados para centrarse en hacer taquilla, en este caso de votos. Errejón, el crack que ha dado positivo en un control antidopaje y ha sido expulsado del campeonato, deja a su exequipo en puestos de descenso y la liga a punto de la suspensión.

Si malo es denunciar el racismo a dos velocidades, como hacen Vinicius y el Real Madrid, también lo es su blanqueo minimizador por parte de los medios y los clubes sancionados por el racismo de su hinchada. Si malo es el violento machismo de Errejón, también lo es desviar la atención como hacen los medios, sus excompañeras, los rivales y la afición. Lo importante es que, en tiempo récord, ha sido expulsado y ha de ser la Justicia (si existe) la que, oídas las partes, aplique la Ley del Sí es sí con todas sus consecuencias.

El machismo es potenciado por los discursos negacionistas y las políticas que practican Abascal, Ayuso y sus secuaces, Iglesia Católica incluida. La acción orquestada de estos fanáticos radicales junto a los medios a su servicio y parte de la Justicia, también a su servicio, ha elevado los casos de violencia machista y ha normalizado el maltrato en todas las capas de la sociedad, sobre todo entre una juventud en alarmante retroceso. En estas ideologías la violencia machista es norma, Errejón es excepción en la izquierda.

Igualmente, el racismo es la lacra neoliberal que los de Abascal y los de Ayuso esgrimen contra otras razas, otras lenguas, otras culturas. Sus discursos en sede parlamentaria y declaraciones públicas se reproducen más tarde en las gradas de animación de los estadios y las redes sociales sin que Vinicius o Florentino se pronuncien al respecto, validando con sus silencios el racismo institucional porque, entienden ellos, como Cerezo y Simeone, que eso sería política. Tan política es esa actitud como acoger a Ayuso, Abascal o Almeida en los palcos del Bernabéu y el Metropolitano o regalarles camisetas.

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Verónica Barcina Téllez es socia de infoLibre.

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