Comprender el mal y alertar del peligro. De Auschwitz a Gaza

Joan del Alcàzar y Lluís Romero

Estamos a las puertas de que se cumplan los ochenta años de la finalización de la II Guerra Mundial, y de que el mundo conociera el horror de lo ocurrido desde que los líderes nazis comenzaron a cumplir su promesa de perseguir con saña a los judíos –y a todos los enemigos del Reich- tras su llegada al poder, en 1933.

Los nazis mataron a casi tres millones de judíos y también a centenares de miles de personas que no lo eran, a la mayor parte de ellos en auténticos campos de exterminio de nombres tristemente famosos: Belzec, Treblinka, Auschwitz-Birkenau, Majdanek, Ravensbrueck, Mauthausen…Ese genocidio que ha pasado a la historia como el Holocausto (o Shoah, en hebreo), fue el gran argumento para la creación del Estado de Israel en 1948, en un territorio que desde los tiempos del Imperio romano se había llamado Palestina. 

Ahora, en 2024, Palestina es el escenario de un nuevo exterminio, el que ese Estado creado tras finalizar la Guerra para darles una tierra a los judíos está perpetrando contra los palestinos, encarcelados al aire libre en el escaso territorio que les han permitido conservar: Gaza y Cisjordania. 

Si alguien dudaba, si la propaganda del gobierno de B. Netanyahu todavía sembraba dudas en algunos, Agnès Callamard, secretaria general de Amnistía Internacional, lo ha puesto negro sobre blanco: “Israel ha llevado a cabo actos prohibidos por la Convención sobre el Genocidio, con la intención específica de destruir a la población palestina de Gaza. Entre ellos figuran: matanza de miembros de la población palestina de Gaza, lesión grave a su integridad física o mental y sometimiento intencional de ella a condiciones de existencia que habrían de acarrear su destrucción física. Mes tras mes, Israel ha tratado a la población palestina de Gaza como un grupo infrahumano que no merece derechos humanos ni dignidad, demostrando así su intención de causar su destrucción física”.  

Cuando el Muro de Berlín cayó, en 1989, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama publicó un artículo de grandísimo impacto. En este y en un libro posterior afirmaba que se había llegado al fin de la Historia. Desmoronado el imperio soviético, el liberalismo económico y político, la democracia liberal, se había demostrado como la mejor solución al problema de la organización social humana. 

Una economía de libre mercado, dirigida por un gobierno representativo que aseguraría los derechos jurídicos constituirían, decía el norteamericano, el fin de la historia en las sociedades más importantes del planeta. Los gobiernos autoritarios ya no tendrían sentido y se habrían acabado las guerras, así que el mundo desarrollado se habría convertido en post-histórico.

En 2024 es evidente que el mundo no ha seguido los augurios de Fukuyama. En América D. Trump y J. Milei, con el apoyo de buena parte de los electores, abominan de la democracia y apuestan por el mercado desregulado al máximo como la mejor política imaginable. En Europa, Rusia, con un régimen claramente autoritario liderado por V. Putin, lleva años bombardeando a su vecina Ucrania, al margen de la legalidad internacional más elemental. Mientras, las llamadas democracias iliberales ganan partidarios a partir de la experiencia húngara y crece el peso de las derechas más extremas que proponen abiertamente regímenes postdemocráticos. En Asia, el gigante chino, un régimen dictatorial muy orgulloso de serlo, constituye una amenaza tan explícita que algún analista ha alertado sobre la posibilidad de que revivamos la llamada Trampa de Tucídides. 

La guerra entre Atenas y Esparta se hizo realidad cuando, en el siglo V a.C., el ascenso de la primera provocó el pánico en la segunda. Ahora, el ascenso de China podría desatar en Washington una respuesta homologable a una guerra, tanto más cuando Trump vuelva a la Casa Blanca en enero de 2025. 

No es exagerado afirmar que aquella democracia generalizada que supuestamente se había impuesto para siempre jamás está seriamente amenazada, en peligro evidente de ser devorada por sus enemigos. La democracia es, como sabemos, un régimen político que resuelve quién y cómo se gobierna, cómo se relacionan las personas con el Estado y cómo se canalizan los conflictos y las demandas sociales. Hay demasiada gente hoy día a la que eso, canalizar los conflictos y las demandas de una sociedad, les parece poco. En multitud de casos es porque ignoran o porque han olvidado lo que es una dictadura y lo que comporta. El desconocimiento es particularmente explícito entre esos jóvenes que, como apuntan las encuestas, dicen ser partidarios de soluciones autoritarias. 

Estamos obligados a hacer un esfuerzo por explicar y por recordar, a unos y a otros, qué ocurrió desde 1922 (Italia), 1933 (Alemania) o 1939 (España). Estamos obligados a explicar y recordar que pasó entre 1939 y 1945, y por qué hubo una guerra en todo el planeta.

Es imperativo, en defensa de la libertad y la democracia, comprender cómo el mal se encarnó en el nazismo, el fascismo, el franquismo, y alertar del peligro que nos acecha, muy especialmente a las generaciones que no han vivido aquellas duras experiencias. Ese mal que nos conecta con el pasado más negro del siglo pasado es, actualmente, una seria amenaza tras el éxito de los populismos posfascistas que estamos viendo florecer y consolidarse.

Una mujer, conservadora y con amplia experiencia de gobierno, como Ángela Merkel decía hace poco: “Hoy, después de la euforia de 1989 y 1990, observo que vuelven a existir partidos y corrientes políticas que intentan restringirlas. Por eso creo que hay que luchar por el valor de la libertad, que tenemos que repetirle a cada generación que es algo valioso, que no se la puede dar por sentada, que hay que ganársela una y otra vez. La libertad incluye el respeto a los demás, la tolerancia, la capacidad de llegar a consensos. Todo esto hay que practicarlo una y otra vez, en cada generación”.

Pues bien, comprender el mal que nos amenaza de nuevo, para poder recordárselo y explicárselo a las generaciones recientes desde la libertad y el respeto, es lo que ha hecho el pintor Artur Heras en su exposición en el Centre Cultural La Nau de la Universitat de València, bajo el título de Halt! Imatges que pensen [Imágenes que piensan], que en alemán no solo es “alto”, sino “resistencia”. 

El Holocausto (o Shoah, en hebreo), fue el gran argumento para la creación del Estado de Israel en 1948, en un territorio que desde los tiempos del Imperio romano se había llamado Palestina

En tiempos de confusión permanente, también el arte se sustenta en juegos de espejos que nos alejan de la claridad. No se trata de demandar simplicidad, sino autenticidad en aquello que nos ofrece el artista convertido en transmisor social de su tiempo. 

Heras ha construido un espacio de impactos visuales no siempre restringidos a técnicas tradicionales. En su obra, ya vasta y reconocida, se entreveran la escultura, la pintura, el dibujo, el sonido o el collage, confeccionado con diversos materiales y texturas. En el inicio, la muestra nos impacta con una yuxtaposición de elementos gráficos y literarios, Arendt, Gibson, Capa, Berger… reflexionan sobre los conceptos de tragedia, piedad o compasión, subrayados con una máxima que da sentido a toda la exposición: “No es que lo pasado venga a volcar su luz en lo presente, o lo presente sobre lo pasado, sino que la imagen es aquello en lo cual lo sido se une como un relámpago al ahora para formar una constelación.” 

Artur Heras es, por decirlo a la manera de Walter Benjamin, un “avisador de incendios”, una de esas personas “capaces de leer en su tiempo los signos de la catástrofe que se avecina”. Una de esas evidencias más sangrantes la encontramos actualmente en Palestina, lo que nos permite trazar una línea de puntos que, en su exposición de Valencia, Heras traza entre Auschwitz y Gaza.

Halt! nos va abriendo espacios creados con la intención de estimular nuestros sentidos, y a la vez que esas imágenes y esas palabras nos piensan para delatar un pasado atroz, nos ponen frente a realidades actuales demandando reflexión. Artur Heras, con la inestimable colaboración de Anacleto Ferrer, que ha comisariado la exposición y es el autor de la mayoría de los textos que la acompañan, nos ayudan por una parte a comprender el mal que fue y el que nos amenaza hoy. Al tiempo, nos alertan de la catástrofe que puede venir. Falta saber si sabremos responder.

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Joan del Alcàzar es Catedrático de Historia contemporánea de la Universitat de València y Lluís Romero es Gestor cultural.

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