¡¿Pero qué más se puede pedir?! Luis Arroyo

Con un libro en una mano y una rosa en la otra, llega Sant Jordi cada 23 de abril e inaugura la temporada de las ferias literarias: la más concurrida, la de Madrid, abrirá a finales de mayo en el Retiro, pero hay otras muchas, de todos los tamaños y en toda España. Visto desde la caseta, el río humano de las y los lectores que vienen y van de un autor a otro con sus obras firmadas, hojean un título antes de decidirse a comprarlo, charlan con un poeta o una novelista y se alejan felices con sus tesoros de tinta y papel, es un espectáculo inolvidable. En mi caso, siempre pienso en que ese libro mío que se llevan entrará en su casa, le buscarán un sitio en una estantería y, como quien no quiere la cosa, de repente pasará a formar parte del paisaje familiar, estará ahí en los cumpleaños, a la luz de las velas, y también en la oscuridad de las horas de sueño; se convertirá en una pieza más del rompecabezas delicado que es cualquier tipo de convivencia.
Hay muchas cosas que son lo contrario de la cultura, entre ellas la ignorancia y la barbarie, y hay una que está entre sus sinónimos: la libertad
Hay muchas cosas que son lo contrario de la cultura, entre ellas la ignorancia y la barbarie, y hay una que está entre sus sinónimos: la libertad. Quien cultiva su inteligencia, cultiva su independencia, es alguien menos manipulable, más capaz de análisis y discernimiento, conoce el terreno que pisa y no es presa fácil de los charlatanes y los oportunistas porque tiene un sentido de la historia y de la realidad que desciende de ella: todas las cosas de este mundo vienen de alguna parte y si quieres saber lo que son no puedes desconocer sus orígenes, sus causas y sus razones o sinrazones. Una de las formas de dominio de cualquier sistema totalitario es la imposición del silencio y las tinieblas, por eso todos ellos acaban quemando libros y suplantando el conocimiento por el adoctrinamiento.
Que haya en esta época y en nuestro país –ya bien metidos en la harina envenenada de este siglo XXI de las redes sociales y los robots– jóvenes que se divierten asegurando que su modelo político es una dictadura y que reivindican al asesino despiadado que fue durante treinta y ocho años sanguinarios el general Franco sólo puede tener una explicación: no se lo han enseñado bien o, directamente, han creído que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio y que dejar ese espacio en blanco era una medida curativa. Pero el olvido nunca es la solución. No tengo duda de que, en nuestro caso, el problema empieza en unos libros de texto que decían: “En España hubo una guerra civil en 1936; la siguió una dictadura de treinta y ocho años y en 1977 volvió la democracia.” Y acaba en unos jóvenes que cantan ante las sedes del PSOE: “Vivan franco y la Constitución”. Si a semejante disparate le sumas los tiempos neofascistas que vivimos, dos y dos vuelven a dar cuatro.
Hay cosas que sólo se pueden añorar si se desconocen, y una de ellas es un sistema totalitario. Eso vale para los falangistas adolescentes que andan brazo en alto y de camisa azul por nuestras ciudades, es decir reivindicando una banda terrorista paramilitar; sirve para los rusos que anhelan reconstruir la Unión Soviética y para los norteamericanos que le compran a su actual presidente la idea de unos Estados Unidos imperialistas que se comprarán Groenlandia y se anexionarán Canadá. Tengo la esperanza de que si la mayor parte de esas chicas y chicos que jalean aquí al genocida supiesen de qué hablan, se callarían. España, con el esfuerzo colectivo que ha hecho para transformarse en lo que es hoy en día, no se merece ese paso atrás.
El problema no es que unos científicos resuciten a un lobo prehistórico o a un mamut, sino que la ultraderecha traiga de vuelta a los asesinos del pasado, esos mismos cuyas atrocidades nunca han llegado a condenar o lo han hecho con tantos matices y comparaciones. Esos fantasmas sí que dan miedo. Escapar de ellos, sin embargo, es sencillo: abres un libro y desaparecen.
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