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Evasión fiscal

‘Caso HSBC’, lo que Falciani no había contado nunca

El informático Hervé Falciani y miembros de la Red Ciudadana Partido X en la rueda de prensa.

Hizo saltar la banca. Hervé Falciani, el denunciante del caso HSBC, conocido como el escándalo SwissLeaks, desvelado por el diario Le Monde, publica este jueves 16 de abril, en Francia, su autobiografía. Mediapart publica un adelanto del libro, titulado Séisme sur la planète finance, del que es coautor junto con el periodista italiano Angelo Mincuzzi y que se lee como una novela policiaca y un manual de supervivencia en un entorno bancario hostil.

Nadie puede decir si la versión de los hechos que revela Falciani en esta obra es LA verdad, pero es la suya y merece ser escuchada para comprender lo que, gracias a su audacia y a su valentía, hemos podido conocer: la existencia, en el corazón de uno de los mayores bancos del mundo, de un entramado organizado de fraude fiscal y de blanqueo en el que se mezclan corrupción, terrorismo y crimen organizado.

Gracias a sus informaciones, varios jueces franceses abrieron el 9 de abril una causa contra la matriz del grupo HSBC Holdings, a la que han impuesto una fianza de 1.000 millones de euros que debe abonar antes del 20 de junio. Además, el primer proceso abierto a un defraudador incluido en la lista Falciani, se cerró este mismo lunes con la condena a un año de prisión firme a la heredera de la firma de perfumes Nina Ricci.

Uno de los abogados, William Bourdon, ha plasmado a la perfección, en el prefacio que firma, el desafío que supone un libro así: “No cabe duda de que algunos dirán que la trayectoria de Hervé Falciani no es inmaculada, pero ¿por qué razón se tendría que exigir a un ciudadano, que ha servido al interés general con semejante, valentía una absoluta 'transparencia', negando la complejidad, incluso los lados oscuros, inherentes a cualquier ser humano? La dimensión novelesca de su historia, que expone en este libro con una sinceridad que nadie puede negar, quizás deje algunos interrogantes [...]. Sin embargo, estos son complementarios al mensaje perfectamente estructurado que traslada con relación a los mecanismos que mueven a los pequeños y grandes actores del mundo planetario de las finanzas. Y sobre los medios que se movilizan para tratar de bloquearlos definitivamente”.

En el avance del libro que publica Mediapart, Helvé Falciani vuelve a referirse a sus primeros contactos con los servicios secretos fiscales franceses y cuenta los detalles de aquel día de diciembre de 2008 cuando cayó en manos de la justicia el listado del HSBC. Desvela sobre todo que no actuó solo a la hora de hacerse de los datos. Tras de él, había lo que denomina “la red”. Estos son algunos pasajes del libro.

Seísmo en el mundo de las finanzas

Siguiendo el consejo de mis amigos, me puse en contacto con la Policía Judicial encargada de los grandes delitos financieros, con el fin de que las autoridades fiscales iniciaran una investigación. En junio de 2008, el director de la DNEF [Dirección Nacional de Investigaciones Fiscales] se puso en contacto conmigo. Hablamos por teléfono y nos vimos en Francia, en una localidad próxima a la frontera con Suiza.

Estaba preocupado y me preguntó si hacía todo aquello por dinero. Le dije que tenía en mi poder información sensible relativa a numerosos franceses que disponían de una cuenta en el HSBC Private Bank y que quería estar seguro de que estas informaciones podrían compartirse con el resto de países europeos. Me respondió que era factible. Entonces, envié un e-mail que contenía los nombres encriptados de algunos clientes franceses del banco, para demostrarle que las informaciones existían realmente. Acto seguido, decidimos volver a vernos en un hotel donde yo tenía que dejar un DVD con más datos.

De ordinario, el protocolo de seguridad dicta que, en este tipo de casos, no se recurra al teléfono, pero los agentes fiscales franceses necesitaban un número para poder contactar conmigo y seguir mis movimientos. Por esa razón, me hice con un móvil suizo. Mis amigos de la “red” sólo me pidieron que tomara ciertas precauciones y que, cuando estuviese en Francia, nunca llevara encima el teléfono. A continuación, me dijeron que su trabajo había finalizado y que tenía que proporcionar la mayor cantidad posible de material a los agentes para establecer con estos una relación de confianza. Sólo me dejaron el teléfono de urgencias, el que es como una tarjeta de crédito, válido únicamente para recibir llamadas en caso de peligro. El representante del fisco y yo nos volvimos a ver el 12 de diciembre, más tarde fijamos una nueva cita para después de las navidades.

Así empecé a colaborar con las autoridades fiscales de París. Sabía que, si las autoridades judiciales tomaban la iniciativa, Suiza no podría hacer nada para impedir la difusión de las informaciones obtenidas.

Los integrantes de la “red”, que hablaban inglés con acento norteamericano, me dijeron que los datos no les servían para nada porque no servían para abrir una investigación judicial en Estados Unidos. La persona que me ayudó a subir la información a la nube me explicó que solo querían poner a Suiza contra las cuerdas. La información ya la tenían.

Estaba estupefacto. Ni siquiera sabía para quién trabajaban. Nunca les pregunté quiénes eran. Había empezado a colaborar con gente que conocía bien y en quien tenía una confianza ciega y, gracias a ellos, había entrado en contacto con otras personas. Las que hablaban inglés, por ejemplo, estaban muy bien organizadas y sabían muy bien lo que hacían. Se habían organizado durante dos años y habían preparado los datos en unos meses.

Cuando la idea de subir los datos a la nube tomó forma, comenzamos a preguntarnos qué país estaría mejor preparado para recibir el material. De inmediato descartamos la hipótesis alemana porque Alemania se habría adueñado de todas las informaciones, nos habría hecho desaparecer, a mi familia y a mí, quizás en otro país y con otro nombre, y todo habría quedado ahí. No era ese mi objetivo. Quería que la información llegase a los jueces del mayor número posible de países del mundo.

Lo único que había que hacer era actuar para que la Justicia suiza fuese a hacerse con el material en mi domicilio. Para ello, era necesario que me marchase a Francia y que esperase la llegada de los jueces sin pedir ayuda alguna, contando sólo con la protección discreta de mis amigos.

Mi vida en peligro

El material del HSBC se recabó a lo largo de varios meses, en 2007. La “red” estaba en contacto con magistrados franceses e italianos pero yo no había hablado directamente con ellos. Me relacionaba con poca gente, pero sabía que contábamos con el respaldo de una organización fuerte. La regla primordial para garantizar nuestra seguridad era que cada uno de nosotros sólo conociese a algunas personas de la “red”, disponiendo de las informaciones necesarias y sabiendo exactamente lo que había que hacer.

En el banco había sistemas informáticos diferentes, accesibles a empleados diferentes. Después de identificar los sistemas más importantes y las personas gracias a las cuales podíamos obtener los datos, los miembros de la “red” se pusieron en contacto con ellos para convencerlos para que colaborasen. Eran ellos los que debían subir los datos a la nubenube. En total, en el banco, eran una docena de personas.

La nube no era difícil de utilizar, era como entrar en una página web gracias a un equipo que permitía ver los datos. Para acceder, bastaba con una llave USB con conexión a Internet que sólo se utilizaba para eso. Para entrar en el sistema y trabajar, me bastaba con tener una conexión wifi. El sistema utilizaba un programa informático similar a Bit Torrent, un protocolo peer-to-peer que servía para intercambiar ficheros en internet. Las informaciones que se descargaban nuestros contactos ajenos al banco se fragmentaban en miles de ficheros y se repartían en las memorias de otros tantos ordenadores. Los propietarios de estos equipos no sabían que en su disco duro se guardaban los datos del HSBC.

Un sistema de seguridad especialmente estudiado permitía acceder a la nube. Marcaba un número de teléfono y recibía un código. Entraba con la llave USB tecleando la clave alfanumérica que me facilitaban de vez en cuando. Por la noche, revisaba los datos que habían añadido durante el día las personas que alimentaban continuamente las informaciones de la nube. Mi labor era hacer las comprobaciones pertinentes: iba al banco y pedía a los especialistas que me proporcionaran datos particulares que comprobaba a continuación con las informaciones de la nube. El control era un aspecto fundamental.

Del HSBC no saqué personalmente ningún dato por la simple razón de que no podía, pero cuando comencé a trabajar con este material con el personal de los servicios secretos, entonces sí, violé el secreto bancario. Sólo entonces, y soy el único que puede garantizar la fiabilidad de estas informaciones. Si, por poner un ejemplo absurdo, al día siguiente hubiese dicho que los datos habían sido falsificados y que no eran auténticos, las investigaciones se habrían bloqueado y cerrado. Todos los intereses en juego dependían de mí, de ahí que mi vida estuviese en peligro y quizás lo siga estando a día de hoy.

Mientras tanto, las investigaciones permitieron demostrar que los datos eran auténticos porque muchos clientes del HSBC admitieron haber tenido una cuenta en el banco, confirmaron el montante, y en España se llevaron dictaron las primeras sentencias por evasión fiscal.

En febrero de 2008, a mi regreso a Líbano, se interrumpió el trabajo en la nube. Había recopilado 800 gigas de información, pero cuando comprobé que las herramientas de que disponían las autoridades francesas eran muy antiguas, me di cuenta de que lo único que se podía hacer era utilizar las herramientas más básicas de la nube, es decir, el equivalente a 200 gigas. El resto está escondido porque en Francia no hay nadie capaz de utilizarlo.

La disparidad de medios de los bancos privados y de las administraciones estatales que luchan contra el crimen y la evasión fiscal es una constante. Las experiencias de estos últimos años me han permitido constatar hasta qué punto los sistemas judiciales de países como Francia e Italia trabajan con medios que no están adaptados. Eran incapaces de gestionar el volumen de datos que yo podía poner a su disposición. Durante el tiempo que duraron las pesquisas, las investigaciones no se cruzaron: trabajaban de forma dispersa y utilizando más el papel que el ordenador.

El arresto

En la mañana del 22 de diciembre de 2008, lunes, estaba en una videoconferencia con los desarrolladores de Hong Kong, a los que estaba explicando lo que esperaba de ellos. Aproximadamente un mes antes, me habían nombrado responsable de los analistas técnicos, una nueva etapa en mi carrera en el seno del HSBC. A las 10 en punto, mi teléfono sonó. Al otro lado del teléfono estaba el director de mi departamento. Levanté la cabeza y lo vi a la entrada haciéndome una señal para que me acercase. Había otras dos personas con él. Comprendí de inmediato que la aventura empezaba [...]

Mi mujer no estaba en casa y los policías me pidieron que la llamase. Inmediatamente comprendió lo que ocurría y sólo me preguntó si le daba tiempo a comprar yogures para la niña, como para darme a entender que ella estaba bien. Le dije que no disponía de tiempo, que tenía que volver a casa inmediatamente. Cuando llegó nuestra hija, nos sentamos alrededor de la mesa del salón. Hablamos entre nosotros mientras que los dos policías registraban la casa, en busca de ordenadores y de teléfonos. Tenía a mi hija sobre las rodillas cuando llamé a mi mujer “darling”, como hago siempre. Un policía me interrumpió bruscamente, advirtiéndome de que no hablase en una lengua extranjera. Me puso las esposas y, cuando mi mujer protestó diciendo que no era un criminal, respondieron que lo exigía el protocolo de seguridad.

Los registros se prolongaron durante casi una hora. A eso del mediodía me llevaron a la comisaría. Esperé hasta las tres de la tarde y, mientras aguardaba, me quedé dormido. Me desperté al llegar el magistrado, quien comenzó a interrogarme sobre el viaje a Líbano. Le dije que había ido a Beirut a presentar una empresa de sistemas informáticos y que había tenido una reunión en la sede de un banco. Ya era de noche cuando el magistrado me dejó irme y me citó para el día siguiente a las 9.30 de la mañana, en el tribunal de Lausana. Cuando salí de la comisaría y regresé a casa, mis amigos de la “red” ya lo sabían todo. Lo único que tenía que hacer es seguir el protocolo. Al día siguiente por la mañana me marché de Ginebra.

En Francia, los mismos hombres con los que había trabajado en Suiza me garantizaban protección. No podía llamarlos, sólo podía verme con ellos en determinados lugares, por ejemplo en los trenes. Cuando necesitaba contactar con ellos, debía dejar una señal en un lugar determinado del tren, en la línea que me habían indicado. Al día siguiente, subía al mismo tren y me sentaba al lado de un asiento vacío esperando a que alguien lo ocupase o aguardaba de pie a que un hombre me dijese cuándo tenía que bajar y me citaba con mis contactos en alguna parte de la estación o de fuera de la estación o volvía a subir de inmediato al tren que iba en dirección contraria, hacia la estación de la que acababa de partir, y hablaba durante el trayecto con la persona que había solicitado ver.

Por precaución, tenía que estar en sitio en los que me conocieran o desplazarme a lugares al aire libre muy concurridos. Mis amigos tenían que saber en todo momento dónde estaba y cómo me desplazaba, sobre todo en el periodo en el que estábamos esperando un registro en Francia. Cuando comencé a colaborar oficialmente con la Justicia y con el fisco francés, los gendarmes son los encargados de ofrecerme protección. Difícil de organizar porque en Francia no existían precedentes de casos como el mío.

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_____________Traducción: Mariola Moreno

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