Grecia
Tres meses de políticas cautivas de Syriza
Los primeros días se desató la euforia. Por primera vez, la izquierda radical accedía al poder. Al fin había llegado la hora de cambiar de rumbo, de acabar con la austeridad, de barrer de un plumazo a la antigua clase dirigente. El Gobierno que Alexis Tsipras formó tras las elecciones del 25 de enero estaba integrado por individuos sin experiencia política, salvo alguna excepción. Al frente del Ejecutivo se situaba una clase política nueva, personas que llevaban un estilo de vida modesto, hombres sin corbata; algunas de estas personas incluso habían participado en las manifestaciones celebradas tan solo unos meses antes.
La situación no tardaría en complicarse. La agenda europea se impuso y, con ella, las difíciles negociaciones con los socios del país heleno. El 20 de febrero se firmó un acuerdo en virtud del cual se prorrogaba el pago de los préstamos otorgados a Grecia en el año 2012, a cambio de comprometerse a aplicar ciertas reformas, de modo que se retrasaba hasta finales de junio la negociación sobre la reestructuración de la deuda del país que reclama Syriza. Este acuerdo –cuyo alcance no ha terminado de discutirse porque, desde entonces, la lista de reformas se ha visto sometida a un tira y afloja continuo entre Atenas y Bruselas– supone una primera excepción a la unidad de la que había hecho gala Syriza hasta la fecha.
En el seno de la formación de izquierdas, el texto firmado con los europeos suscita reacciones encontradas porque, si bien es verdad que pone fin a la troika, en la práctica, las tres instituciones Comisión Europea, BCE y FMI– siguen estando presentes. Eso sí, ahora se le denomina “grupo de Bruselas”. Por ello, aunque se prevén ciertas reformas relativas a las políticas sociales y ciertas medidas de estímulo, lo cierto es que no se pone fin a las medidas de austeridad, tal y como incluía el programa electoral de Syriza.
Cuando se presentó al comité central de Syriza el acuerdo alcanzado el 20 de febrero, la desaprobación fue unánime. El 45% votó en contra. Se dejaron notar varias ausencias y hubo votos en blanco. “El No habría tenía un mayor peso si todo el mundo hubiese ejercido su derecho”, apunta un miembro del comité central presente en la votación. Syriza, integrado en sus orígenes por una coalición de partidos, se ha caracterizado siempre por su pluralidad interna. Destaca sobre todo la corriente denominada Plataforma de izquierda, que tiene una visión más radical que las fuerzas mayoritarias de la formación y preconiza la salida de la zona euro. Aunque esta tesis se silenció, en mayor o menor grado, durante la campaña electoral, representa el 30% de los votos del comité central.
En esta ocasión, las divisiones políticas superan las habituales diferencias en el partido. Aparece una tercera corriente, nacida en el seno de la línea mayoritaria e integrada por antiguos miembros de la Organización Comunista de Grecia: presentó una lista de disidentes, coincidiendo con la elección de la nueva ejecutiva. También hay quien, a título individual, empieza a tomar distancias de la llamada "línea Tsipras".
Coincidiendo con la elección del presidente de la República, saltaron chispas en el grupo parlamentario. En una primera consulta efectuada en el partido, una treintena de diputados se negó a dar su voto al candidato designado por Tsipras, un moderado de derechas cuyo nombre había desvelado a la prensa antes de darlo a conocer en sus propias filas. Hay que señar que en Grecia la función del presidente es eminentemente honorífica y el partido en el poder tiene por costumbre nombrar en el cargo a una persona de consenso, para contar con los votos de la oposición.
La diputada Sia Anagnostopoulou está entre esos diputados que en un primer momento fueron críticos. “En la reunión de nuestro grupo parlamentario, voté en contra de la candidatura porque quería a una persona de izquierdas o, al menos, de centroizquierdas. Finalmente, voté a favor del candidato porque entendí la importancia de lograr el consenso”. Todos los diputados de Syriza refrendaron la designación.
Agitación, desacuerdos, discusiones... y, finalmente, disciplina de partido. Syriza sigue dando muestras de unidad, pero ¿hasta cuándo? El ejercicio del poder obliga a cada uno a redefinirse. Así, Yorgos Katrougalos, viceministro de Reforma Administrativa, que anunció en su toma de posesión que se volvería a contratar a los funcionarios despedidos, ha tenido que resignarse. Syriza está empezando a cumplir sus promesas y, en su opinión, lo hace bien. “Con el acuerdo del 20 de febrero, conseguimos ganar tiempo y terreno político para aplicar nuestro programa. No aplicaremos todo el programa, pero el grueso de lo que queríamos hacer está incluido: las medidas contra la crisis humanitaria y las medidas contra la agenda neoliberal de los memorandos de austeridad. En ese sentido, hemos convencido a nuestros socios”.
Señales contradictorias
Sin embargo, dos meses después de alcanzar este acuerdo europeo, el Gobierno sigue enredado en las negociaciones relativas a su aplicación. El Eurogrupo vuelve a reunirse este viernes 24 de abril para terminar de elaborar la lista de reformas, mientras que Wolfgang Schäuble, el ministro alemán de Finanzas, declaró el pasado 15 de abril que era poco probable que Grecia y el resto de la zona euro llegasen a un acuerdo. Por si fuese poco, la agencia de rating Standar & Poor's rebajaba ese mismo día la nota crediticia de Grecia.
“La presión continua de nuestros socios, que nos piden nuevas garantías cada semana, es muy dura. ¡No es fácil gobernar en estas condiciones!”, suspira Yorgos Katrougalos. Y añade: “No hemos dado marcha atrás como esperaban. Por eso seguimos contando con un importante apoyo de la población”. De hecho, los sondeos de intención de voto conceden a Syriza la mayoría absoluta, en caso de que se convocaran elecciones anticipadas.
Tanto en los Ministerios como en el Parlamento (Vouli), el hastío ante la postura de Bruselas es unánime. En una entrevista concedida a principios de esta semana al Periódico de los redactores (proSyriza), Dimitris Christopoulos, asesor de la viceministra de Políticas Migratorias –que trabaja en la actualidad en una gran reforma– manifestaba: “No es posible dirigir con normalidad un país si cada dos semanas hay que ocuparse de un nuevo plazo fijado por el Eurogrupo. Que nos dejen trabajar un poco, tendremos que medir nuestras propias capacidades y esforzarnos por sacar el marcador de izquierdas que, de momento, apenas ha podido hacer acto de presencia”.
Desde el Palacio Maximou, residencia del primer ministro, recuerdan que Grecia no ha vuelto a recibir ayuda económica alguna desde el verano pasado y no se andan con rodeos a la hora de referirse a sus socios europeos: “En lugar de hablar de escenarios de quiebra, que sean conscientes del callejón sin salida al que nos han llevado sus políticas, sobre todo ahora que Grecia cumple con sus obligaciones sin recibir ni un solo euro desde agosto de 2014”, se podía leer en uno de los comunicados emitidos esta semana.
Desde la toma de posesión del Gobierno de Tsipras, se difunden comunicados prácticamente a diario –incluso varias veces al día–, pero la comunicación del Ejecutivo es confusa. A menudo, los anuncios realizados por los diferentes Ministerios se contradicen entre sí. “Los ministros a veces dicen lo primero que se les ocurre, con lo que se envian señales contradictorias a nuestros socios”, lamenta off the record una asesora. ¿Error de principiante? Los nuevos dirigentes todavía no dominan el hablar hueco al que nos tienen acostumbrados los políticos profesionales. Sin embargo, supone una bocanada de aire fresco escuchar a estos individuos, miembros de la sociedad civil, intelectuales e investigadores que se han sumado a Syriza en estos últimos años.
Sia Anagnostopoulou, diputada en la Vouli, que resultó elegida por primera vez el pasado 25 de enero, forma parte de este colectivo. Esta historiadora, especializada en el Imperio Otomano, lo admite sin rodeos: “Las primeras semanas, descubrí multitud de cosas nuevas que ignoraba. Yo, que trabajaba como investigadora, estaba acostumbrada a estudiar las cosas en profundidad y pasé a abordar a toda velocidad muchísimos temas, para quedarme en la superficie. He descubierto también que la política consiste sobre todo en responder a las cuestiones de los periodistas de la tele, en participar en debates donde se trata de parecer combativo por encima de todo, pero sin llegar a hablar nunca del fondo de la cuestión... La política me ha parecido un espectáculo de mal gusto”.
Esta profesora universitaria ha optado por centrarse en las cuestiones relacionadas con los asuntos exteriores y europeos. Y, sobre todo, se esfuerza por seguir siendo la misma persona: “Sigo yendo en taxi y en transporte público, no voy con chófer por Atenas”. Al día siguiente de resultar elegida por su circunscripción, la ciudad de Patras, su sorpresa fue mayúscula: “Un montón de personas vino a verme para pedirme trabajo. Por supuesto, no di curso a esas demandas, el clientelismo me es completamente ajeno. No estoy en esto para saciar mi sed de poder. Si no resulto reelegida, me da exactamente igual, me gusta mucho mi trabajo, ¡volveré a la universidad!”.
No es la única decepción que ha vivido esta intelectual: “La política es masculina. Las mujeres solo participan si tienen el visto bueno de los hombres. No me esperaba algo así en la Grecia del siglo XXI”. Y alude al rifirrafe que mantuvo en el Parlamento con un diputado de la derecha. “Al acabar la discusión, me lanzaba besos. ¡Se trata de un comportamiento completamente inadmisible para un diputado!”. Pero la más perjudicada por el machismo imperante es la presidenta de la Asamblea, Zoi Konstantopoulou, que sufre desde hace varias semanas una campaña de desprestigio.
Se trata de una mujer de carácter templado, de convicciones sólidas, poco dada al compromiso. Desde la derecha y también en sus propias filas, aunque de forma más discreta, se le reprocha su inflexibilidad. “No pasa nada cuando son los hombres los que tienen un carácter así”, lamenta Sia. Se da la circunstancia de que la Presidencia del Parlamento es el único cargo importante que el nuevo Ejecutivo ha puesto en manos de una mujer. El Gobierno de Tsipras solo cuenta con seis mujeres –de los 41 miembros que lo integran– y ninguna ocupa el puesto de ministra.
Líneas rojas
Si bien Zoi Konstantopoulou forma parte de esas personas decididas a aplicar el programa de Syriza, otros, incluso pertenecientes a la corriente más a la izquierda del partido, son más proclives a realizar concesiones. De hecho, la cuestión de la reestructuración de la deuda que figuraba en el programa ha caído en el olvido. “Syriza ya no tiene ese discurso maximalista previo a las elecciones”, explica la politóloga Filippa Chatzistavrou. “Se trata de una evolución bastante natural en un partido que quería ganar las elecciones y que ahora debe hacer frente a la realidad del Gobierno. Sin embargo, el partido de Tsipras no ha renunciado a todo, ha logrado imponer medidas contra la crisis humanitaria, así como la idea de la necesidad de relajar la disciplina presupuestaria. ¡Se trata de ideas de izquierdas! Personalmente, calificaría la política actual de Syriza de neorrealismo económico y social”.
Además, el Gobierno de Tsipras cuenta con varias líneas rojas. Quiere recuperar las negociaciones colectivas (suprimidas con los memorandos de austeridad), devolver el salario mínimo a su nivel inicial (es decir, 740 euros brutos mensuales en lugar de los 580 euros actuales), bloquear cualquier liberalización del mercado del trabajo e impedir nuevos recortes en las pensiones. Todos ellos son asuntos clave que Grecia negocia con los socios de la eurozona y que deben quedar resueltos de aquí al 24 de abril.
“¡No podemos dar marcha atrás en esas cuestiones. Para eso nos votaron!”, protesta George Katrougalos. “Syriza no puede hacer una concesión semejante”, protesta por su parte Errikos Finalis, miembro del comité central del partido. “No llegamos al poder para aplicar un nuevo memorando de austeridad sino, ¿en qué nos diferenciamos de nuestros predecesores de la derecha de Nueva Democracia? De momento, ni siquiera podemos aplicar una pequeña parte de nuestro programa económico, ¡se considera un acto unilateral!”.
Las únicas medidas votadas hasta la fecha tenían una dotación económica de 200 millones. La ley, votada a mediados de marzo, prevé el suministro gratuito de electricidad a los más pobres, una ayuda para el alojamiento de la que se benefician 30.000 hogares y una ayuda alimenticia para 300.000 personas. “¡No estamos hablando de 2.100 millones de euros iniciales para luchar contra la crisis humanitaria!”, precisa Errikos. “Tsipras quiere restablecer el derecho al trabajo que quedó abolido por los memorandos de austeridad, no puede renunciar y aceptar la liberalización exigida por las instituciones europeas, es la ley estructural de la izquierda”, opina la diputada Sia Anagnostopoulou. “Visto desde fuera, el primer ministro quizás parece indeciso, pero en realidad no puede retroceder!”.
Ahora bien, en lo que respecta a las privatizaciones, Syriza ha dado marcha atrás. Panayotis Lafazanis, jefe de filas del ala izquierda, tras su nombramiento al frente del Ministerio de Recuperación Productiva y de Energía, anunció la paralización del proceso de privatización del Puerto de El Pireo. De la paralización total de las privatizaciones se ha pasado al se analizará “caso por caso”. Para George Katrougalos, viceministro de Reformas Administrativas, las compañías de agua de Atenas y de Tesalónica, que se encuentran en la lista de sociedades sujetas a privatización desde 2011, deben quedar en manos públicas. No obstante, es difícil obtener una versión oficial clara al respecto.
A veces, se escuchan voces disonantes en el seno del Ejecutivo, en el que están presentes corrientes políticas más diversas de lo que puede parecer. A pesar de que el Gobierno se formó en menos de 48 horas, un tiempo récord en la historia política helena, se sustenta sobre un equilibrio frágil: la alianza con un aliado incómodo, la derecha soberanista de los Griegos Independientes. En el seno del Ejecutivo figuran también exmiembros del Pasok, el Partido Socialista, integrados más o menos tarde en la izquierda radical.
Otras de las consecuencias ha sido la urgencia con la que ha sido preciso encontrar asesores ministeriales. Una tarea que no ha sido sencilla para un partido que nunca antes había gobernado y que, hasta hace cuatro años, solo alcanzaba el 4% de los sufragios. El resultado es que algunos trabajan ya con asesores del Ejecutivo anterior. Ocurre así con el ministro de Asuntos Exteriores, el extraño Nikos Kotzias, antiguo estalinista convertido en socialista, que ahora aparece flanqueado por el asesor de su predecesor, de derechas.
En el Ministerio de Finanzas, Yanis Varoufakis recurrió de inmediato a Elena Panariti, una liberal del Pasok, procedente del círculo de Yorgos Papandréu –el mismo que puso al país en la senda de la austeridad al recurrir, en 2010, al FMI y a las autoridades europeas–. La economista, que fue diputada hasta 2012 se defiende de sus actuaciones en la época. “Soy especialista en economía del desarrollo. Sería terrible no participar en el proceso para volver a poner en marcha mi país. Se ha producido un aumento espectacular del paro, casi un tercio de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y los impuestos han aumentado por encima de los niveles óptimos”. ¿No votó ella misma estos programas de austeridad en 2012?
El enfrentamiento era inevitable
Si bien es verdad que el Ejecutivo actual se ha visto fortalecido con la llegada de expertos del mundo universitario, situados ideológicamente a la izquierda, sobre todo para asuntos relacionados con la inmigración y la justicia, hayotros que continúan en sus cargos. Y hacen presagiar una mayor reorientación política de Syriza. “No hay una izquierda de centro y una izquierda radical”, asegura Elena Panariti. “Ya no nos encontramos inmersos en discusiones internas, estamos aquí para levantar al país. Debemos trabajar como un equipo unido. Ese es el gran mérito de Tsipras, que ha logrado juntar a gente como yo y como Lafanazis. No era una tarea sencilla y evidencia su capacidad de liderazgo”.
No obstante, liberales, anticapitalistas, moderados o radicales están de acuerdo en una cuestión: la actitud de los europeos, en particular la manifestada por Berlín, ha sido muy despreciativa. Y esta postura, lejos de ser pragmática y realista, todo lo contrario, resulta profundamente ideológica. “Las negociaciones con la eurozona responden a una cuestión más política que técnica”, argumentan desde el Ministerio de Finanzas. ¿Esperaban una posición tan firme por parte de las instituciones europeas? “Sí, responde el viceministro de Reforma Administrativa, Yorgos Katrougalos, pero pese a todo nadie quiere una ruptura. “Sería un desastre para Grecia y para Europa”.
El Gobierno de Syriza, a fin de cuentas, no tiene mucho de radical. He ahí la paradoja. “Lo que hoy por hoy defendemos no en absoluto es revolucionario”, explica este ministro salido del mundo de la universidad. “Si fuese hace 10 o 20 años, estaríamos ante el programa de una socialdemocracia muy débil. Se trata de un modelo que quiere reconciliar el mercado con los derechos sociales y que quiere aportar respuestas a la crisis humanitaria, ¡no es en absoluto radical! La dificultad estriba en aplicar este programa de izquierdas en una Europa neoliberal”.
La dimensión radical, según este ministro, llegará más tarde, cuando se alcance el nuevo acuerdo con Bruselas. En ese momento, Syriza tratará de cambiar el Estado y la sociedad en profundidad. Hacer el Estado más democrático, acercarlo a los ciudadanos, introducir la posibilidad de revocar diputados, crear un referendo de iniciativa ciudadana. En resumen, poner en marcha una “democracia popular”.
En la sede del partido coinciden. Allí también se habla de posición “moderada”. “En el aspecto económico, nuestra proposición no tiene nada de radical, se trata de una proposición equilibrada, racional y eficaz”, estima Errikos Finalis. “El problema radica en que nuestros socios no piensan en términos económicos, sino en términos políticos. Se van a celebrar varias elecciones este año, en diferentes países europeos, y los dirigentes actuales no quieren que se abra paso una alternativa. Quieren dar un castigo ejemplar a Syriza y a Grecia, para que no se reproduzca una situación similar en otros lugares, como podría suceder con Podemos en España”.
Syriza se encuentra ante una encrucijada que tiene repercusiones fuera de sus fronteras: “Aceptar la política europea actual no solo supondrá un fracaso económico. Significará también la desaparición de cualquier alternativa de izquierdas de la que solo sacará partido la extrema derecha”. Errikos está convencido de que en estos momentos se libra una “guerra económica y política”. No cree ser él quien se radicaliza, sino las instituciones.
Para la politóloga Filippa Chatzistavrou, profesora de la Universidad de Atenas, este enfrentamiento era inevitable: “La Unión Europea es víctima de un dogmatismo desenfrenado. No hay ninguna lógica en las propuestas, ni discusión posible. La política consiste en alcanzar el consenso, en conseguir que cada uno se mueva de sus planteamientos. ¡Esto no consiste en que Schäuble imponga plazos cada tres semanas! A día de hoy ya no existe ese mecanismo de consenso que estaba en la base de la integración europea”.
A fin de cuentas, el Gobierno de Tsipras ha hecho política en lo que, hasta la fecha, eran reuniones en las que se sabía de antemano las conclusiones que se iban a alcanzar... Supone aire fresco en Bruselas. “Syriza se niega a dejarse gobernar por tecnócratas. Es el único partido que lo hace, ese es el principal cambio”, concluye Filippa Chatzistavrou.
Y para hacer oír su voz, el Gobierno de Tsipras está decidido a jugar todas sus cartas. La semana pasada, Tsipras viajó a Moscú; Panos Kammenos, el ministro (soberanista) de Defensa también ha estado allí esta semana. Sin pretender cuestionar su pertenencia europea, Atenas quiera desarrollar sus alianzas internacionales y establece contactos con China y Brasil.
poco a poco, algunas reformas
El desafío de hacer frente a los apóstoles de la austeridad es inmenso. Imposible de lograr, dirán los pesimistas. Sin embargo, ninguno de estos nuevos dirigentes entrevistados en Atenas quiere darse por vencido. “Por primera vez, tenemos la posibilidad de cambiar las cosas, de acabar con décadas de clientelismo”, dice Yorgos Katrougalos. “Confío en nuestra política porque es una política que Grecia –pero también Europa– necesita”, “Nuestro mayor éxito reside en que los socios europeos no nos han liquidado aún”, dice Errikos Finalis. “Los electores esperaban de nosotros que les devolviéramos el oxígeno y la dignidad. Y eso hemos logrado hacerlo”.
A pesar de que las cuestiones europeas han marcado la agenda política desde las elecciones, el nuevo Ejecutivo va consiguiendo, poco a poco, imponer algunas reformas en el país. Este viernes, se vota una ley relativa al sistema penitenciario, dirigida a disminuir el número presos, según explican fuentes del Ministerio de Justicia. La situación de saturación de las cárceles griegas no es nueva, tampoco las duras condiciones en que viven los presos. Con este proyecto legislativo, quedarán en libertad los reclusos que presenten una discapacidad superior al 60%, se suprimirán las prisiones llamadas “de alta seguridad” y se multiplicarán las libertades condicionales. Además, se impedirá el encarcelamiento de los menores de 15 años y se flexibilizarán las penas impuestas a personas toxicómanas. Como era de esperar, este proyecto de ley ha suscitado una gran oposición por parte de los partidos de la derecha. Por primera vez, desde la llegada al poder de Syriza, tienen mucho trabajo por delante.
El Gobierno de Tsipras tiene la firme voluntad de reorientar por completo la política migratoria del país, hasta ahora muy represiva. Pretende acabar con los centros de detención y conceder la nacionalidad griega a los inmigrantes de segunda generación. El Ministerio de la Reforma Administrativa también está preparando una ley cuya votación está prevista para finales de mes. El objetivo es acabar con la ley de reclutamiento obligatorio de los huelguistas, pero también aspira a racionalizar las medidas disciplinarias aplicables a los funcionarios (hasta ahora utilizadas principalmente para “aterrorizar” a los trabajadores públicos, según el Ministerio) y acabar contra la burocracia para implantar progresivamente la administración electrónica. Esta última medida tiene por objeto facilitar la vida a los ciudadanos, que hasta ahora deben hacer frente a numeroso papeleo cuando tienen que realizar cualquier gestión administrativa.
El proyecto de ley en marcha también prevé volver a contratar –una vez evaluadas sus competencias y sujetas a una reubicación, en función de las necesidades de la Administración– a unas 4.000 personas que fueron despedidas por los gobiernos precedentes. Entre el personal despedido hay especialmente policías municipales, profesores de enseñanzas técnicas profesionales y empleadas de la limpieza de los ministerios. La medida, que va en contra de las imposiciones europeas, se queda pequeña si se tiene en cuenta la limpieza efectuada en los últimos cinco años. En 2010, la función pública griega empleaba a 920.000 personas. En 2015, como consecuencia de las políticas de no reposición de jubilados y por la no renovación de contratos temporales, hay... 600.000 funcionarios. Una ratio por debajo de la que se registra en numerosos países europeos.
Asimismo, a principios de abril, se constituyó una comisión para auditar la deuda griega, por iniciativa de Zoi Konstantopoulou. Está integrada por una treintena de expertos griegos y extranjeros que deben estudiar la legitimidad, la legalidad y el eventual carácter insostenible de las deudas contraídas por Grecia desde 2010, antes de pasar a analizar las deudas del periodo precedente. Está previsto que los primeros resultados lleguen a finales de junio... exactamente en el momento en que Atenas pretende retomar las conversaciones europeas sobre la reestructuración de su deuda.
Traducción: Mariola Moreno
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