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La traición de las élites a la democracia (y III). La izquierda de arriba y la izquierda de abajo

En los últimos tiempos, la explicación canónica de la pérdida de influencia política del PSOE se ha hecho sobre la base de dos evidencias: la pérdida de apoyos de los socialistas entre la gente joven y en el mundo urbano. De esas dos evidencias los analistas sacan una conclusión inmediata: el proyecto del PSOE se ha vuelto viejo y caduco. Lo que dice mucho de la mala opinión que los analistas tienen de las personas mayores y de las que viven en el mundo rural, pero, ¿de verdad una ideología es nueva sólo porque la apoyen los jóvenes? ¿simplemente porque un proyecto político guste más en las ciudades que en los pueblos lo podemos considerar moderno?

¿Qué significan en términos políticos la edad y el hábitat? ¿Son los jóvenes urbanos la nueva clase universal, como lo era la burocracia para Hegel o la clase obrera para Marx? Ocurre, además, que ambas categorías, la edad y el hábitat, pueden estar encubriendo, en parte, la influencia de otras variables políticamente más relevantes. Quienes sostienen que Madrid y Cataluña están discriminadas fiscalmente, porque aportan más de lo que reciben, suelen olvidar que, en realidad, son regiones privilegiadas en las que se concentran las personas ricas y las sedes de las grandes empresas. Cuando hablamos de jóvenes y urbanos estamos hablando de unos segmentos sociales con mayor proporción de personas con alto nivel de estudios y alto nivel social que entre los segmentos sociales formados por mayores y rurales.

Tradicionalmente, para los socialistas, y la izquierda en general, la clase social ha sido la variable que mejor explicaba tanto los proyectos políticos como el voto. Reconociendo, eso sí, la influencia de otras variables en el voto, como la identidad nacional y las creencias religiosas. O el hábitat y la edad, por supuesto. En todo caso, los datos de la última encuesta postelectoral del CIS, correspondiente a las elecciones del 26 de junio de 2016, muestran que, independientemente del hábitat en el que vivan y la edad que tengan, a mayor estatus laboral y educativo, baja la probabilidad de voto al PSOE, por el contrario, a menor estatus aumenta la fidelidad al PSOE.

Resulta, a tenor de los datos de la encuesta postelectoral, que después de haber escuchado hasta la saciedad que el PSOE se ha alejado de la “gente que sufre”, el 57% de los votantes socialistas son de clase obrera, frente al 37% de los votantes de Unidos Podemos, que es más bien un partido de clase media alta y nuevas clases medias universitarias. El 22,4% de los votantes del PSOE pertenecen a hogares con ingresos inferiores a 900 euros mensuales, en tanto que en el caso de Unidos Podemos son el 13,7%. Los parados que votan al PSOE llevan más de 3 años en el paro en un 35%, y un 23% los de Unidos Podemos. Dicho de otro modo, “la gente que sufre” o “que lo pasa mal” no parece compartir la idea de que el PSOE se ha alejado de ellos.

La realidad que nos muestran las estadísticas es que “la gente que sufre”, esa expresión eufemística que suelen usar políticos y analistas que no saben de lo que hablan, la gente que tiene menos estudios y peores empleos, la que es más vulnerable, sigue apostando por el PSOE antes que por ningún otro partido. No es por la izquierda, sino por arriba, por donde se le han ido la mayor parte de los electores al PSOE. Al PSOE se le ha ido su electorado de más estatus social y educativo, y se le ha quedado la gente que "lo pasa mal".

Por desgracia, cambiar una explicación de la pérdida de apoyos al PSOE, basada en la edad y el hábitat, por otra, basada en la clase social, no impide que para esta nueva explicación aparezcan enseguida argumentos tan malos como para la otra. Explicaciones, más o menos desvergonzadamente clasistas, que insinúan que la crisis ha quebrado las expectativas de los universitarios, como si los que abandonaron la escuela sin ningún título no tuvieran expectativas rotas; o la más descarnada, que atribuye una mayor inteligencia y conciencia política a las clases altas. Otra línea de respuesta, que escuchamos con cierta frecuencia, es que a los universitarios les molesta más la corrupción, de nuevo hay un cierto clasismo implícito en el argumento. ¿Acaso los universitarios tienen unos estándares morales superiores a los que no tienen estudios universitarios? ¿Se trata de decir que a los obreros de izquierdas no les molesta que les roben?

Por supuesto, este tipo de explicaciones que, con palabras políticamente correctas, vienen a insinuar que los trabajadores manuales tienen la piel más gruesa, menos inteligencia política y más bajos estándares morales, no las suelen dar los trabajadores sobre sí mismos. Este tipo de explicaciones responde más bien a la visión prejuiciosa que una parte de las clases medias tienen sobre la clase obrera. Y, claro está, de esas clases medias son tanto los dirigentes políticos de la izquierda como los periodistas, tertulianos y analistas en general. La explicación de la ruptura por clase del voto de la izquierda la ha dado la izquierda de arriba, que es la que tiene más acceso a los medios de comunicación y a las redes sociales, y es una explicación muy conveniente para ellos.

Obviamente, estas explicaciones no nos gustan a los socialistas, pero lo cierto es que no parece que estemos muy finos a la hora de aportar otras. De modo que sería bueno que los socialistas, también los de clase media, nos diéramos una explicación algo menos prejuiciosamente clasista y más adecuada a la realidad, de la fractura de clase que se ha producido en nuestro electorado. Una explicación respetuosa no sólo con las razones de los que se han ido, sino, especialmente, con las razones de los que se han quedado. Porque tan importante es entender por qué se han ido los que se han ido, para recuperarlos, como comprender por qué se han quedado los que se han quedado, para conservarlos.

La fractura de clase en la izquierda también es evidente para los dirigentes de Podemos. De hecho, el debate en el seno de Podemos tiene que ver con la conciencia de sus dirigentes de que les falta el apoyo de los trabajadores. Los dirigentes de Podemos no quieren que su organización sea un partido de clase media, o sólo un partido de clase media, pero es lo que es. El 24% de los electores de Unidos Podemos son de clase alta o media alta, frente al 13% de los electores del PSOE. El proyecto de Podemos no ha hegemonizado la izquierda, sino que la ha fracturado, y la línea de fractura es, en buena medida, una línea de clase social.

Si Unidos Podemos es, sobre todo, un partido de clases medias es porque, en buena medida, tiene un proyecto político que gusta a ciertas clases medias más meritocráticas y populistas que democráticas, aunque sus líderes no se hayan enterado, o no quieran enterarse. Del mismo modo que el PSOE es un partido de clase trabajadora, que se reconoce como sujeto de un proyecto histórico de éxito. Y precisamente los trabajadores, otra vez más, han demostrado la misma madurez política que demostraron en la Transición. También entonces los antecesores de los actuales dirigentes de Podemos hicieron una apuesta radical que los trabajadores rechazaron a favor de un proyecto homologable con la socialdemocracia europea. Dicho esto, para que el PSOE pueda recuperarse como fuerza de cambio social es necesario que recupere a los sectores de clase media para el proyecto socialista, socialdemócrata o laborista, como queramos llamarlo en función de si vivimos en España, Suecia o Australia. Eso sí, no al precio de renunciar a su proyecto. Y el proyecto socialdemócrata es bastante claro: Estado del Bienestar y una democracia representativa y deliberativa que garantiza la libertad de las personas. Los dos elementos juntos.

¿Qué aleja, entonces, a una parte de los profesionales de izquierdas de la socialdemocracia o del socialismo democrático? Desde luego no la defensa del Estado del Bienestar. Entre otras cosas porque buena parte de esos profesionales trabajan en los servicios públicos, sea en la educación, la sanidad o las administraciones públicas en general, y no sólo dependen de ellos sus salarios, sino que vocacionalmente están ligados a esos servicios públicos. De modo que lo que los separa de la socialdemocracia no es la parte social. Es más, los dirigentes de Podemos han abandonado pronto sus banderas sociales, ya no hablan de rebajar la edad de jubilación a los sesenta años, ni de dejar de pagar la deuda, ni de un ingreso mínimo garantizado igual para todos, ni de salirnos del euro. Lo que separa a Podemos de la social-democracia es la segunda parte, la democracia.

Tengamos paz, nadie en la actualidad cuestiona la democracia, y por supuesto tampoco la cuestiona Podemos. Lo que dice Podemos es algo que venimos diciendo los demócratas desde hace mucho tiempo, pero especialmente desde el estallido de la crisis de 2008 lo hizo dolorosamente evidente, y es que nuestras democracias resultan impotentes ante los efectos de la globalización. La diferencia con los socialdemócratas y socialistas es la terapia que los populistas ofrecen para ese problema. Nadie apoyaría, por otra parte, a un proyecto político que se manifestara abiertamente antidemocrático. Por el contrario, lo que ofrecen los populistas es cumplir completamente la promesa de la democracia: que gobierne, directamente, el pueblo.

Los dirigentes de Podemos, más honestos y más cultos que muchos de sus protectores mediáticos, reconocen sin ambages que son populistas. Y el populismo se define técnicamente como una democracia sin instituciones. Una democracia sin intermediarios en la que un pueblo, concebido a la manera de los populistas, es decir, sin fracturas, ni intereses contradictorios, y moralmente intachable, gobierna, generalmente interpretado por un líder carismático que, eso sí, ya se encarga de los asuntos prácticos del día a día.

No es raro que los dirigentes de Podemos se hayan hecho populistas, teniendo en cuenta que la mayor parte de ellos proceden de una tradición, la comunista, que, como decía Bobbio, no tiene una teoría de la política, ni del Estado, más allá de la idea de la dictadura del proletariado, que siempre fue concebida como algo transitorio, aunque luego, en la práctica, y ya como dictadura sobre el proletariado, tiende a eternizarse. El populismo es una cáscara vacía, de modo que, a falta de un cobijo mejor, le hace un buen apaño a la izquierda de tradición autoritaria.

Después de varias propuestas programáticas que fueron desechando con rapidez, la única seña de identidad política de Podemos es la que opone al pueblo, que ellos dicen representar, con la casta, las élites, o cómo queramos llamarlo. Si algo los define es su impugnación del sistema político, la atribución de todos los males sociales al sistema de representación, y la reivindicación de un papel más relevante para el pueblo, que ellos ven como un único sujeto y homogéneo, con un único interés, un único pensamiento y un único propósito, y no como una sociedad compleja con múltiples intereses, propósitos y valores, que necesita de la representación, de la deliberación y del acuerdo, es decir, de la política.

La política, con sus procedimientos reglados, con sus tiempos lentos, la política que obliga a la cesión y al pacto, la política inclusiva, la que no considera enemigo vencido al 49% de los que perdieron, sino que los considera una parte esencial de la sociedad cuyas ideas e intereses deben ser tenidos en cuenta, toda esa política se vuelve insoportable cuando el paro, la pobreza, la corrupción, golpean las conciencias desde los grandes titulares mediáticos.

Los populistas, de derechas y de izquierdas, le han dicho a la gente que sus representantes son torpes y corruptos, y que ha llegado el momento de que sea la gente la que tome, directamente, las riendas de la situación. Mucha gente con buena formación académica cree que las cosas no se arreglan porque no están ellos, o gente como ellos. El primer trabajo de los populistas es construir “su” pueblo, como la primera tarea de los nacionalistas es construir “su” nación. El imaginario de pueblo que han construido los populistas son jóvenes ingenieros y políglotas que trabajan en subempleos en Alemania en lugar de dirigir los ayuntamientos y ocupar los escaños de los parlamentos en nuestro país, pero en las listas reales de los partidos populistas a las instituciones representativas van personas no muy distintas en formación y en honestidad que las que figuran en las listas de los demás partidos. Cuando han llegado a las instituciones, o las han paralizado o no han hecho nada a la altura de las expectativas que han creado. Los representantes de los populistas han sido absorbidos y deglutidos por la lógica de esas instituciones con una rapidez que les produce vértigo hasta a ellos mismos.

La democracia tiene un problema de impotencia ante los poderes de la globalización, pero la respuesta a un problema de impotencia no puede ser deslegitimar y debilitar a la política democrática, a la democracia realmente existente, en nombre de caudillismos plebiscitarios. Es necesario fortalecer las instituciones de la democracia representativa, mejorar los sistemas de control de los poderes presentes en la sociedad, los sistemas de control de los poderes políticos, por supuesto, pero también los sistemas de control de los otros poderes. No se trata de construir un tirano con la multitud, sino de proteger las libertades de la tiranía, incluida la tiranía de la multitud.

Si para ganar a los que dicen que el Estado del bienestar es insostenible, lo privatizamos, y si para ganar a los populistas sustituimos la democracia representativa por un cesarismo electivo, democrático en su elección pero no en su ejercicio del poder, ¿quiénes habrán ganado? Frente a los que dicen que el Estado del bienestar es insostenible, y los que dicen que la democracia representativa y deliberativa es insuficiente, los socialistas debemos defender la integridad de nuestro proyecto. No se gana rindiéndose a los argumentos del contrario. " ___________________

La traición de las élites a la democracia (I). La democracia explicada a gente muy preparada

infoLibre publica el último capítulo de este escrito de José Andrés Torres Mora, diputado del PSOE por Málaga, sobre "la traición de las élites a la democracia".

La primera parte se publicó este jueves: 'La democracia explicada a gente muy preparada'

La segunda parte se publicó este viernes: 'La traición de las élites a la democracia'

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