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Qué ven mis ojos

La victoria del perdedor

“No hay jugador más digno que el que sabe cuándo usar su as en la manga para dejarse ganar por ti”.

El juego de las sillas ha terminado en la calle Ferraz y ahora se trata de ver si la herida cierra y esperar que no lo haga con el cuchillo dentro. La gran derrotada, Susana Díaz, se ha ido a pique por exceso de anclas, llegó con sus González, Zapatero y Rubalcaba a modo de portaaviones y se los han hundido una lancha de goma y un tirachinas; quiso matar moscas a cañonazos y ha destruido su propio castillo; puso sus barcos en las casillas que ya estaban tachadas y, en resumen, pasó de hacer acrobacias a hacer de kamikaze. Cuando toreaba de salón, la sacaban a hombros; cuando ha tenido que bajar al ruedo, se ha quedado en nada, y ahora va a aprender que de la nada es difícil regresar.

   

El ganador, Pedro Sánchez, lo ha sido por partida doble, por lo que su éxito tiene de triunfo y por lo que tiene de revancha, y es posible que quienes le hacían la cama, ahora que ha cantado victoria le hagan los coros; pero en realidad, lo que ha hecho es recorrer un largo camino para no moverse de lugar, ha regresado a la misma encrucijada en la que lo abatieron los conspiradores y allí le espera la misma pregunta: ¿Qué es mejor, Ciudadanos o Unidos Podemos; los que le obligan a moverse de sitio o los que intentan quitárselo? Tendrá que correr el riesgo y decidir si da un paso hacia la izquierda o lo da hacia la derecha, porque andándose con pies de plomo no va a ganar ninguna carrera y porque ya habrá aprendido que ir hacia uno y otro lado a la vez, es imposible y, además, te parte en dos.

Hay quien no querrá verlo claro por mucho que lo tenga ante los ojos, o porque su misión es enturbiar las aguas de los demás, pero lo que han dicho los militantes socialistas, a quienes cada vez se merecen menos quienes no se los merecieron nunca, es que están hartos de componendas, de aparato, de barones y gestoras; de líderes nombrados a dedo; de defender ídolos en lugar de ideas; de vacas sagradas y de oráculos que tienen mucho que callar; de traiciones, artimañas y chanchullos; de burocracia y medias verdades; de neoliberalismo envuelto en banderas rojas; de renuncias, de intrigas palaciegas, de ladrones, de cínicos y demagogos; de gente que ondea banderas en las que hace mucho tiempo que no cree o que se pone delante de ellas para tapar la mitad de las letras de sus siglas. Todo el mundo sabe qué letras y para qué. Todo el mundo lo sabe y unos pocos quieren que se olvide, pero eso tampoco lo han conseguido.

Puede que Sánchez sea capaz de dárselo y puede que no, pero lo que quieren los socialistas es un partido que no transija con los desalmados, que no se trague los sapos de Rajoy y los suyos, los Rato, Mato, Rita, Matas que nos han ametrallado a todos, y mucho menos que los mantenga a flote con su abstención. Porque estamos hablando de una España saqueada por una banda de maleantes, que se llevan su botín y dejan su lección de impunidad para cualquier sinvergüenza con ganas de llenar su caja fuerte con lo que saca de la de todos. Aquí ha robado el PP, tanto que entrar en su sede de la calle Génova y ver un político intachable es más raro que entrar en un avión y ver un japonés sin almohadilla para el cuello; y también ha robado el PSOE, por ejemplo, en su granero de Andalucía; aquí, hasta que ha llegado Europa y ha empezado a mandar parar, robaban los bancos con las cláusulas suelo y los ayuntamientos con las plusvalías. Y mientras lo hacían, clamaba contra el populismo el Partido Popular o le vendía armas y material antidisturbios a la Venezuela de los Chávez y los Maduro que tanto critica, porque su deporte favorito es tirar la piedra y esconder la mano y porque la hipocresía es como los camaleones: suelta la lengua, caza el insecto y se vuelve del color del follaje.

Las elecciones primarias del PSOE han dejado un campeón irrebatible: sus votantes, que no se han arrugado, no han permitido que los chantajearan. A Sánchez le toca, en primer lugar, merecérselos. Que el partido se una para recuperar su fuerza y tapar sus grietas no depende tanto de juntar las corrientes legítimas que lo forman como de acercar la dirección a las bases, que es lo mismo que descender de las alturas a la realidad.  Eso es lo que debe entender el nuevo secretario general para que no le repitan eso de que el loco no es quien prueba sino quien repite. Su obligación es la de cualquiera que ostenta alguna clase de poder: ser justo y, llegado el caso, ser también generoso. No hay jugador más digno que el que sabe cuándo usar su as en la manga para dejarse ganar por ti.

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