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El Gobierno recompone las alianzas con sus socios: salva el paquete fiscal y allana el camino de los presupuestos

Nacido en los 50

Todo por la pasta

El Gran Wyoming

La aprobación de los Presupuestos de este año es una metáfora de lo que nos deparan estos tiempos.

Del mismo modo que Aznar tuvo que ponerse de rodillas con los pantalones bajados delante de Jordi Pujol al día siguiente de que sus huestes gritaran bajo el balcón de Génova lo de “Pujol, enano, habla castellano”, para conseguir eso que los grandes estadistas llaman “gobernabilidad”, y que consiste en juntar una amalgama de intereses contrapuestos de manera que todos saquen tajada con el fin de que nada cambie y se conserven las esencias del amor a la patria que, básicamente, consiste en seguir gobernando para los señoritos mientras se empobrece a los currantes, que son los que deciden las cosas con su voto, ahora vivimos, de nuevo, tiempos de “gobernabilidad”.

También con Jordi Pujol tuvo un detalle de gobernabilidad Felipe González cuando paralizó las investigaciones que llevaban a cabo los fiscales Villarejo y Mena, evitando su procesamiento cuando el muy honorable y viejo zorro catalán se encontraba con el agua al cuello con motivo de la descapitalización de Banca Catalana. Le tenían pillado, pero era un maestro a la hora de dar el Gobierno, tanto al PP como al PSOE, a él le daba lo mismo, sólo deseaba lo mejor para Cataluña a la que hacía sinónima de sí mismo, como demostró al envolverse en la senyera dando vivas a la patria, asomado al balcón en la Plaza de San Jordi, cuando los tribunales osaron imputarle y llamarle a declarar. El pueblo catalán se echó a la calle en la mayor concentración que se conocía hasta entonces, movido por las palabras de su adorado Jordi, que se había recorrido de joven Cataluña con un seiscientos y un megáfono dando mítines por los pueblos, reivindicando la patria catalana, y les hizo creer que la justicia española venía a secuestrar su esencia nacional, la razón de su existir.

Con la ayuda de González, aquella estafa en la que el señor Pujol estaba implicado, quedó archivada, y sabiéndose respaldado por la gobernabilidad de los constitucionalistas de Madrid, y por el fervor nacional de su propio pueblo, se entregó junto a su señora al saqueo que hoy conocemos y entonces ya se sabía. Pero como daba el Gobierno de España a quien lo necesitara, esa virtud de ser un maestro de la gobernabilidad, le convertía en intocable. A él le daba lo mismo uno que otro, pero no ocho que ochenta. Siempre con un ojo puesto en sus recónditas cuentas, manejaba el cotarro con la simple fórmula de “ustedes hagan y dejen hacer”. A buen entendedor pocas palabras bastan y todos se aplicaron el cuento.

Finalmente, y por cosas del independentismo, todo esto de los ingresos de la familia Pujol ha salido a la luz. El latrocinio estaba amparado por la gobernabilidad, pero sin ella no se sostiene. Estos cachorros independentistas, hijos y nietos de aquellas doctrinas que diera Pujol con su megáfono, han venido a echar por tierra todo el tinglado que se tenían montado los adalides de la gobernabilidad a mayor gloria de su identidad catalana o española, que tanto les daba, y han puesto en práctica los principios de la identidad nacional de forma drástica, sin ofrecerlos antes al libre mercado, donde se compran y se venden estos sentimientos profundos e irrenunciables a cambio de un módico o un desorbitado precio, según sean las necesidades de aquel que pretende el Gobierno.

Como las lluvias en los trópicos, todo vuelve por la característica de los planetas de ser redondos y girar sobre sí mismos, al tiempo que lo hacen alrededor de las estrellas en las diferentes constelaciones. Todo regresa. También la gobernabilidad y las camisas de flores.

Ahora vivimos tiempos de “gobernabilidad” y se abren las carteras, al tiempo que se guardan los principios para que esa virtud de dejar las tareas de Gobierno al mejor postor se imponga sobre cualquier otra cuestión.

Se acabó la borrachera del gasto público, nos anuncia el señor Montoro al presentar los Presupuestos, el mismo que ejercía de dios Baco, en compañía de otros, cuando, en efecto, la fiesta de la dilapidación de los fondos públicos se celebraba en el gran templo del esplendor desarrollista de las burbujas que nos explotaron en la cara. Ellos dilapidaron nuestro dinero en lugar de construir un país, derivando fondos tanto al partido como a los bolsillos de los colegas, que se cuentan imputados por centenares en los diferentes procesos abiertos y que, también ahora, se intentan parar, encubrir y archivar, con todo tipo de triquiñuelas, incluyendo el descaro de poner la frente del gobierno de la Justicia tanto a personal personal afín sin escrúpulos, como a fiscales y magistrados que más parecen trabajar para la causa juzgada que para la juzgadora. Y en esas estamos. Ellos se emborrachan, y nosotros pagamos las copas. También sufrimos la resaca cuando llega la hora de aprobar las cuentas.

Aparecen los que tienen la posibilidad de hacer “gobernabilidad” con sus sacas abiertas corriendo a por el botín. El Gobierno, conocedor del juego, se reúne en despachos donde se trilea y se pergeña el trato hasta llegar al apretón de manos, porque si pierde el poder, cuya legitimidad ya dejó hace tiempo en el camino con sus diferentes acciones al margen de la ley, se le puede acabar el cuento. Ahora entenderán muchos por qué estos pequeños partidos aplaudían la pluralidad que se veía en el hemiciclo. Echaban cuentas contando escaños y calculando el precio que tendrían los suyos se les iba la cabeza como en su día se le fue a Sagaseta cuando entró Tejero pegando tiros. Son imprescindibles para la gobernabilidad y vienen a cosechar su valor de mercado a la hora de aprobar unas cuentas que según dicen expertos agudizan el deterioro del Estado de Bienestar y a incrementar la desigualdad y la pobreza.

“Si quieres grano, Aitor, te dejaré mi tractor”. Y así ha sido. Aitor se ha llevado una buena cosecha a costa de dejar vendido al resto del personal, cosa que a los representantes del PNV, que siempre presumen de honrados y de que entre sus filas no se dan casos de corrupción, les importa un carajo porque, nacionalistas en esencia, miran para lo suyo que es lo que les proporciona el voto. Un problema salía al paso. Una vez salvado el culo aquí, quedaba por salvar la cara allí. Cómo se presentaban con la saca en su pueblo pactando con un partido al que saben corrupto, facha y poco amigo de los vascos, a los que consideran terroristas en potencia y, al PNV, en concreto, tibio y necesario para que aquel horror sucediera. Han salido del paso ideológico apuntalando al Gobierno de Madrid con un posible acercamiento de presos.

Esa reivindicación siempre negada en la que el PP se mostraba intransigente y, en tanto tal, único valedor de la lucha contra el terrorismo, ha sido doblegada por la “gobernabilidad”. Ya no se es batasuno ni afín a los que matan por pretender eso del acercamiento de presos. El sufrimiento infringido a las familias era, por tanto, gratuito. Con tal de estar allí donde se recaudan los dineros de los ciudadanos, es posible que regresen los tiempos en los que Aznar se refería a esos que luego eran terroristas que se pudrirían en la cárcel, como Movimiento de Liberación Vasco.

Se impone la necesidad de aguantar en el poder para no perder el control de las instituciones, en unos tiempos tan delicados que hasta Acebes, en conversación telefónica con Ignacio González, afirma que podrían tener serias dificultades. En este estado de emergencia, se salta hasta esa gruesa y sagrada línea roja que marca el terrorismo y sus secuelas, y que tiene trazado un círculo sanitario alrededor de varios kilómetros.

No hay ideales, no hay moral, no hay religión ni norma, sólo un norte: La pasta y su incautación.

Los canarios, por su parte, sin concesiones políticas de gran alcance sólo quieren dinero. Rehecha la injusticia que según ellos desequilibraba la balanza, no tienen el menor problema en apuntalar a este Gobierno que además suele contar con ellos para presidir, en tanto neutrales, comisiones de investigación.

Mientras, en las tertulias y foros de politólogos se debate la estrategia a seguir, si la moción de censura continúa, pero con una conclusión común: plantearla a sabiendas de que se va a perder y sin pactos previos es ridículo. Hacen mención a las anteriores llevadas a cabo por Felipe González y Hernández Mancha. No coincido con ellos. En ninguno de los dos casos la situación era tan grave y descarada como la actual. Mientras, el PSOE tiene un grave dilema que le lleva a plantearse si votará no, o se abstendrá. Terrible tesitura que no sé a quién puede importarle.

Más de lo mismo. Sí, que son ladrones no se discute, pero la cosa es a ver qué saco yo de todo esto.

No habrá borrachera de gasto público. Son tiempos de “gobernabilidad” y las borracheras de despilfarro se hacen a puerta cerrada, se apañan en los despachos.

El desfile de la victoria

Quién sabe si para cuando se les pueda desbancar será tarde. Desde luego no dejan títere con cabeza, ni juzgado sin vigilante.

El Estado de Derecho será sinónimo de Estado de Derechas porque habrá que ser de lo segundo para poder administrar el primero.

Coincide este tiempo de gobernabilidad con el de la declaración de la renta, recuerden: Hacienda somos todos. Aunque aquella abogada del Estado, dando la cara por la infanta imputada, en lugar de por el Estado en cuestión, durante el juicio del caso Nóos, nos recordara que el que piensa eso es un gilorio.

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