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Distopías sin fecha de caducidad

El cuento de la criada, de Margaret Atwood.

El cuento de la criada

Margaret Atwood

Traducción de Elsa Mateo Blanco

Salamandra

Barcelona

2017

Resulta curioso cómo cada generación reconoce en novelas distópicas escritas hace décadas, y en diferentes contextos sociopolíticos, tendencias de su propio presente. Así, la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha disparado las ventas de 1984, de George Orwell, pese a que fue escrito en 1948 pensando en los regímenes totalitarios del siglo XX; y algo similar está ocurriendo con El cuento de la criada, de la canadiense Margaret Atwood. La novela se publicó en 1985, una época con fuertes presiones tanto de los antiabortistas como de los movimientos antipornográficos, y se ha recibido en este 2017 como un envite contra la misoginia del nuevo gobierno norteamericano.

Quizás en esa capacidad de actualizarse –o, visto de otra manera, en la facilidad con la que la política real pisotea cada tanto libertades y derechos adquiridos— resida mucha de la atracción que durante décadas han despertado novelas canónicas del género. A las mencionadas se podrían añadir Fahrenheit 451, Ray Bradbury o Un mundo feliz, de Aldous Huxley. En todo caso, el vínculo empático que se mantiene entre lectores de todas las épocas y sus protagonistas pone de manifiesto que, a pesar de los avances democráticos, seguimos temiendo lo mismo que en siglo XX: las dictaduras, la tiranía y el control de la vida pública y privada de los ciudadanos.

La nueva vida de El cuento de la criada, publicada en castellano por el sello Salamandra, se debe en buena medida a la sobresaliente adaptación televisiva realizada por la plataforma de contenidos Hulu y la división televisiva de la Metro-Goldwyn-Mayer. En España, se puede ver a través de HBO. El éxito de la serie —que se hizo el pasado domingo con ocho premios Emmy— ha ayudado a que la novela de la escritora canadiense se convierta en uno de los libros de ficción más vendidos de las últimas semanas en España y ocupe los primeros puestos de ventas en Amazon. La segunda temporada ya ha sido anunciada y se emitirá en 2018.

El cuento de la criada, que Atwood califica como ficción especulativa, simula la escritura testimonial de libros como El diario de Ana Frank. En este caso, la protagonista es una mujer, Defred, que narra su cautiverio en una dictadura puritana y teocrática que domina Estados Unidos tras un golpe de Estado. La amenaza del terrorismo islamista sirve a los nuevos tiranos de la República de Gilead como excusa para ejercer su poder omnímodo. Mientras que un grave problema de infertilidad por contaminación (al estilo de Los hijos de los hombres, novela de P. D. James llevada al cine por Alfonso Cuarón) es la justificación para controlar todos los aspectos de la vida de las mujeres. Las más devotas son designadas como Esposas de los Comandantes, las Marthas se dedican al trabajo doméstico y las Criadas son jóvenes fértiles cuyo objetivo es concebir un hijo que será arrebatado por el político y su esposa. Defred es una criada, pero tanto para ella como para sus compañeras hay otro destino peor: las Colonias, un lugar al que destierran a todos los disidentes para recoger residuos tóxicos en unas condiciones deplorables. O al menos esto último es lo que cuenta la propaganda del nuevo régimen.

La edición de Salamandra incluye a modo de introducción un artículo publicado por Atwood en The New York Times en marzo de 2017 sobre el significado de El cuento de la criada en la era Trump. La escritora desgrana varias de las comparaciones históricas y responde a algunas dudas que han surgido entre los lectores desde que la obra fuera publicada en 1985. Como, por ejemplo, si a su juicio se trata de una novela feminista —aunque el público ya ha decidido que sí—; o cuál es el nombre real de la protagonista, ya que Defred (“de” + “Fred”, el nombre de su Comandante) es el impuesto por el nuevo orden social. Explica, también, que una de sus premisas era no inventar ningún suceso que no hubiese tenido lugar ni aparato tecnológico que no estuviera disponible en aquel momento. Atwood vivía en Berlín Occidental cuando empezó a pergeñar la historia, de ahí la importancia del Muro, que en el libro sirve para exhibir los cadáveres de los opositores al régimen o pecadores según la nueva moral, y la sensación de encierro dentro de las fronteras de la República de Gilead. En una entrevista concedida en 1986, la autora contaba que había tardado tres años en ponerse a escribir la novela desde que había surgido la idea “porque sentía que era muy loca”.

No obstante, no es difícil encontrar ejemplos históricos y recientes con reminiscencias a esta aterradora fantasía distópica. La propia Atwood habla de un precedente bíblico en el Antiguo Testamento, sobre el que se asentaría toda la narración. Se trata del relato de Jacob y sus dos esposas, Raquel y Lía, que a su vez eran hermanas. Éstas, al no poder engendrar, le dicen a Jacob que se acueste con sus respectivas criadas, Bilhá y Zilpa, para que puedan tener hijos. “Ahí tienes a mi criada Bilhá; únete a ella y que dé a luz sobre mis rodillas: así también yo ahijaré de ella”, dice Raquel. El control de las mujeres y de su descendencia a través del robo de bebés ha sido una táctica habitual en las guerras y los regímenes dictatoriales. Como sucedió en España desde la posguerra hasta los años ochenta. Mientras que el uso de los colores y la vestimenta para dividir a la población, un elemento con gran peso en la novela (las Criadas van completamente vestidas de rojo y las Esposas de azul), también se utilizó, por ejemplo, en los campos de concentración nazis, en el Irán posterior a la Revolución islámica; y se continúa haciendo en el estricto régimen religioso de Arabia Saudí o en Corea del Norte, a través de los limitados estilismos permitidos.

Darle la vuelta a la Utopía

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La serie recrea con maestría todo ese juego poético de colores y símbolos. La adaptación amplía además, para satisfacción de los lectores, el universo de El cuento de la criada con nuevos giros narrativos. Pero el gran acierto de la versión televisiva es haber situado la historia en el presente. Las imágenes de la Ceremonia (rito aceptado por la sociedad de Gilead en el que el comandante viola a su criada) cobran un nuevo significado en pleno debate sobre los vientres de alquiler; así como la persecución y asesinato de homosexuales cuando hace apenas unas semanas dos periodistas acreditaban que en Chechenia existen campos de concentración para este colectivo. Hoy en día no resulta chocante que se recorten derechos y libertades tras un suceso excepcional: ahí tenemos la Patriot Act o a la primera ministra británica, Theresa May, defendiendo que se limiten los derechos humanos para hacer frente al terrorismo islamista. En El cuento de la criada, Atwood explica que hubo manifestaciones antes de que todo se terminase de torcer, pero que fueron más pequeñas de lo que cabría esperar. “No nos despertamos cuando masacraron el Congreso. Tampoco cuando culparon a los terroristas y suspendieron la Constitución”, añade su personaje. Da miedo que en pleno 2017 la República de Gilead no resulte una idea tan descabellada.

*Saila Marcos es periodista en Saila MarcostintaLibre e infoLibre

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