Verso Libre
Televisión de negro
La manipulación informativa de Televisión Española se suma a las bien programadas campañas de manipulación de las cadenas privadas. La diferencia es que Televisión Española es un medio público, sostenido para dar una información veraz e independiente, y las otras cadenas responden de manera natural a los intereses económicos e ideológicos de sus propietarios.
Confundir la libertad informativa con la libertad de creación de medios privados es una de las grandes trampas del periodismo actual. Las televisiones privadas responden a las estrategias poderosas de unas élites que van quemando etapas. En un primer momento, las élites políticas fundaron sus medios de comunicación; después, fueron los medios los que tuvieron sus partidos. Ahora ni siquiera son indispensables los partidos, aunque siempre vienen bien. Las élites crean mundos virtuales y disponen de sociedades enteras para instaurar su felicidad o su miedo.
Y no se trata sólo de opinar mejor o peor de unos políticos concretos. El modo de acercarse a la realidad, la forma de tratar los crímenes o de elegir los conflictos, la manera de entretener o de indignar, las risas y las lágrimas, las rabias y los deseos, están concebidos para crear un determinado tipo de espectador. Las nuevas posibilidades tecnológicas con programaciones a la carta, esto quiero y lo tengo de inmediato, crean, además, un concepto mercantilizado del tiempo, sin espera ni historia, propio de un ser humano definido por la aceleración del consumo y por la renuncia a las citas colectivas.
¿Se trata del inevitable progreso? Bueno, se trata del inevitable progreso del capitalismo, un modo de vida revolucionario que se devora a sí mismo y que no tiene otra ley que el dinero. Frente a este tipo de revoluciones, pensar con amor a la vida supone en parte ser conservador, elegir las cosas que merece la pena conservar frente a las producciones destructivas de la realidad. Considero que una de esas cosas decisivas es la información pública, asegurada en su tiempo y en su independencia por el Estado (otra cosa que merece la pena conservar en contra de las desregulaciones del neoliberalismo).
Una televisión independiente, no controlada por ningún partido, ni por las élites económicas, es uno de los retos fundamentales de la democracia. Gobernar no significa entender las instituciones como una propiedad privada, sino gestionar el bien común con respeto a la entidad de lo público. La manipulación partidista de los medios públicos de información es el signo más claro de la degradación democrática. Y en este sentido, como en todos, las actuaciones del PP son desoladoras.
Es verdad que vivimos un mundo en el que la televisión es desbordada por el vértigo de las redes sociales. Pero buena parte de las informaciones que luego se repiten en las redes nacen de la televisión o del periodismo escrito. Por otra parte, la eliminación de los espacios en los que puede legitimarse una información contrastada y organizada por profesionales independientes sirve para crear una dinámica de la confusión. Todo cae en el descrédito y, a la vez, todo sirve para alimentar la buena fe de las mentiras. Es el modo contradictorio en el que hoy funciona una sociedad que sospecha de todo menos de sus propias mentiras antidemocráticas.
La hora de la ciudadanía
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En los movimientos racistas de indignación que están recorriendo el mundo, desde EEUU a Italia, el nuevo fascismo suele criticar a los periodicuchos democráticos y a los manipuladores de la información. Y se confunde la grosería con la verdad. El descrédito generalizado forma parte de la nueva religión mediática que juega con el miedo, la culpa, el sermón y la fe para conseguir que la gente vote en contra de sus propios intereses. ¡Vivan las cadenas! ¿La gente es tonta? No, es creyente en la religión popular de la sospecha.
Las nuevos soportes digitales, dominados en su mayoría por el poder del dinero, han abierto la oportunidad de una prensa libre, independiente de los bancos y las multinacionales. Periódicos como infoLibre merecen un apoyo decidido. Pero su campo de actuación es fruto de limitadas aportaciones individuales. Hay también un horizonte colectivo: la ciudadanía democrática necesita recordarle al Estado su obligación de facilitar la independencia y el rigor de los medios públicos de comunicación. Tenemos derecho a una información que no sea de partido, sino el fruto de un periodismo no manipulado.
Muchas periodistas de Televisión Española se han vestido de negro para protestar por la política informativa impuesta por el Gobierno. No sólo están dando un ejemplo de orgullo profesional. Nos recuerdan también que la democracia es inseparable de la dignidad laboral, otra lección muy necesaria en los tiempos que corren.