Cultura
Rodolfo Walsh y el fusilado que vivía
Se acaba el año 1956 en Argentina, y el periodista y escritor Rodolfo Walsh, nacido ni 30 años antes en Choele Choel, en la provincia patagónica de Río Negro, recorre Buenos Aires con un reportaje que le quema en el bolsillo. Es la historia de Juan Carlos Livraga, conductor de autobús y superviviente. ¿Superviviente de qué, a qué? Del ataque represivo de la autodenominada Revolución Libertadora, dictadura cívico-militar en el poder del 55 al 58, contra un grupo de civiles, como castigo tras el levantamiento operado contra el régimen por militares peronistas. Ni Walsh ni nadie sabía lo que le había ocurrido a una docena de hombres, fusilados en un basurero aquella noche del 9 de junio. Pero meses más tarde, el reportero escucha: "Hay un fusilado que vive". Y le busca. Y le entrevista. Y sigue buscando. Y ve que no es el único. Y aquel soplo se convertiría luego en Operación Masacre, el pilar del periodismo narrativo latinoamericano, pionero de la narrativa de no ficción antes de que Truman Capote escribiera A sangre fría, una joya de la investigación y la literatura que publica ahora en España Libros del Asteroide.
Pero por ahora el joven Walsh camina creyendo llevar consigo la exclusiva de su vida —y llevándola, de hecho—, antes de darse de bruces contra la realidad. Lo cuenta años más tarde en el prólogo de a tercera edición del libro en que se convertiría aquel primer encuentro: "Paseo [la historia] por todo Buenos Aires y nadie me la quiere publicar, y casi ni enterarse. Es que uno llega a creer en las novelas policiales que ha leído o escrito, y piensa que una historia así, con un muerto que habla, se la van a pelear en las redacciones, piensa que está corriendo una carrera contra el tiempo, que en cualquier momento un diario grande va a mandar una docena de reporteros y fotógrafos como en las películas. En cambio se encuentra con un multitudinario esquive de bulto". Hay un tipo, sin embargo, Leónidas Barletta escritor, militante y responsable del periódicos Propósitos, un tipo al que Walsh define como "un hombre que se anima": "Temblando y sudando, porque él tampoco es un héroe de película sino simplemente un hombre que se anima, y eso es más que un héroe de película".
Si el reportero hablaba de su primer editor como "un hombre que se anima", la periodista Leila Guerriero, una de las grandes figuras del periodismo narrativo de hoy, habla de aquel chico de Lamarque en términos parecidos. "Rodolfo Walsh, o cómo no ser el hombre cualquiera": así se titula su introducción a la edición, la tercera en España tras los intentos más humildes de 451 editores (en 2008) y Editorial Sol 90 (2001) de hacerla llegar a los lectores. De él, del hombre cualquiera que era Walsh antes de encontrarse con Livraga, dice la escritora:
"La política no era su preocupación, la justicia no era su prioridad y el periodismo de investigación no era su interés.Un año más tarde cada una de esas frases era su exacta viceversa".
Y tan viceversa. Porque aquella primera conversación con Livraga, un colectivero alejado del peronismo que se había acercado a escuchar una pelea de boxeo por radio, llevará a otras. "No sé qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades", dirá en el prólogo. "Pero después sé", continúa, recordando el rostro del superviviente. "Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Me siento insultado (...)". Por aquella historia, por tirar del hilo hasta encontrar a sus siete fusilados vivientes, Walsh dejará su casa, viajará con un nombre falso, burlará a la policía del régimen. Durante meses, hasta que los reportajes comienzan a publicarse en el diario Mayoría, de mayo a julio de 1957. Y aún más, durante los desmentidos y las réplicas a las informaciones, y las nuevas investigaciones que tratar de darles respuesta.
Operación Masacre es un libro tan capaz de crearse en descripciones y diálogos como sumergirse en exhaustivas disquisiciones sobre calles, horas y declaraciones encontradas. Dividida en tres partes, el relato se detiene primero en sus protagonistas —"Nicolás Carranza no era un hombre feliz, esa noche del 9 de junio de 1956..."—, para pasar luego a los sucesos de junio, sus antecedentes y consecuencias, y terminar con la investigación judicial que abrió Livraga con su valiente declaración ante un magistrado. Todo conduce, lentamente, a que el periodista pueda acabar afirmando, sin temor no ya a equivocarse sino a que le presenten pruebas contrarias: "Los detenidos de Florida fueron penados, y con la muerte, y sin juicio, y arrancándolos a los jueces designados por la ley antes del hecho de la causa, y en virtud de una ley posterior al hecho de la causa, y hasta sin hecho y sin causa".
Pero Operación Masacre no cambió solo el periodismo, que supo a partir de ese momento —o quizás algo más tarde, cuando generaciones posteriores olisquearon en aquel libro un aire de pionero— que podía unirse el relato riguroso de los hechos a la mirada honda de la literatura, sin que sufrieran el uno ni la otra. "Operación Masacre cambió mi vidaOperación Masacre", recoge Guerriero en la introducción recurriendo a la "Nota autobiográfica" de Walsh. "Haciéndola, comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior (...). Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda". Quien fuera un escritor más interesado en tejer tramas de novela negra que en la sangre de las calles se convirtió en un autor comprometido, tanto de no ficción como de ficción.
¿Dónde está Leila Guerriero?
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Aunque quizás llamarlo así, autor comprometido, sea más que un eufemismo. En 1973, recuerda Leila Guerriero, se une a la organización guerrillera Montoneros, donde ocupa el cargo de oficial primero bajo el nombre en clave de Esteban. En 1976, meses después del golpe de la que sería la dictadura cívico-militar de Jorge Rafael Videla, su hija María Victoria Walsh, también periodista y también integrante de Montoneros, moriría en un enfrentamiento con el ejército: "Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir", dijo, antes de suicidarse de un disparo.
En 1977, el autor de Operación Masacre escribía quizás su segunda obra periodística más relevante. Carta abierta de un escritor a la Junta Militar denunciaba los asesinatos, torturas, secuestros y encarcelamientos del régimen recién instalado y debía viajar, en forma de misiva, a medios extranjeros y nacionales, a amigos de aquí y de allá. Y viajó, de hecho, a partir del 25 de marzo, cuando el propio periodista dejó los sobres en manos de correos. Ese mismo día fue desaparecido por la dictadura, es decir, fue asesinado por miembros del ejército. Guerriero recoge en su apertura una pequeña confusión: "Gabriel García Márquez, en un texto circa 1977 (Rodolfo Walsh, el escritor que se adelantó a la CIA) dice: 'Rodolfo Walsh dirigió a la junta militar argentina una carta acusatoria que quedará para siempre como una obra maestra del periodismo universal. Esa fue la carta que le costó la vida". No sería así, defiende la periodista: "Cuando los militares dispararon contra él no sabían, de esa carta, nada. Sabían, en cambio, todo lo demás".