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Un país fallido con su juventud

Albino Prada

Diez años después del estallido de la crisis financiero-inmobiliaria de 2008, sus efectos en el empleo no solo siguen concretándose en una estratosférica tasa de paro juvenil (mucho mayor que la ya elevada tasa media) o en un empleo de los más jóvenes crecientemente precario (en su duración, jornada o ingresos).

Un hecho especialmente grave, y muy poco resaltado, está siendo el envejecimiento de nuestra población ocupada, a causa de la masiva expulsión de los más jóvenes en la distribución de los empleos hoy existentes respecto a la situación de hace diez años.

Según la Encuesta de Población Activa (EPA) elaborada por el INE la población joven ocupada (de 16 a 34 años) entre 2008-2018 (datos del tercer trimestre) ha disminuido en tres millones de personas. Presentamos en un primer gráfico el desglose completo de la variación de los ocupados españoles para todas las edades en esta última década.

 

Elaboración propia con datos INE-EPA del tercer trimestre

Como puede observarse, mientras el empleo total aún hoy es inferior en un millón de personas al del año 2008, los ocupados de menos de 35 años se han desplomado en tres millones de personas, y los ocupados de más de 35 años se han incrementado en dos millones.

Se está produciendo así un envejecimiento de nuestros ocupados, que se traduce en escasas oportunidades de empleo para los más jóvenes y en presión hacia la emigración. Dicho envejecimiento queda patente en un segundo gráfico que presentamos, más resumido. Por cierto, un envejecimiento que no se observa en otros países europeos.

 

Elaboración propia con datos INE-EPA del tercer trimestre

De manera que mientras en 2008 los ocupados más jóvenes se acercaban al 40% del total, hoy ya son apenas un 25% del mismo. Una mutación que compromete seriamente la sostenibilidad de nuestro sistema demográfico y de protección social.

¿Qué podemos precisar sobre esa mutación en función de la nacionalidad? En primer lugar que, según los mismos datos del INE por nacionalidades, de los tres millones de más jóvenes (entre 16 y 34 años) que han dejado de estar empleados en España entre 2008 y 2018, unos 800.000 eran extranjeros mientras que 2.300.000 tenían la nacionalidad española.

 

Elaboración propia con datos INE-EPA

Es fácil suponer que buena parte de los 800.000 jóvenes extranjeros, que hoy ya no tienen un empleo en España (y lo tenían en 2008), han regresado a sus países de origen. ¿Habrá también emigrado buena parte de aquellos 2.300.000 jóvenes españoles?

Para empezar se comprueba que no han engrosado el número de parados puesto que su volumen total, para los jóvenes entre 16-34 años, es hoy muy semejante al del año 2008. Tampoco encontramos en una mayor población joven inactiva una explicación suficiente: porque, por ejemplo, los que han buscado en los estudios una forma de transitar la crisis solo asciende a unos 300.000. Y menos aún se observa que hayan engrosado, diez años después, los ocupados entre 35-44 años, grupos en que los ocupados se mantienen estables (vea de nuevo nuestro primer gráfico).

De manera que nos quedan cerca de dos millones de jóvenes españoles menos candidatos a haber dejado el país entre 2008-2018.

Podemos indagar algo más al respecto consultando las cifras de población total residente que estima el INE en su EPA. También en este caso se anotan en tres millones el descenso de población residente en España entre los 16-34 años. Un desplome muy semejante al de la población ocupada total entre esas edades. Como también registra, por cierto, un desplome de 360.000 ciudadanos en ese mismo período entre 0-4 años, sin duda derivado del impacto de la crisis sobre la natalidad tanto de los que no emigran como de los que ya no nacerán aquí. Una emigración de jóvenes que retroalimenta un desplome demográfico con caída de la natalidad.

Estamos ante un caso desafortunado, entre otros muchos por desgracia recurrentes a lo largo del mundo, de lo que denomino formas de despilfarro catastrófico en mi reciente ensayo "El despilfarro de las naciones".

Para esquivar tal despilfarro de la juventud más cualificada que hemos tenido en España, no nos va a quedar más remedio que incentivar el reemplazo de las personas ocupadas de menos de 65 años (con contratos de relevo, en vez de aplazar su jubilación), repartir el menguante empleo (y la mayor riqueza) que provoca la llamada economía 4.0 y evitar que dicha economía afecte a sectores que consideremos clave para dar oportunidades de empleo digno a nuestros jóvenes, tal como ya se aplican a hacer en el muy robotizado Japón.

Solo así podremos primero detener y luego revertir una sangría demográfica que nos convierte en un país fallido con su juventud. Sin caer en la tentación de camuflar un colapso colectivo con medidas elitistas para el retorno selectivo de los jóvenes "primeros de la clase", como bien razona el Nobel indio Amartya Sen en uno de sus últimos ensayos.

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Albino Prada es doctor en Economía y miembro de ECOBAS

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