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Las ratas y el 28 de abril

Cuando llegan las elecciones, el dilema que se nos presenta a mucha gente es el siguiente: ¿contra quién votamos? El voto afirmativo sólo existe para quienes están convencidos de que su partido es el mejor. Para los demás lo que existe es ese malestar instalado en la incertidumbre casi permanente, en no saber qué pasará mañana con tu vida, en mirar a tu alrededor y ver que el futuro es como el rábano que le ponen al burro delante de los morros para que no llegue nunca a tenerlo entre los dientes.

Tenemos una democracia frágil. Muy frágil. Lo digo, entre otras cosas, porque hay otro convencimiento más o menos generalizado: quienes ganan las elecciones son los que no se presentan a esas elecciones: los banqueros, los empresarios ricos… O sea: los dueños del dinero, esos que también se llaman en términos económicos Ibex35. Estamos en la democracia del dinero. La crisis de los últimos años la han sufrido los que menos tienen. Las grandes fortunas no han notado esa crisis. Para nada. Al revés: esas grandes fortunas se han hecho más grandes durante la crisis.

También estamos en la democracia de la mentira como programa electoral, de las policías secretas al servicio de intereses financieros, mediáticos y partidistas que luego se llaman hipócritamente patriotas, de la vuelta atrás hacia los rincones más tenebrosos de la dictadura franquista, de esa miseria moral que ha convertido los cimientos del Estado en una cloaca donde las ratas se mueven en sus regueros de mierda como Pedro por su casa.

¿En los debates electorales valen las mentiras?

La novedad en las elecciones del 28 de abril es que la extrema derecha va con su nombre, y no como hasta ahora, que estaba bajo el paraguas del PP. Lo que pasa es que para que los que se fueron a Vox regresen, el PP ha contratado a Aznar y Aznar ha dicho que Pablo Casado es el mejor líder que ha tenido su partido: se entiende que Aznar quiere decir que Casado es el mejor líder que ha tenido el PP después de él mismo, claro está. También ha dicho –chulo él– que a ver quién es capaz de mirarlo a la cara y aguantarle la mirada. A lo mejor es que ahora se ha hecho hipnotizador, o que después de tantos abdominales se ha creído que es Rambo o Arnold Schwarzenegger. El caso es que Ciudadanos se ha sumado a la extrema derecha para no quedarse triste y solo, como en la canción de la tuna, y ya son tres los herederos del franquismo –y defensores, además, del Ibex35– que luchan por ser los primeros el próximo domingo 28 de abril. Ahora parecen enemigos (ni ellos se lo creen), pero no tengan ustedes ninguna duda: si entre los tres pueden gobernar después de las elecciones, gobernarán. Lo mismo que en Andalucía.

No sé qué cuentas harán los partidos progresistas y de izquierdas. Pueden ganar si el personal no se queda en casa ese domingo. Ya sé que es ésa, la de quedarse en casa, una opción tan legítima como cualquiera otra. Pero ya ven ustedes lo que pasó en las elecciones andaluzas. La preocupación mía y creo que de mucha otra gente es si después de las elecciones el PSOE –si las gana, como aseguran las encuestas– mirará a Ciudadanos para pactar en vez de a las izquierdas. Espero que no, aunque lo que dijo el ministro Ábalos sobre posibles pactos “constitucionalistas” resultara una miaja inquietante. Pero, en todo caso, lo que yo espere o no espere no va a decidir nada. Lo importante –al menos para mí– es que la gente vaya a votar.

Y sobre todo: que la calle esté viva antes, durante y después del 28 de abril. No todo se ha de decidir en las instituciones. Por eso si la calle se apaga, mala cosa. Si la calle se apaga seguiremos teniendo una democracia frágil, muy frágil, sólo controlada por los del Ibex35, esos que no se presentan a las elecciones y siempre las ganan. Contra ellos votaré ese día. Contra ellos.

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