La guarida de la poesía

Francisco Díaz de Castro

La guarida inútil. Poesía reunida (1970-2023) - Álvaro Salvador

Edición y presentación de Gracia Morales

Vandalia (Sevilla, 2025)

Con el título de La guarida inútil, un verso de Las cortezas del fruto (1980), Álvaro Salvador recoge la práctica totalidad de su producción poética a lo largo de más de medio siglo de escritura, e incluye además el libro inédito Aguaparra. El volumen nos ofrece la escritura en sucesión de un poeta para quien esa "guarida inútil" que es la poesía ha dinamizado lo sustancial de una dedicación y una pasión de vida que es la que da coherencia y unidad a la escritura de todos sus libros.

En su edición, Gracia Morales ha organizado la obra en cinco partes. Primeros poemas presenta una muy estricta selección de trece poemas de los cuatro primeros libros –Y… (1972), La mala crianza (1974), De la palabra y otras alucinaciones (1975) y Los cantos de Ilíberis (1976)–, que da cuenta representativa de la variedad de las búsquedas e inquietudes de la poesía joven en los años setenta que hizo suyas el poeta en ciernes. En ellos, entre las abundantes referencias a la música pop o rock, al cine, a la novela negra, al freudomarxismo, etc., se afincaba ya un cuestionamiento crítico de la realidad y del lenguaje poético que desembocaría en los textos del primer libro clave Las cortezas del fruto (1980), inaugural manifestación de lo que para Juan Carlos Rodríguez, el profesor granadino maestro de toda una generación, iba a ser la otra sentimentalidad y que significaba la "profesionalización idológicopoética" del autor. Poemas tan conocidos como La mala crianza, Canción del reincidente, Dafnis y Cloe están en la repisa o Interrogación a la palabra dan buena cuenta de las distintas líneas que seguiría a partir de entonces la escritura de Álvaro Salvador.

Las cortezas del fruto abre la sección Otra sentimentalidad, que agrupa lo que en principio podría considerarse como lo esencial suyo de la propuesta que en 1983 lanzaron con ese nombre el propio Álvaro Salvador, Javier Egea y Luis García Montero, en pos de un proyecto capaz de borrar las fronteras entre lo público y lo privado, entre la intimidad y lo histórico, a partir de lo que Juan Carlos Rodríguez llamó "la radical historicidad de la literatura". Se agrupan a continuación en este apartado Diario de Firenze –con los poemas que formaban parte de Tristia (1982), el libro escrito al alimón con Luis García Montero–, El agua de noviembre (1985) y La condición del personaje (1992).

A lo largo de estos libros se perfila cada vez mejor el modo sentimental y crítico característico de Álvaro Salvador y, sobre todo, el impulso de conocimiento que dinamiza toda su escritura posterior. Un conocimiento de sí mismo y de la realidad que se manifiesta como siempre precario y al que sirven de ejes que articulan toda su poesía la reflexión sobre el amor, el erotismo y el compromiso con la historia colectiva.

A continuación, y tras nueve años de silencio culmina en Ahora, todavía, con el libro del mismo título publicado en 2001, una madurez poética en la que la razón analítica -intimidad, historia, mediaciones- adopta decididamente el artificio de una voz confesional con tintes elegíacos en la que el despliegue del erotismo y los quiebros irónicos equilibran el patetismo en una escritura que comienza a adentrarse en la conciencia desolada de la edad, que sigue constatando los fracasos de la Historia (Callejón de la Isla, Los tejados de Praga, Los niños de la guerra) y, sobre todo, que trata de desenmascarar los artificios del sujeto poético.

Canciones del outsider, el cuarto apartado de La guarida inútil, acoge los tres libros siguientes: La canción del outsider (2009), Fumando con mis muertos (2015) y Un cielo sin salida (2020). Por su parte, El presente, cerrando el conjunto, aporta el libro inédito Aguaparra, con lo que tiene de renovado balance vital. El creciente desengaño, el sentido de marginación y el mayor intimismo sentimental conviven con una mirada más ácida en torno al presente individual y colectivo: la fusión de lo privado y lo público es la tónica dominante en estos últimos cuatro libros de Salvador, donde la denuncia alcanza intensidad y mayor inmediatez que antes en poemas como La sustancia del tiempo, La canción de la tierra, ambas de Fumando con mis muertos, Cristal de Praga o Marca España, de Un cielo sin salida.

Si las evocaciones del pasado biográfico abundan en La guarida inútil desde los primeros libros, aumenta considerablemente a partir de ahora el protagonismo de las vivencias infantiles y de los recuerdos de figuras familiares. Dichas evocaciones se materializan, además, en poemas extensos como Estación de servicio, de La canción del outsider; Fumando con mis muertos, en el libro del mismo título, y Aguaparra, del más reciente. Habría que mencionar también el extenso El día que mataron a Sharon Tate, de Un cielo sin salida, que vuelve sobre los años de la primera juventud del poeta para revisar la propia biografía a la luz de la historia de aquel momento de 1969.

Entre otras cosas, Aguaparra aporta a la trayectoria de Álvaro Salvador el mayor protagonismo de la experiencia infantil como clave biográfica. Ciertamente, como he dicho, a lo largo de su obra han ido apareciendo referencias a los orígenes, unidas a veces a la frecuente figura del padre, pero sin duda ahora el poeta ha querido desde su madurez vital y poética que en este libro el homenaje a sus primeros años sirva para completar los rasgos y los motivos de ese personaje complejo, ese outsider, que trata de autoconocerse a lo largo de toda La guarida inútil.

Aguaparra, detalladamente comentado por Gracia Morales en su presentación, está dividido en tres secciones, más un Epílogo, que establecen una secuencia en tres tiempos: presente o pasado cercano, el pasado remoto de la infancia y las complejas expectativas del presente inmediato hacia el futuro. "Poemas del sótano", la primera sección, recupera y analiza la reciente experiencia de la pandemia, con la opresiva reclusión y el enmascaramiento colectivos, cuyo fruto viene a ser poner en primer plano el miedo, la despersonalización y el sufrimiento general en unos tiempos peligrosos que apuntan simbólicamente a una realidad global tanto como a la referencia pandémica.

El centro del libro lo ocupa la sección que le da título, Aguaparra (el nombre del cortijo donde el poeta pasó una parte de su infancia), dividida en seis poemas numerados y sin título que despliegan la evocación de las experiencias infantiles del mundo rural. Al respecto señalaba recientemente el autor: "Yo tuve la inmensa suerte de alternar en la infancia la vida de la ciudad con la del campo, campo además agreste y muy natural. Ese contacto con la naturaleza, con sus habitantes y condiciones, ha sido fundamental en mi educación, en mi formación como persona y como escritor. Era un homenaje que me merecía a mí mismo, esa vuelta poetizada a mi infancia, a mi familia, a los seres queridos de aquella época mágica". Efectivamente, recuperar el paraíso perdido de la infancia le sirve a Álvaro Salvador para equilibrar su discurso, para ofrecer a su personaje un cobijo, un oasis en la memoria frente a las zonas de sombra del pasado, frente a la opresiva realidad del presente y frente a las expectativas del futuro. Si en los poemas anteriores y en los posteriores a esta serie de Aguaparra los tonos son básicamente amargos, destemplados o sarcásticos, la forma del homenaje al pasado remoto da lugar, en algunos de los poemas más emotivos del autor hablándose a sí mismo, al moroso recuento de personajes y espacios en una jornada simbólica que se inicia con el amanecer y termina con un paseo vespertino de la mano del padre: "Andábamos despacio hasta la última linde/ y después regresábamos de espaldas al poniente/ pisando nuestras sombras/ y queriéndonos tanto en completo silencio". El último poema, en primera persona, actualiza el balance de la evocación y ahonda el sentido de todo el conjunto: "No sé si fui feliz/ pero con cuatro palos y una gorra,/ entre mis perros y mis gatos,/ mis lagartos, mis tobas, la soledad/ y mis días/ bajo el sol inclemente del desierto/ yo construí mi reino imaginado,/ el reino de mi gente y de mis piedras./ Un Paraíso vivo e imperfecto".

Después de todo, la tercera y última parte de Aguaparra reúne poemas de diversos motivos. A solas y en presente lo perdido, lo pasado, compensado por la conformidad y los dones del presente: los recuerdos sentimentales, las presencia de las nietas, la belleza interminable del mundo y de los seres. Poemas de evocaciones de amores y de domicilios que jalonaron una vida, el misterio que ahora ofrecen los objetos que sobreviven del pasado y una lorquiana Ronda de los tres amigosLorca está muy presente en los últimos libros del poeta– remite a los nombres de los tres iniciadores de la otra sentimentalidad, Javier, Luis y el propio Álvaro, en un homenaje que culmina en un triste y reiterado adiós.

El poema La guerra del tiempo, que sirve de epílogo a Aguaparra y, de momento, a La guarida inútil, pone en este final una nota amarga ante la constatación de la muerte del deseo y del envejecimiento físico. Pero también, en un aldabonazo final, el sentimiento de sinsentido de la vida se abre desde el desengaño personal a la presión ética de una reflexión rabiosamente actual sobre lo colectivo: "Envidio al miliciano improvisado,/ furioso, decidido, temerario,/ que defiende a sus hijos o a sus padres/ a las puertas de Kiev,/ y a su próxima muerte cargada de sentido".

La ecuación de Miriam Reyes

En la lectura de toda la poesía que se reúne en La guarida inútil no encontramos solamente el recuento de una trayectoria vital, un inventario personal, sino también lo que, como decía Ángel González en su prólogo a la antología de Álvaro Salvador Suena una música (1996, 2008), es "el descubrimiento del sentido moral de la experiencia" y, por ende, de la escritura.

 

* Francisco Díaz de Castro es poeta y crítico.

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