Muros sin Fronteras

Chernóbil, símbolo de una URSS moribunda

(Advertencia: este texto contiene SPOILERS para aquellos que siguen pensando que la Unión Soviética fue un faro revolucionario y un ejemplo de eficacia).

La miniserie de HBO, escrita y producida por Craig Mazin y dirigida por Johan Renck, sobre el accidente nuclear de Chernóbil (Ucrania) –que ha terminado esta semana con la emisión del quinto capítulo– es demoledora. Su fuerza radica en su verosimilitud y en las personas que protagonizan la trama. Se halla en las antípodas narrativas del recién finalizado Juego de Tronos. No se trata de una fantasía medieval con dragones que escupen fuego sino de una pesadilla contemporánea sobre el mundo peligroso en el que vivimos, un mundo dirigido en muchos casos por lunáticos e incompetentes.

Al mismo tiempo es una profunda disección de la URSS postbreznieviana, un imperio en blanco y negro basado en creerse su propaganda. Un sistema que había reemplazado las clases sociales burguesas por una casta de burócratas obedientes, inútiles y temerosos. Hay una frase de John Le Carré que define aquel sistema: "El comunismo no abolió la propiedad privada, abolió la realidad".

El mayor accidente nuclear de la historia, ocurrido en la madrugada del 26 de abril de 1986, se debió a una cadena de errores humanos y técnicos. Fue la consecuencia de ese clima de pensamiento acrítico. Años antes del accidente, un científico soviético había advertido a las autoridades de que los reactores RBMK de fabricación soviética tenían fallos de diseño. El Comité Central del Partido Comunista de la URSS (PCUS) castigó al científico que había osado dudar de la excelencia de la tecnología soviética.

Uno de los héroes de Chernóbil, y de la miniserie, es Valeri Legásov (interpretado por Jared Harris), uno de los principales científicos nucleares rusos de aquellos años. Parte de lo que cuenta la serie se conoce a través de sus memorias, grabadas y difundidas en cintas de casete que fueron distribuidas clandestinamente.

El segundo problema estructural de Chernóbil fue la techumbre de grafito, que no aguantó la explosión y liberó gran cantidad de radioactividad. "Ha estallado el núcleo",  afirma uno de los ingenieros de la central. "Eso es imposible", responde Anatoly Dyatlov, el jefe que decidió que los restos de grafito visible en el exterior era hormigón. Era la respuesta que se esperaba el poder omnipresente y silencioso que todo lo ve.

Cinco años después de aquella tragedia, la URSS saltó por los aires. Mijaíl Gorbachov admitió en 2006 que había un vínculo entre ambos acontecimientos. Poco antes de la súbita defunción de la URSS, la caída del muro de Berlín había provocado la caída de los regímenes comunistas de Europa del Este. El colofón fue el fusilamiento de los intocables Ceaucescu, el 25 de diciembre de 1989.

Sin el muro, surgió la realidad desnuda de propaganda: dictaduras cimentadas en la represión, el miedo  y la obediencia, factores que potencian y premian el ascenso de la mediocridad. Pasó también en el franquismo. Todo por el pueblo pero sin el pueblo.

El periodista español Enrique Serbeto fue corresponsal de ABC en Moscú en los años de la perestroika y la glasnost. Cuenta a menudo esta anécdota: un profesor universitario de Historia explicó a sus alumnos que los tiempos estaban cambiando, que ahora podían expresar sus ideas en el examen. Todos hicieron lo que pudieron menos uno que repitió la doctrina oficial del PCUS. El profesor le interpeló: "¿Acaso no tiene usted ideas propias?". El joven contestó: "Sí señor, pero no estoy de acuerdo con ellas".

Tanto si han visto o no la miniserie, una recomendación urgente: lean Voces de Chernóbil, de Sletvana AlexiévichVoces de Chernóbil, premio nobel de Literatura y destacada periodista bielorrusa. Su texto ha sido una de las fuentes de los creadores de la serie.

La ciudad de Prípiat, construida para los trabajadores de la central y sus familias, contaba con todos los avances urbanísticos y de confort de la época soviética. Se la conocía como "La ciudad del futuro". Antes del accidente vivían en ella más de 40.000 personas. Hoy es una espacio fantasmal, una No Go Zone. Muchos de sus habitantes sufrieron cánceres y otras enfermedades porque las autoridades decidieron no evacuar. El objetivo nunca fue la salud de las personas, sino impedir que se supiera la verdad.

Si desean consultar sobre la situación en la industria nuclear en el mundo, este enlace tiene todos los datos y gráficos necesarios.

El mismo sistema que había prohibido la realidad, alumbró historias de heroísmo: los trabajadores de la central, los bomberos, los buzos  y, sobre todo, los 400 mineros que evitaron una tragedia mayor (la fusión completa del núcleo) que hubiera causado millones de muertos. Miles de soldados, la mayoría reclutas, fueron enviados a una muerte segura a cambio de un extra de 800 rublos. Se calcula que más de 600.000 personas trabajaron dentro de una zona contaminada por la radiación. No sabemos qué fue de ellos porque el Estado no hizo seguimiento de su salud. La ropa de los bomberos que actuaron en los primeros instantes sigue tirada en el suelo del sótano del hospital. Aún es muy radioactiva.

Chernóbil nos fascina porque nos aproxima a un abismo colectivo, a la aniquilación como especie, y porque existen cerca de 460 centrales nucleares en el mundo. Tras el accidente, la industria tomó medidas y dijo que una repetición era imposible. Pero ocurrió en Fukushima en 2011.

La miniserie –se trata de una dramatización, no de un documental–, es fiel a los hechos históricos. Su único personaje de ficción es el de la científica interpretada por Emily Watson. Dicen los creadores que en ella quieren rendir un homenaje a los científicos que trabajaron junto a Legásov. Algunos fueron detenidos y encarcelados por dudar de la versión oficial.

Los datos de audiencia demuestran el impacto de la miniserie en todo el mundo. Estamos ante una de las mejor valoradas de la historia. Es necesaria una miniserie sobre la represión de Tiananmén, ocurrida el 4 de junio de 1989. El The New York Times acaba de publicar fotografías tomadas por los propios estudiantes. Fue otra mentira colosal, otra realidad prohibida.

Antes de Chernóbil se produjo el accidente de la central nuclear de Three Mile Island, en EEUU. Fue en la madrugada del 28 de marzo de 1979. Son hechos que nos devuelven a una pregunta esencial: ¿son seguras las centrales nucleares? ¿Existe una alternativa viable a corto plazo? La industria nuclear es como la del petróleo y del tacaco, un lobby que se encarga de vender la excelencia de su producto.

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En la zona de exclusión de Chernóbil –2.600 kilómetros cuadrados– fueron evacuadas 300.000 personas. La decisión tardó en llegar para no reconocer la dimensión del problema. Europa estaba al tanto porque la radiación llegó a Suecia. La cifra oficial de muertos se mantiene invariable desde 1987: 31. Se calcula que los muertos reales pueden llegar a los 93.000.

La ecología, que incluye la preocupación por una energía limpia y segura, además del cambio climático, es la gran bandera política de nuestro tiempo, sometido a varias revoluciones tecnológicas. Y el feminismo, como batalla en favor de la igualdad y el respeto democrático. Fuera de esto, solo quedan los eslóganes de unos y las mentiras de otros, la cháchara de los que no tienen nada que decir.

El repunte de Los Verdes en Europa es una buena noticia. Son las sociedades las que deben tomar conciencia de su poder como grupo y forzar cambios que eviten el desastre. En democracia no se prohíbe la realidad, pero por alguna extraña razón sucede que los más mediocres encuentran atajos para alcanzar la cumbre sin merecerlo. Un idiota con poder es más peligroso que una central nuclear soviética de los años ochenta. Piensen en Donald Trump y acertarán.

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