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Así es el laboratorio donde Francia se prepara para defenderse de ataques químicos o nucleares
"Chernóbil flotante” o “Titanic nuclear”. Así denominan los colectivos medioambientales a la central nuclear flotante rusa lanzada en aguas del Ártico el pasado 23 de agosto. Temen lo peor en caso de naufragio, un escenario catastrófico al estilo Chernóbil, la serie televisiva. La Farmacia Central Militar prevé justamente todos esos escenarios de catástrofe para estar en condiciones de garantizar la salud de los franceses en casos de crisis.
Después del accidente de Fukushima, la Farmacia Central Militar produjo a marchas forzadas comprimidos de yoduro de potasio, que fueron distribuidos a los equipos de seguridad civil franceses enviados a la operación de socorro. Durante ese tiempo, el principal fabricante americano anunciaba una ruptura de stock cinco días después del seísmo. De ahí el interés estratégico de los productos fabricados por este establecimiento francés.
La institución está igualmente preparada para enfrentarse a potenciales contaminaciones virales, tales como las amenazas que describen las películas Contagio o Alerta. Porque, por muy preparados que estén Matt Damon, Marion Cotillard y Morgan Freeman no están en condiciones de luchar sin antídoto contra los riesgos nuclear, radiológico, biológico y químico (NBRC). Se trata de remedios producidos en cadena en esta fábrica del ministerio de defensa, pero que el de sanidad podría confiscar en caso de urgencia.
El gas sarín, mostaza, clorado u otras armas químicas están normalmente prohibidos para su uso militar, lo que no impide que algunos las utilicen, en Siria por ejemplo. La Farmacia fabrica productos para no sucumbir a ello: “La amenaza sanitaria es cada vez más frecuente. Es el corolario del terrorismo y de países no respetuosos de las convenciones internacionales”, asegura François Caire-Maurisier, farmacéutico-jefe, comandante de la Farmacia Central Militar, y también guía de Mediapart en este lugar habitualmente secreto.
Este laboratorio, único en Francia, con procedimientos de fabricación secretos, está situado en la zona militar de Chanteau, a dos kilómetros de la zona comercial de los Aubrais, al norte de Orleans (Loiret). Para entrar en este punto de importancia vital” los vehículos son registrados totalmente si no llevan la pegatina de la Farmacia Central Militar en el parabrisas.
Esta instalación gigante de 4.000 metros cuadrados se parece a las fábricas vecinas de Servier, Merck o Sanofi, pero con una particularidad: “La mayor parte de los comprimidos que producimos, entre 30 y 40 millones al año, afortunadamente no son consumidos y finalmente son destruidos cuando caducan”, precisa el comandante.
Lo mismo se hace con un millón de soluciones inyectables. Hay que renovar constantemente los stocks, por si acaso, sin demora. La fábrica funciona incluso al 140% de su capacidad en dos turnos de ocho horas, para hacer frente a los pedidos del Estado o de EDF (Électricité de France), especialmente cuando se trata de comprimidos de yodo que la empresa debe almacenar.
La mayor parte de sus 124 trabajadores son civiles funcionarios dependientes del Ministerio de Defensa pero, para ir a mayor velocidad, la Farmacia Central recurre también a interinos, a los que se investiga antes de que se acerquen a los antídotos.
En caso de prioridad absoluta, si los laboratorios privados no tienen capacidad para responder a una amenaza viral, pueden confiar a la Farmacia Central la fórmula farmacéutica del medicamento mágico cediendo temporalmente su licencia para que les echen una mano. La Farmacia se benefició de una dispensa excepcional en 2009, con ocasión de la pandemia gripal, para producir anti H1N1. “Nosotros representamos una forma de neutralidad y de no competencia posible que permite este tipo de colaboración de urgencia”, comenta François Caire-Maurisier.
El ministerio de sanidad prevé también recurrir a ellos para luchar contra las rupturas de stock en serie. Ha sido incluso presentado, el 8 de julio pasado, como una solución posible en su plan de acción contra la escasez de medicamentos. La idea sería ponerlo en marcha de forma excepcional en caso de que los medicamentos producidos en la industria farmacéutica clásica falten en las farmacias. “Suena tranquilizador poder fiarse de una solución pública, pero no es realista”, opina sin embargo el comandante Caire-Maurisier. “Los problemas afectan esencialmente a los anticancerígenos y a las vacunas, que necesitan una herramienta industrial muy particular. Nosotros no podemos improvisar su producción, no estamos suficientemente especializados”.
No obstante, la Farmacia Central Militar ha experimentado la escasez. En 2001, poco después de los atentados del 11 de septiembre, fueron enviados sobres contaminados a senadores y a periódicos americanos. Murieron cinco personas. El antídoto contra aquellos ataques con ántrax, suministrado a tiempo, les habría salvado la vida. El medicamento es muy valioso. Ahora bien, en 2013, la fábrica china que producía la materia prima para fabricarlo no pasó los controles de calidad, provocando así una ruptura de stock. Después de eso, la Farmacia Central decidió entonces revisar su funcionamiento y nacionalizar cada vez más la fabricación de la materia prima del remedio. En la actualidad es europea al 80%, mientras que hace seis años era casi lo contrario.
El objetivo es emanciparse de la dependencia asiática, sobre todo en los antídotos que más interesan a las altas esferas diplomáticas. El envenenamiento del agente ruso Serguei Skripal, en marzo de 2018 en Gran Bretaña, el asesinato del primo hermano del dirigente norcoreano Kim Jong-un en febrero de 2017 o los atentados de 1995 en el metro de Tokio fueron atribuidos a armas biológicas o químicas.
Hay que adaptarse continuamente a las nuevas amenazas. Durante la guerra del Golfo de 1991, las farmacias militares probaron por primera vez su remedio anti-neurotóxico organofosforado. En la actualidad, está siendo comercializado por la Farmacia Militar a la central de compras de la OTAN.
Porque, para atenuar las cargas de explotación y en el marco de la cooperación internacional, la Farmacia Central Militar también vende sus productos a otros Estados que lo necesiten. Su cuaderno de pedidos está completo al menos para 18 meses. ¿Se pueden anticipar entonces conflictos no convencionales en el futuro en caso de un gran pedido de contramedidas médicas por un país tercero? “Los servicios de inteligencia no están informados gracias a nosotros. A lo mejor eso confirma lo que ellos ya sabían”, dice el responsable de la Farmacia Central.
El caso francés es atípico. En Europa son raros los ejércitos que disponen de su propio establecimiento de fabricación de remedios. La mayor parte de los gobiernos subcontratan con laboratorios privados. Este nicho pericial made in France es mundialmente reconocido. “Con el 97% de supervivencia de nuestros heridos en zona de guerra, nuestro servicio de sanidad militar está entre los dos mejores del mundo, junto con los Estados Unidos”, se vanagloria el comandante.
Por otra parte, en Chanteau se pone cada vez más el acento en los tratamientos de choque fáciles de utilizar, incluso en zonas peligrosas. Para los militares es difícil transportar una ampolla que contenga morfina y prepararse a su inyección cuando están gravemente heridos. Los farmacéuticos militares han inventado entonces un dispositivo sólido, patentado, que protege la ampolla en caso de choque, con una jeringuilla rellena previamente. Sólo tienen que inyectársela para aliviar su dolor.
Una trabajadora nos muestra el producto que está fabricando en ese momento. “Antes de las operaciones en Afganistán, los soldados tenían que esperar a que llegaran los equipos médicos para recibir un analgésico, cuando dispensarlos cuanto antes aumenta considerablemente las posibilidades de sobrevivir en caso de heridas graves”, señala François Caire-Meurisier.
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En la actualidad, cada soldado francés en zona de guerra o combatiente lleva con él un pequeño botiquín kaki con la marca de la cruz de farmacia. ¿Qué contiene? Morfina, pero también un torniquete que se puede colocar con una mano mientras la otra sostiene un arma. Contiene también una especie de bolígrafo-jeringuilla con un antídoto, previsto para que el militar, incluso con guantes, pueda inyectárselo en los cinco minutos siguientes a un ataque químico. Ese es el tiempo de que dispone para evitar una intoxicación. Traducción de Miguel López.
Aquí puedes leer el texto original en francés: