En Transición
Certezas, incógnitas, sospechas y significados de la repetición electoral
Dado que nos separan apenas 24 horas del precipicio, es momento de ordenar certezas, incógnitas, sospechas y significados de la repetición electoral.
Lo que sabemos
Existen una serie de constataciones apoyadas en datos empíricos, que envuelven en una nube de incertidumbres el posible resultado de unas nuevas elecciones. La primera de ellas obliga a ampliar el foco más allá de lo inmediato. El sistema de partidos que emergió con la Transición, articulado en torno a un bipartidismo imperfecto, saltó por los aires en las elecciones de 2015 y se ha transmutado en un "bibloquismo" férreo que, mientras no exista nadie que haga de puente, obliga a trazar alianzas dentro del mismo bloque para poder generar mayorías y gobiernos. Es decir, que a menos que las urnas den un vuelco de tal calado que rompa este esquema –y hasta el momento ningún estudio lo prevé- , el campo de juego tras unas segundas elecciones sería relativamente similar, aunque el resultado variara ligeramente. En el ámbito de la izquierda esto obliga a recomponer unas relaciones entre las formaciones progresistas que nunca han sido fáciles, y en nuestra historia reciente desembocaron en situaciones trágicas. En el lado conservador, la vocación unitaria de la derecha permaneció firme hasta hace cuatro años, pero hoy afronta el mismo proceso de ruptura y forzada colaboración entre los partidos resultantes de su inédita división, con un socio incómodo de extrema derecha que ya está provocando la evolución de todo el bloque hacia una derecha extremada. Unos y otros deben aprender a jugar con estas reglas.
La segunda certeza que hoy tenemos tiene que ver con el dato clave de cualquier comicio, y lo primero que hay que mirar cuando se lee una encuesta: la participación electoral. Sabemos que en la repetición sobrevenida en 2016 la participación bajó en tres puntos, de forma similar a lo ocurrido en otros países de nuestro entorno, lo que permite pronosticar que ahora también serán menos los que acudan a las urnas en relación con quienes lo hicieron hace cinco meses. Así se podría confirmar una reacción ciudadana que castigaría en las urnas a los partidos percibidos como causantes de la nueva repetición electoral. Sobre todo si tenemos en cuenta que en abril el miedo a la derecha, y fundamentalmente a la extrema derecha, movilizó al 75,7% del electorado, y de forma especial al progresista.
Conocemos también que las encuestas hechas con antelación a una convocatoria electoral tienen problemas para reflejar con precisión qué ocurrirá cuando efectivamente esta se produzca. Entonces, en función de la movilización, el famoso relato y el marco en el que finalmente se inscriba la contienda, todo estará por ver.
Paradójicamente, la suma de todas estas certezas da como resultado un escenario incierto y un extraordinario riesgo al que, al parecer, no temen los líderes del PSOE y UP.
Lo que ignoramos
Si la incertidumbre es la mayor de las certezas, las incógnitas todavía la refuerzan más. La primera duda es qué candidaturas se presentarían a esa repetición electoral y de qué manera lo harían. Si la plataforma que impulsa Iñigo Errejón da el paso o no, y si lo hace en todas las provincias o solo en algunas circunscripciones como Madrid, el escenario cambia radicalmente. Si el proyecto de España Suma consigue, en efecto, sumar en todo o parte del territorio, para ambas cámaras o para el Senado, es otro dato que puede alterar la situación. Quizá finalmente las candidaturas sean las mismas, pero eso es algo que hoy no se puede afirmar y por tanto hace dudar de las proyecciones que cabe hacer.
La segunda incógnita guarda relación con esa certeza de menor participación. Por un lado, sobre su dimensión. ¿Hasta dónde llegaría la abstención? El recuerdo de tres puntos menos en la anterior repetición electoral puede servir de guía, pero no es más que una referencia que tal vez se quede muy por debajo a la hora de la verdad. De hecho, hay quien habla de un descenso de hasta diez puntos. Por otro, sobre cómo se repartiría y a quién afectaría más. Parece claro que la distribución no sería homogénea, pero no conocemos mucho más.
Lo que se puede sospechar
Constatado lo conocido y lo ignorado, llegan las sospechas. La primera, nuevamente, sobre la participación. Sabemos que será menor y desconocemos hasta dónde llegará el descenso y cómo se distribuirá, pero se puede intuir a quién afectará más. El fracaso de la izquierda, incapaz de llegar a un acuerdo, así como el creciente descrédito de la política que el CIS refleja en cada edición –también en esta última-, llevan a pensar que esa mayor abstención basculará del lado de la izquierda, y por lo que muestran algunos estudios, especialmente entre los jóvenes y sectores más vulnerables. Desvanecido el marco de emergencia para parar a la extrema derecha, las fuerzas progresistas tendrían que esforzarse en construir un motivo para acudir a las urnas. Mientras, para el electorado conservador, supondría una especie de segunda oportunidad, una revancha para recuperar el poder, habiendo aprendido ya que la división del voto en tres candidaturas no suele salir bien.
Existen también sospechas de que el bloqueo permanecerá a menos que haya una sorpresa mayúscula. Según las encuestas que se van conociendo, y salvo cambio estratégico de posición en Ciudadanos o el PP –cosa que hoy no se vislumbra-, el resultado más favorable para la izquierda llevaría a una mayoría entre PSOE y UP que podría dificultar todavía más el acuerdo. Si las proyecciones son ciertas, UP podría quedarse con apenas la mitad de diputados que obtuvo hace cuatro años, y el PSOE, aunque ganara escaños, dependería totalmente de los morados para gobernar, quienes aumentarían, paradójicamente, capacidad de negociación. Mal negocio para ambos: unos porque aunque ganen poder de influencia pierden legitimidad, y otros porque ganando legitimidad perderían capacidad de negociación. Hay quien argumenta que este escenario permitiría no depender de las fuerzas nacionalistas, y es cierto, pero eso no significa que buena parte de los postulados de las mismas no fueran asumidos por Unidas Podemos, quien en ese caso podría recuperar parte de su discurso sobre la cuestión catalana y, de paso, cerrar alguna herida interna. El debate territorial en España no desaparecerá porque los votos de las fuerzas nacionalistas no sean necesarios para aprobar unos Presupuestos; seguirá allí, aunque sea de otra manera.
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Lo que significaría
Más allá de números, proyecciones, encuestas que hoy no pueden ver lo que pasará mañana y tácticas de unos y otros, merece la pena pensar el significado de esta repetición electoral. De producirse, estaríamos ante el cierre del ciclo de repolitización, ilusión y esperanza que abrió el 15M. Los indignados salieron a las calles y Podemos supo interpretar como nadie y dar una vía institucional a esa fuerza. Pedro Sánchez hizo su particular 15M dentro del PSOE, enfrentándose al establishment socialistaestablishment y recorriendo agrupación por agrupación para decirle a sus militantes que "Somos la izquierda". El esfuerzo de unos y otros quedará disuelto en frustración si, habiéndolo hecho las urnas posible, como decía el lema del PSOE en la campaña, ellos no son capaces de llevarlo a cabo.
Vivimos tiempos de turbopolítica donde todo va muy rápido, es cierto, pero eso no significa que las cosas no tengan consecuencias. Este fracaso dejaría una losa sobre varias generaciones de progresistas difícil de levantar que nos retrotraería a las históricas rivalidades entre las izquierdas desde tiempos pretéritos. El riesgo que asumirían quienes obligaran a volver a las urnas el 10 de noviembre trascendería, con mucho, a un coyuntural resultado electoral. Dado que nos separan apenas 24 horas del precipicio, es momento de ordenar certezas, incógnitas, sospechas y significados de la repetición electoral.