Cultura
Francisco Cánovas Sánchez: "Galdós fue un protofeminista"
En la madrugada del 4 de enero de 1920, en Madrid, enfermo, casi ciego y acosado por las deudas pero rodeado de su familia, moría Benito Pérez Galdós. Ese mismo día, más de 25.000 personas veían pasar la comitiva fúnebre; el féretro fue acompañado por dirigentes del Ayuntamiento , de la Diputación, del Congreso y del Cabildo de Gran Canaria —allí, en Las Palmas, había nacido en 1843—, y sobre él arrojó flores una tristísima Margarita Xirgu. Así lo cuenta Francisco Cánovas Sánchez, historiador que con Benito Pérez Galdós. Vida, obra y compromiso (Alianza) se ha convertido en biógrafo del que considera "el mejor escritor de la España contemporánea". Hace un siglo de aquello y su obra, defiende, demuestra que sigue siendo "contemporáneo nuestro".
Hasta ahora, solo dos biografías se habían encargado de estudiar la vida de uno de los autores más celebrados de la literatura española: Carmen Bravo-Villasante en 1988 y Pedro Ortiz-Armengol en el año 2000. Galdós era un hombre reservado y prudente, pero Cánovas detectaba, sobre todo, dos lagunas. Para entender al escritor, explica, había que mirar a su contexto histórico y político, que reflejó en obras como Fortunata y Jacinta o Misericordia , "retrato de la Restauración" para el biógrafo. Y había que mirar también a la propia obra, que ofrecía claves biográficas allí donde Galdós había decidido guardar silencio. "Galdós es esencial en el siglo XIX, que cruza de forma plena", asegura Cánovas. Y lo sigue siendo, insiste, en el XXI.
Pregunta. ¿Cómo es posible que, siendo Galdós una celebridad de su época, haya en torno a él unas lagunas biográficas tan grandes?
Respuesta. Galdós era una persona muy discreta, a la que le gustaba preservar su vida privada. No le gustaba hablar de sí mismo, se sentía incómodo en los actos públicos. Personas que le conocían muy bien, como Pardo Bazán o Clarín, podrían haber escrito textos biográficos sobre él, pero le respetaron y no lo hicieron. Le sucede lo que a Cervantes: la mayoría de los estudiosos de Galdós han estudiado su literatura y no su biografía, y esto era un hándicap hasta este libro, porque para comprender una obra hay que analizar la circunstancia vital del escritor.
P. ¿Qué lagunas cree que había en su biografía?
R. Las biografías que ya existían eran lejanas en el tiempo: la anterior es de hace 20 años, y la anterior a esa, de hace 40. Faltaba una biografía basada en la historiografía moderna. Ahora sabemos que Galdós era una persona muy sensible a la naturaleza, el medio ambiente y los animales. Que tenía una concepción global de las artes, y eso se refleja en su novela; de hecho, cuando comenzaba una, lo primero que hacía era dibujar a los personajes, porque dibujaba muy bien. Le dedico también un capítulo al Galdós demócrata y republicano. Cuando tenía 64 años, siendo el escritor más famoso de España, y sabiendo que eso le iba a pasar factura, se presentó a las elecciones en Madrid con el Partido Republicano, fue diputado en dos legislaturas, y fue por todos los pueblos de España enarbolando la bandera de la democracia, el liberalismo y la república.
P. Por eso resulta particularmente llamativo el encuentro con Isabel II en París que recoge en el libro.
R. Él viaja por las negociaciones para presentar allí Electra, su obra de teatro, que en España había sido un bombazo. Y coincidió que estaba en París un íntimo amigo suyo desde el colegio, Fernando León y Castillo, que le ofrece una entrevista con la reina: él estaba escribiendo entonces las dos últimas series de los Episodios nacionales. El embajador convence también a la reina, aunque él había hecho un retrato de ella como una mala gobernante, con muchas camarillas alrededor y sometida a los intereses conservadores. Yo reproduzco la conversación tal y como él la escribió, y cuenta que cuando habló con ella se le cayeron los palos del sombrajo: era una mujer muy ingenua, pero muy humana, muy cordial y muy generosa. Cuando regresa a España, escribió La de los tristes destinos, una novela en la que expone que esa mujer no tuvo una buena educación para ser una reina constitucional, que la casaron mal con su primo hermano, que además era gay, y que le faltó a su lado un político sólido y serio. Cuando ella muere y sus restos llegan a España, casi nadie se interesa por ella, pero quien hace la mejor necrológia es Galdós.
P. Existen quizás dos grandes estereotipos sobre la figura de Galdós: aquello de "don Benito el Garbancero" y su fama de seductor. ¿Qué hay de cierto en esto?
R. Cuando nos acercamos a su biografía, estos estereotipos desaparecen completamente. Eso de "don Benito el Garbancero" lo dice un personaje de Valle-Inclán en Luces de bohemia. Es una maldad: en aquella época, ningún escritor se podía ganar la vida dignamente, porque no existía el sistema de protección social de los artistas, y de hecho esto le sucedía también al propio Valle-Inclán. Con la novela, en el siglo XIX, no era fácil salir adelante. Y por otra parte en mi libro documento con qué tiene que ver esto. Galdós fue elegido en 1912 director artístico del Teatro Español, y allí envió Valle-Inclán una de sus Comedias bárbaras, El embrujado. El teatro, que era del Ayuntamiento, funcionaba con una concesión, entonces a la empresa de la actriz Matilde Moreno: ella leyó la obra y se negó en redondo a representarla. Hubo un debate en la comisión artística del teatro, y decidieron que no se representaba. Valle-Inclán montó en cólera, y se la tenía guardada.
P. ¿Y en su relación con las mujeres?
R. Galdós permaneció soltero siempre, no se casó nunca: según Gregorio Marañón, su médico, se debía a una influencia muy negativa de su madre, que algunos expertos han visto reflejada en Doña Perfecta y que era una mujer muy autoritaria, muy distante. A él le gustaban muchísimo las mujeres, pero también era muy celoso de sus relaciones. Él tuvo cuatro relaciones estables a una edad ya avanzada, más allá de los 40, que trato de una forma sucinta y sin dedicarles un capítulo específico, porque yo he respetado al escritor.
La primera fue con Lorenza Cobián, una mujer asturiana muy humilde que fue la madre de María, hija de Galdós, que él reconoció y fue su heredera. La segunda fue con Emilia Pardo Bazán, y posiblemente fue ella quien estuvo más cerca de Galdós desde el punto de vista cultural. Tuvieron una relación libérrima, como tenían los hombres de la época, no tanto las mujeres, que duró tres años. Para Galdós fue un golpe su final. Cuando estaban en Barcelona, en la Exposición Universal de 1898, apareció por allí un jovencito muy guapo y con mucho dinero llamado Lázaro Galdiano: se perdieron Pardo Bazán y él durante tres días, y a Galdós le sentó fatal. Pardo Bazán reflejó esta experiencia en una novela, Insolación, y Pérez Galdós, en una obra de teatro, Realidad. Se enfrió un poco la relación, pero fueron muy buenos amigos hasta el final de su vida.
Después de Concha Morel, una actriz muy joven que algunos especialistas han visto reflejada en Tristana, estuvo con Teodosia Gandarias. Fue una relación muy bonita, y como en el caso de Pardo Bazán se conservan muchas cartas, más de 150. Ella era maestra, y Galdós, a juzgar por la correspondencia, la quería mucho y confiaba mucho en su criterio literario, porque le pasaba los borradores de sus obras. Duró hasta el final; ella murió un año antes que Galdós. Pero no era nada conquistador: era un escritor famoso y algunas mujeres se interesaban por él.
P. Asegura que este es uno de los aspectos de su vida que permean su obra.
R. La presencia de las mujeres en su creación es importantísima. Es el primer escritor moderno que sitúa a las mujeres en el centro de su narrativa. Los grandes protagonistas de sus novelas son mujeres, no hombres: Fortunata, Isidora, Marianela, Tristana, Benina… Y él pensaba que la regeneración ciudadana y democrática de España pasaba por que la mujer se empoderase y ocupara un papel central en la vida pública. Galdós fue un protofeminista, de alguna manera.
P. No solo Galdós habló mucho, sino que de él se habló mucho. ¿Cómo decidir a qué testimonio dar valor y qué testimonio está manchado por las relaciones personales o el desacuerdo enconado?
R. Galdós siempre tuvo grandes defensores y grandes detractores. Entre sus defensores estaban grandes críticos literarios y escritores como Clarín o Pardo Bazán, o Francisco Giner de los Ríos, padre de la Institución Libre de Enseñanza. ¿De dónde vienen las oposiciones? En Galdós hay una total coherencia, a diferencia de otros escritores, entre su obra literaria y su compromiso político. En su obra hay una crítica al fanatismo, a los privilegios de la Iglesia, a la hipocresía, hay un compromiso democrático inequívoco, una defensa del laicismo y la república… Entonces, los sectores conservadores fueron a por él, demorando injustamente dos décadas su entrada en la Real Academia o boicoteando —los jesuitas especialmente— su candidatura al Premio Nobel de Literatura, defendida por gente como Ramón y Cajal, Pérez de Ayala, Jacinto Benavente, Echegaray… Ese compromiso suyo le pasó factura.
P. Y hay casos de enfrentamiento ambiguo, casi amistoso, como el de Azorín.
R. Azorín basculó entre la admiración y la crítica. Dice que es el mejor, le equipara a Cervantes, pero también pinta su literatura como poco elaborada. Azorín, Valle-Inclán, Baroja, Unamuno... bascularon en torno a la admiración al maestro, porque era el padre literario de todos ellos, y la crítica, en una dinámica típica del relevo generacional: tenían que matar al padre para afianzar su personalidad. Azorín, en la etapa final, fue a verlo a su casa de Santander, le alabó tras su muerte. La relación de todos ellos fue muy estrecha, con discontinuidades.
P. Toca también la relación con su hija María, que refleja como cariñosa aunque distante. ¿Era la habitual en su época? ¿Fue comprendida?
R. Galdós reconoció a su hija ante notario y la hizo su heredera; tuvo además una buena relación con ella, y ella misma siempre lo reconoció, en vida de su padre y después. Pero Galdós tenía una vida muy ajetreada tanto literaria como políticamente y, cuando muere Lorenza Cobián, le encarga a la hermana de esta que cuide de ella. Pero, por ejemplo, se hace cargo de su formación, y la envía a uno de los mejores centros de entonces. La correspondencia entre ellos fue muy fluida, y se puede decir que fue una buena relación dentro de los parámetros de la época. Hay que tener en cuenta que Galdós vivía con su madrina, con dos hermanas y los hijos de todos ellos, en un núcleo familiar muy cerrado que a él le resultaba muy cómodo, porque le permitía escribir. De hecho, nunca vivió con sus parejas. De la hija de Galdós se hablaba, pero con cierta discreción. Al final, ese tipo de relaciones tampoco eran muy extrañas entonces; desde luego, mucho menos que ahora.
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P. Existen las Memorias de un desmemoriado, que dicta al final de su vida. ¿Sirven de algo para construir una biografía, o hay que descartarlas por completo?Memorias de un desmemoriado
R. De ahí saco algunos detalles, sobre todo a nivel humano. Y yo para mi trabajo he aprovechado todo lo que Galdós dijo de él, todo lo que se dijo de Galdós y todo lo que han dicho los especialistas, pero también he sacado muchísima información de sus novelas. Cuando muestra a Felipín, que viaja a Madrid para estudiar, o a Alejandro Miquis [ ambos en El doctor Centeno], que quiere ser autor teatral… Está hablando de sí mismo. Esas memorias se las encarga la revista La esfera, y él acepta porque necesitaba dinero. Se pueden leer con cierta generosidad, pero como fondo historiográfico serio, tiene poco. Y él ya se cubre las espaldas con el título, porque además corta la historia en 1902, muy prematuramente. Cuenta lo que quiere y lo que no quiere no lo cuenta. Como todos.