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Entrevista

Oriol Bartomeus: "La volatilidad está aquí para quedarse"

El politólogo Oriol Bartomeus.

El ensayo El terremoto silencioso, obra del politólogo Oriol Bartomeus (Barcelona, 1971) y editado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), bucea en la profunda transformación del comportamiento electoral en Cataluña a lo largo del presente siglo, alcanzando conclusiones que se proyectan sobre toda la sociedad española y los resortes ocultos que mueven la voluntad de sus distintos grupos. Su autor, profesor en la Autónoma de Barcelona, se centra en cómo el primer gran relevo generacional completado en el censo, con los nacidos tras la muerte de Franco convertidos ya en el grupo más numeroso, ha removido los cimientos de la estructura de voto en Cataluña. De un elector lento, fiel, que se inclinaba fundamentalmente por el PSC o por CiU, que se dejaba arrastrar por dinámicas observables como el voto dual y la abstención diferencial, de un votante, en suma, que los pronosticadores tenían bajo control, hemos pasado a un votante rápido, tornadizo, que amplía su abanico de posibilidades, que toma la decisión ante la urna y que, nada más votar, ya no se siente concernido por su decisión.

No se trata de que los electores vayan cambiando su forma de votar conforme maduran, sino de que cada generación arrastra un tipo distinto de comportamiento, como concluye el autor a base de desentrañar resultados electorales –locales, autonómicos, generales– y series de estudios de opinión. Por enunciarlo como una paradoja, el rasgo más estable de los votantes de la llamada "generación de la democracia" es la inestabilidad. Ello provoca que el cambio hacia un escenario más fluido presente visos de irreversibilidad. No estamos, concluye el autor, ante un interludio entre etapas de estabilidad, sino ante una nueva fase, estable, cuyo rasgo fundamental es precisamente la volatilidad, porque es mayoritaria ya una generación que rompe con los códigos del comportamiento electoral de sus mayores. Es, además, un cambio que afecta a toda España, si bien en Cataluña se materializa de manera diferente debido a las singularidades de su mapa político, donde el procés lo atraviesa todo.

Bartomeus divide la historia democrática de Cataluña en tres etapas. En la primera, la constituyente, en el arranque de la democracia, se prefigura un panorama que luego se asienta durante la segunda, de lustros de estabilidad. El PSC domina en las generales y CiU en las autonómicas. En la tercera etapa, en el siglo XXI, esa estabilidad acaba, se multiplican los partidos, cada vez es más raro que una candidatura supere el 30% y más frecuente que la formación más votada hoy caiga con estrépito mañana... En fin, que el tablero salta por los aires. Para entenderlo hay que acudir a la segmentación por generaciones. Bartomeus fija razonadamente los cortes generacionales en 1939, con el fin de la guerra y la socialización bajo el franquismo duro; 1960, con los planes de desarrollo y la socialización en despegue económico; y 1975, con el inicio de la Transición y socializada en democracia.

Las diversas circunstancias –políticas, económicas, culturales, tecnológicas– en que rompieron en seres sociales los hombres y mujeres de las distintas cohortes determinan la forma en que hoy votan (y votarán mañana). Habría un cuarto gran hito, en 2007, pero los nacidos tras la gran crisis empezarán a llegar a las urnas en 2025, con una carga de vivencias que determinará su comportamiento, siguiendo una "lógica geológica, como si cada una de las generaciones que componen una sociedad fuera el sedimento dejado por un momento particular de la historia", escribe Bartomeus.

La intención de Quim Torra de convocar a los catalanes a las urnas tras la aprobación de los Presupuestos autonómicos, así como los tambores electorales en Euskadi y Galicia, aportan una nota más de interés al ensayo de Bartomeus, que charla con infoLibre sobre el comportamiento electoral en Cataluña y España.

PREGUNTA: Su idea inicial era hablar de una "revolución silenciosa", pero el símil por el que acaba optando es "terremoto". ¿Por qué?

RESPUESTA: La revolución es un acto humano, voluntario, consciente. Los cambios en el comportamiento electoral no se deben tanto una decisión de los electores como a que unos votantes que se comportaban de una manera han sido remplazados por otros que se comportan de otra. Se ha producido un cambio muy profundo que se debe al remplazo de unas cohortes nacidas y crecidas en un mundo más lento, más estable, por otras nacidas y crecidas en un mundo más diverso y acelerado, sin patrón dominante. El peso de lo generacional se suele minusvalorar, pero no porque hagamos mal los análisis. Es que el relevo generacional es un movimiento muy lento. Necesitas una gran acumulación de nacimientos y defunciones para ver una renovación del censo.

P: Tras 40 años de democracia, ¿ya tenemos base para ese análisis?

P: Estamos ante el primer desplazamiento de generación dominante desde la Transición. Los 40 años de democracia son de dominio de la generación de la posguerra [nacida entre 1940 y 1960], que ha acumulado los papeles dirigentes y el protagonismo político, económico y social y que empieza a perder fuelle en 2014, por dar una fecha aproximada. Se produce una fatiga de materiales de su gran logro, que es la restauración democrática, y gana peso otra generación que no ha protagonizado la Transición. La aparición de partidos como Podemos o Cs tiene relación con ese relevo generacional.

P: ¿Es verosímil un pronto regreso a la estabilidad en Cataluña?

R: Mi tesis es que la estabilidad no volverá en un periodo largo, porque ha cobrado fuerza una generación caracterizada por el cambio acelerado. No sólo a la hora de votar, sino de vivir. Cambian de trabajo, de casa, de ciudad, de país, de pareja. Votan, no votan, participan, no participan. Y, ojo, no se comportan así porque se han vuelto locos momentáneamente, sino que están constituidos así, en contraposición a sus padres y abuelos. Esto me lleva a pensar que la volatilidad está aquí para quedarse, no es un interludio, ni una fase corta entre dos periodos de estabilidad.

P: ¿Esto es válido para toda España?

R: Si, claro.

P: Pero, ¿no es mayor el cambio en Cataluña? ERC gana las europeas en 2014, los comuns las generales en 2015, Ciudadanos las autonómicas en 2017...

R: La diferencia es que el sistema de competencia política es más complejo, con más partidos, bidimensional, porque al eje izquierda-derecha se añade el sentimiento de pertenencia. Pero todo dentro de un mismo escenario que es español y hasta europeo: hay cada vez más partidos con representación y más partidos nuevos (o viejos disfrazados de nuevos). En cada elección el ganador puede ser diferente. Un partido ganador, con un inmenso resultado, puede pegarse un batacazo en las siguientes elecciones. Ya no hay grandes partidos y partidos pequeños, sino partidos medianos.

P: ¿El bipartidismo catalán está tan superado como el español o incluso más?

R: Igual. El retroceso de PSC y CiU es paralelo al de PSOE y PP en toda España. Es una inercia general por el relevo del electorado. Por ejemplo, el apoyo a CiU es menor en cada nueva generación, justo al revés que ocurre con ERC.

P: A su juicio, ¿eso explicaría los cambios de marca, logo, colorido e imagen del espacio convergente?¿Un deseo de conectar con el electorado joven?

R: Absolutamente. Es una de las opciones cuando hay inercia electoral negativa.

P: ¿Están condenados al declive los partidos históricos?

R: Si las nuevas generaciones fueran votantes sólidos, como las antiguos, sí. Pero no lo son. Los históricos van a sufrir, pero no están condenados porque no sabemos el grado de fidelidad del nuevo elector. El votante de Cs es un ejemplo claro del partido de nuevo elector, que lo vota como expresión de la renovación del centro-derecha. ¿Y cuatro años después? Lo tira. No es descabellado pensar que este nuevo elector un día se fije en los antiguos partidos y le dé su apoyo. Momentáneamente, pero le dé su apoyo. No sabemos cómo votarán en cinco o diez años las generaciones nuevas, cosa que no ocurría con las antiguas.

P: El relevo generacional, sumado a la polarización en torno al procés, ha rebajado la incidencia de dos fenómenos clásicos: el voto dual –voto distinto en las generales y las autonómicas– y la abstención diferencial –más voto en las generales que en las autonómicas–. ¿Cómo ha ocurrido?

R: [Estos mecanismos] antes funcionaban como un reloj suizo que hacía previsibles los resultados. ¿Autonómicas? Ganaba CiU. ¿Generales? El PSC. A finales del siglo XX y principios del XXI, empiezan a desmontarse por el relevo generacional. Si cogiéramos sólo la gente nacida antes de 1970, se mantendría este bipartidismo imperfecto. Pero todo ha cambiado. Antes la mayoría del voto dual se decidía entre el PSC en las generales y CiU en las autonómicas. Ahora hay más dispersión. Hay votante dual entre los comunes y ERC, entre PSC y ERC, incluso entre PSC y JxC.

P: ¿Y la abstención diferencial?

R: La abstención ha cambiado. En primer lugar, por la movilización brutal en las autonómicas, hasta el punto que se ha dado una abstención diferencial inversa, con gente que vota en autonómicas y no en generales. En segundo lugar, influye el cambio generacional. El nuevo elector no se abstiene tanto en función del tipo de elección como de los incentivos que se le ofrecen. Los electores antiguos participan, pero los nuevos sólo lo hacen si se sienten llamados. No tienen pautas fijas. Y algo muy importante: consideran la abstención un comportamiento legítimo, mientras que los electores más antiguos lo ven algo vergonzante. A ese votante nuevo, que vota o no en función de si considera que la elección es fundamental, se le han planteado las últimas autonómicas como si fueran a vida o muerte, decisivas, plebiscitarias...

P: Electoralmente, es lógico. Porque la generación de la democracia, la nacida después de 1975, ya es la más numerosa en el censo.

R: Esto es decisivo porque es la más numerosa y porque empieza a tomar el control. Por eso el cambio de paradigma. Es una generación que no participó en los consensos de la Transición. Su visión política es diferente.

P: ¿Qué rasgos tiene, aparte de la volatilidad?

R: Diría que es mesiánica, a la vez que desconfiada. Muy paradójica. Es individualista, yo a veces la llamo “la generación del yo”, pero a la vez tiene un gran necesidad de pertenencia. Pero pertenencia desde la individualidad, desde la propia decisión. Esto explica el debilitamiento de las clases sociales. Las nuevas generaciones no aceptan formar parte de un grupo por el hecho de formar parte de un grupo. Me explico: ellos quieren decidir de qué grupo forman parte.

P: Eso es letal para la visión de la izquierda clásica sobre las clases sociales.

R: Claro. Ya no tienes una generación que diga: “Yo formo parte de algo que viene de lejos y seguirá después de mí”. No tienen esta noción de pasado-presente-futuro, ni de herencia. Tampoco de jerarquía. Pensemos que son de la generación de la revolución conservadora, de un mundo creado por Reagan, Thatcher y Juan Pablo II. Son muy individualistas. Han ido a la universidad y no aceptan sumisamente la autoridad. Valoran por encima de todo su opinión. ¿Qué hay detrás del pin parental? Algo así: "No reconocemos a los maestros, ni a nadie, la autoridad para decidir qué estudian mis hijos. Lo decidimos nosotros. ¿Qué me va a enseñar a un maestro?". Esto está en la derecha, pero también en parte de la izquierda.

P: ¿Cómo decide el voto esta nueva generación?

R: El voto es en cierto modo un acto de consumo. Tú consumes una opción política. Se ve una diferencia brutal según las generaciones. Venimos de un votante seguro, fiel, que decidía el voto antes de empezar la campaña. Y vamos a un votante que se decide incluso el mismo día de las elecciones. Cada vez más gente dice [en las encuestas] que decide su voto al final. No da reparo reconocer que hay duda y comparación hasta el último momento. Es importante entender que no estamos ante un votante en formación que con el tiempo asentará su voto, sino ante un elector nuevo, educado en el consumo espasmódico, que toma al día infinidad de decisiones de consumo en base a elementos volátiles.

P: Todo esto afecta a las campañas.

R: Claro. Les pone mayor presión. Los votantes pueden moverse por un tuit, una polémica que salga el sábado antes de las elecciones. Además, se rebaja el grado de compromiso con la decisión.

P: ¿En qué sentido?

R: Cuanto más madurada tienes la decisión, más dura. Si decides en el último instante, puede que el lunes no te sientas comprometido. Las elecciones se plantean cada vez más no como un proceso para escoger mayorías de gobierno de cuatro años, sino como concursos que se resuelven el domingo. “Ea, ya tenemos resultado, ya está, me desentiendo”. Eso influye en que las legislaturas sean tan breves. Las frágiles mayorías del domingo no se sostienen en el tiempo. El propio votante no se siente corresponsable de lo que ha decidido y elegido.

P: Pero, una vez los electores votan, los partidos tienen una responsabilidad.

R: Obviamente, pero en un escenario de inestabilidad constante. Antes los gobiernos duraban varias elecciones, como ocurrió con González o Aznar. Podían actuar durante un tiempo sabiendo que tenían un respaldo. ¿Ahora? Vale, puedes obtener un gran resultado, como Macron. Pero al mes siguiente tus índices de aprobación empiezan a caer. Porque la mayoría de ese domingo, en el momento de contar los votos, se evapora. Los gobiernos no se asientan sobre una mayoría sólida. Se asientan en el aire. Es difícil gobernar así.

P: ¿El remplazo generacional impulsa la dinámica de campaña permanente?

R: También. Tienes que estar todo el tiempo recordando a tu consumidor que existes, que tienes un nuevo producto en el mercado, que eres diferente... Esto, que era propio de la comunicación de consumo, se ha instalado en la política. El último CEO [Centro de Estudios de Opinión de Cataluña] indica que Instagram se ha convertido en el canal de información política de la última cohorte. Los partidos, que antes basaban su comunicación en cinco u ocho canales de televisión, ahora tienen que estar atentos a cien canales de audiencia segmentada, a las redes sociales con emisión 24 horas al día, siete días a la semana... Toda esta aceleración social se traduce en aceleración política y vivimos en un permanente mensaje-réplica-contrarréplica... Eso sí, las broncas duran un día, no más.

P: Esta banalización contrasta con la gravedad de los asuntos de los que se encarga la política, que necesitan acción coordinada y estratégica a largo plazo, sin rédito diario. Pensemos en la lucha contra el cambio climático.

R: Claro. Vuelvo a los nuevos electores. Yo los llamo “fanáticos efímeros”. Son muy de lo suyo, pero lo suyo de hoy igual no es lo suyo de mañana. Ahora tienes ahí una gente que se mata por el cambio climático, pero, ¿mañana? Lo llamamos la “futbolización de la política”, pero con una diferencia. En el fútbol naces de un equipo y mueres de un equipo. En la política lo que tenemos es fanatismo en planteamientos que no duran. Así que la política tiene que ir saltando, sin poder hacer planteamientos a medio y largo plazo. A un elector así, acelerado, imagina explicarle las dificultades de un proceso legislativo. Se va a cansar, va a decir: “Te comprometiste en campaña y no lo haces”. Se exigen resultados ya.

P: En Cataluña, ¿a día de hoy es más importante electoralmente la generación que la clase social o el lugar de nacimiento?

R: Yo diría que en Cataluña el lugar de nacimiento no es una variable que explique mucho. Lo que sí es discriminante del comportamiento electoral es la lengua. Bueno, la lengua materna, porque ya casi todos somos bilingües. Eso sí influye. Y hoy más que antes, por la polarización del proceso independentista, que de alguna manera ha escindido la sociedad catalana en el momento en que las diferencias de origen eran menores. Porque la nueva generación ya no es de hijos de padres nacidos fuera de Cataluña, sino de nietos de abuelos nacidos fuera. Sus padres ya han nacido en Cataluña, con lo cual el origen geográfico no es determinante. Pero la lengua materna sí es bastante determinante sobre qué familia de partidos vota la gente. Los de familia catalanohablante tienden a votar partidos de tipo independentista, los de familia no catalanohablantes a partidos no independentistas.

P: Esto convierte la política lingüística en un asunto especialmente delicado.

R: Siempre lo ha sido. La división de la sociedad catalana que se evitó a finales de los 60, principios de los 70, y sobre todo en el inicio del periodo democrático, ahora se está produciendo. Lo cual es muy paradójico, cuando ahora la sociedad catalana es mucho más bilingüe que a finales de los 70, cuando había claramente dos comunidades lingüísticas.

P: ¿Cómo explicamos esa paradoja?

R: Cada sociedad sufre por una costura cuando se tensiona. España, por el eje izquierda-derecha. Siempre que hay tensión, sufre por esa costura. En Cataluña, si uno estira políticamente la sociedad, y en los últimos años se ha estirado, la costura que sufre es la lengua.

P: ¿La lengua es también clase social?

R: No. Es decir, sí, pero de manera más compleja de lo que nos venden los simplificadores. En Cataluña el castellano no sólo es la lengua de la clase obrera. Esto hay que matizarlo. También es la lengua de las clases más altas. En los barrios más ricos de Barcelona se habla castellano. La lengua catalana es la lengua de las clases medias. Pero la clase obrera inmigrante de los años 70 es castellanohablante y hoy es clase media. Y la clase baja es castellanohablante porque básicamente es la nacida fuera de España. Es muy complejo. Los discursos que dividen Cataluña en dos, los ricos independentistas catalanohablantes y los pobres explotados castellanohablantes, son muy simplificadores. Lo que es verdad es que es una sociedad que, cuando hay tensión, sufre por la costura de la lengua.

P. Usted detecta una tendencia hacia el sentimiento identitario catalán y no español en todos los grupos desde 2008.

R: Es más dicotómico. Las identidades cada vez se entienden menos como escalas de grises y más como blancos y negros. En todo. “¿Tú qué eres, facha o de izquierdas? ¿Español o catalán?”. Se ha modificado la idea de identidad como algo que admite gradaciones y hemos llegado a identidad sí o no. Uno o cero. Esto ha afectado al caso catalán. Pero no es tanto que haya más sentimiento de pertenencia catalana en las nuevas generaciones, sino que los que antes se sentían más catalanes que españoles, como resultado del procés se están sintiendo únicamente catalanes. Hay una radicalización dentro del ámbito de pertenencia.

P: ¿No es que las nuevas generaciones sean cada vez más independentistas?

R: Antes era así. Históricamente la preferencia por la independencia seguía una lógica generacional. En cada nueva generación había un mayor porcentaje. Esto se rompe en el otoño de 2012, cuando Convergència se convierte en un partido independentista y arrastra a su electorado, que es muy mayor. Esto rompe la inercia generacional [de apoyo a la independencia]. Ahora la relación es claramente con respecto a la lengua materna. Dentro de cada generación, los catalanohablantes son los que se muestran más partidarios de la independencia, sea cual sea la generación. Es uno de los elementos más interesantes del camino recorrido en los últimos años: la radicalización de los mayores, sobre todo la parte catalanohablante, que no es sólo la base electoral de Convergència, sino de la movilización permanente en Cataluña.

P: 2012, una convocatoria electoral clave.

R: Hay un cambio estratégico de CiU, que había ganado en 2010 de manera apabullante, destruyendo a ERC, gracias a una campaña de los medios nacionalistas contra el segundo tripartito. Lo que ocurre es que después hay un cambio de su relación con el PP. Porque entre 2010 y 2012 pasa una cosa: el PP gana por mayoría absoluta. Así que CiU se queda sin margen de maniobra en Madrid, pero atada al PP en el Parlament. Es ahí cuando alguien convence a Mas de que puede reforzarse y convoca elecciones. Pierde 12 escaños y ERC sube.

P: ¿Puede haber llegado el momento de ERC en las próximas elecciones?

R: No tenemos ni fecha, ni candidatos... No se puede pronosticar. Recordemos 2017. ERC tenía una ventaja de 13 puntos en las encuestas. Y pasó lo que pasó. Es verdad que nada se repite, sería un drama para Esquerra. Pero queda mucho. La posición de Esquerra no es sólida. La estrategia de Junts per Cat de acusar a ERC de traidor al 1 de octubre podría funcionar, no lo sabemos.

P: A priori, con su análisis en la mano, los mensajes más matizados y complejos, como la simultaneidad de la lucha por la independencia y el diálogo de ERC, lo tendrían más difícil que los más directos que usa JxC.

R: A priori. Pero hay que tener en cuenta el cansancio, la posible desconfianza. También juega la CUP. Todos esconden sus cartas.

P: ¿La adhesión independentista puede sucumbir también al aburrimiento o este tipo de pasión es más resistente a la volatilidad?

R: El cansancio y el hastío pueden afectar a cualquiera. La clave es si los independentistas serán capaces de crear elementos de movilización en el momento de las elecciones. Es lo que van a intentar: removilizar al bloque independentista.

P: Ya no está tan claro que sea un bloque. Ahora podría haber una mayoría distinta de la independentista.

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R: Esto es clave. Junts va a decir: “Si votan a Esquerra igual no hay gobierno independentista". Esto lo va a sufrir Esquerra.

P: ¿Sufrir? ¿No le da a ERC acceso a sectores más pragmáticos?

R: Supongo que alguien debe de haber hecho los números. Entre el esencialismo y el pragmatismo, quizás alguien ha hecho los números y ha dicho: “Lancémonos”.

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