debate sobre el final de ETA
"¡Dejen de utilizar el fantasma de ETA!": las hijas de Ernest Lluch piden respeto para todas las víctimas 20 años después de su asesinato
El día que Iñaki Krutxaga le mató de dos disparos en la cabeza en el garaje de su casa, hace este sábado exactamente 20 años, Ernest Lluch estaba preocupado por su seguridad. En el pasado había recibido amenazas y la ofensiva que el comando Barcelona había puesto en marcha en aquellos días le había hecho temer por su vida.
Eran los tiempos en los que el duro Francisco Javier García Gaztelu, Txapote, dirigía ETA y quería disipar cualquier tentación de que el diálogo pusiese fin a tantos años de sufrimiento. Y diálogo era, según quienes le conocían, lo que encarnaba Ernest Lluch. Matarle a él era matar el diálogo.
Hoy sería “un político raro”, por infrecuente, admite su amigo el diputado en el Congreso Odón Elorza: ”Era un hombre muy abierto a hablar con interlocutores de pensamiento diferente”. Tanto que cuando dejó la política activa y el Ministerio de Sanidad (que dirigió entre los años 1982 y 1986, durante el primer Gobierno de Felipe González, el tiempo justo para poner en pie la Ley General de Sanidad que todavía está en vigor) “pasó a ser un hombre con libertad de opinión, sin dependencias y sin sectarismos”. Siempre dispuesto a investigar en busca de soluciones, también para el conflicto vasco.
“En ese sentido era un intelectual y un político incómodo”, incluso para su partido, remarca Elorza, que fue alcalde de Donostia en los años que trabaron vínculos personales. El nuevo lema que eligió para la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) cuando aceptó el puesto de rector, “Atrévete a pensar”, retrata su espíritu.
Su audacia quedó por escrito en muchos de los artículos que dejó. Uno de ellos, firmado al alimón con el también heterodoxo Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y publicado en el diario El País el 18 de septiembre de 1999, un año antes de su asesinato, llama la atención por su actualidad. “El sentimiento constitucional, la verdadera lealtad constitucional, exige hacer cuanto se pueda por conseguir que todas las fuerzas políticas vascas se 'enganchen' al bloque de constitucionalidad. Y eso hay que hacerlo no reabriendo un periodo constituyente, pero sí reviviendo el espíritu constituyente de imaginación, generosidad, transacción y consenso. Sin aferrarse a las palabras, sino atreviéndose a escribir palabras nuevas”.
Era un hombre tranquilo, pero también lleno de coraje. El mitin en la Plaza de la Constitución de San Sebastián en el que se encaró con los abertzales para pedirles que gritasen más, porque mientras gritaban no mataban, formaba parte de la campaña a la alcaldía de Odón Elorza. ”No esperábamos que hubiese una respuesta de la izquierda abertzale, del mundo proetarra de la parte vieja, con aquellos carteles de los presos. Y la verdad es que Ernest se calentó, porque tenía una gran esperanza en que aquella tregua fructificase”.
El 21 de noviembre de 2000, cuando Lluch aparcó su coche en el garaje de su casa de Barcelona, le estaban esperando. El etarra Iñaki Krutxaga acabó con su vida disparándole dos veces por la espalda. Fuera se había quedado cubriendo su vía de escape Lierni Armendariz. El tercer integrante del comando, Fernando García Jodrá, estaba en el piso franco, esperando.
Fueron detenidos apenas dos meses después, casi por casualidad, gracias a dos agentes de la guardia urbana de Barcelona. Krutxaga, el autor material, es hoy uno de los menos de diez irreductibles que, según Interior, aún reivindican la violencia en las cárceles españolas, y cumple condena en la prisión de Castellón I. Jodrá está en la de Huelva, pero Armendariz acaba de ser trasladada desde la prisión de A Lama, en Pontevedra, a la de El Dueso, en Cantabria. Está encarcelada desde enero de 2001, y hasta diciembre de 2023 no cumplirá las tres cuartas partes de su condena. Aceptó la legalidad penitenciaria y se comprometió a hacer frente a la responsabilidad civil. Interior justificó también su traslado en “razones amparadas por la Ley de Protección de Datos”, lo que habitualmente tiene que ver con su estado de salud.
Quienes le conocieron están convencidos de que Lluch defendería hoy más que nunca el acercamiento de presos de ETA al País Vasco como el de Armendariz y celebraría la decisión de EH Bildu de entrar en el juego político.
“Nunca me ha gustado interpretar a otros, sobre todo a los que ya no están”, advierte Elorza. “Pero en sus reflexiones, las conversaciones que mantenías con él, lo que tiene escrito, deja en evidencia que él desde el primer día hubiese puesto en valor el cambio de actitud de un sector de la dirección de la antigua Herri Batasuna, luego ya en Bildu, apostando por el diálogo”. Lo hubiera puesto en valor y “le hubiera dado credibilidad”, remarca.
La importancia del diálogo
“Otra cosa es que él hubiera dicho que, efectivamente, les faltaba romper con ciertas cadenas –explica Elorza– y hacer una autocrítica muy profunda. Pero ninguna duda de que lo hubiera celebrado, porque es lo que estaba pretendiendo durante mucho tiempo”, en línea con el acuerdo de Ajuria Enea, que decía lo mismo: que cuando ETA dejara de matar había que abrir un diálogo.
Las hijas de Lluch comparten esta opinión. Defienden el derecho de participación política de EH Bildu, pero no ocultan cierta desazón cuando se les pregunta qué les parece que una parte de sus dirigentes, los que proceden de la antigua Batasuna, sigan sin condenar expresamente los atentados de ETA.
Rosa, la segunda de las tres, tiene “una sensación ambivalente". "En primer lugar –explica– porque, por mucho que yo sea historiadora o por mucho que yo intente hablar desde la razón, en estos temas no dejo de hablar desde el estómago. Y debemos tener muy claro que determinadas decisiones nunca se pueden tomar desde el estómago, hay que tomarlas desde la razón”.
“A mí me incomoda, por decirlo suave, que algunos miembros de EH Bildu sigan con un discurso un poco ambiguo”, admite. Pero como es una “optimista de la razón”, prefiere fijarse “en las condenas claras y el hecho de que se hayan apartado de la violencia la mayor parte de los dirigentes de Bildu, que nunca estuvieron de acuerdo con ella. Prefiero quedarme con esa parte”.
Su hermana Eulàlia, la mayor, lo ve “contradictorio”. “Igual no saben apreciar lo que significa estar en una plena democracia”. Y aunque defiende sin reservas que Bildu esté en el Congreso, donde “tiene todo el derecho a estar”, y que participe “en el juego democrático igual que los otros partidos políticos”, eso no significa que esté cómoda con la resistencia de algunos de sus miembros a condenar lo que hizo ETA. “Me parece un poco cínico”, asegura.
Las dos hermanas critican sin paliativos que, a pesar de su desaparición, tanto ETA como sus víctimas sigan siendo usadas como arma arrojadiza en el Congreso de los Diputados. “Me parece una vergüenza”, dice Eulàlia sin rodeos. “Yo les pediría por favor que si quieren utilizar a las víctimas del terrorismo primero lo consulten con ellas. Algunas estarán de acuerdo, y tienen todo el derecho porque igual piensan como estos partidos, pero hay otras muchas víctimas del terrorismo que no pensamos igual”. Si quieren hablar en su nombre, que lo hagan en el de “algunas víctimas”. Otras, recuerda, “somos insultadas” precisamente por no pensar igual.
“Así que, por favor”, ruega a los políticos, “dejen de utilizar el fantasma de ETA para arrojárselo a la cabeza del gobierno, sea cual sea el gobierno. Que ningún partido utilice la memoria de las víctimas y a ETA para arrojarse porquería el uno al otro. Deberían ser más más inteligentes, que bastantes problemas tenemos ya como para encima resucitar fantasmas”.
Rosa tampoco entiende la actitud de los partidos que agitan el dolor de las víctimas. “Siento mucha tristeza, mucha vergüenza, siento mucho enfado. Que tantos años después las víctimas sólo sirvamos para que los políticos se insulten entre ellos me parece realmente de muy poco valor democrático”.
“A mí lo que me gustaría es que todos fuéramos capaces de superar este episodio de ETA como lo que es, una derrota de la violencia por parte de distintos protagonistas, entre ellos una sociedad que no aceptaba que en su nombre se matara gente”. La derrota de ETA, explica Rosa, “es un éxito”. Y eso “es lo que deberíamos estar poniendo de relieve, es lo que nos tendría que haber quedado, no estas disputas con las víctimas”. Unas víctimas “a las que, por cierto, nadie está preguntando cómo están o qué necesitan”.
Vistas en perspectiva, hay actitudes de la época en la que ETA mataba que son difíciles de entender. “Yo creo que sí. Creo que en general en el País Vasco y en todas partes hubo momentos que ahora, cuando los ves, con la distancia, son complicados de entender. Determinados silencios, determinadas complicidades que ciertamente se palpaban”. Por eso “acabó siendo víctima de ETA gente que claramente apostaba porque ETA acabara”, como su padre. Ahora lo que hace falta es “un espacio de relación y de tranquilidad, y los gritos de estos últimos días no contribuyen nada” a conseguirlo, lamenta.
Entender al otro
A la política española, añade, le falta en estos momentos “entender que el que no piensa como tú no es que sea mala persona o es que está equivocado, sencillamente piensa diferente”. “Estamos en una etapa en la que o piensas como determinada gente o directamente eres destrozado. Todos podemos ver las cosas de distinta forma; todos tenemos parte de razón y de no razón”.
Eulàlia es muy consciente de que un día los asesinos de su padre habrán cumplido condena y saldrán a la calle. “Sí, claro. Calculo más o menos que salgan de la cárcel dentro de unos diez años. Habrán cumplido sus condenas y yo no tengo nada que decir al respecto”. Evidentemente, añade, “no me apetecerá cruzarme con ellos en la calle, probablemente ni los reconoceré ni me reconocerán”. “Así son las normas: tú has cumplido tu condena, en teoría has pagado con la sociedad y vuelves a ser libre. No tengo nada que decir. Es así la justicia”.
La hija mayor de Lluch entiende que hay muchos asesinatos de ETA que están sin esclarecer y le “gustaría que se resolvieran, porque las víctimas que no saben quién asesinó a su familiar o a su amigo y están tantos años sufriendo sin saber quién lo hizo creo que no acaban de cerrar el círculo, no pueden completar su duelo. Yo en mi caso sé quién lo hizo, trabajo con un duelo más o menos llevadero. Pero gente que todavía no sabe quién mató a su padre, a su madre o a su hermano… Ahí no puedes acabar de cerrar el duelo. Eso sí que se tendría que resolver antes de enterrar definitivamente a ETA”.
“Nos va a pasar un poco como con la Guerra Civil”, explica, “que todavía hay heridas abiertas y muchas familias siguen sin hablar del tema. Y eso tampoco creo que sea bueno”.
En cualquier caso, lo que no acepta es que se utilice a ETA, “que tiene que estar sólo en los libros de historia”, para la refriega política. “El de ETA es un fantasma que espero que cada día se vaya difuminando más y llegue a no ser ni siquiera un recuerdo“.
En un artículo publicado en el diario El País el 11 de junio de 2000, apenas cinco meses antes de su asesinato, Lluch resumía muy bien la filosofía que hoy asumen sus hijas. Pedía no usar “el nombre de ETA en vano”, por el riesgo de “emponzoñar la vida colectiva” descalificando a cualquier adversario tachándolo de terrorista.
Odón Elorza es más duro que las hijas de Lluch a la hora de juzgar la utilización de las víctimas y el efecto que tiene sobre ellas que se haga debate político a su costa. “Bastante daño” ya ha hecho ETA “como para que ahora, por intereses bastardos, sectarios y miserables, la derechona y la caverna mediática la resuciten”.
Estar “todo el día jugando con ETA, como si estuviera presente, no es positivo para las víctimas” ni “para normalizar la situación, porque hay que hacer todavía muchas cosas en favor de la memoria y para que no se olvide el terror”. Lo que no hace falta es estar invocando “permanentemente a quien fue derrotado por la democracia”, remarca. “Sin condiciones y sin obtener nada a cambio”.
Lo que queda de ETA
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“Lo echo muchísimo en falta” confiesa el que fuera alcalde de San Sebastián. “No sólo en lo personal, también por las conversaciones que teníamos sobre la política del país. Era un hombre muy culto, un intelectual metido a político y la verdad es que sabía de todo. Y le echo en falta como padre político”.
Hoy, 20 años después de su asesinato, tanto Rosa como Eulàlia se confiesan conmovidas por el interés que sigue despertando su padre. Sobre todo entre la gente común que le conoce sólo por sus escritos y sus opiniones y que no tuvo la oportunidad de conocerle personalmente.
“A mí me emociona, y en cierta manera me abruma. Te hace sentir mucho más acompañada en el dolor, porque el dolor es colectivo”, dice Rosa. A Eulàlia le cuesta hasta entenderlo, confiesa. “Lo agradezco muchísimo. Yo creía que a medida que fueran pasando los años iría decayendo todos esto”. Sobre todo el recuerdo de “la gente de la calle, gente normal. Que es como mi padre era”.