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Desde la casa roja

Silencio, habla el rey

Aroa Moreno Durán nueva

En este mes de diciembre, me gustaría recordar algunas navidades difíciles que dejaron tras de sí una esperanza. Incluso, en nuestros peores momentos. Esta es la primera de una serie que escribiré durante este mes de diciembre, en este extraño Adviento y desde la casa roja. Acompáñenme en el viaje a esta pequeña memoria.

En casa nos mandaban callar cuando hablaba el rey Juan Carlos. Pero nadie se para a escuchar qué dice Felipe VI. La visita de Papá Noel y el mensaje del rey hoy emérito eran lo que indicaba que ya podíamos sentarnos a la cena de Nochebuena. Diez minutos de silencio total, calla, niña, seguidos del ruido de las cacerolas en la cocina, la caída de los cubiertos sobre la mesa y el alboroto de los niños con los juguetes nuevos. El mensaje, que fue despojándose de emoción con los años, que fue mecanizándose, orgullo, patria, satisfacción, convivencia, parecía decir cada vez menos. Las frases que nos lanzaba Juan Carlos eran intercambiables de un año a otro. Fue desapareciendo del marco el resto de la familia real. Nunca más se escucharon villancicos. Todo se volvió estatismo. Robóticos cambios de plano. Supongo que el aparato de comunicación de Zarzuela se daba por satisfecho con que Juan Carlos no gesticulara de más, con que transmitiera que, aunque todo cayera a su alrededor, le quedaba reinado por delante y con que se pareciera lo máximo posible a un retrato de sí mismo: que sonara plano así hablara de terrorismo como de crisis económica.

1975. Delante de un enorme Belén: la familia real. Cristina en el suelo, Felipe de pie entre sus padres, Elena detrás de su madre, Sofía, que está sentada como el rey en una butaca. Juan Carlos arranca a hablar después de una buena dosis de himno nacional. Aquel mensaje Juan Carlos lo abrió recordando el testamento que había dejado “el Generalísimo” al pueblo español: “un documento histórico que refleja las enormes cualidades humanas y los sentimientos de patriotismo sobre los que quiso asentar toda su actuación al frente de nuestra nación”. Juan Carlos también dice Cristo y dice paz del espíritu. Recuerda que la unidad necesaria para lograr la fortaleza que todo progreso demanda no debe eliminar la variedad de la nación. Dice Juan Carlos que esta fortaleza refuerza y enriquece los matices de un pueblo antiguo como el nuestro. Dice que la voluntad del reinado es que en todo hogar español existan la prosperidad y la justicia.

Que el futuro será nuestro, dice.

Creo que Juan Carlos sabía más cosas de España entonces que ahora. O conocía mejor a los españoles. O, tal vez, aún le veía las orejas al lobo de una posible marcha atrás. ¿Se sentía ya entonces inmune? ¿O de qué hablaba? A mitad del mensaje, Felipe, que no pasa los siete, se cansa y se sienta en el suelo. La grabación acaba con el viejo águila del escudo franquista tétricamente iluminado.

En 1975, ese año desde el que el rey habla, pasaron otras cosas, aparte de la “enfermedad y duelo” de Franco. El propio Juan Carlos apenas llevaba un mes coronado cuando se emite ese mensaje. Aquel año se celebró por primera vez el Día Internacional de la Mujer en España. En noviembre, España se desentiende de la situación del Sáhara, que es invadido por Marruecos. Solo tres meses antes de esa Nochebuena, cinco hombres, dos de ETA y tres del FRAP, eran sentenciados a pena de muerte y morían ejecutados solo un día después. Franco había muerto, pero no el franquismo: Arias Navarro era presidente del Gobierno.

Algo irreparable se ha roto. Han pasado 45 años de historia desde esas palabras. ¿Debería Juan Carlos dirigir un último mensaje a los españoles? ¿Podría explicarse ante “los hombres de buena voluntad” hoy? ¿Ha sido eso todo? Los mitos, también los políticos, no nacen y mueren cuando a uno le conviene para seguir creyendo en ellos. El personal reinado de Juan Carlos, indisoluble de la institución, contiene dentro su oscuro principio y su oscuro desenlace. ¿Es este el penoso final de la historia? ¿Puede regresar Juan Carlos a ajustar las cuentas desde ese medieval destierro en el que se esconde?

Tal vez, entre el recuerdo de las hazañas amorosas, en el recuento de las comisiones saudíes, de los colmillos del elefante, se acuerde de su reino, que no le quiso porque fuera rey, sino por el espejismo cercano que encarnaba, por el símbolo de alguien que intentaba pasar su propia página. Y entonces se pregunte cuáles son las razones por las que no deberíamos cuestionarnos esa herencia de sangre, privilegio y fraude: su dinastía.

Que nos diga algo: España, me he vuelto a equivocar, pero ahora sí que no volverá a ocurrir. Ya no. Que alguien hable. La Casa Real, el Gobierno, la Justicia. Pero que sepan que aquellos que nos mandaban callar para oír sus mensajes ya no están aquí.

Feliz Navidad.

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