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Maneras de vivir

Fernando Pérez Martínez

Vivir del palo no es fácil. Tiene su industria, sus rutinas. Una de ellas es cambiar periódicamente de domicilio, de nombre y de apariencia para no ser ubicado a la primera de cambio. Cuando has acumulado mucho daño colateral, después de casi cuarenta años de trayectoria relacionada con un barrio, una dirección, empieza a ser habitual que se acumulen un día sí y otro también requerimientos judiciales por la reiteración de conductas sospechosas de fraude en la historia reciente, antigua y contemporánea, del pleistoceno como a los más significados gusta decir… Es hora de largarse de ahí, cambiar de aires antes de que alguien dé la voz de alarma: ¡A ése! Y haya que salir por patas o lo que es peor metiendo lo que quepa en una maleta a toda prisa y diligentemente, antes de que cuatro amargados rencorosos te echen la zarpa y te agríen la vida. Aquí no se devuelve nada, no haberlo dado. Que a nadie se lo sacaron a punta de pistola creo yo… lo quisieron dar y lo tomamos agradecidos, ahora a reclamar al maestro armero. Son cosas que yo creo que pasaron cuando mis padres ni se conocían.

Por eso una de las prácticas inherentes al oficio, si quieres que las cosas vayan en paz y como es debido, consiste en variar de domicilio e imagen y por supuesto no asumir los marrones que te puedan relacionar con la anterior directivamarrones. Yo no tengo nada que ver con ese señor del que usted me habla. No le conozco de nada. Ni aun posando sonrientes en la misma foto acomodados en la cubierta de un yate. Niégalo. Tú pasabas por ahí y por no hacer un desaire a unos desconocidos que te confundieron con un compañero de facultad de hace ni se sabe los años…

A saber lo que hacía uno hace diez, veinte años, y con quien se tomó una copa. Si yo creo que entonces ya no vivía en ese sitio. Y dale, yo qué tengo que ver con esas personas.

Para evitar estas enojosas interlocuciones y tener que responder por otros es preferible levantar el campo. Enajenar y vender lo que sea transferible y llamarse andana que yo no pago más que lo que rompo y si es posible ni eso. Que vayan a buscarme a mi antiguo domicilio y se harten de llamar a la puerta y mandar requerimientos. O que me busque allí la diligencia judicial.

Dónde va a parar, se vende la casa, se cambia de cara y se vuelve a montar el chiringo con otra fisonomía y en otro barrio, y si alguien pregunta o se hace el receloso, se niega contundente y si es de rigor se le mienta la madre que uno lleva toda la vida comportándose como para que le venga el primer estomagante que pasa a levantar testimonios de vaya usted a saber, con me parece, creo que le vi aquí o allá, haciendo esto o lo otro. Que no ¡caramba! Que yo no vivo allí, ni he vivido nunca, y a esos señores no los he visto en mi vida o todo lo más, quizá por la prensa, que yo no sé qué se ha tomado, que le ha sentado mal y a mí déjeme usted tranquilo que yo no me meto con nadie y estoy aquí para ganarme el pan como cualquiera sin faltar…

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Así que vamos a tener la fiesta en paz, haber reclamado entonces. Vienen a pedirme explicaciones de cosas y personas que yo no le puedo decir si las habré visto, o puede que hayamos coincidido en alguna ocasión, pero lo que es seguro es que no cambiamos más allá de alguna frase de cortesía. Yo qué voy a saber a qué se dedicaba ese señor al que usted se refiere. ¿Contrabando?, ¿narcotráfico?, no me haga usted reír si esa persona creo que tenía una constructora, una conservera o algo por el estilo.

Todas estas enojosas situaciones se las ahorra uno si hubiera cambiado a tiempo el domicilio quemado, componiendo sorpresa y dignidad herida en la faz rígida e imperturbable como el granito y jurando solemnemente no volver a hablar del asunto. Eso quisieras tú, pero en los tribunales hay una larga ristra de asuntos relacionados con tu acrónimo. Haber hecho como CiU.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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