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La irrupción de las criptomonedas y la inestabilidad del dólar anuncian tiempos convulsos para el dinero
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Durante décadas, la moneda ha sido uno de los ángulos muertos de economistas ortodoxos y políticos. Dado que se supone que los mercados son perfectamente eficientes, según la teoría neoliberal, teóricamente la moneda es “neutral”, lo que significa que las políticas monetarias no influyen en las elecciones colectivas, los intercambios comerciales y los marcos económicos. Y viceversa. Mil ejemplos demuestran lo contrario. No hay más que ver el papel de los bancos centrales desde la crisis financiera de 2008 –e incluso antes– para medir la inanidad de esta concepción: en todas partes, la moneda vuelve con fuerza y nos recuerda hasta qué punto es política.
El economista Michel Aglietta, profesor emérito de la Universidad de París-Nanterre, ha recordado esta dimensión política a lo largo de su larguísima carrera y de sus numerosas obras. “La moneda es un bien público común”, no deja de escribir. Combinando las misiones de unidad de cuenta, almacenamiento de riqueza e instrumento de cambio, la moneda se apoya en el frágil e insustituible factor de la confianza. La confianza proviene del monopolio de la emisión monetaria confiado a los bancos centrales, brazos armados de los Estados, que le confieren legalidad. Esta base es la que garantiza que la moneda sea reconocida y aceptada por todos en los intercambios comerciales. “Hace sociedad”, insiste el economista.
Sin embargo, lo que parecía evidente ya no lo es tanto. Hoy en día, todo este edificio institucional y de reconocimiento erigido, en ocasiones, hace milenios –la primera moneda metálica marcada con un sello apareció en Mesopotamia 5.000 años antes de Cristo– está en proceso de ser socavada, advierte Michel Aglietta, en Le Futur de la monnaie, del que es coautor junto con la economista Natacha Valla, execonomista del BCE. La tecnología, la geopolítica, el cambio climático, todo se precipita, provocando trastornos en el entorno monetario, explican en un libro denso, a veces muy técnico, pero esencial para entender cuestiones que nos conciernen a todos.
La medida del cambio en marcha puede leerse ahora en portada de los periódicos: todos los días o casi, los movimientos erráticos del bitcoin, un día a 58.000 dólares, al día siguiente por debajo de 50.000 dólares, para luego subir, alimentan la crónica financiera. A decir de sus defensores, el bitcoin, al igual que todas las criptomonedas, se llamen ethereum, libra o cualquiera que sea su denominación, está destinado a convertirse en el futuro monetario de nuestros intercambios.
Emitidas por actores privados, estas criptomonedas se basan en un registro formado por sistemas informáticos en red (blockchains), que registran las transacciones y las validan, al tener cada usuario un monedero electrónico. El conjunto es abominablemente energívoro, un detalle según sus promotores.
Este sistema, según ellos, debería favorecer la aparición de una moneda universal totalmente desmaterializada, que facilite las transacciones instantáneas y prácticamente gratuitas en todo el mundo, escapando a todas las limitaciones de la política al ser emitida por la esfera privada. Un sueño acariciado desde hace tiempo por el economista austriaco Friedrich Hayek. “La criptomoneda es el avatar libertario del último intento del neoliberalismo de despolitizar el dinero”, escribe el historiador económico Adam Tooze.
A pesar de las afirmaciones de sus defensores, la criptomoneda en este momento no es moneda, según Michel Aglietta y Natacha Valla. “En el mejor de los casos, es una unidad de cuenta”, insisten, recordando que el valor de la criptomoneda está vinculado únicamente a los subyacentes en los que se basa. Las salvajes variaciones que están sufriendo actualmente confirman el análisis; objeto de especulación, se están transformando en dinero de casino, lo que imposibilita el uso de estas herramientas tan aleatorias como base monetaria estable para los intercambios.
Pero el defecto fundamental de estos sistemas actuales de criptomonedas, según ellos, es la voluntad de “liberarse de cualquier poder central, y por tanto de la soberanía política que lo legitima”. Esta soberanía, que proporciona una garantía de “inclusión social, seguridad en los pagos, protección de los usuarios y naturaleza privada de los pagos”. Pero no hay nada de eso.
El afán con el que las mafias y los hackers se han apoderado de estos instrumentos, que se han convertido en sus vehículos favoritos para el blanqueo de dinero o la extorsión, debería alertarnos. No hay control sobre estas criptomonedas y, sobre todo, no hay garantías. ¿Qué las respalda? ¿Quién certifica su valor? ¿Quién es el prestamista, en última instancia? Nadie. Estos instrumentos no están en absoluto regulados y escapan al control de los bancos centrales. Esto los convierte en instrumentos financieros en el aire, susceptibles de provocar riesgos sistémicos a largo plazo.
Hasta la fecha, gobiernos y bancos centrales venían observando estas criptomonedas sin mucha preocupación y a veces incluso con cierta simpatía, en nombre de la innovación tecnológica. Su actitud, sin embargo, se está endureciendo a medida que los gigantes digitales, que han empezado a entrar en el sector de los servicios financieros ofreciendo plataformas de pago y crédito a particulares o pymes, ya no ocultan su voluntad de implicarse en las criptomonedas.
Facebook fue el primero en hacerlo, anunciando el lanzamiento de la libra. El gigante digital pretende crear una moneda electrónica cuyo valor vendría dado por una cesta de divisas. La composición de ésta quedaría en manos del gigante digital. Su único compromiso es que la institución que debe controlarlo todo estaría dispuesta a comprar cualquier unidad de libra al valor del precio de la cesta de divisas. Pero, ¿quién lo garantiza? ¿Dónde están los controles? ¿Se compromete la asociación a ser el garante de última instancia y a comprar todas las libras que se les presenten?, se preguntan los autores.
Pero es la dimensión política la que más les preocupa: “El proyecto libra equivale a transferir la política de la moneda a empresas multinacionales privadas. Dejar que este proyecto prospere es debilitar a los Estados-nación de forma correlativa desestabilizando sus monedas”.
La irrupción de los gigantes digitales es “un gran desafío para las sociedades democráticas”, según Michel Aglietta. “Se trata de un proceso que se refuerza a sí mismo y que conduce irremediablemente al poder del monopolio privado sobre la moneda”, advierte. Al dominar ya las tecnologías, las redes que determinan con total opacidad, capturando los datos de los miles de millones de usuarios que luego monetizan, se encontrarían, si obtuvieran también el poder de crear dinero, en una situación en la que podrían fijar el valor de todo, influir en todo el sistema financiero y monetario, incluso hasta comprometerlo, para extraer y capturar una renta global aún mayor. “Por eso la acción pública debe ir más allá de la regulación financiera. También debe abarcar la política de competencia a través de la legislación antimonopolio y la regulación de la captación de datos privados”.
Pero eso no significa que haya que renunciar a una e-moneda, dicen los dos autores. Pero sólo puede ser válido y tener todas las características de integridad si lo emiten los bancos centrales. El ejemplo de China, que ha creado una moneda electrónica controlada por el Banco Central de China, les parece una de las vías que hay que explorar. Sin embargo, los autores olvidan señalar que esta innovación tecnológica tiene una contrapartida política: las autoridades chinas están ahora en condiciones de rastrear todas las transacciones realizadas por la población, eliminando así cualquier carácter privado del comercio. Un detalle no menor.
Desconfianza creciente en el dólar
Los grandes bancos centrales estudian en estos momentos la creación de una moneda electrónica bajo sus auspicios. Esto podría tener la inmensa ventaja, a su parecer, de proporcionar una solución a las actuales limitaciones de su política monetaria, facilitando una transmisión monetaria que ahora se enfrenta a la captura del sistema financiero.
Sin embargo, leyendo a Michel Aglietta y Natacha Valla, podemos deducir que la cuestión es mucho más compleja que la simple creación de un monedero electrónico, que una simple innovación tecnológica. Dependiendo de la arquitectura elegida, de si el sistema es abierto o cerrado, es decir, que permita el acceso a un número limitado de actores o no, sobre todo en los mercados de capitales mayoristas, todo puede ser radicalmente diferente. En resumen, se trata de definir el papel de la intermediación bancaria, del futuro de los bancos, que hasta ahora han tenido el poder de crear bancos. No es cualquier cosa.
Más allá de la especulación y los efectos de la moda, este interés por las criptomonedas dice algo sobre la moneda. Una desconfianza sorda se está apoderando del valor del dinero, del dólar en particular, la moneda clave del sistema monetario internacional.
Tras el colapso de Bretton Woods, denunciado por los estadounidenses en 1971, la moneda estadounidense se convirtió en la moneda de reserva mundial, estableciendo su hegemonía económica y financiera.
Voluntariamente, el resto de países aceptaron encontrarse en una situación de “subyugación benévola” hacia Estados Unidos: una abrumadora mayoría del comercio internacional se expresaba en dólares, lo que implicaba ajustes económicos, sociales y financieros en cada país para seguir siendo competitivo en un mundo donde el capital circula libremente. “Pero las ganancias del comercio internacional para los países que aceptan esta lógica deben compensar los costes políticos de este sometimiento”, recuerdan Michel Aglietta y Natacha Valla.
Pero Estados Unidos nunca ha aceptado una autolimitación de su poder a cambio de esta dominación. No ha dudado en usar y abusar de su “exorbitante privilegio”, según Valéry Giscard d'Estaing, para eximirse de cualquier disciplina monetaria, presupuestaria o financiera.
Mientras han sido la potencia económica dominante, esta posición seguía siendo defendible. Pero Estados Unidos experimenta ahora un relativo declive económico debido a la globalización y al ascenso de China. Llevados por un capitalismo financiero exacerbado, los flujos financieros han llegado a ser mayores a los intercambios económicos, creando desequilibrios que socavan la supremacía monetaria y financiera de Estados Unidos.
La crisis de 2008 enmascaró estas importantes tendencias; en un contexto de pánico, el dólar se convirtió en el refugio seguro por excelencia, el único capaz de garantizar la liquidez mundial, y la Fed se erigió en garante de última instancia del sistema financiero internacional.
Con el tiempo, las disfunciones se han hecho más evidentes. “La base de la creación de valor que se monetiza a nivel mundial está cada vez más desconectada de los flujos de pago que operan la circulación de este valor. Como resultado, los costes del dominio del dólar para los países que lo aceptan están empezando a superar los beneficios de la coordinación por defecto ejercida por la moneda clave”, señalan los autores.
Desde la crisis de la deuda argentina hasta la crisis de la deuda brasileña en 2015, pasando por la explosión de la deuda en dólares en los países africanos, de una inflación importada que los países emergentes no pueden controlar, los desequilibrios repentinos provocados por la fuga de capitales, las manifestaciones de estos costes económicos y políticos llegan a ser gigantescas. Tanto es así que el FMI está ahora preocupado por los riesgos sistémicos que podrían surgir del más mínimo cambio en la política monetaria estadounidense: “El alza minúsculo del tipo de referencia de la Fed afecta a nueve billones de dólares en deuda y depósitos”, señalan los autores.
Cuando a estos desequilibrios estructurales se suma una política de represalias y sanciones, llevada a cabo en nombre de la extraterritorialidad de la ley estadounidense, contra todos aquellos que utilizan el dólar para obligarlos a alinearse con las políticas de Estados Unidos, una denuncia de los tratados internacionales y una guerra comercial contra China dirigida por el presidente Trump con fines de política interna, la supremacía del dólar se vuelve insoportable. “A partir de ahí [...], la divisa clave degenera en un puro instrumento de dominación que sólo puede ser combatido”, constatan los autores.
No estamos lejos de este punto de ruptura. Para Michel Aglietta y Natacha Valla, es importante reconstruir urgentemente un sistema monetario equilibrado que tenga en cuenta la multipolaridad del mundo. Les parece que la solución está al alcance de la mano, el FMI. Concebida originalmente por Keynes para ser la institución monetaria mundial, el FMI ha quedado reducido al papel de garante de los acreedores privados y promotor de los planes de ajuste económico interno, con el fin de Bretton Woods. Nada impide, según los autores, devolverle su función principal. Sobre todo por que los Derechos Especiales de Giro ya existen y pueden constituir una base sólida para el sistema financiero internacional, evitando el dominio de uno u otro país.
Sobre el papel, todo podría funcionar rápidamente. Pero, ¿podemos imaginar a Estados Unidos abandonando su dominio monetario y financiero sin oponerse? Del mismo modo, no hay garantías de que la China del presidente Xi Jinping esté en la misma tesitura que hace unos años, cuando defendía un sistema multipolar, y no quiera ahora construir un sistema monetario paralelo que le permita afirmar su poder y competir directamente con el dólar.
Estas y otras muchas cuestiones, sobre todo en lo que respecta a la financiación del cambio climático, probablemente mantendrán ocupados a todos los países en los próximos años. Dado lo que está en juego, es importante que estos debates no se limiten a unos pocos cónclaves de expertos. Porque la moneda nos concierne a todos.
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Traducción: Mariola Moreno
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