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Las acusaciones de corrupción contra el Gobierno palestino ponen a Abás contra las cuerdas

Mahmud Abás, en una imagen de archivo.

René Backmann (Mediapart)

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¿Durante cuánto tiempo más podrá responder mediante la represión el presidente palestino Mahmud Abás a la revuelta de su pueblo? Convencido como está de que cuenta con el apoyo de Occidente y de que tiene vía libre por parte de Israel, parece decidido a enfrentarse a la ola de rechazo popular de la que es objeto haciendo que su Policía se lleve por delante a los promotores de los movimientos de protesta. Y echando a su Policía antidisturbios contra los manifestantes que llevan semanas exigiendo su salida.

La posibilidad de hacer autocrítica, la necesidad de dialogar con los críticos no parece pasársele por la cabeza. Sin embargo, al enfrentarse a un pueblo que se ha opuesto al Ejército israelí con dos levantamientos históricos –intifadas– en menos de 15 años y que cultiva un vivo recuerdo de sus momentos patrióticos, no puede asegurarse la victoria a largo plazo. Aunque los periodos de calma temporal pueden llevarle a pensar que se encuentra en la senda correcta.

Porque lo que está ocurriendo actualmente en las calles de Ramala y en otras ciudades de Cisjordania, controladas por la Autoridad Palestina, no se limita a querer expulsar del poder a Abás, réplica tardía de los seísmos que han sacudido o derrocado otros regímenes árabes desde 2010.

Estamos ante la explosión de una ira que lleva mucho tiempo instalada entre los jóvenes de Palestina. Y que se ve alimentada día tras día por las detenciones de manifestantes y activistas opositores, tal y como constatan los defensores locales de los derechos humanos.

Ahora resulta evidente, tras ser elegido en 2005, a raíz de los Acuerdos de Oslo, para dirigir la Autoridad Palestina, Mahmud Abás –Abu Mazen para los que todavía utilizan su “nombre de guerra”– ha perdido, con el paso de los años, toda credibilidad, especialmente a ojos de los jóvenes. Por dos razones principales.

Artífice principal de la estrategia del proceso de paz que debía conducir a la creación de un Estado independiente de Palestina, no ha conseguido ni la independencia ni la paz. Ni siquiera la preservación del espacio geográfico que debía servir de base a la negociación; no ha podido impedir ni la construcción del muro de separación/anexión ni el desarrollo continuado de la colonización, que enterró definitivamente cualquier esperanza de nacimiento de un Estado viable.

Por supuesto, la proverbial indecisión, su delicado estado de salud –tiene 86 años– y la torpeza diplomática del presidente palestino no son las únicas razones de este fracaso. La incompetencia, la despreocupación y la escasa comprensión de los problemas por parte de algunos de sus colaboradores, así como las rivalidades y peleas internas de la Autoridad, la OLP y Al Fatah, también tienen culpa.

Sobre todo, la presencia en el poder, frente a él, desde hace más de una década, de Benjamín Netanyahu, acérrimo defensor de un statu quo armado y apoyado por Washington, especialmente durante los cuatro años de la administración Trump, ha “puesto en formol”, en palabras de uno de los asesores de Sharon, cualquier posibilidad de negociación. Algo que deploró públicamente el secretario de Estado de Obama, John Kerry, cuando dejó el Departamento de Estado.

La otra razón de la ruptura entre Mahmud Abás y su pueblo es su caótico Gobierno y su indiferencia por las reglas de la democracia. Elegido hace 15 años y reelegido de facto sin elecciones en cuatro ocasiones, Mahmud Abás carece desde hace tiempo de la más mínima legitimidad democrática a ojos de su pueblo, pero también de muchos interlocutores extranjeros.

Sin carisma, sin el pasado combativo del que hizo uso –y a veces abuso– su predecesor Yasser Arafat, ocupa su búnker de la Mouqata liderando un sistema repudiado, socavado por la corrupción y el nepotismo, protegido y paralizado por su “cooperación en materia de seguridad” con Israel –su “colaboración”, según sus enemigos–.

Incapaz, pese a la reiterada ayuda del régimen egipcio, de lograr una “reconciliación” con los islamistas de Hamás que controlan la Franja de Gaza, también ha sido criticado por su silencio y pasividad cuando en mayo los colonos, protegidos por el Ejército y la Policía israelíes, multiplicaron sus provocadoras intrusiones en la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén. Al mismo tiempo, en el barrio de Sheikh Jarrah, a menos de 2 km de la Ciudad Vieja, residentes palestinos recibían amenazas de desalojo para dar paso a un nuevo asentamiento.

El enfado de los palestinos de Jerusalén, que se extendió rápidamente a Cisjordania y a las ciudades “mixtas” de Israel donde conviven israelíes judíos y palestinos de Israel, fue a más sobre todo cuando Mahmud Abbas anunció el aplazamiento sine die de las elecciones legislativas previstas para el 22 de mayo. Con el pretexto –real– de que el Gobierno israelí se negaba a organizar los comicios en Jerusalén, Mahmud Abás abandonó pura y simplemente la consulta anunciada en enero que debía permitir la renovación del Parlamento palestino.

Es cierto que la cosa pintaba muy mal para Al Fatah, amenazado por varias listas disidentes y por la dispersión de votos entre más de treinta nuevas listas independientes.

Como se recuerda, los disturbios en Jerusalén, en Cisjordania y en Israel, y las incursiones de extremistas judíos en los lugares sagrados musulmanes fueron la excusa que aprovechó Hamás para iniciar una lluvia de cohetes –casi cinco mil– hasta las afueras de Tel Aviv y Jerusalén. La densidad del fuego palestino sembró el pánico en Israel, llevando incluso al cierre de los dos aeropuertos internacionales del país durante varios días.

Israel respondió lanzando devastadores ataques aéreos contra la Franja de Gaza durante diez días. Media docena de hospitales, unas 50 escuelas y cientos de edificios fueron destruidos o resultaron gravemente dañados por estos bombardeos, que expulsaron a casi 120.000 personas de sus hogares, privaron de agua potable a otras 800.000 y mataron a más de 250 personas. Posteriormente, gracias a la mediación de Egipto, Israel y Hamás aceptaron un alto el fuego, que sigue vigente.

Este episodio bélico –el cuarto en menos de 15 años– confirmó la capacidad de Hamás de causar daño, su legitimidad patriótica, su capacidad de encarnar la resistencia, su solidaridad activa con los palestinos y su apego a la defensa de los lugares sagrados. Al mismo tiempo, subrayó la debilidad e impotencia de la Autoridad y de Al Fatah. Y la pasividad del presidente palestino.

Los manifestantes de hoy le reprochan, en particular, que ni siquiera haya tenido el gesto simbólico de ir a Gaza para conocer la magnitud de los daños materiales y las pérdidas humanas. Y para solidarizarse con sus compatriotas bombardeados.

Una encuesta del Palestinian Center for Policy and Survey Research, un centro de estudios políticos de Ramalla, muestra hoy que la estrategia de Hamás funcionó. Tres cuartas partes de los encuestados creen que, a pesar de la magnitud de la destrucción infligida por Israel, Hamás ha salido victorioso del enfrentamiento armado.

Y si las elecciones presidenciales se celebraran mañana, según este sondeo, Mahmud Abás obtendría alrededor del 30% de los votos, mientras que Ismael Haniyeh, secretario general del buró político de Hamás, ganaría con alrededor del 60% de los votos. Sólo Marwane Barghouti, una figura de Al Fatá que lleva detenida desde 2002 y cumple cadena perpetua en una prisión israelí, tiene mejores resultados que Haniyeh. Hace tres meses, Abás encabezaba los sondeos, por delante de Haniyeh.

La misma encuesta revela que, en opinión de los palestinos, la forma más eficaz de luchar contra la ocupación es ahora la lucha armada (49%), muy por delante de la negociación (27%) y la resistencia popular (18%). Un gran número de palestinos encuestados denuncia la corrupción del sistema político y una mayoría cree ahora que en Cisjordania no se puede criticar libremente a la Autoridad, y que ésta es ahora más una “carga” (56%) que una “ventaja” (35%) para el pueblo.

Esta constatación de la deriva autoritaria de las instituciones palestinas, por la que Abás ha sido criticado durante mucho tiempo, se ha visto confirmada tras la muerte el pasado jueves de Nizar Banat, residente en Hebrón, poco después ser arrestado por la Policía. Antiguo miembro de Al Fatah, Banat era conocido por sus duras críticas y denuncias en las redes sociales sobre la corrupción de la Autoridad y sus dirigentes.

Las organizaciones locales de derechos humanos y su familia afirman que la autopsia del cadáver, que la Policía les devolvió pocas horas después de su detención en plena noche en casa de su primo, donde vivía, mostraba numerosas lesiones y restos de sangre en los pulmones. Esto parecía indicar que había sido violentamente golpeado, incluso torturado.

La detención y la muerte sospechosa de Nizar Banat también era una clara muestra de los brutales métodos utilizados por los servicios de seguridad palestinos para silenciar las voces disidentes y de la colaboración concreta entre los servicios de seguridad de la Autoridad y los del ocupante israelí en la represión de los opositores.

La casa de Majdi Banat, primo de Nizar, está situada en la zona “H-2” de Hebrón, un sector bajo el estrecho control del Ejército israelí. Y sólo una coordinación previa con los servicios israelíes podría permitir la entrada, especialmente de noche, de policías palestinos armados en este barrio.

Alarmado por las repercusiones locales e internacionales del caso Banat, que los mensajes en las redes sociales comparan con el asesinato del disidente saudí Jamal Jashoggi, el primer ministro palestino Mohammad Shtayyeh anunció una comisión de investigación con amplios poderes de investigación.

Demasiado tarde, demasiado carente de credibilidad, esta reacción del primer ministro no pudo impedir la organización de nuevas manifestaciones, ni la dimisión de su ministro de Trabajo, Nasri Abou Jaish, miembro del Partido Popular Palestino al Chaab, que procede del antiguo Partido Comunista Palestino. “No podemos permanecer en un Gobierno que no es capaz de proteger las libertades”, declaró el secretario general del partido, Bassam as-Salhi.

Menos de un mes después de la difusión en las redes sociales de una petición firmada por varios miles de palestinos, académicos, intelectuales, políticos, activistas, pidiendo solemnemente la dimisión de Mahmud Abás, el caso Banat y la dimisión del ministro de Trabajo le colocan en una posición insostenible.

En las tres décadas transcurridas desde Oslo, escriben los peticionarios, “la Autoridad Palestina se ha convertido en una institución dictatorial controlada por una persona que, sin supervisión ni control, emite a su antojo edictos presidenciales denominados leyes. Es nuestro deber preguntar al presidente cuáles son los resultados de sus acciones. ¿Qué ha conseguido para su pueblo, qué derechos ha conseguido?”. Y le recuerdan lo que dijo tras la firma de los acuerdos con Israel: “Los acuerdos de Oslo nos llevarán a un Estado o al desastre”.

La previsible traición de Mahmud Abás a Palestina: un régimen cada vez más autoritario y menos legítimo

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Traducción: Mariola Moreno

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