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El "triángulo", la nueva ruta migratoria hacia la UE que consiste en atravesar Rumanía

Hakim, a la izquierda, con pañuelo palestino, 'okupa' una casa al norte de Serbia junto con ocho compatriotas. Todos confían en llegar a Alemania.

Simon Rico (Mediapart)

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El 19 de abril, un joven afgano murió apuñalado cerca de la estación de tren de Timișoara, la segunda mayor ciudad de Rumanía, a unos 30 kilómetros de la frontera con Hungría. Un altercado entre exiliados que terminó mal, según la Policía.

El suceso enseguida saltó a los medios de comunicación rumanos, hasta ese momento poco interesados en la crisis migratoria que se vive en el suroeste del país desde finales de 2020. La fuerzas del orden comenzaron entonces a patrullar ostensiblemente las calles de Timișoara, para demostrar que las autoridades finalmente eran conscientes de la situación. El alcalde llevaba meses pidiendo ayuda a Bucarest para resolver ese “problema nacional”.

De hecho, el número de llegadas a Rumanía aumentó considerablemente en otoño de 2020. Dado que no es factible disponer de estadísticas sobre el paso ilegal de personas, el indicador más revelador es el análisis de las demandas de asilo, que se dispararon (+137%) en el país el año pasado, pasando de 2.626 a 6.156, con un enorme pico en octubre.

Según las cifras de los servicios de inmigración rumanos, el 92% de estos demandantes de asilo llegaron procedentes de Serbia. Y el flujo no muestra signos de disminuir.

En la pasada primavera, cada tarde se repetía la misma escena en la pequeña carretera rural que une los pueblos serbios de Majdan y Rabe.

A pocos kilómetros allí se encuentran dos fronteras de la Unión Europea (UE); la húngara, bloqueada por una enorme alambrada desde finales de 2015, y la rumana, menos vigilada, por el momento. En el arcén, grupos más o menos numerosos, integrados principalmente por hombres jóvenes, caminan con paso decidido, con bolsas a la espalda y sacos de dormir colgados al hombro.

Rodeo por Rumanía

Todos se preparan para intentar el “juego”, que consiste en escapar de la Policía y acceder a la UE, pasando por “el triángulo”. El triángulo es el apodo de esta nueva ruta migratoria de tres lados que permite llegar a Hungría, la entrada al espacio Schengen, desde Serbia, dando un rodeo por Rumanía.

“Nos hemos visto obligados a tomar nuevas medidas ante los claros signos de aumento del número de personas que cruzan ilegalmente desde Serbia”, confirma Frontex, la Agencia Europea de Protección de Fronteras; ahora 87 de sus funcionarios patrullan junto a la Policía rumana.

Muchos de los que esperan pasar por el “triángulo” probaron suerte primero a través de Bosnia-Herzegovina y Croacia, antes de desandar el camino, un desvío de más de 1.000 kilómetros.

“Allí es difícil”, explica Ahmed, un argelino treintañero que ocupa una casa abandonada en Majdan con cinco compatriotas. “Hay policías que patrullan con pasamontañas. Te golpean y te lo quitan todo, dinero, teléfono y ropa. Conozco a gente que acabó en el hospital, en coma”. Para él, no hay duda, “Rumanía es mejor”.

La ruta del “triángulo” surgió a finales del verano de 2020, cuando la situación se estaba convirtiendo en un caos en el cantón bosnio de Una Sana y la violencia de la Policía croata se agudizó. A finales de diciembre, un incendio en el campamento de Lipa, cerca de Bihać, agravó aún más la crisis.

Mientras las autoridades bosnias se pasaban la patata caliente unas a otras y cientos de personas tiritaban, sin un techo, bajo la nieve, las llegadas al norte de Serbia se multiplicaban.

“Sólo en los pueblos de Majdan y Rabe había de forma permanente más de 300 personas este invierno”, apunta Jeremy Ristord, coordinador de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Serbia.

La mayoría ocupa las numerosas casas abandonadas. En esta zona fronteriza, muchos habitantes pertenecen a las minorías húngara y rumana, y tanto Budapest como Bucarest les expidieron generosamente pasaportes tras su integración en la UE. Provistos de estos preciados pasaportes europeos, los más jóvenes se marcharon en masa a buscar fortuna a otros lugares desde finales de la década de 2000.

Asistencia jurídica y apoyo psicosocial

Hakim ha ocupado una casa en ruinas a la entrada de Rabe. Son nueve en total, entre ellos tres niñas. Hace muchos meses que el joven palestino de 27 años se encuentra atrapado en Serbia. Lleva un pañuelo palestino en la cabeza, intenta mantener la sonrisa mientras cuenta su interminable odisea que comenzó hace casi diez años.

Cuando empezaron los combates en 2011, este nieto de refugiados, establecidos en Siria en la década de 1960, huyó a Jordania, luego al Líbano, antes de terminar en Turquía. Finalmente, el año pasado tomó la ruta de los Balcanes con la esperanza de reunirse con algunos de sus familiares cerca de Stuttgart (Alemania).

Hakim consiguió llegar a Szeged, en el sur de Hungría, a través de Rumanía. “La Policía me arrestó, me dio una paliza y me envió de vuelta aquí. Sin nada”, rememora. A su lado, un teléfono escupe la melodía de Get up, stand up, el himno reggae de Bob Marley que llama a los oprimidos a luchar por sus derechos.

Son escasas las organizaciones humanitarias que ayudan a estos exiliados que se agolpan a las puertas de la Unión Europea. El pequeño colectivo con sede en Belgrado Klikaktiv se desplaza allí cada semana para prestar asistencia jurídica y apoyo psicosocial.

“Prefieren estar aquí, cerca de la frontera, antes que estar encerrados en los campamentos oficiales”, explica Milica Švabić, abogada de la organización. A pesar de la precariedad y la hostilidad creciente de las poblaciones locales: “El discurso ha cambiado en los últimos años en Serbia. Ya no se habla de refugiados, sino de migrantes que han venido a islamizar Serbia y Europa”, lamenta su colega Vuk Vučković.

Desde hace poco más de un año, las milicias de extrema derecha incluso patrullan con el objetivo de “limpiar” el país de esta “basura”.

Si bien el “triángulo” sigue siendo a priori menos peligroso que la ruta a través de Croacia, la violencia policial contra los inmigrantes indocumentados es moneda corriente en la zona. “Durante el año 2020 se recogieron más de 13.000 testimonios de devoluciones irregulares desde Rumanía”, afirman desde la ONG Save the Children. Incluidos mujeres y niños.

Esta violencia reiterada ha llevado a MSF a reevaluar su misión en Serbia y a centrarse en la asistencia a estas víctimas.

“Más del 30% de nuestras consultas son relativas a traumas físicos”, dice Jérémy Ristor. “La mitad [de los traumatismos] está relacionada con la violencia intencionada, la gran mayoría de la cual se comete durante la devolución. La otra mitad está relacionada con accidentes: fracturas, esguinces o heridas abiertas. Estas son las consecuencias directas de la protección de las fronteras de la UE”.

Hanan se cayó de espaldas al saltar de la valla húngara y nunca la atendieron. Desde entonces, esta siria de 33 años sufre cada vez que camina. Pero no ha renunciado a su objetivo de llegar a Alemania con su marido y su sobrino, cuyos padres murieron en los combates de Alepo.

Probamos todas las rutas”, cuenta esta antigua estudiante de literatura inglesa, en un francés impecable. “Cruzamos el Danubio dos veces hasta llegar a Rumanía. Aquí, a través del triángulo, lo intentamos 12 veces y a través de las fronteras de Croacia y Hungría, siete veces”.

Esta vez también, la Policía rumana los expulsó hasta el paso fronterizo de Rabe, oficialmente cerrado a causa del covid-19. “Es duro, pero no tenemos elección; mi marido desertó del ejército de Bashar con su arma. Si vuelve, será condenado a muerte”.

Independientemente de la altura de los muros colocados en su camino y de la terrible represión policial, los exiliados del norte de Serbia conseguirán pasar tarde o temprano. Como lamentan las organizaciones humanitarias, la política de ultraseguridad de la UE no hace sino agravar su vulnerabilidad frente a los traficantes y su precariedad, tanto económica como sanitaria.

La única cuestión es el precio que tendrán que pagar para lograr “el juego”. En los últimos meses, los precios han vuelto a subir: entrar en la Unión Europea a través de Serbia cuesta hasta 2.000 euros.

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Traducción: Mariola Moreno

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