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Las mujeres afganas regresan al infierno talibán tras ser durante décadas la coartada de las potencias occidentales

Una mujer con burka es vista en un campo de refugiados en Kabul, Afganistán este domingo.

Mathilde Goanec (Mediapart)

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La reconquista del poder por los talibanes hace de nuevo temer lo peor para las mujeres afganas. El domingo pasado, 15 de agosto, los “estudiantes de teología”, armados, entraron prácticamente sin resistencia en Kabul, forzando al presidente Ashraf Ghani a huir y a los occidentales allí presentes a comenzar la evacuación, dejando a los habitantes en el miedo y el desarraigo.

Las imágenes con caras femeninas y trajes de novia de las vitrinas de las tiendas, tapadas unas horas más tarde por miedo a represalias, han dado la vuelta al mundo como primera señal de una inexorable vuelta atrás. Las mujeres afganas, según cuentan periodistas y activistas, han desaparecido físicamente de las calles.

Los talibanes, que estuvieron en el poder entre 1996 y 2001, dejaron un funesto recuerdo, en particular para las mujeres, que no estaban autorizadas a trabajar ni a enseñar y eran obligadas a llevar un burka, sin posibilidad de salir de casa sin una presencia masculina a su lado. Estos últimos meses, a medida que los talibanes iban ganando terreno, las mujeres ya figuraban entre las primeras víctimas del conflicto. La agencia de Naciones Unidas para los refugiados alertaba ya el 13 de agosto de que “entre casi 250.000 afganos obligados a huir a finales de mayo, el 80% eran mujeres y niños”.

Llamadas de socorro

La Unión Europea y los Estados Unidos, en un comunicado común del 18 de agosto, se han mostrado “profundamente preocupados por las mujeres y las niñas en Afganistán, por su derecho a la educación, al trabajo y a la libertad de circulación”, haciendo un llamamiento a los talibanes, según AFP, a evitar “cualquier forma de discriminación y de abuso” y a preservar sus derechos, según una declaración común firmada por 19 países entre los que se encuentran el Reino Unido, Australia, Brasil, Canadá, Senegal, Noruega, Argentina y Nueva Zelanda.

A partir del domingo han comenzado a proliferar en las redes sociales llamamientos de ayuda como el de Zarifa Ghafari, la joven alcaldesa de la ciudad de Maidan Shar desde 2018, que teme por su vida igual que otras mujeres debido a su posición y sus compromisos. “Como muchas mujeres, tengo miedo por mis hermanas afganas”, escribió en una tribuna en el New York Times la joven activista pakistaní Malala Yousafzai, Premio Nobel de la Paz y víctima en 2015 de un intento de asesinato por los talibanes, que les ha visto actuar desde 2007 en el valle de Swat, en Pakistán.

En la televisión británica, la activista afgana Mahbouba Seraj, que trabaja desde hace años por los derechos de las mujeres en el país, también ha descrito con emoción un cuadro muy sombrío de la situación futura, a pesar de que los talibanes han negado que tengan intención de regresar al régimen extremadamente rigorista que prevalecía en el país hasta su salida del poder en 2001.En una entrevista a una cadena turca, se ha expresado con rabia en un largo discurso dirigido a las autoridades internacionales y en especial a los Estadios Unidos: “Es vergonzoso lo que han hecho. ¿No éramos más que peones en sus manos? Todos los hombres de poder en el mundo han destruido todo lo que nos ha costado tanto trabajo. Con los talibanes vamos a retroceder doscientos años. ¿Mañana tendremos que sentarnos otra vez, hablar otra vez y perder otra vez? Estamos asqueadas.”

Después de los atentados del 11 de septiembre en los Estados Unidos, la “protección” y la “liberación” de las mujeres afganas formaban parte de los argumentos de todas las potencias occidentales para justificar la intervención de las fuerzas de la OTAN en el país. Así que muchas mujeres tienen el sentimiento de haber sido abandonadas y enormemente engañadas.

Las negociaciones, abiertas desde hace más de un año en Qatar entre el gobierno afgano y los talibanes bajo supervisión americana habían ya, para varias militantes feministas dentro y fuera del país, marcado el tono de la debacle que se anunciaba: “Excluir o marginar a las mujeres de las conversaciones sobre el futuro de su país no sólo es injusto e inaceptable, sino contrario al objetivo de una paz duradera”, prevenía Deborah Lyons, representante especial de la ONU, en marzo de 2021.

Traición y abandono

En ese contexto, los incontables mensajes de compasión que han empezado a llover sobre Europa y los Estados Unidos sobre las mujeres afganas, tienen el gusto amargo del déjà-vu. “¡Ya basta de hipocresía!. Después de dos décadas ya ha quedado claro que se trataba de pura teoría: ni los derechos de las mujeres ni siquiera la democracia eran parte de sus prioridades”, se queja en un artículo que señala a los responsables occidentales Waslat Hasrat-Nazimi, responsable del servicio en afgano de la Deutsche Welle, la radio internacional alemana.

“Las mismas mujeres que estos últimos años han defendido supuestamente sus derechos con bastante vehemencia y que han sido tranquilizadas con la promesa de que la democracia y el Estado de derecho siempre triunfarían, ahora son devueltas a la oscuridad en que vivían antes de 2001” añade la periodista. “Han sido traicionadas y abandonadas. Muchos militantes por los derechos de la mujer ahora temen por su vida”.

“La causa de las mujeres afganas era una falsa excusa desde el principio”, estima Carol Mann, historiadora y socióloga especializada en temas de género y conflictos armados. “George Bush quiso dar en 2001 un barniz humanitario a una guerra total asociándole la bonita historia de la liberación de las mujeres afganas. En realidad, los talibanes nunca dejaron el país y los americanos negocian con ellos desde 2010. En la actualidad todos, hombres y mujeres, están legítimamente aterrorizados y alarmados por su entrada en Kabul. Pero eso ya se veía venir”.

En efecto, algunos argumentos casi proféticos de la feminista francesa Christine Delphy, en un texto publicado en 2002 y titulado ¿Una guerra para las mujeres afganas?, se concretan dramáticamente veinte años más tarde. El politólogo especialista en Afganistán Olivier Roy dice lo mismo en esta entrevista concedida el 16 de agosto a Ouest-France, el día siguiente de la caída de Kabul: “Si ellos (los talibanes) se comprometen a no dar cobijo a organizaciones terroristas internacionales, su gobierno será reconocido. Y las mujeres afganas caerán en el olvido. Por tanto yo creo que van a dar garantías en cuestiones de seguridad para tener las manos libres en Afganistán”.

Julie Billaud, profesora de antropología del Instituto de Altos Estudios Internacionales y del Desarrollo en Ginebra, autora del libro Kabul Carnival: Gender Politics in Postwar Afghanistan, habla de un “círculo vicioso infernal” iniciado por la ocupación soviética en los años 80, donde la liberación de las mujeres había servido de combustible para el enfrentamiento sobre el terreno afgano de las grandes potencias.

“El argumento es el feminismo colonial oportunista. Durante años se ha repetido que este país no podía gobernarse por sí mismo porque se convertiría en la cuna del terrorismo. Ahora se le abandona porque es ingobernable...Y de manera abstracta se sigue movilizando incansablemente la causa de las mujeres, pero ¿qué quiere decir eso concretamente?”

La focalización de la atención sobre las mujeres afganas, objeto de vulnerabilidad “aparte”, es analizada también por Kaoutar Harchi, socióloga y escritora, que ha desarrollado en un largo escrito su reflexión sobre las diferentes formas de femi-nacionalismo. “En situaciones de conflicto como esta, las mujeres van a estar sometidas a violencias extremas y específicas, existe un imperativo feminista evidente y una necesidad absoluta de pensar qué va a pasar con esas mujeres”, explica a Mediapart. “Pero cuando, desde París, se pone tanto el acento sobre las mujeres afganas que hay que salvar, como si no se tratara de estructuras familiares completas, con hombres y niños, se están sirviendo de ellas de nuevo como una coartada. Se decide quien es digno allí de unirse a la comunidad de los vivos con respecto a las identidades sexuales de aquí”.

Esta escritora reaccionaba en particular a un tuit de Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, asociando a sus palabras al filósofo Bernard-Henri Lévy, un participante activo y controvertido de toda la aventura militar en Afganistán durante estos últimos años. O también a las declaraciones del presidente de la República, que evocaba el lunes el “combate” de Francia sobre el terreno afgano en defensa de sus “valores” y el honor de nuestro país de haber estado presente militarmente en Afganistán hasta 2014.

Como otros expertos y expertas sobre el terreno, Julie Billaud estima con gran dureza que las políticas de género llevadas a cabo en Afganistán desde hace veinte años es un “carnaval que ha creado mucha esperanza y que ha hecho creer a Occidente que era una buena guerra, una guerra justa que ni siquiera ha provocado oposición entre nosotros, al contrario de lo que ocurrió con las guerras de Vietnam o de Irak”. Porque detrás del símbolo del burka contra la minifalda, la iconografía utilizada desde hace 40 años por las diferentes fuerzas allí presentes, ¿qué cambios ha habido de verdad para las mujeres afganas?

Un cambio muy limitado a las grandes ciudades

Las mujeres sin lugar a dudas han adquirido o reconquistado sus derechos, especialmente el de participar en la vida pública, en estas dos últimas décadas. En 2021 ocupaban el 27% de los escaños del Parlamento, comenzaban a figurar en la esfera económica, tenían visibilidad en los medios y accedían a puestos de juez, procurador, abogado. Se hicieron progresos notables, según el último informe de Human Rights Watch (HRW), como un descenso significativo de la mortalidad materna, una mejora en los cuidados prenatales y la anticoncepción. La financiación internacional ha permitido igualmente desarrollar la educación de las niñas, subraya HRW, que, a principios de agosto de 2021, suplicaba a los donantes internacionales “que continuaran con su ayuda”, incluso en las negociaciones con los talibanes.

Pero ese cambio se ha visto limitado a las grandes ciudades, constata Carole Mann, que ha dirigido varias misiones humanitarias en las zonas rurales del país a través de su asociación Femaid, creada en 2000. “Ha cambiado la ley y se han creado todo tipo de obligaciones, pero debido a la corrupción generalizada, las instituciones estatales como la justicia no han podido implantarse de forma duradera ni en todos los sitios. La ayuda internacional ha estado también mal estructurada. Había buena voluntad pero los occidentales no lo han entendido bien. Cuando se parte en misión civilizadora, eso no funciona”.

Desescolarización, aumento de matrimonios forzosos, violencia doméstica, inmolación y suicidios, ese es el terrible cuadro que presentaba en 2007 la investigadora iraní Elaleh Rostami-Povey en su obra Afghan Women: Identity and Invasion, y no ha cesado de agravarse. “La modernidad es que las mujeres tomen la palabra y denuncien lo que están padeciendo (ver al respecto el documental A thousand Girls Like Me), dice Carole Mann, quien también ha trabajado sobre la temática de los suicidios entre las afganas que han regresado de los campos de refugiados de Irán. “Pero las cárceles afganas siguen todavía degollando a las muchachas que han sido violadas...”

Las políticas de desarrollo, a menudo fuera del terreno, para “la emancipación” de las mujeres afganas se han topado muy pronto con algo impensable: un país ocupado por potencias extranjeras asociadas a un gobierno fantoche. “Las mujeres en Afganistán han sido descritas desde hace mucho tiempo como mujeres pasivas que esperan su liberación”, escribía también Elaleh Rostami-Povey en 2007. “Después del ataque del 11-S, Washington, con el apoyo de Londres, las utilizó como argumento para bombardear el país. Miles de ellas murieron bajo esa tapizado de bombas. Hoy como ayer, las mujeres se sienten alienadas ante el patriarcado, pero también por falta de seguridad económica y social”.

Mujeres “activas”

Una situación muy “incómoda” a largo plazo, comenta Julie Billaud, que ha llevado a cabo varias investigaciones en un país donde la religión se ha convertido en un elemento central del nacionalismo. “Por un lado, las afganas han estado sometidas a un mandato por parte de la comunidad internacional para que fueran visibles, participaran en la vida política y económica del país y regresaran a las escuela. Y por otro, para responder a esta ausencia de soberanía manifiesta, han sido reactivadas y llamadas, por los talibanes específicamente en su reconquista, a cumplir su papel tradicional y ocupar su sitio en la cultura afgana. Si situación se ha vuelto extremadamente precaria”.

La antropóloga llama por tanto, a propósito de este nuevo caos afgano, a considerar en serio la historia de las mujeres de este país como “activas” y no solamente como “víctimas”. Una reflexión que se une a la del centro de investigación internacional de lucha contra el terrorismo (ICCT), con sede en La Haya, según su informe publicado en 2014.

Recordando que las mujeres afganas han “sufrido indudablemente durante los años en que su país ha estado sometido a la dominación de los talibanes”, la autora de ese informe, la neerlandesa Seran de Leede, recuerda que su definición frecuente de “víctimas sin voz de la guerra, la violencia y la represión” que solo serían liberadas por la intervención militar occidental, “es al mismo tiempo incompleta e incorrecta”.

El informe lamenta que “la atención de los medios y la extensión de la investigación sobre la represión de las mujeres y las graves violaciones de derechos de las mujeres por los talibanes” hayan olvidado al mismo tiempo “la resistencia activa de las mujeres contra los talibanes” y su “posible participación en ellos”. Es una explicación que permite entender mejor ciertos llamados de personalidades afganas al diálogo con los talibanes, siguiendo el ejemplo del hecho por la mujer de negocios y política Zakia Wardak en el Washington Post en febrero de 2019, ante el fracaso de la estrategia americana y la “sangre vertida” en una guerrilla sin fin.

“Se sabe poco de lo que piensan las mujeres afganas. No porque no hablen, sino porque sus palabras no nos llegan y porque no tenemos ningún interés en que nos lleguen”, destaca Kaoutar Harchi. Una ceguera muy característica sobre las mujeres “del Sur”, insiste la escritora. “La historia muestra que los derechos humanos y los de las mujeres en particular no han mejorado por las llamadas guerras humanitarias. Lo que significa que el concepto e incluso la definición moderna del feminismo, dividido de manera binaria entre opresión y emancipación, es incapaz de imaginar la situación de algunas mujeres, y de las feministas musulmanas en particular”.

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Traducción: Miguel López

Texto original el francés:

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