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Los desafíos del Estado del bienestar

Más de una década de crisis encadenadas acercan a España al "círculo vicioso" de la desigualdad

Reparto de comida durante la pandemia.

"Círculo vicioso". Ese es el símil, el concepto clave. También el riesgo.

En singular o en plural, Diego Sánchez-Ancochea lo emplea una veintena de veces en su ensayo El coste de la desigualdad. Lecciones y advertencias de América Latina para el mundo (Ariel, 2022). Y no es casual que lo use tanto.

El autor, catedrático de Economía y director del Departamento de Desarrollo Internacional de la Universidad de Oxford, desarrolla una labor investigadora centrada en América Latina. Y ha detectado cómo la desigualdad, que en América Latina es un mal endémico, ha generado un gigantesco "círculo vicioso", o más bien muchos entrelazados, atrapando la economía y la política del subcontinente y arrastrándola hacia la inestabilidad. ¿Hablamos sólo de América Latina, entonces? En absoluto. Sánchez-Ancochea lanza una alerta directamente dirigida a España, donde la Gran Recesión abrió profundas brechas de desigualdad ahora agravadas por la pandemia. El tiempo corre en contra, señala el autor, porque a más duración de la desigualdad, peor arreglo tiene. Y ya van más de una década de crisis encadenadas.

La alerta del investigador se resume en dos ideas: 1) América Latina es la demostración de que la desigualdad es más difícil de revertir cuanto más tiempo transcurre y despliega múltiples efectos económicos, sociales y políticos: lento crecimiento, dualidad del mercado laboral, estrechamiento de la clase media, polarización, segregación, ausencia de compromiso fiscal de los más pudientes, deterioro de servicios públicos, falta de confianza en el sistema, rencor entre clases, debilitamiento de las instituciones, violencia, inestabilidad.... 2) El mundo que llamamos desarrollado, y ahí entra España, se está latinoamericanizando, sobre todo a raíz de la salida de la Gran Recesión basada en los recortes de servicios públicos y la devaluación salarial. El auge del autoritarismo político nacionapopulista es un síntoma de la entrada en la espiral de "círculos viciosos". Este proceso de latinoamericanización aún no es completo ni irreversible, sobre todo en los países que cuentan con el "colchón" de un Estado del bienestar con capacidad niveladora. Pero "ojo", advierte Sánchez-Ancochea. Mucho ojo.

¿Ojo a qué? "América Latina nos demuestra que cuando la desigualdad se instala de forma permanente –advierte Sánchez-Ancochea en conversación con infoLibre- es muy difícil dar marcha atrás". El autor señala que los "círculos virtuosos" disfrutados en España y aún en mayor medida en países europeos más igualitarios, como "una clase media amplia y vibrante que genera un fuerte apoyo al Estado del bienestar", pueden pasar "rápidamente" a convertirse en "círculos viciosos". El autor (Madrid, 1974) lo ha visto en múltiples casos dentro de un gran caso: América Latina, una región que ofrece un "doloroso aviso" sobre las "catastróficas consecuencias" de una "desigualdad estructural" prolongada en el tiempo. "Más de un siglo de desigualdad ha contribuido a un comportamiento económico deficiente, instituciones políticas débiles y problemas sociales. A su vez, un crecimiento lento, políticas de exclusión, violencia y desconfianza social han reforzado la concentración del ingreso".

Ricos y pobres

Se trata de un fenómeno que en Latinoamérica tiene anclajes en la época colonial. A pesar de las revoluciones independentistas, los Estados quedaron organizados a favor de pequeñas élites apoyadas por el ejército y acaparadoras del poder político. ¿Rasgos comunes en origen? "Latifundios, inversión insuficiente en educación primaria y restricciones en el sufragio". Es lo que el autor llama "Estado oligárquico", que promovió durante el siglo XX un modelo basado en grandes plantaciones, minería y manufactura, con mucho empleo informal y escasos beneficios sociales. Las liberalizaciones de los años 80 y 90 perpetuaron los desequilibrios.

Pero El coste de la desigualdad no es un libro de historia. Sánchez-Ancochea la usa para explicar los porqués de la persistente concentración de la riqueza. En Chile sólo tres familias poseían a finales de los 90 todas las grandes cotizadas. En Colombia, ya en este siglo, la mitad de las compañías no financieras más grandes estaban en manos de cinco grupos. En Perú sectores tan dispares como la cerveza, las telecomunicaciones, las aerolíneas, el cemento o la alimentación tiene en común que su control corresponde a un reducido grupo de manos. Los seis brasileños más ricos tienen tanta riqueza como la mitad menos rica de la población. En Brasil cada individuo del 0,1% más rico gana en un mes lo que un trabajador con el salario mínimo en 19 años. En 2014 las fortunas de cuatro mexicanos equivalían al 9% de la producción del país. Sólo la riqueza de Carlos Slim, el hombre que tiene 380 esculturas de Rodin, corresponde al 5% de la riqueza total.

El porcentaje de ingresos del 1% más rico es del 30% en México, del 26% en Brasil, de entre el 20% y el 30% en Chile y del 20% en Colombia. El conocido como "índice de Palma" en América Latina es del 2,75, es decir, la proporción de ingresos del 10% más rico es casi 3 veces superior a la del 40% más pobre. Toda esta posición de fuerza desmesurada de los ricos y superricos no es "espontánea", sino que obedece a "medidas políticas" que al mismo tiempo engendran miseria en la base de la pirámide, escribe el autor. En el otro lado de la balanza está la miseria de los de abajo. El índice de Gini para la medición de la desigualdad muestra América Latina como la región más desigual. "Brasil, Honduras, Colombia, Panamá y Guatemala siguen a la cabeza de las puntuaciones de desigualdad mundial y regional", anota Sánchez-Ancochea.

La imposibilidad del consenso

La desigualdad puede ser vista como un problema –moral– en sí misma. Pero también es causa de otros problemas. En primer lugar, económicos. Una mala distribución de la renta y la riqueza reduce los incentivos de los acaparadores del poder económico para invertir en sectores dinámicos y apostar por la innovación, crea mercados del trabajo duales, reduce la productividad, rebaja el incentivo de los ricos para pagar impuestos y por lo tanto la recaudación de los Estados, lo que hace a los países más proclives a crisis, especialmente de deuda. Sólo entre 1970 y 1982, la deuda externa de América Latina se multiplicó por 15. La víctima es el gasto público. Los servicios educativo y sanitario se deterioran.

¿Se puede decir que fenómenos así no nos suenen en España? No en la misma escala, pero ahí están.

Una causa a menudo inadvertida de tanta desigualdad es la imposibilidad –o dificultad extrema– de ofrecer a la mayoría de la sociedad un proyecto común, explica el autor. El compromiso reformista de la élite es nulo. "La élite nunca se ha mostrado dispuesta a reforzar las capacidades del Estado", escribe. Y añade: "En sociedades tan desiguales, alcanzar el consenso con respecto a ajustes económicos entre distintos grupos sociales –totalmente alejados en términos de ingresos y de visión del mundo– es casi imposible; hay demasiada desconfianza recíproca".

Segregación y sálvese quien pueda

La segregación es a la vez causa y consecuencia de esta dinámica. "Las clases alta y media-alta aúnan fuerzas y evitan a las demás", señala el investigador. No quieren compartir barrio, escuela, ni hospital. Y por lo tanto no quieren pagarlos, por lo que su resistencia es numantina. El discurso "si tenemos que pagar más impuestos, no podremos competir" se repite a todas horas en unos medios concentrados en pocas manos. ¿Resultado? Los impuestos a la renta personal representan menos del 10% del total, frente a un 25% en la OCDE. Un marco totalmente regresivo. En Nicaragua las exenciones llegaron a ser un 40% más altas que todo el presupuesto sanitario. A ello se suma la evasión fiscal, de un 6,5% del PIB regional.

"Si los ingresos por impuestos suponen sólo el 10% o el 15% del PIB, es difícil construir hospitales", anota Sánchez-Ancochea. Y también escuelas y carreteras o pagar a los trabajadores públicos. Ello alimenta la segregación, que lo abarca todo: urbanismo, educación, sanidad... El objetivo ya no es común, es individual. Cada uno busca su huida. En San Paulo los conductores atrapados en un tráfico brutal ven pasar 500 helicópteros en un día, más que en ninguna otra ciudad del mundo, llevando de aquí a allá a los ricos. En Lima un "muro de la vergüenza" separa casas de 2 millones de dólares con piscina, jardín y guardia de otras de 300 dólares y 7 metros cuadrados. Frente a unos sistemas educativos públicos de mala calidad –como muestra PISA– florecen escuelas de élite. Sánchez-Ancochea habla de "apartheid educativo". En las clases altas el seguro médico privado es mayoritario. Incluso en grandes ciudades como Buenos Aires o Bogotá, los autobuses públicos son más que deficientes. ¿Qué pudiente querría usarlos?

"Cuando se erosiona lo público –señala el autor– no sólo se erosiona el servicio público, también la solidaridad y el encuentro con el otro. Yo me eduqué en la España de los 80, con una importante mezcla de gente en el sistema público. Eso creaba intereses comunes y coaliciones entre clases que pedían mejor educación y estaban dispuestas a pagar más impuestos en busca de su propio interés, que era también el de otros. De lo contrario, se crea segmentación. Te preocupas de los tuyos y de que estén rodeados de gente como tú. Sin lo público, se produce la política del 'sálvese quien pueda'. Nadie siente que el modelo le represente. La élite se siente amenazada. El resto, abandonado".

Una advertencia para Europa

Cuando se abren paso gobiernos con medidas que tocan los privilegios de una élite de poder abrumador, ha sido usual el lawfare, el hostigamiento mediático o directamente el golpe de Estado. Ahí están Brasil, Bolivia, Honduras, Paraguay... Otro riesgo señalado por el autor es que, ante la falta de incentivos comunes para los diferentes grupos sociales, la política recurra al nacionalismo exacerbado y al culto personalista. Sánchez-Ancochea censura lo que considera una deriva autoritaria en Venezuela, al mismo tiempo que recalca que no es necesario que los gobiernos de izquierdas desprecien el Estado de derecho para que la derecha encuentre la justificación para un golpe de Estado. "Gobiernos como los de Bolivia o Brasil se enfrentan a estructuras tan dominadas por la élite que si tratan de expandir los límites de la democracia afrontan grandes riesgos y, si no lo hacen, quedan enclaustrados en las reglas de esa élite".

Sánchez-Ancochea se refiere a Latinoamérica, pero extiende más allá su "advertencia". Por supuesto, hay diferencias claves con la UE. Por ejemplo, en lo referente al riesgo de golpismo y las tasas de criminalidad, dos elementos del "círculo vicioso" latinoamericano. Pero, como ha escrito Martín Wolf en Financial Times: "A medida que algunas sociedades occidentales se han vuelto más latinoamericanas en cuanto a la distribución de los ingresos, también sus políticas se han vuelto más latinoamericanas".

¿'Latinoamericanización' de España?

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Todas las advertencias que lanza el autor tienen reflejos en España. Los datos muestran en España una avería del ascensor social, que ha ampliado un 30% la brecha de pobreza por origen familiar. Hay un auge de la segregación educativa, vinculada a su vez a la urbanística. La financiación pública de la educación privada sube en detrimento de la red pública-pública. Y ello a pesar de que la concertada contribuye a consolidar la segregación. Las campañas mediático-políticas a favor de la financiación privada de la educación pública y de las rebajas de impuestos –como del de sucesiones y donaciones– son un despliegue de contundencia. Hay un boom del seguro sanitario privado –beneficiado además por deducciones fiscales–, en paralelo a un deterioro del sistema público de salud y un enorme caudal de publicidad a favor de la salida privada. España, donde el discurso antiimpuestos es hegemónico en la élite económica y la derecha política, sufre un déficit de ingresos en relación con el PIB. En 2021 fueron del 42,8%, 3 puntos menos que el conjunto de la UE. Mientras tanto, su presión fiscal –el conjunto de los impuestos y contribuciones sociales en relación con el PIB– se sitúa en el 35,4%, por debajo del 41,1% de la UE. Las deducciones rondan los 60.000 millones al año.

Entonces, ¿está España latinoamericanizada? No tan deprisa. Pero sí se está latinoamericanizando. Sánchez-Ancochea observa, tanto en España como en el resto de la UE, rasgos de deterioro. Lo que aún nos protege, señala, son los Estados del bienestar. "El riesgo es pasar de un determinado listón de desigualdad, a partir del cual es mucho más difícil volver", señala. El autor cree que España aún no lo ha pasado, pero reclama medidas contra la desigualdad, la segmentación laboral, la uberización de la economía... Y advierte: son necesarios proyectos políticos inclusivos que abarquen impuestos, pensiones, servicios públicos, lo cual requiere debates que sólo son posibles en un clima de cierto entendimiento. Dicho entendimiento es más improbable cuanto más desigualdad haya, porque desigualdad apareja polarización. ¿Conclusión? Hay que actuar cuanto antes, porque –a la espera de los resultados de la fuerte inversión pública como respuesta a la pandemia–, es sabido que el covid-19 ha profundizado en las brechas de desigualdad. "Aún tenemos una base de solidaridad que permite pensar en reglas comunes, pero tenemos que aprovechar la oportunidad y no volver otra vez a las políticas de austeridad. La reacción inicial fue adecuada. Pero ahora viene lo difícil".

Sánchez-Ancochea tiene claro que ninguna sociedad tiene la vacuna para evitar la caída en el "círculo vicioso". Observa síntomas preocupantes en Estados Unidos, China, India y hasta en referentes igualitaristas como Suecia y Noruega. Y, cómo no, lo ve en el auge de líderes populistas en toda Europa y Estados Unidos, donde el trumpismo aún amenaza con volver. "Los países de la OCDE ya están experimentando algunos de los efectos negativos de la desigualdad. Sin embargo, la experiencia latinoamericana muestra que todo podría empeorar mucho más en el futuro. A medida que la desigualdad se enquista socialmente, los problemas se agudizarán", escribe el autor, que reclama "moverse rápidamente" para evitar males mayores. "Si no actuamos ahora, las cosas pueden ir de mal en peor a lo largo del siglo XXI", porque "mantener democracias estables y que funcionen bien en entornos de desigualdad es extremadamente difícil", concluye.

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