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Macron pide unidad frente a la crisis pero siembra la discordia: Francia se echa a la calle contra sus políticas

Una marcha con pancartas y carteles después de que los sindicatos CGT y FO convocaran una huelga nacional para reclamar mayores salarios.

Fabien Escalona (Mediapart)

Durante su entrevista televisada del pasado miércoles, el presidente de la República intentó calmar el ardor de los manifestantes argumentando la cantidad y la gravedad de las crisis que atraviesa el país. “Debemos permanecer juntos", dijo. [...] En el momento en que estamos, debemos estar unidos y ser solidarios. No puedo imaginar ni por un segundo que la capacidad de calentarnos, de iluminarnos, de repostar combustible, se vea debilitada por hombres y mujeres franceses que digan ‘no, para defender mis intereses, comprometeré los de la nación’".

El éxito de esa alocución fue limitado. El domingo, la manifestación convocada por Jean-Luc Mélenchon fue un éxito de movilización. Este lunes, el gobierno consideró necesario proceder a nuevas requisas de trabajadores para atender las estaciones de servicio. Este martes, el funcionamiento del país se ha visto interrumpido por una huelga interprofesional. Y no se descarta el escenario de un prolongado endurecimiento del clima social. 

Esta secuencia puede verse como una burla a la vieja baza retórica empleada por Emmanuel Macron, que consiste en oponer la estabilidad al desorden, y el ideal de la concordia al veneno del conflicto. Ya en febrero hizo un llamamiento a la "benevolencia colectiva". Y durante la pandemia, la exageración de las referencias a los tiempos de guerra sirvió para legitimar la toma de decisiones solitarias y a menudo a destiempo.

Ese "verbalismo unitario" es típico de los políticos en el poder, pero no por ello menos irritante. La disidencia es, en efecto, la fuerza motriz de una democracia viva. Sin ella, la definición del bien común está necesariamente sesgada a favor de los más poderosos.

 

Sin embargo, se puede tomar en serio al jefe de Estado cuando habla del carácter histórico del "momento", pero llama la atención que él mismo no parece tomarle la medida, al menos en su comportamiento.

Entre la guerra en suelo europeo, el "muro energético" que se espera para este invierno, la catástrofe ecológica palpable en nuestras latitudes, los avances de la extrema derecha y los autócratas a escala mundial, todo ello con el telón de fondo de la crisis crónica de las economías capitalistas, es difícil negar que se acumulan las amenazas.

A falta de unanimidad, no sería absurdo poner en marcha grandes planes de acción pública que pudieran reunir a amplios sectores del espectro político y de la sociedad civil. Su línea de acción sería proteger nuestro modelo político y reducir todas nuestras vulnerabilidades, ya sean energéticas, sociales, financieras o geoestratégicas. El conflicto sería tan legítimo como en tiempos normales, pero probablemente reducido por el hecho mismo de que la política seguida, del tipo "defensa republicana", sería particularmente inclusiva.

Pero si todo esto no sucede, y Macron se siente víctima de la polarización económica y social, se lo debe primero a sí mismo. Sus decisiones socio fiscales y políticas han hecho imposible la unidad que él fomenta.

La política de clase y la negación del debate

Es sintomática la negativa a gravar los beneficios extraordinarios y a limitar las extravagancias energéticas de los multimillonarios. En ambos casos, el gobierno no dijo ni palabra sobre la captación de rentas y los estilos de vida que no son en absoluto generalizables, mientras que al mismo tiempo pedía moderación a la población.

Oír a Bruno Le Maire fustigar con la "ilegitimidad" de la CGT en las refinerías hace sonreír, cuando se piensa en la placidez con la que contempla el ecocidio que suponen las estrategias de los círculos empresariales dominantes y las ostentosas muestras de riqueza que las acompañan.

De forma más general, el ejecutivo se obstina en una política de oferta que maltratará aún más a desempleados y jubilados, a pesar de que se ha prometido un ahorro presupuestario a nivel europeo, y sigue manteniendo la opción de la bajada de impuestos, a pesar de que su eficacia es cuestionable y de que beneficia en primer lugar a las empresas y las familias más ricas. En cuanto a sus políticas de moderación, son profundamente incompletas y contradictorias.

Para corregir esas opciones, que apenas suscitan apoyos, y menos aún entusiasmo más allá de su base social inicial, Macron podría haber cambiado su práctica de poder. Tenía la oportunidad, con la mayoría relativa con la que se ha tenido que conformar desde las elecciones legislativas del pasado junio, de mostrar humildad y buscar compromisos sinceros a su izquierda, coherentes con ese paladín del Estado de Derecho, el multilateralismo y los compromisos climáticos que quiere ser en la escena internacional.

En cambio, su mayoría ha banalizado a la extrema derecha en la Asamblea Nacional, mientras que él mismo ha preferido mantener un simulacro de debate con la sociedad civil, desde un Consejo Nacional de Refundación sacado de la chistera y luego abandonado, hasta concertaciones (sobre las pensiones, la estrategia energética...) vaciadas de contenido a causa de opciones estructurales ya decididas y hechas públicas.

En cuanto al debate presupuestario, ejercicio por excelencia de la democracia parlamentaria, está escrito que pronto terminará con el uso del 49-3, que pondrá fin a todo debate (artículo de la Constitución francesa que permite imponer un proyecto de ley sin votarlo, ndt).

“Si compartir el poder es costoso, es también porque hay opciones ideológicas que proteger.”

Por qué Macron, que no ha dejado de aparecer como un modernizador frente a una clase política agotada, no ha tomado ninguna iniciativa política ni ha adoptado ninguna medida que pudiera dar contenido a la "concordia" que busca?

La primera respuesta es sencilla: no le gusta compartir el poder, y ningún político se ha animado a hacerlo desde que comenzó la era de los quinquenios en 2002, hace dos décadas. Existe, por tanto, un reflejo de monopolizar el poder, que se corresponde con un estilo muy "decisorio" del Jefe del Estado, que no ha criticado la lógica de la V República pero ha insinuado que su regeneración pasa por su propia persona.  

Pero si le cuesta compartir el poder, es también porque hay opciones ideológicas que proteger, las que Macron considera "responsables", y por las que está dispuesto a dejar que la izquierda sea demonizada en la misma medida que el Rassemblement National (la ultraderecha de Le Pen). En este sentido, son muy reveladoras las negativas a cualquier gesto de justicia social y ecológica, incluso simbólico, mientras otros muchos Estados comparables han recurrido a él.

A pesar de una retórica de tonos cada vez más protectores, y de lo que a veces fue un recurso masivo al gasto público para calmar las tensiones sociales o congelar el statu quo, Macron y sus allegados han mantenido un rumbo general de mantenimiento de los beneficios privados. Los activos, y sobre todo el poder de los poseedores y gestores del capital, nunca han sido cuestionados de forma que puedan modificar la relación de fuerzas a favor del mundo del trabajo.

Mejor (o más bien peor): en un momento en que el trabajo tiene que defender su nivel de vida, erosionado por la inflación, y podría aprovechar un mercado laboral más favorable para elevar sus exigencias, el ejecutivo insta a la moderación y ha hecho ratificar una reducción de los derechos de los desempleados para asegurarse de que los trabajadores no mejoren su posición salarial.  

Por eso los llamamientos a la unidad y a la solidaridad por parte del jefe de Estado se quedan en nada. No sólo no ha tomado ninguna iniciativa política o socioeconómica que lo propicie, sino que la acción concreta de su gobierno protege la unidad y la solidaridad de los intereses particulares, los de las capas sociales ya privilegiadas, que no deben confundirse con "los intereses de la nación".Macron ha optado por defenderlos más que los de otros. Le corresponde a él asumirlo, sin ninguna retórica culpabilizadora.

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Traducción de Miguel López

 

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