¿Puede alterar nuestra genética escuchar música?
La violinista gallega Iriana Fernández siempre había intuido que la música podía sanar. Un arte que tiene el poder de emocionar, entristecer, hacer sonreír o pensar debía que tener esa capacidad. Por eso decidió formarse en Alemania, un país en el que, según percibe, "la música tiene mucha importancia social y se emplea para ayudar a las personas".
Tras volver a Santiago de Compostela para ocupar su plaza como violista en la Real Filharmonía de Galicia, decidió crear un grupo de voluntarios que llevasen la música a los hospitales. Así nació Sanarte.
En los pasillos de la UCI se topó con los investigadores de Sensogenomic, un grupo del Instituto de Investigación Sanitaria (IDIS) de Santiago de Compostela que quería estudiar cómo reaccionan nuestros genes ante los estímulos musicales. Para ello necesitaban realizar un gran concierto en el que explorar las reacciones del público. Era la primera vez que se estudiaba en España la influencia de la música en las personas desde un punto de vista genético.
En Sanarte intentamos llegar a un público que está pasando por momentos difíciles, como niños con enfermedades oncológicas o pediátricas. Aunque es muy duro, las reacciones siempre son positivas
“En Sanarte intentamos llegar a un público que está pasando por momentos difíciles, como niños con enfermedades oncológicas o pediátricas. Aunque es muy duro, las reacciones siempre son positivas y la experiencia es muy gratificante. Por eso participar con Sensogenomic de manera voluntaria me pareció una gran oportunidad”, asegura a SINC Fernández.
En este primer concierto piloto, que se celebró en el Auditorio de Galicia, había cien personas, de las cuales aproximadamente la mitad tenían alzhéimer. Así comenzó un estudio que ha fusionado ciencia y arte.
Fusión de música y genética
“La mayoría de los estudios sobre los efectos de la música en las personas son sobre psicofisiología, psicobiología o neurociencia. Los que usan la genética han asociado los genes a diferentes habilidades musicales, como el oído absoluto o la amusia. Pero no habían examinado cómo reaccionan nuestros genes ante estos estímulos sensoriales”, declara a SINC Laura Navarro, doctora en Educación Musical y coordinadora del proyecto Sensogenomic.
Según manifiesta la científica, “hay un único estudio precedente sobre genética y música. Pero solo tomaron muestras de 48 personas que habían escuchado música durante 20 minutos”.
La mayoría de los estudios sobre los efectos de la música en las personas son sobre psicofisiología, psicobiología o neurociencia
A diferencia de este, la investigación gallega celebró un primer concierto piloto orquestado por Sanarte. Tanto antes como después del acto tomaron muestras de saliva y sangre a los asistentes para determinar si los efectos de la música en los genes se podían medir con estas dos técnicas.
La sorpresa al llevar los resultados al laboratorio emocionó a los científicos, pues pudieron confirmar que ambos métodos eran válidos para ver cómo se expresan los genes ante piezas de Mozart, Strauss o Vivaldi.
Era el momento de llevar el experimento a gran escala, por lo que contactaron con la Real Filharmonía de Galicia y realizaron dos conciertos en el Auditorio de Galicia con 400 personas cada uno.
La reacción de los genes
Por ahora, solo han podido analizar los datos del concierto piloto. “Al introducir las muestras en el laboratorio, observamos puntos de luz que comenzaban a iluminarse y otros a apagarse ante los diferentes estímulos musicales”, cuenta Laura.
Aunque el estudio todavía no está publicado, ya tienen algunos resultados: “Hemos visto que la expresión de los genes cambia antes y después del concierto. También hay diferencias entre la población sana y los enfermos de alzhéimer. En estos últimos hay genes que se expresan mucho más”, añade. Pero todavía hay que ser cautelosos con estos resultados preliminares.
La expresión de los genes cambia antes y después del concierto. También hay diferencias entre la población sana y los enfermos de alzhéimer
Ahora están observando qué patrones hay detrás de estas imágenes. “Hemos visto que se expresan genes que tienen que ver con la memoria y con habilidades cognitivas. Esto es muy importante porque el alzhéimer es una enfermedad relacionada con el deterioro cognitivo”, explica la investigadora.
Los resultados de los dos grandes conciertos ayudarán a validar o rechazar estos resultados, dado que la muestra fue mucho más grande. El primero de ellos fue abierto al público. El segundo fue exactamente el mismo que el anterior, pero los asistentes eran miembros de asociaciones de pacientes con enfermedades como el autismo, daño cerebral, ceguera o Síndrome de down.
En ambos espectáculos la Real Filharmonía erizó la piel del público al compás de Rossini, Brahm o Piazzolla en un concierto que duró 45 minutos. Sin embargo, la complejidad de los datos y, sobre todo, la falta de fondos, dificultan el análisis de estas muestras. Para ello deben encontrar patrocinadores.
Efectos terapéuticos
Mientras tanto, los primeros resultados son esperanzadores para el grupo, ya que suman evidencia a otros estudios que también relacionan la música con el cerebro, la memoria, la demencia y el alzhéimer.
Un ejemplo es la investigación del Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas y Cerebrales Humanas (Alemania) que demostró que la memoria para la música en personas con alzhéimer puede permanecer intacta porque la funcionalidad de algunas áreas cerebrales del circuito de la memoria para la música no se ven afectadas por este tipo de demencia. En la misma línea, otro estudio de la Academia de Ciencias de Nueva York en los Estados Unidos reveló que la memoria que se ocupa de grabar la música en nuestro cerebro se deteriora menos que para otros dominios.
Los beneficios están demostrados para la depresión y mejor estado emocional, pero no hay evidencias sólidas para la cognición
También hay trabajos que han tratado de revelar las posibilidades terapéuticas de la música en personas con demencia. Sin embargo, la robustez de los resultados es limitada porque “la mayoría de las investigaciones no han empleado una metodología muy rigurosa o han usado muestras de participantes muy reducidas”, subraya Marco Calabria, doctor en psicobiología, experto en el estudio del lenguaje y la memoria y procesos cognitivos y profesor del Máster en Neuropsicología de la Universitat Oberta de Catalunya.
El científico explica, además, que “para beneficiarse de los efectos positivos de la música en el tratamiento de personas con alzhéimer son necesarias al menos cinco sesiones y que los beneficios están demostrados para la depresión y mejor estado emocional, pero no hay evidencias sólidas para la cognición”.
Otros estímulos sensoriales
De una forma o de otra, la ciencia desea encontrar en la música una salida para los problemas cognitivos. “Cada vez hay más investigación en terapias no farmacológicas y creemos que la música tiene mucho que aportar. La sinergia entre arte y ciencia es muy positiva y en este proyecto ambas confluyen de forma muy rigurosa”, recuerda la coordinadora del proyecto gallego.
Decidimos utilizar música clásica porque ya tiene base científica. Además, parámetros como el ritmo, la melodía, la armonía o la altura son más ricos que otros como el pop, el rock o el trap
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“Decidimos utilizar música clásica porque ya tiene base científica. Además, este género, a nivel de parámetros como el ritmo, la melodía, la armonía o la altura, es mucho más rico que otros como el pop, el rock o el trap. Esto no significa que tenga más impacto, todavía no lo sabemos, pero es el motivo por el que hemos empezado por la clásica”, aclara la coordinadora del proyecto.
Pero Sensogenomic pretende ahora seguir haciendo conciertos con diferentes agrupaciones musicales y extender el estudio a otros estímulos sensoriales como la gastronomía o la pintura, para destripar cómo reaccionan nuestros genes. Por eso, en el backstage se esconde un gran equipo formado por personas expertas en biología, neurología, oncología, microbiología, antropología, pediatría, psiquiatría, medicina, genética y hasta un par de chefs.
Este artículo fue publicado originalmente en la Agencia Sinc, la agencia de noticias científicas de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología.