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Arabia Saudí apuesta por China para asegurar la paz con Irán

El príncipe Faisal bin Bandar Al Saud, gobernador de la provincia de Riad, estrecha la mano del presidente chino Xi Jinping.

Fatiha Dazi-Héni (Orient XXI)

Muchos expertos y especialistas de la región coinciden en que el restablecimiento de las relaciones diplomáticas saudí-iraníes previsto para el 10 de mayo de 2023 no es, en realidad, una sorpresa. En efecto, las negociaciones entre Arabia Saudita e Irán comenzaron en abril de 2021 por intermedio de Bagdad y con ayuda de Omán. De hecho, desde enero de 2020, cuando Haitham, el nuevo sultán omaní, llegó al poder, se acercó claramente a Riad y también a Abu Dabi, al contrario de su antecesor Qabus, que mantenía relaciones execrables con Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. La dinámica en curso se aceleró con el encuentro de los ministros de Asuntos Exteriores saudí e iraní en Pekín, el 6 de abril, para ultimar los detalles del regreso de embajadores y cónsules, y con el comunicado conjunto que confirmaba su determinación a eliminar cualquier obstáculo a la expansión de sus relaciones.

El temor a un conflicto

La mediación de Pekín suscitó en cambio mucha mayor sorpresa debido a la poca apetencia de China por asumir un rol en las cuestiones políticas y de seguridad de la región. Sin embargo, dado el estancamiento del acuerdo nuclear con Irán y el impacto de la guerra en Ucrania sobre la inflación de los precios de los alimentos y de la energía en la región, solo Pekín podía hacer algo para calmar el juego. Sus excelentes relaciones con el conjunto de los actores regionales –Arabia Saudita y los otros Estados miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), pero también con Irak, Irán, Israel y Egipto– le permiten presentarse como un actor global responsable, apadrinando un acuerdo destinado a calmar las tensiones y a prevenir un conflicto abierto entre Israel e Irán. El fracaso del presidente norteamericano Joe Biden para reactivar el acuerdo nuclear con Irán (JCPoA) y frenar la escalada entre Tel Aviv y Teherán hizo que Riad y Abu Dabi temieran lo peor.

Desde el período pospandemia, ambos países presionaban a Pekín para que tuviera un peso mayor dado su carácter de primer socio comercial de la región. La normalización con Irán, que se volvió posible por el compromiso de Pekín de garantizar que las partes respeten los principios de soberanía y de no injerencia en los asuntos internos, compensa de hecho la pérdida de influencia norteamericana frente a los dirigentes del Golfo y la incapacidad de los países regionales, facilitadores del diálogo saudí-iraní, para concretar por sí mismos un acuerdo semejante. A este respecto, China resultó ser el actor idóneo para lograr contar con la seriedad de Teherán. Además, como explica Abdul-Aziz Al-Sager, director del Centro de Investigación del Golfo (Yeda)1, la plataforma que ofrece Pekín para apadrinar este acuerdo de normalización representa una nueva oportunidad para Riad, ya que desde hace 45 años han fracasado todos los intentos con Washington para estabilizar la región.

El conjunto de los países de la región, salvo Israel, recibieron con alivio esta normalización. Lo que suscita más esperanza entre las monarquías del Golfo es sobre todo el involucramiento de China como potencia capaz de ayudar a construir medidas de confianza entre estos dos Estados, que son sus socios centrales en la región. Riad espera que Teherán actúe para facilitar las reconciliaciones internas en Yemen y ejerza todo su peso para convencer a los hutís de sellar una paz durable en la frontera del reino. Riad también desea que esta normalización pueda contribuir a calmar el juego con las milicias chiíes en Irak y con Hezbolá en Líbano. La república islámica –desafiada desde septiembre de 2022 por una protesta popular marcada en primer lugar por la “revuelta de las mujeres” y, en términos generales, de poblaciones mayoritariamente suníes que Riad es acusado de apoyar en las regiones periféricas kurda y baluchi– espera por su parte que el reino evite entrometerse en sus asuntos interiores, como lo sugeriría el apoyo económico saudí a un medio de oposición iraní en Londres. Este peso que posee Riad, en un momento en que la legitimidad de la república islámica se encuentra más débil que nunca, parece haber sido fundamental para convencer al régimen iraní, fragilizado tanto en el interior como en el exterior, a negociar con el reino saudí.

La seguridad, en el centro de las negociaciones

La reactivación del acuerdo de seguridad suscrito el 17 de abril de 2001, pero que nunca fue implementado, es una señal de este cambio. Los dos más altos responsables de la seguridad nacional dirigieron, bajo los auspicios de Wang Yi, exministro de Asuntos Exteriores de China (marzo de 2013-diciembre de 2022), las delegaciones de ambos países durante los cuatro días previos a la firma del acuerdo: por un lado, Musaid Al Aiban, consejero de seguridad nacional del reino, y por otro, Ali Shamkhani, secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional de la república islámica.

Para Washington, este acuerdo genera un malestar palpable dado su escepticismo respecto a la capacidad de Pekín para ejercer el rol esperado por Riad de imponer a Teherán el respeto de sus obligaciones. Todos los centros de expertos norteamericanos coinciden en ese escepticismo. Pero el éxito diplomático de China generó una reacción norteamericana que dista de ser anodina, a pesar de que pasó prácticamente desapercibida. En efecto, el 14 de marzo, es decir pocos días después de la publicación del comunicado saudí-iraní-chino, el Senado estadounidense finalmente confirmó el nombramiento de su embajador en Riad, Michael Ratney (arabista y conocedor refinado del Golfo y de Oriente). Sin embargo, Ratney había sido designado un año antes, en abril de 2022, y el puesto de embajador estaba vacante desde el mes de enero de 2021.

Yasmin Farouk, investigadora asociada en el laboratorio de ideas Fondo Carnegie para la Paz Internacional, estima2 que el acuerdo bajo el patronazgo de China no se resume, en el caso de Arabia, a contrabalancear la presencia estadounidense. Refleja en cambio la preferencia por el enfoque de Pekín, que privilegia el principio de la modalidad de negociación para la resolución de conflictos entre dos Estados, en lugar de proponer una arquitectura de seguridad global alternativa. Así, Pekín habría convencido a Riad de reanudar el contacto con Teherán sin plantear precondiciones a Teherán sobre la cuestión del abandono del apoyo a los hutís. Las declaraciones del portavoz iraní del Ministerio de Asuntos Exteriores, Nasser Kanani (30 de marzo), sobre la voluntad de su país de hacer todo para alcanzar una paz justa en Yemen son, a este respecto, inhabituales. ¿Pero Irán podría ser capaz de imponer a sus aliados el respeto del acuerdo tripartito? Ellos también tienen su propia agenda, como lo demuestran las reacciones negativas de algunas milicias iraquíes cercanas a Irán o las de los hutís, que siempre expresaron su independencia respecto a Teherán. En cambio, su aliado histórico, el Hezbolá libanés, recibió muy positivamente el acuerdo por intermedio de su secretario general, Hassan Nasrallah, y anunció que tendría efectos inmediatos en Líbano y en Yemen.

¿Una reactivación de las negociaciones por el acuerdo nuclear?

Por su parte, la Unión Europea (UE) y el Reino Unido han manifestado su interés por reactivar las negociaciones nucleares. Tras la visita a Teherán, el 3 de marzo de 2023, de Rafael Grossi, director de la Agencia Internacional por la Energía Atómica (AIEA) –que permitió el regreso de los controladores de la AIEA a todas las instalaciones nucleares del país–, podrían reactivarse incluso las negociaciones por el acuerdo nuclear. Eso es lo que parece indicar el encuentro en Oslo, el 21 de marzo, entre Ali Baqeri-Kani, el negociador nuclear de Irán, y los tres directores políticos de los Ministerios de Asuntos Exteriores del Reino Unido, de Francia y de Alemania, acompañados por Enrique Mora, secretario general adjunto en asuntos de política exterior de la UE. La ausencia del enviado especial estadounidense para Irán, Robert Malley, confirma el malestar de los estadounidenses.

El ensayista saudí Abdul-Aziz Alghashian, agudo observador del acercamiento saudí-israelí y quien estuvo presente en la cumbre de Yeda en julio de 2022 –en la cual participaron el presidente norteamericano Biden y el conjunto de los jefes de Estado del CCG + Jordania, Irak y Egipto–, estima que Riad tomó conciencia en esa oportunidad de que la normalización con Irán es un prerrequisito para una futura normalización con Israel, aunque fuera gradual. Frente al punto muerto del acuerdo nuclear con Irán, la administración Biden se esforzó por convencer a Riad para que se sumara a los Acuerdos de Abraham como sus vecinos del Golfo (Abu Dabi y Baréin). La ausencia de perspectiva de solución a la cuestión palestina disuadió a Riad de ir más allá de un acercamiento informal, lo cual habría sido explotado por Teherán para desestabilizar a Riad. Esa no es la visión de Tel Aviv, que esperaba, al contrario, normalizar sus relaciones con Riad para conformar un frente israelí-árabe para enfrentar a Irán.

Mohamed Alsulaimi, director del centro de expertos saudí Rassanah, insiste también en los numerosos asuntos sobre los que discurrieron iraníes y saudíes durante las negociaciones facilitadas por Bagdad y Mascate desde hace dos años. Además, con la nueva orientación diplomática saudí, que ahora se enfoca en dar prioridad a la defensa de sus intereses nacionales por sobre sus relaciones privilegiadas con Estados Unidos, Teherán parecería mejor dispuesto a negociar ante Riad.

Es cierto que el restablecimiento de las relaciones saudíes-iraníes tiene lugar sobre la base del acuerdo de seguridad de 2001, pero la referencia al acuerdo comercial de mayo de 1998 en el comunicado –el día previo a la declaración del ministro de Comercio, Mohamed Al-Jadaan, sobre la disposición de Riad a invertir y a desarrollar sus vínculos comerciales con Irán– traducen el cambio de enfoque diplomático que Riad pretende darle a la normalización. Ahora que el príncipe heredero Mohammed bin Salmán (MBS) logró dar vuelta la página de su aislamiento tras el caso Jamal Khashoggi, Riad inscribe su acción diplomática en el marco del mundo multipolar en gestación para emerger como potencia media y prosperar más allá de su identidad de potencia islámica. Al prometerle a Teherán su voluntad de inyectar inversiones, Riad apuesta a que las relaciones comerciales creen un vínculo con Teherán y utiliza la dinámica económica como el elemento clave de una normalización durable.

Los sueños de MBS

En efecto, el príncipe heredero apuesta a la dinámica económica para lanzar las nuevas orientaciones de su diplomacia. Desea construirla sobre la base de una mejor integración regional, invirtiendo en infraestructura, logística, seguridad alimentaria, transición energética y todo lo relacionado con los bienes comunes y la seguridad humana.

MBS parece haber aprendido las lecciones de su desastrosa experiencia intervencionista en Yemen, en 2015, y en la crisis que lo enfrentó a Catar por influencia de su antiguo mentor, el presidente de la Federación de los Emiratos Árabes Unidos, Mohamed bin Zayed (MBZ), en 2017, y que desde entonces pasó a ser su competidor. Como su vecino emiratí, MBS acaricia el sueño de convertir a su país en el hub económico, tecnológico y turístico de Oriente Próximo. Gracias a su Visión 2030, acompañada por el eslogan “Saudi First”, MBS ambiciona convertir al reino, gracias al lugar que ocupa en el corazón de la península arábiga, en el hub logístico de Asia Occidental con ayuda de China y su ruta de la seda (Belt and Road Initiative, BRI), tan preciada para el presidente Xi Jinping. Alcanzar esos objetivos implica, en primer lugar, terminar con la guerra en Yemen y evitar cualquier confrontación militar entre Israel e Irán.

Así es como debe entenderse la decisión tomada por Riad el 29 de marzo de asociarse a la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), supervisada por Pekín y Moscú, y también su interés manifestado en mayo de 2022 de adherirse a los BRICS, al igual que Egipto, Indonesia, los EAU, Senegal y Argelia. A nivel regional, esta dinámica se materializa en las numerosas alianzas multilaterales y procesos de distensión con Turquía, Israel, Irán y Catar. O incluso en la inminente normalización con Siria, que probablemente se anunciará antes de la cumbre de la Liga de Estados Árabes que se celebrará el 19 de mayo en Riad. Así como China favoreció la normalización con Irán, Rusia habría facilitado el acercamiento con Siria asegurándose de que Damasco impida las exportaciones ilegales de Captagon, la droga que inunda el mercado saudí y de los vecinos del Golfo.

Sin embargo, Arabia no pretende posicionarse contra Estados Unidos. Las relaciones económicas del país con las grandes empresas norteamericanas mantienen su nivel de siempre, como lo demuestra el importante contrato firmado el 14 de marzo con Boeing por 37.000 millones de dólares (34.000 millones de euros), por no hablar de los numerosos contratos de armamento suscritos con Washington luego de la visita del presidente Biden al reino (15-16 de julio de 2022). Después de la firma del acuerdo, todas las declaraciones oficiales de Riad están destinadas a llevar tranquilidad a su socio estadounidense haciendo hincapié en su voluntad de buscar el equilibrio justo entre las dos superpotencias, con las cuales Riad comparte intereses diferentes pero no incompatibles.

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Fatiha Dazi-Héni es investigadora, especialista de las monarquías del Gofo en el Instituto de Investigación Estratégica de la Escuela Militar (IRSEM), Francia, y profesora (historia y mundo contemporáneo, península arábiga), en Sciences Po Lille

Traducido del francés por Ignacio Mackinze.

Texto en francés aquí.

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