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Ni autocrítica ni debate: Abascal se blinda dentro de Vox pese al derrumbe del 23J

El líder de Vox, Santiago Abascal, durante la noche electoral del 23J

'La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana'. La cita, que se le atribuye a Napoleón, sirve para explicar qué sucede en las entrañas de un partido cuando se produce un fracaso electoral: nadie entona el 'mea culpa' porque las victorias siempre son merecidas pero las derrotas solo se explican por causas ajenas. Esa es la filosofía con la que Vox ha encarado el resultado del 23J, con la formación de Santiago Abascal dejándose más de medio millón de votos y diecinueve diputados respecto a 2019. El anhelo de la formación de ultraderecha de ser determinante para la investidura del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y pasar a formar parte de Gobierno de la nación, como ya ocurre en la Comunitat Valenciana, Castilla y León, Aragón y Extremadura se quedó en eso, en un anhelo.

En la noche electoral el presidente de Vox acusó al líder del PP del "blanqueamiento" del PSOE por ofrecerle "pactos de Estado" y pedirle que se se abstuviera en su hipotética investidura. También le reprochó haber hablado de "reparto de ministerios", no haber asistido al debate electoral en Televisión Española, lo que a su juicio "desmovilizó" a la "alternativa", cargó contra las "encuestas manipuladas" y, con especial énfasis, contra los "medios afines" al PP por "apelar de forma burda al voto útil" y contribuir a la "demonización de Vox". Todo causas ajenas. Vox no tuvo la cupla, vino a decir Abascal.

Más de dos semanas después, ese relato pervive. Vox no hace autocrítica y tampoco prevé abrir ningún debate sobre el liderazgo de Abascal, pese a que los líderes suelen ser los principales damnificados de un mal resultado. El líder de la formación no se ha puesto a "disposición del partido", un eufemismo que se utiliza para enmascarar una eventual dimisión y tampoco nadie se lo ha pedido, al menos públicamente. El principal motivo es que la formación carece de un 'recambio': pocos se atreverían a competir con Abascal y, a diferencia del caso del PP, no hay liderazgos emergentes dentro del grupo, que se caracteriza por ser como un bunker, cerrado a cal y canto. A día de hoy, por tanto, no hay evidencias que inviten a pensar en una crisis de liderazgo o una escisión relevante en Vox, ni tampoco en el surgimiento de un partido rival desafiante.

Tampoco tras la marcha del que ha sido su portavoz parlamentario, Iván Espinosa de los Monteros, que este martes ha anunciado que no recogerá su acta de diputado y que abandona la política institucional. En una declaración sin preguntas, ha esgrimido únicamente motivos "personales y familiares" y ha evitado toda crítica a la cúpula de la formación, sobre la que el dirigente ultra tenía cada vez tenía menos influencia. Precisamente Espinosa de los Monteros, sin llegar a cuestionar el liderazgo de Abascal, es uno de los pocos nombres de la formación que ha conseguido hacerle sombra a su todopoderoso líder.

Abascal un liderazgo personalista para un partido opaco y sin debates internos

Vox responde con claridad al modelo de partido personalista, abono ideal para el déficit de democracia interna. Abascal renovó en la III Asamblea del partido, celebrada días antes de la eclosión de la pandemia, su liderazgo hasta 2024 sin oposición. El único que pretendía dar la batalla era el canario Carmelo González, que denunció irregularidades y no llegó ni siquiera a las 200 firmas, frente a las 4.941 que eran necesarias para presentarse. La falta de rivales permitió al partido, además, justificar la reelección de Abascal como presidente sin que se produjera ninguna votación al respecto, pese a que los estatutos establecen que son los militantes los que eligen directamente a su presidente. La opacidad fue la nota dominante de la última asamblea de un partido híper centralizado, en línea con su visión del Estado.

Una opacidad patente también en el Congreso y en el resto de instituciones en las que la formación ultraderechista tiene presencia, donde se ha producido un goteo incesante de dimisiones —empezando por Macarena Olona, su candidata en Andalucía y persona fuerte en el Congreso— y denuncias internas e incluso judiciales por la forma en que la cúpula ejerce el poder, llegando a prohibir las reuniones de afiliados durante las primarias y expedientándoles por hablar con la prensa. También expulsaron a tres de los cuatro diputados autonómicos murcianos por negarse a que dirigentes estatales siguieran teniendo el control de la cuenta bancaria del grupo.

El pasado año Abascal puso fin a cualquier atisbo de pretendida democracia dentro de Vox suprimiendo por sorpresa y sin debate interno la elección directa de los comités ejecutivos provinciales del partido. Abascal y los suyos consumaron la reforma de los estatutos en 24 horas. Primero remitieron un escrito a los afiliados proponiendo la modificación y, a continuación, la ratificaron en una asamblea convocada en horario laboral y sin posibilidad de enmiendas. Desde entonces, es la dirección de Vox la que elige a los presidentes provinciales y ratifica a los miembros de su dirección, incluida cualquier vacante que se produzca durante el mandato, dejando poco espacio para el disenso.

Al igual que en las demás formaciones, el Comité Ejecutivo Nacional de Vox nace de la asamblea que, en este caso y al menos en teoría, está formada por los afiliados. Pero el presidente puede sustituir a cualquiera de sus miembros, hasta un máximo del 50%. Lo único que necesita es el aval de dos tercios del comité, integrado por sus afines y elegido al mismo tiempo que el líder.

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El futuro de Vox es, a día de hoy, incierto. Las pasadas elecciones generales desbarataron la razón que alimentó su creación: garantizar que cuando la derecha vuelva al poder en España lo haga escorada hacia posiciones más radicales, especialmente en materia fiscal, inmigración, construcción europea, recentralización del Estado, crisis climática e igualdad. La formación de Abascal ya está dejando su impronta ideológica allí donde gobierna con el PP, pero no tendrá el poder de hacerlo en el Gobierno central, al menos a corto plazo, si Pedro Sánchez logra ser investido.

Una de las tesis que el Partido Popular y sus medios afines están tratando de abonar tras el 23J es la de que la derecha no podrá volver a gobernar en España mientras PP y Vox peleen por el mismo espacio, por lo que todo ese voto se debe reagrupar en torno a las filas populares para desbancar a la izquierda del poder, que además cuenta con muchos más aliados en el Congreso de los que tienen Feijóo y Abascal. La estrategia de absorber a Vox como Génova ya hizo con Ciudadanos, ofreciendo a sus principales caras visibles un puesto dentro del partido, está ahí, sin embargo, a diferencia de los naranjas, los ultraderechistas aseguran que cuentan con un suelo sólido de votantes que nunca votaría al PP.

Pese a todo, la experiencia europea aleja la posibilidad de crisis terminal. Este tipo de formaciones son de naturaleza volátil, pero suelen ser duras de roer. La prueba está en que formaciones como el Frente Nacional (Francia) que ha sufrido crisis graves –electorales, estratégicas, de liderazgo, puramente familiares– o Reagrupación Nacional, siguen en pie. En Italia La Lega Norte de Matteo Salvini, tras múltiples vaivenes, está en el Gobierno que lidera un partido más a la derecha, Fratelli d'Italia, con Georgia Meloni al frente. Otras como Alternativa para Alemania, tras su retroceso electoral en 2021, están en claro ascenso según marcan los sondeos que ya les sitúan como segunda fuerza.

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