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'Vietnamitas contra Franco'

Jesús A. Martínez

La cultura escrita clandestina durante la Dictadura de Franco fue un mundo oculto y ocultado. Depositaria del poder de la palabra escrita y de la fuerza de lo prohibido, la clandestinidad alimentó extraordinarios procesos creativos, en situaciones límite, con imaginación, destreza y desafíos constantes a través de una literatura y un arte de agitación, en todas sus formas expresivas.

Los libros proscritos, los libritos con cubiertas falsas, los periódicos impresos clandestinos y los realizados a mano en las cárceles, los boletines, las cartas troceadas, los documentos falsificados, los mensajes cifrados, las poesías, las pegatinas y miles de hojas volantes y octavillas tiradas en precarias maquinitas de fabricación casera llamadas "vietnamitas", configuraron el amplio repertorio de las letras clandestinas, que se volcaron también en pintadas, carteles, grabados, pancartas o murales de un arte disidente.

Los clandestinos tuvieron vidas dobles, que discurrieron por espacios escondidos y actividades secretas, como respuesta a la persecución por parte del Estado vencedor de la guerra civil que, de forma implacable, proyectó la eliminación de sus adversarios y el control de sus disidentes. Se movieron de manera subterránea a impulsos de su capacidad de resistencia, sorteando los procedimientos represivos con un combate de tinta. Las "vietnamitas" simbolizaron un gesto tenaz de rebeldía permanente y se convirtieron en el emblema de la agitación y de la lucha contra la Dictadura. Eran las Vietnamitas contra Franco.

infoLibre publica un adelanto de este libro de Jesús A. Martínez que llegará a las librerías el 14 de septiembre a través de la editorial Cátedra y que rescata un mundo silenciado y hasta ahora perdido en la clandestinidad de la Historia.

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Aquel día de la primavera madrileña amaneció especialmente gris y ventoso. Los remolinos de aire penetraron en todos los rincones del vestíbulo de entrada de la Facultad. Removieron con fuerza las puertas, los ventanales y los paneles. Pero el aire también removió la historia de un tiempo que parecía detenido, porque, pasado el vendaval, algo distrajo la atención de uno de los bedeles. Por el hueco del lucernario asomaba lo que parecía ser la esquinita de un papel, rompiendo la armonía y las líneas rectas y limpias del techo de escayola.

Aquel guiño del destino despertó su curiosidad. Subido a una silla, tiró de aquella esquinita y, temeroso de abandonar su escondrijo, apareció despacio un pequeño trozo rectangular de papel impreso liderando la salida a la luz de toda una comitiva de papeles ocultos. El asombrado bedel, asomado al olvidado hueco, comprobó que había aún más, hasta medio centenar, disfrazados por el polvo y el paso del tiempo, amarillentos o ennegrecidos según la posición en la que se habían acomodado. Algunos estaban salpicados de la pintura que en su día se aplicaría al techo.

Eran octavillas. Correspondían a varios partidos políticos y a diferentes fechas. Algunas estaban repetidas con cuatro o cinco ejemplares. La más antigua era del PCE (m-l), grupo escindido del PCE en 1964, con un llamamiento «A la clase obrera, a todos los trabajadores y al pueblo de Madrid» fechada en septiembre de 1972. Otra estaba firmada, esta vez sin fecha, pero posterior al consejo de guerra celebrado en Burgos a finales de 1970, por el Partido Comunista de España (internacional), también grupo maoísta escindido del PCE en 1967. Una tercera estaba editada por el Comité de Universidad de la JGR, sin fecha tampoco, pero hacía alusión a la revisión del sumario del proceso 1001 por el Tribunal Supremo en diciembre de 1974.

Las demás se tiraron después de la muerte de Franco, ya en 1976. Una estaba difundida por el Partido Carlista en enero de ese año, con un llamamiento al que estaban adheridos la ORT, Reconstrucción Socialista de Madrid y USO, y reproducía el «Llamamiento del Comité Coordinador de Madrid de la Junta Democrática y de la Plataforma de Convergencia Democrática al pueblo de Madrid», es decir, de los dos organismos unitarios que coordinaron la mayor parte de las fuerzas políticas de oposición. Otra estaba fechada el 14 de septiembre de 1976, era del PTE y llevaba por título «Basta ya de asesinatos», en tamaño más pequeño, en dieciseisavo. Y la última, cronológicamente, tenía en su anverso un dibujo con una urna de madera simulando un cepo en el que quedaría atrapado el voto, con la leyenda «La trampa está en votar», y en el reverso, firmado por el PCE (r), figuraba la consigna «No votes», en alusión al referéndum para la reforma política convocado para el 16 de diciembre de 1976.

Todas eran panfletos tirados en precarias multicopistas manuales y de fabricación casera que la jerga de la militancia política denominó «vietnamitas». Habían sido tiradas al final de la dictadura y habían permanecido allí desde entonces. Formaban parte de cuarenta años de clandestinidad y ahora despertaban en un mundo de libertades, carentes ya del propósito para el que fueron escritas y difundidas. Eran el símbolo de la cultura escrita clandestina en tiempos de la dictadura y después fueron olvidadas como restos de un paisaje que cuarenta años atrás era cotidiano, cuando la lluvia de octavillas se posaba casi a diario en el suelo de las facultades universitarias. Eran vestigios de una forma de disidencia, frágiles y pasajeros, pero ahora eran testigos del pasado dejando constancia de un mundo perdido.

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Posiblemente su largo escondite no era obra de ningún coleccionista anónimo que las hubiera alojado allí para conservarlas a salvo de su tenencia peligrosa, sino que se fueron depositando espontáneamente como sedimentos del lanzamiento de octavillas al aire por los estudiantes, algo muy habitual en este vestíbulo central que permitía ver la entrada de la Facultad y la posible llegada de la policía después de que hubieran levantado barricadas en el exterior. Y allí, después de muchas tiradas, algunas de ellas habían planeado buscando reposo, almacenándose y fosilizándose, hasta quedar sepultadas por el tiempo y el olvido. Habían nacido clandestinas y habían continuado siéndolo cuarenta años más.

Las octavillas y las vietnamitas con las que habitualmente se producían eran todo un símbolo de cultura escrita disidente durante la dictadura. Las primeras habían volado otros cuarenta años atrás, después de la Guerra Civil, como el instrumento de agitación más visible en constante desafío a la longeva dictadura y a sus mecanismos de control, sin que estos lograran acabar con ellas. Al revés, se multiplicaron con tanta fuerza con el tiempo que proliferaron en los años sesenta y setenta, no solo en los suelos de las universidades sino en muchos escenarios urbanos que se poblaban con aquella lluvia escrita de panfletos. Fueron el emblema de la agitación y la lucha contra la dictadura, quizá el más visible, pero no el único de una cultura escrita clandestina que retó continuamente al régimen, que se revolvía implacable para intentar controlarla.

Fue un permanente combate de tinta con todo su repertorio expresivo: libros y revistas proscritos y de contrabando, folletos con cubiertas falsas, prensa periódica clandestina, cartas troceadas, informes en clave, documentos falsificados, octavillas y todo tipo de hojas volantes, carteles, pintadas, pancartas, pegatinas y pasquines... Eran letras clandestinas que representaron la fuerza de lo prohibido, sometidas a persecución, pero también eran letras libres que exhibían la fuerza creadora de sus protagonistas a salvo de las mediatizaciones del poder. Por ello no sufrieron la censura, pero sí la represión. Todo había empezado en 1939.

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