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La reacción social ante el machismo

"Es la primera vez que lo cuento": las mujeres hacen suyo el #SeAcabó de Jenni Hermoso

Concentración de apoyo a Jennifer Hermoso en Madrid.

Cuando Luis Rubiales agarró la cabeza de Jenni Hermoso para darle un beso sin su consentimiento, la propia jugadora reconoce que no supo cómo reaccionar. No fue hasta un tiempo después cuando empezó a procesar lo que había ocurrido y a ponerle nombre. En aquel momento, entre los millones de ojos que observaron las imágenes, hubo quienes se pusieron en guardia: lo que acababan de ver no era inocente, no era anecdótico y no les era ajeno. Aquello, pudieron pensar, también les había pasado. En forma de beso, piropo, comentario inapropiado o manoseo. En los días que se sucedieron, miles de voces han tomado el testigo no sólo para expresar que aquello que se retransmitió en televisión era una forma de violencia, sino para compartir sus propias vivencias. Algunas, enterradas en la memoria o asumidas como algo normal. Hasta ahora.

El pasado viernes, las compañeras de Jenni Hermoso se organizaron para hacer público y explícito su apoyo, bajo un emblema que resumía a la perfección la reacción feminista: "Se acabó". Igual que sucedió con el #MeToo y su homólogo español #Cuéntalo, las redes sociales se convirtieron en el instrumento canalizador de las vivencias. 

Fue la periodista Cristina Fallarás quien, a través de un artículo en el diario Público, contaba su propia experiencia y se preguntaba cuántas mujeres habían visto en Luis Rubiales el retrato de su agresor. La pregunta se resolvió enseguida. Apenas un día después, eran cientos los mensajes que se acumulaban en las redes sociales de la periodista. Eran mujeres de todas las edades relatando sus propias historias de violencia.

#SeAcabó

Fallarás abre su artículo relatando una experiencia en su centro de trabajo. "Me sucedió algo a lo que durante muchos años resté importancia y que por fin, revisada mi vida desde una óptica que llama violencia a la violencia machista, por fin he puesto en su lugar", introduce. Fallarás expone cómo un compañero de la sección de Deportes había difundido un listado, supuestamente confeccionado por ella, en el que la periodista calificaba a sus compañeros varones por sus habilidades sexuales. "Después de eso, no hice nada", reconoce. Pero todavía lo arrastra hoy, más de dos décadas después.

Compartirlo públicamente ha tenido un efecto inmediato. A la bandeja de entrada de la escritora han ido llegando esta semana cientos de mensajes anónimos relatando sus propias experiencias. "Mi primer novio, quien fue mi primera experiencia sexual, en una pelea me penetró por el ano mientras yo le decía que no y lloraba. Jamás se lo conté a nadie", dice una de las interlocutoras. "Mi jefe en un periódico me tocaba, a menudo se acercaba por detrás y rozaba mi nuca con sus labios oliéndome ruidosamente. Otras me cogía el brazo para hablarme y aprovechaba para acariciar mi pecho", completa otra. "En una extraescolar de fotografía, de pie alrededor de una mesa, un grupo de compañeros de clase, liderados por un machito, me bajaron los pantalones y las bragas y se largaron corriendo. Quedé semidesnuda en medio de la clase. Me sentí humillada, violada, lloré y me cabreé", añade otra de las voces. En la cuenta de Instagram de Cristina Fallarás conviven violaciones, agresiones a menores, acoso laboral, violencia obstétrica. 

"Es la primera vez que lo cuento", escribe otra de las mujeres. Su historia es la de una agresión grupal, después de acceder a acompañar a un hombre a su hotel. "Entré en pánico. Quería irme", relata, "no recuerdo nada más de aquella noche. No pude hacer nada. A la mañana siguiente vi la cámara de vídeo junto a mí. Y sentí el dolor entre mis piernas. Estaba en shock: además de violarme me habían grabado".

"No era para tanto, no exageres"

El de Fallarás no es el único testimonio que deja #SeAcabó. La periodista Gemma Herrero se pregunta a través de un artículo "cómo íbamos a explicar la situación de las futbolistas en las redacciones si estamos rodeadas de Rubiales", hombres que "nos han tocado sin permiso y al día siguiente nos han informado, advertido, de que no era para tanto, que no exageres ni saques las cosas de quicio". Sara Brito, también periodista, denuncia valiéndose de las redes sociales el acoso ejercido por uno de sus superiores. "Trabajé en la sección de Cultura de un periódico nacional de izquierdas. Me lié un par de veces con el jefe de sección a los pocos meses de entrar, quizás excitada con que se fijase en mí, quizás tratando de sobrellevar una ruptura sentimental". Al finalizar la relación, describe, "empezó un maltrato que fue tornándose constante, con gritos y humillaciones en medio de la redacción. Ejerciendo su poder desde la burla, la humillación pública y la falta de respeto". Hoy, añade, ese mismo periodista "sigue ejerciendo y firmando reportajes sobre feminismo. Una hipocresía que me revuelve las tripas". 

Aunque ella no lo nombra, su relato despertó otras muchas reacciones que sí pusieron nombre y apellidos al protagonista de su historia. La periodista Lídia Penelo así lo expresó: "Analfabeta, inútil y no periodista, todo esto y más tenía que escuchar casi cada vez que cerraba una pieza mientras Peio H. Riaño fue mi jefe en la sección de Cultura de Público". "Casi se me habían olvidado todas las veces que me trató con cruel desprecio y me hizo dudar de mi escaso talento. Y me hizo llorar. Y hasta me creí su cambio", completó el periodista Bob Pop en sus redes sociales. 

Anna Solans, extrabajadora del diario Mundo Deportivo, señaló directamente al director del periódico, Santi Nolla: "Deleznable es llevarte a tu directora de estrategia a un hotel y decirle que se quite la ropa, que el sexo me abriría un mundo de posibilidades. Santi Nolla eres un hipócrita que abusaste de tu posición de autoridad y ahora das lecciones de moral #SeAcabó", comparte en un mensaje.

La periodista Paola Aragón publicó esta semana el mensaje enviado por "un periodista de izquierdas" con el que sólo había conversado una vez, en el que le decía lo siguiente: "Soñé que discutíamos de feminismo y luego hacíamos tantas guarradas que me desperté y tuve que echar a la lavadora los calzoncillos. No te lo iba a decir, pero es que me he tomado tres copas". 

No todos los testimonios que han ido brotando a lo largo de la semana han girado en torno a la esfera laboral: la violencia anida en todos los entornos. También en el más íntimo. La periodista Clara Roca expuso la violencia sexual ejercida por parte de su exmarido contra ella y confrontó directamente con el discurso machista que traza el perfil de la víctima perfecta. "¿Denuncié? Por supuesto que no. Ni me lo planteé en ese momento", narra. "De hacerlo, seguramente habrían sacado fotos mías saliendo de fiesta y (o, pecado) hasta riéndome".

Ponerle nombre a la violencia

Son mujeres de diversos perfiles. Muchas de ellas mayores, cuyas memorias atesoran recuerdos dolorosos que no habían sido capaces de catalogar. "Es un recuerdo que me había hecho sentir incómoda, pero me acabo de dar cuenta ahora de que era una agresión", pone como ejemplo de los mensajes recibidos Cristina Fallarás, al otro lado del teléfono. Lleva una semana leyendo cientos de escritos que recibe a "cada minuto". Muchas de ellas, señala, es la primera vez que lo narran. "Son abuelas que se sientan en la playa con sus nietas o mujeres que publican fotos de gatitos en Instagram", observa.

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Y que han roto su silencio al mismo tiempo que Jenni Hermoso. El beso propinado a la fuerza por el expresidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) fue la primera señal de alerta y lo que, además, impugnó la idea de que existen víctimas de primera y de segunda. "Se siente igual la mujer a la que su jefe le tocaba la mano, que la que violó una manada. Esas mujeres ahora dicen: lo mío es también una agresión", analiza Fallarás.

Pero si algo activó el despertar de las mujeres fue el discurso de Luis Rubiales el pasado viernes, la escenificación del machista de manual. "Con la explicación que dio y la forma de culparla a ella, todo reventó. Ahí hay mujeres que dicen ‘no, no va a ser aquel jefe que me tocaba el que gane ahora; no va a ser aquel marido que me violaba el que gane… este tío no puede ganar", resume la periodista. La respuesta de las mujeres no solamente construye una tabla de salvación para las víctimas, sino que lanza un mensaje de advertencia a los agresores: "No vais a tomarnos el pelo. Ya somos otra cosa".

Fallarás celebra la ruptura del silencio, progresiva y sostenida en el tiempo. "Hasta ahora había un silencio que no permitía los mecanismos de identificación", sostiene. Una situación que se ha revertido, no sólo por el impacto del caso Rubiales, sino como consecuencia lógica de todo lo sembrado por el feminismo en los últimos años. "Ha habido un avance tremendo en el conocimiento de lo que es el consentimiento, ha habido un debate sobre el consentimiento y el hecho de hablarlo desde las instituciones ha hecho que mujeres de una cierta edad coloquen lo que vivieron en su sitio y lo proyecten".

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