Las 'lecciones' transgresoras de Ian McEwan
Lecciones
Ian McEwan
Anagrama (2023)
"Al pasar revista a toda una vida no era conveniente reconocer demasiados errores". Así, indulgente, en el tramo final de esta novela —la más larga de este escritor británico—, nos resume el trayecto vital de su protagonista, Roland Baines. Todo apunta al fracaso, vínculos cargados de acidez. Y, sin embargo, la suma de caídas le otorga una luz ausente en buena parte de una historia sin rotundas ambiciones: "la inutilidad de la valentía", asegura como una tesis.
Por inusual y desconocido, el punto de partida se antoja transgresor. Una profesora de piano, Miriam Cornell, seduce a un menor de 11 años, primero, acosa y abusa de él, después, incluso lo secuestra, en último término. El niño es, claro, Roland, un personaje donde McEwan vuelca pedazos de su ser. Luego, ya adolescente, rompe esta relación iniciática, obsesiva, huella perpetua en él. Pero este monógamo con múltiples relaciones sucesivas (así lo cataloga su creador), tiene, más tarde, un hijo, Lawrence, con otra mujer, Alissa Eberhardt. Segunda transgresión de lo habitual: ella lo abandona cuando el bebé apenas tiene siete meses. Sobre la almohada, la nota de despedida, famélica, lacónica, apenas dice "no es culpa tuya". Cuatro palabras exculpatorias, al fin, porque ese adiós, fuera de norma, induce a la sospecha sobre si habrá violencia detrás de una marcha —luego se desvelará— voluntaria. Porque, y esta es la tercera ruptura con lo cotidiano, Alissa quiere probarse a sí misma, ser escritora, rematar las novelas que pueblan su mente. Y, para lograrlo, se va. El hijo y, sobre todo, el marido aparecen como obstáculos: "El concertista de piano, el poeta, el campeón de Wimbledon… ¿Cómo iba a respirar yo?". Así se dirige Alissa a Roland para justificar su búsqueda, no su huida. Ella, alemana, logrará el objetivo: autora brillante, con una obra superior, incluso, a la del Nobel germano Günter Grass. Mientras, el niño crecerá abismado por el silencio inexplicado, persistente, de su madre.
A lo largo de las casi seiscientas páginas, surgirán más relaciones. Existe una tercera mujer, Daphne, amiga de la infancia, esposa en la madurez. Patético el vínculo del protagonista con el exmarido de este amor crepuscular y llenas de mordacidad las disposiciones de ella, "échame al río, si sopla el viento…", le dice ante el vaticinio de lo irreversible.
Estos personajes configuran el primer círculo de Roland en su transcurso personal. Inmediatamente después, encontramos a sus padres. Militar él y destinado en el norte de África, como el de McEwan. Tiene hermanos solo maternos, uno de ellos entregado en adopción, desconocido para el protagonista durante décadas. Un jirón también de la biografía del escritor. Ajustes de cuentas con su peripecia vital. Incluso Aldershot, donde nació hace 75 años, aparece como uno de los ámbitos de esta sinuosa historia, donde el británico conjuga con destreza el tiempo, los tiempos, y el lector no se desnorta.
McEwan no sólo recupera su particular manera de analizar la sutileza o brusquedad de los sentimientos, retorcidos con singularidad en Chesil Beach y Amor perdurable, también se convierte en narrador de una época. Atraviesa ocho décadas, desde el mayor desastre bélico, que asoló Europa en los cuarenta del siglo pasado. Ya fue el espacio de Expiación y las consecuencias de ese conflicto derivaron en Los perros negros. Por Lecciones deambulan, además, la Guerra Fría (ya instaló en ese periodo Operación Dulce), la caída del muro de Berlín, la hegemonía conservadora en los ochenta, con una mujer emblemática, Margaret Thatcher, y un laborismo prometedor (el protagonista, Roland, milita en esa ideología), liderado por Tony Blair, decepcionante después por encabezar la invasión de Irak, y el Brexit. Británico, pero supera las costuras de sus raíces y el imperio donde se extendieron. Preocupado por los serios devaneos del clima (ya lo reflejó en Solar), el contexto de esta novela llega hasta el covid. Se adentra también en la enfermedad y en los últimos momentos de nuestros padres, cómo afrontarlos y sus derivadas éticas y legales, como ya enmarcó en La ley del menor. No rehúye, pues, el debate de la eutanasia cuando sostienen viva a su madre demente. "El personal… estaba obligado por la ley a cumplir su deber de mantenerla con vida pese al dolor. Estaban dispuestos a matarla por omisión, negándole comida y bebida". Y, una vez más, su estar en el mundo le atrae hacia la penúltima preocupación mundial, Rusia. "Luego pasó el tema de la OTAN. Su expansión hacia el Este era una locura, una ridícula provocación a los rusos con su complejo de inferioridad nacional". Crítico, no equidistante.
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Lecciones se antoja una novela total. Desde la primera página —Roland estudia piano— suena Bach, pero también escuchamos las músicas de Mozart, el jazz, el rock, el punk… Además, la recorren referencias literarias nada menores. Joyce en el umbral del texto, después Conrad, Proust, Musil… Todos cumbre, como él. En este libro donde los reencuentros transmiten vigor a pesar de su melancolía contagiosa, Ian McEwan confirma su fortaleza creativa como cronista contemporáneo y retratista de las honduras humanas. En esta historia, alguien reclama el Nobel para Alissa, su personaje. Quizá él tenga argumentos sobrados para, en uno de los próximos octubres, conquistar Estocolmo.
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* Prudencio Medel es periodista.