Crónica privada de un Congreso maldito
Miguel Barroso falleció de un infarto el sábado 13 de enero a última hora del día en su casa de Madrid, pero estuvo al tanto desde tiempo atrás de esta propuesta de contracrónica de un Congreso socialista que marcó su vida y la de su pareja entonces, Carme Chacón. La derrota en la pelea por la secretaría general del PSOE ante Alfredo Pérez Rubalcaba y el aparato histórico del partido fue también su propia derrota, y lo fue para una parte del votante socialista desencantado: la señal de cambio no llegó en ese Congreso de 2012 celebrado en Sevilla. Ya no podrá leer el trabajo de Jordi Amat, pero quizá le hubiera sucedido igual que con la biografía que escribió Joana Bonet sobre Carme Chacón: que no pudo pasar de la página 7 porque no dejaba de llorar. Peleó como el jabato que era por la victoria en aquel Congreso, aunque también confesó mucho tiempo después, murmurando ensimismado, el alivio de que Chacón no asumiese el liderazgo del partido ni la carrera por la Presidencia del Gobierno. Las dos cosas son verdad.
“Compañeras y compañeros, ahí fuera hay siete millones de ciudadanos que han renovado su confianza en nosotros en las peores circunstancias. Pero ahí fuera hay, además, cuatro millones que se han distanciado de nosotros, pero que no nos han dado la espalda definitivamente. Todos ellos están esperando de este partido y de este Congreso una señal. Y yo os propongo que trabajemos juntos para que, cuanto antes, este Partido Socialista vuelva a ser en este país mayoría social”. Así empezó la candidata Carme Chacón su discurso en el XXXVIII Congreso del PSOE celebrado en Sevilla. La mañana de aquel sábado 4 de febrero de 2012 ella fue la segunda en intervenir. Poco después de las 11, al menos según el horario previsto, había intervenido Alfredo Pérez Rubalcaba, el otro candidato a secretario general. Durante los setenta minutos posteriores a los discursos debía celebrarse la votación de los 956 delegados. El escrutinio, en teoría, duraría media hora y a las dos de la tarde se daría a conocer el nombre del vencedor. Pero el recuento se alargó más de lo previsto. No unos minutos. Más de dos horas.
La historia que desembocó en aquella tensa elección hacía años que había empezado y, probablemente, no concluyó hasta la victoria de Pedro Sánchez en las elecciones primarias de 2017 para revalidar la secretaría general del partido y, al cabo de un año, con la disruptiva moción de censura contra Mariano Rajoy que le llevó a la presidencia del Gobierno. La presentación, nudo y desenlace de lo vivido el 4 de febrero de 2012 es un episodio de un período de crisis del PSOE, pero tiene otras lecturas. En esas elecciones internas se solaparon pugnas de poder en España y las dificultades para responder al colapso que la socialdemocracia europea sufrió en el arranque del siglo XXI.
El prólogo de esta crónica política, que acaba una tarde de sábado en un Congreso maldito, podría ser el 9 de marzo de 2008. Aquel día se celebraron elecciones generales y quedó demostrado en las urnas lo que algunos politólogos habían evidenciado en sus estudios: el electorado de izquierdas en España no castigaría a los socialistas si aplicaban políticas afines a su familia ideológica. El proyecto de Zapatero, en palabras suyas citadas por José María Maravall, podría definirse con estas palabras: “Una economía bien gobernada, con superávit de las cuentas públicas y un sector público limitado. Todo ello conjugado con la extensión de los derechos civiles y sociales”. Durante la primera legislatura el presidente del Gobierno había sido coherente con su proyecto y había sido premiado electoralmente por ello. Aquel 9 de marzo el PSOE obtuvo un gran resultado: 11.289.335 votos, el mejor del partido desde la noche mítica de octubre de 1982.
Después de que el ciclo de la aznaridad, como lo llamó Vázquez Montalbán en un libro póstumo, restituyese el bloque del poder conservador a las élites del Estado, el PSOE había conseguido consolidarse como el partido que representaba a la mayoría social española. No era la primera vez en democracia. Lo había logrado el partido liderado por Felipe González y que Alfonso Guerra estructuró desde la segunda mitad de la década de los setenta del siglo pasado. El proyecto de Zapatero lo logró también. Superó la oposición histérica que lo amenazó desde el primer día, aquellos encuentros en la segunda fase de la crispación, y se logró consolidar una Segunda Transición en clave progresista. Se hizo sin la complicidad del viejo poder del partido, pero también sin su beligerancia. De hecho, en el arranque de la segunda legislatura de Zapatero, veteranos del felipismo repitieron en el ejecutivo. Pedro Solbes volvía a ser ministro de Economía, Rubalcaba seguía siendo ministro del Interior. En el Consejo de Ministros el cambio tal vez más relevante sucedió en otro ministerio de Estado. Carme Chacón, que había sido ministra de Vivienda, pasó a ejercer la cartera de Defensa.
Chacón tenía 37 años. Cuando llegó a Madrid, no pertenecía a los círculos del zapaterismo. Desde el año 2000 era diputada, catapultada al Congreso de los Diputados por el núcleo de poder de su partido nodriza –el PSC del Baix Llobregat–. En las elecciones de 2004, la candidatura del PSC en Barcelona la había encabezado José Montilla, que ejerció como ministro de Industria. En 2008, la cabeza de lista fue ella. Por entonces los socialistas catalanes presidían por primera vez la Generalitat, en coalición con ERC e Iniciativa per Catalunya, y lograron el mejor resultado de toda su historia en unas elecciones generales: 25 diputados. Al cabo de un mes de la victoria, se produjo la estampa probablemente más icónica de aquel ciclo: una mujer embarazada pasaba revista a las tropas en el patio del Ministerio de Defensa, Carme Chacón. La imagen simbolizó todo un proyecto cultural e ideológico. El que, en julio de 2008, en su XXXVII congreso, aún definía al partido. Pero muy pronto el desarrollo de aquel proyecto ganador tuvo que dejar de ser la prioridad para el nuevo gobierno. Cada vez estaba más asediado por una crisis económica a la que no había querido enfrentarse.
El zapaterismo se bifurca
Aquí empieza la historia que esta crónica pretende contar de otra manera, en el momento en el que el zapaterismo empezó a bifurcarse. Esa bifurcación se concretó en urgentes prioridades políticas y el peso adquirido por determinados políticos. Quien fuera el último portavoz de los gobiernos de González se iba a convertir en el hombre fuerte de los últimos de Zapatero, Alfredo Pérez Rubalcaba. Si el Estado estaba en crisis, se necesitaba a un estadista.
En abril de 2009, Solbes dejaba el ministerio y lo sustituyó Elena Salgado, persona de la confianza de Rubalcaba. El escaño de Solbes en el Congreso, por cierto, lo ocupó un concejal del Ayuntamiento de Madrid llamado Pedro Sánchez. La prioridad del ejecutivo era enfrentarse a la crisis de la deuda y evitar la intervención del país.
En las primarias socialistas del 4 de febrero de 2012 en Sevilla se solaparon la pugnas de poder en España y la dificultad para contestar al colapso que la socialdemocracia europea sufrió en el arranque del siglo XXI
Zapatero tuvo que rendirse. El 12 de mayo de 2010 desgranó a toda velocidad el severo plan de ajuste del gasto público en el Congreso de los Diputados. Pocos minutos después del final de aquella sesión histórica, el titular de El Confidencial era cierto y contundente: “Zapatero pone en marcha el mayor recorte del gasto social de la democracia”. Por entonces, si Rubalcaba era el hombre fuerte del gobierno, en el partido lo era el secretario de organización, José Blanco. Y fue Blanco quien organizó la reunión celebrada en la sede de Ferraz la tarde de aquel 12 de mayo con los secretarios generales regionales del PSOE. “Ofrecer a los compañeros, que tenían que afrontar un año después unas elecciones autonómicas y municipales, la explicación de las nuevas medidas no iba a ser tarea grata”, rememora Zapatero en las memorias El dilema. Dicho con otras palabras, era más bien improbable que el PSOE pudiese mantenerse como el partido de la “mayoría social”. Los fundamentos del Estado del 78, inevitablemente, iban a resquebrajarse.
La política económica reducía las posibilidades electorales a corto y a medio plazo. Pronto lo constataría Montilla, president de la Generalitat y secretario general del PSC. En su caso, además, al ajuste social se añadió la sentencia del Tribunal Constitucional sobre los recursos presentados por el PP contra el Estatut. Junio de 2010. Eran otro tipo de recortes, pero no menos relevantes. Además, el coste electoral de la sentencia no lo asumirían los dos partidos que habían llevado más allá el redactado en la ponencia. Convergència i Unió y Esquerra Republicana se habían desvinculado ya del proceso estatutario para iniciar la deriva soberanista a través de la que competían por el poder autonómico, una competición que aún no ha concluido. Julio. Manifestación en Barcelona que ya fue una primera demostración del arraigo del independentismo. Otros fundamentos del Estado del 78, progresivamente, empezaron a corroerse.
El 21 de octubre de 2010, Alfredo Pérez Rubalcaba fue nombrado vicepresidente primero del Gobierno en sustitución de María Teresa Fernández de la Vega –otro de los rostros del primer zapaterismo desaparecía del primer plano–. El 28 de noviembre se celebraron elecciones en Cataluña: el PSC perdió 11 diputados y Artur Mas obtuvo unos resultados magníficos. En diciembre hubo una reunión en el Palacio de la Moncloa alentada por Elena Valenciano e Ignacio Varela –asesor externo de diversos secretarios generales del PSOE– a la que asistieron Blanco, Rubalcaba y el presidente. Su propósito era reforzar a Rubalcaba como candidato a las próximas generales. Por ello pidieron a Zapatero que le cediese ya la secretaría general, pero no aceptó. Aunque consideraba que Rubalcaba era el candidato ideal, según puede leerse en la biografía de Antonio Caño, el presidente prefería que la renovación de la secretaría general se realizase según lo establecido. Esta tensión en la cúpula del PSOE se cruzaría con la campaña de las municipales y autonómicas que se celebrarían el 22 de mayo de 2011, pero se desconectó del cambio de paradigma que catalizaría con el advenimiento del 15M.
Tres meses antes de esas elecciones de mayo, Enric Juliana dedicó a la ministra Chacón su sección dominical Cuaderno de Madrid en La Vanguardia. Era un artículo sobre la pugna en el PSOE y, ampliando el perímetro, sobre lo que esa pugna representaba. “Si Alfredo Pérez Rubalcaba es el candidato en las próximas generales, la transición en el PSOE será controlada por el socialismo de Chamartín, un círculo de poder tan difuso como bien radicado en Madrid. Rubalcaba, ahora apoyado por Blanco, dispone de múltiples engarces con el establishment capitalino (universidad, empresas, el principal grupo de comunicación, el palco del Bernabeu...) e interesantes vías de contacto con la nomenklatura vasca”. Contra ese establishment, fundido al Estado del 78, iba a emerger un movimiento que fue más allá de la protesta porque, además de impugnar el sistema, elaboró propuestas de regeneración política. En ese contexto, que era el de la quiebra del consenso posfranquista, la ministra Chacón daba el paso.
“Ahora o nunca, voy”
Había tomado la decisión de competir para ser la candidata a las elecciones generales. La habían animado algunos de sus referentes morales, como Cándido Méndez, María Teresa Fernández de la Vega o José Montilla, según cuenta Joana Bonet en la biografía Chacón, La mujer que pudo gobernar: “Juraría que fue en una tarde de invierno, contemplando esa ciudad que se expande hacia el infinito sin que se sepa qué hay más allá –sin que a Madrid le importe mucho qué hay más allá–, cuando Carme Chacón se dijo a sí misma: “Voy”. “Ahora o nunca, ¡voy!”. El 2 de abril se celebraba un comité federal.
Zapatero anunció que no se presentaría otra vez y dejó abierta la posibilidad de que el candidato fuese elegido a través de elecciones primarias. Chacón había empezado ya a moverse, mientras que Rubalcaba seguía pareciendo el candidato natural. El domingo 3, una y otro dieron mítines de precampaña. Los dos fueron ovacionados como presidentes. El titular del día 4 de Juliana era una radiografía de la tensión existente. “El adiós de Zapatero lanza al PSOE a una competición interna sin freno”. El día 5, Blanco anunció que el 28 de mayo sería el próximo comité federal. En paralelo a la precampaña y la campaña electoral transcurrieron unas semanas de enorme tensión interna. Chacón no tuvo apoyos significativos. En la sección de Opinión de El País, en el prólogo del procés, pudo leerse un artículo de Jordi Gracia. “Que el federalismo adopte una cara nueva y deje de sonar a monserga rancia debería formar parte del horizonte ideológico de la izquierda en su conjunto y no sólo del PSOE”. Así terminaba un artículo que empezaba mencionando a la candidata como alternativa frente a la debacle electoral que ya se intuía. Nada que no se supiese. Si el partido no implementaba políticas coherentes con su ideario, el votante no perdonaría la infidelidad. La fórmula inventada en el laboratorio de los politólogos no falló. Si en las anteriores elecciones municipales y autonómicas, las de 2007, los socialistas obtuvieron el 35,31% de los votos, el 22 de mayo de 2011 fue el 27,9%. Les votaron 6.276.087 personas; al Partido Popular 8.474.031.
¿Cómo respondería el partido a tan malos resultados? Aunque el segundo zapaterismo había sido condenado en las urnas, aunque cada vez lo estaba más entre la opinión pública, el presidente del Gobierno quería mantener su plan, que era coherente con su proyecto originario: primarias. Pero el poder del partido quiso impedirlo. La semana previa al comité federal sería trágica para la salud interna de la organización.
El martes 24 de mayo, Chacón se reunió con el presidente en Moncloa para reafirmar su voluntad de presentarse a las primarias. Aquel día Patxi López, con la complicidad de otros barones regionales y por supuesto de Alfonso Guerra, amagó con la convocatoria de un congreso extraordinario cuyo objetivo era descabalgar al secretario general. “O te vas o te echamos”. Operación exprés: abortar primarias. Zapatero llamó a Rubalcaba, que no le cogió el teléfono. Luego se reunió con Blanco para que transmitiese a Rubalcaba que no siguiese por ese camino. El miércoles 25 de mayo, el billete de José Antich –director de La Vanguardia y con una relación fluida con Rubalcaba– era revelador. “En los próximos días se anuncia un goteo de apoyos a la designación de un nuevo secretario general en un congreso inmediato”. Tampoco iba desencaminado el destacado en la pieza de Juliana. “El pronunciamiento de Patxi López puede dejar fuera de juego a Carme Chacón”. De eso se trataba. Aquel miércoles la cúpula socialista se reunió con Zapatero en un despacho del Congreso. Rubalcaba, Bono, José Antonio Alonso, Blanco, Chaves. “Todo esto es un invento tuyo y a ti te corresponde desactivarlo”, dijo uno de los presentes, según explicó Juliana en su crónica. Al fin dejaría caer a Chacón, que venía recibiendo más y más presiones para que no se presentase. Felipe González, que había firmado con la ministra de Defensa un artículo importante en El País tras la sentencia del Estatut, había contactado con ella para pedirle que no se presentase. Cuenta Joana Bonet que el último apoyo de peso con el que contaba en el partido –Juan Antonio Griñán, secretario general en Andalucía– también le desaconsejó que diese la batalla. El miércoles 25, Chacón cenó con los politólogos Ignacio Sánchez-Cuenca y Belén Barreiro. Durante toda la velada el móvil no paró de sonar. Una de las personas que la llamó llegó a amenazarla al decirle que si se presentaba no solo estaría poniendo al PSOE en riesgo sino al sistema de partidos. Tiró la toalla. El jueves 26, compungida, dio una rueda de prensa atendiendo la petición de Angélica Rubio, mano derecha de Zapatero. Anunció que no iba a presentarse a las primarias. El sábado se celebró el comité federal. Rubalcaba, candidato por aclamación.
La fallida respuesta socialdemócrata a la crisis
Aquel día Sánchez-Cuenca publicó el artículo La deriva socialdemócrata en Público. “Zapatero dijo la noche electoral que el PSOE sabe ganar y sabe perder. El partido no lo ha demostrado a lo largo de esta semana horrible”. Diagnosticaba un problema del PSOE, pero él también ampliaba el perímetro al constatar que ese problema se enmarcaba en otro mayor: la respuesta socialdemócrata a la crisis económica era equivocada porque no planteaba una reflexión sobre la deriva de la Unión Europea. Frente a esa deriva, que podía alejar a los partidos socialistas de los gobiernos nacionales, solo la profundización democrática podía desactivar la dinámica en la que estaban inmersos. Pero los socialistas españoles, para empezar, se habían demostrado incapaces de democratizar su propio partido internamente. “¿Alguien cree que un partido así podrá hacer un diagnóstico acertado de la actual situación que estamos viviendo y conectar con las aspiraciones de tantos ciudadanos insatisfechos con la forma en que se desarrolla la política en nuestro país?”. La respuesta la tenían los ciudadanos: no.
El viernes 29 de julio, Zapatero anunció el adelanto de las elecciones generales. En El País, Fernando Garea afirmó que “la crisis económica se ha llevado por delante gran parte del proyecto político de Zapatero en los últimos tres años”. El presidente las convocó para el 20 de noviembre. El candidato socialista, como estaba previsto, fue Rubalcaba (en cuyo equipo económico, como recuerda Manuel Jabois en el retrato que le dedicó, figuraba Pedro Sánchez). Pero sus escasas opciones de obtener un buen resultado las iban laminando las duras medidas que Zapatero debía adoptar para evitar la intervención. Ese verano de 2011 concluiría con la reforma exprés del artículo 135 de la Constitución para establecer un tope constitucional al gasto público. Dos tazas de caldo germánico a la insípida socialdemocracia hispana. “¿Cómo le habéis podido hacer esto a Alfredo?”, le preguntó un colaborador de Rubalcaba al jefe de gabinete de Zapatero. La reforma se aprobó, las Cámaras se disolvieron. Y llegó el 20N. Al PSOE lo votaron 6.275.314 personas, es decir, perdió 5 millones de votos en relación con las últimas generales y mantuvo el mismo apoyo que en las autonómicas y municipales. El Partido Popular de Mariano Rajoy ganó por mayoría absoluta porque la mayoría social cada vez estaba más lejos de los socialistas.
El día 22 de noviembre se anunció que el congreso del PSOE se celebraría en Sevilla entre el 3 y el 5 de febrero, un mes y medio antes de las elecciones andaluzas. El 25 de noviembre se celebró el último consejo de ministros de Zapatero. Cuando se indultó al banquero Alfredo Sáez, Chacón dejó la reunión. Rubalcaba, que ya no era ministro, se lo criticó. El sábado 26 se celebró el comité federal. Rubalcaba y Chacón eran vocales de la ejecutiva y se sentaban uno al lado del otro. Tras varias horas reunidos, Rubalcaba, que había perdido las elecciones, hizo la última intervención, como si ya fuera secretario general. A diferencia de lo que había ocurrido en otras ocasiones, aquella derrota sin paliativos no activó en el PSOE una renovación ni se constató que Rubalcaba estaba fuera de época. Era la figura con mayor autoridad en la ejecutiva. Según Caño, sondeó a Eduardo Madina, Patxi López y a Elena Valenciano por si estaban dispuestos a dar un paso. Él lo daría para evitar la alternativa que representaba Chacón. José Enrique Serrano lo certifica: “Alfredo se presentó a secretario general para que no fuera Carme Chacón, no por otra razón”.
Su resistencia a marcharse revelaba exactamente lo que el 15M había puesto encima de la mesa. No lo planteaban solo los indignados. En algún momento en esos días el presidente socialista de la Junta, José Antonio Griñán, vivió un momento revelador. En una de las Casas del Pueblo asistió a la retirada de la cartelería sobrante de las elecciones generales del 20N y se sorprendió de ver dos montones de carteles: en uno estaban los que llevaban el logo del PSOE y en otro los que llevaban el rostro de Rubalcaba como candidato. Les preguntó por qué los separaban. La respuesta de los trabajadores fue la incredulidad de que Rubalcaba pudiera volver a ser el candidato del partido tras la última y estrepitosa derrota (o al menos así lo contaba Miguel Barroso en los últimos tiempos). En el campo de la opinión progresista, usando la autoridad ganada como ensayista y editorialista en El País, José María Ridao no quiso tampoco dejar de manifestar su estupefacción. “Si el Partido Socialista ha llegado a esta situación que amenaza su condición de alternativa política en España es porque la lógica del aparato, la única que conocen sus actuales dirigentes, la única que han aplicado allí donde han estado, se ha impuesto en la derrota de 2011 con tanta o más fuerza que en la victoria de 2004. Ante fracasos tan rotundos como los de mayo y noviembre, nada de decir a los ciudadanos que su mensaje no ha sido escuchado; nada de dimitir y dejar paso a una gestora; nada de preocuparse por recomponer un partido que ha salido de las últimas citas electorales como un juguete roto. Estará roto, de acuerdo, reconoce la lógica del aparato, pero lo único que importa ahora es quién se lo queda”. Ese artículo del 5 de diciembre señalaba con ironía a Rubalcaba sin mencionarlo. Rubalcaba respondió protestando el día después e hizo una advertencia. “Estoy convencido de que el artículo que ha motivado esta carta es solo una excepción”. Así fue.
Preparando la alternativa
Como si tuviera la oportunidad de protagonizar la segunda parte de la historia que había acabado mal medio año atrás, Carme Chacón tenía claro que iba a presentarse.
Ella y su círculo habían empezado a preparar la alternativa. De esos círculos formaban parte personalidades identificables con el primer zapaterismo y su influyente marido, Miguel Barroso, estaba absolutamente entregado al éxito de la candidatura. Barroso, que había sido una pieza clave en la configuración del relato de Rodríguez Zapatero desde la secretaría de Estado de Comunicación, nunca fue un actor secundario de este episodio. Las primeras reuniones de su equipo se celebraron en un hotel de la calle Atocha. José Zaragoza también recuerda cómo Barreiro y Sánchez-Cuenca argumentaban que la figura de Chacón –por mujer, por joven, por catalana– tenía unos atributos que permitirían al PSOE empezar a desmarcarse de la imagen que imponían sus élites clásicas. No tardaron en dotarse de un relato motivador. Lo empezó a elaborar Francisco Caamaño, que había sido ministro de Justicia; también colaboró en ese proceso José Andrés Torres Mora. A finales de diciembre se dio a conocer el documento Mucho PSOE por hacer, que suscribieron, entre otros, Josep Borrell, Juan Fernando López Aguilar o Ximo Puig. Chacón aparecía como una de las 32 firmantes, pero no era una más. Era su carta de presentación pública como candidata.
La resistencia de Rubalcaba a marcharse después de sus pésimos resultados del 20-N de 2011 revelaba exactamente lo que el 15M habría puesto encima de la mesa, y no lo hacía solo el movimiento de los indignados
Aquel documento, por una parte, identificaba un problema inmediato: la acumulación de poder político de la derecha, más el económico y mediático que ya tenía, podía revertir los avances en derechos y libertades del ciclo zapaterista. Pero, a la vez, insistía en que el PSOE debía reflexionar sobre las causas de la derrota. Y un aspecto problemático para avanzar en esa reflexión era “la limitación de nuestras prácticas democráticas internas”. No lo decía una vez sino varias. “La democracia se mantiene viva y arraiga cuando se amplía la participación; por eso, debe practicarse al máximo tanto en la vida interna del partido y en las instituciones”. “A nuestro juicio la pérdida de credibilidad y coherencia ha sido fruto de la erosión de nuestros mecanismos democráticos y del aislamiento social progresivo de nuestro partido”. Solo si se cambiaban esos mecanismos, tras la oportunidad perdida de las primarias abortadas por arriba, el PSOE recuperaría lo que era evidente que estaba perdiendo y necesitaba recomponer: “el restablecimiento de los lazos con la mayoría social de progreso”.
Desconcierta la lectura del documento que de inmediato se impuso. Porque si es cierto que era crítico con la deriva del segundo Zapatero, también era transparente que su propósito era reconstituir el proyecto originario. Pero no se leyó así, o se consiguió impedir esa lectura. Al cabo de dos días fue contestado con un contramanifiesto que defendía un legado cuyos principales herederos eran los que ahora eran señalados como traidores. El manifiesto Yo sí estuve allí se publicó el 23 de diciembre en El País, mayoritariamente alineado con la candidatura de Rubalcaba. El 27 de diciembre él oficializó su candidatura. En su equipo, además de Elena Valenciano, incluyó a Óscar López y a Antonio Hernando, lo que de facto implicaba contar con el apoyo fundamental de José Blanco.
Por entonces Carme Chacón, que había invertido una cantidad de dinero considerable en su campaña, se iba convenciendo de sus posibilidades de ganar. Aparentemente los números salían, pero tal vez la oportunidad era más una apariencia que una realidad. El poder del partido aún no había empezado a descolgar el teléfono. Esa pugna es la que acabaría por dirimirse en Sevilla. El 7 de enero de 2012 empezó oficialmente la campaña. Chacón se estrenó en un acto en Olula del Río, el pueblo del que provenía su familia y donde había pasado los veraneos de su infancia. Empezar por Almería era apostar fuerte por sumar a la federación de Andalucía. Susana Díaz era pieza importante de la organización de la campaña porque Andalucía era clave: aportaba 234 delegados en el Congreso, mientras que la siguiente federación en número de delegados era Cataluña con 101. El lema de campaña era “Ahora Chacón” y el relato que se vehiculaba entorno a ella, concentrado en el discurso de Olula como analiza Bonet, pretendía reconectar al partido con la mayoría social progresista.
Pero, en último término, esa reconexión no era lo central que se dirimiría en Sevilla. La batalla, más que una renovación ideológica, era una lucha de poder por el control del PSOE. Es probable que el primer Zapatero hubiese sido consciente de la necesidad de modificar la estructura de poder socialista para poder consolidar su proyecto de Segunda Transición. Así se explica su sintonía inicial con el federalismo maragallista, la voluntad de impulsar un espacio mediático progresista complementario a PRISA (aquí Barroso fue un actor clave) o las relaciones con una élite empresarial distinta a la que se había consolidado alrededor del felipismo. Pero esa voluntad de alterar el poder fue limándose con la crisis económica y el giro que tuvo que dar su presidencia. Y cuando el zapaterismo se bifurcó, posibilitó que resucitase la red de poder felipista. Y ahora no querían irse. Era un establishment que, en legítima autodefensa, iba a intentar “prolongar su influencia más allá del ciclo natural de crecimiento, estabilización y decadencia” (para decirlo con palabras recientes de Josep Ramoneda).
Si alguien dudaba sobre qué estaba en juego, solo tuvo que leer El País del domingo anterior al arranque del XXXVIII Congreso. No solo porque informase de que Felipe González había despejado las dudas: quería a Chacón, pero su candidato era Rubalcaba. Lo más significativo fue el artículo Chacón & compañía escrito por el veterano y sólido periodista Luis Gómez. En la web del periódico aún puede certificarse cuántos fueron los comentarios que se escribieron comentándolo: 889. No era un artículo más. Era la demostración de que dentro del PSOE se era plenamente consciente de que la victoria de Chacón implicaría la pérdida del poder de los dirigentes históricos. “El tema preocupa y mucho. Es de hecho el tema sobre el que pivota este congreso”.
Guerra sucia
“Gente todavía con mucho peso en el partido manifiesta lo siguiente en conversaciones privadas: Rubalcaba se presenta para evitar que el partido caiga en manos de un conglomerado de intereses variados que son los que han hecho perder músculo al partido’”. Ese círculo, que no era orgánico, pero sí estaba vinculado a la órbita socialista, era presentado como sospechoso por las fuentes anónimas que hablaron para Gómez. Se señalaban con nombres y apellidos: Miguel Barroso, Luis Arroyo, Jaume Roures, Javier de Paz. Y junto a ellos, buena parte de la estructura de Moncloa. “Todo ha estado preparado para el momento oportuno: la operación estaba diseñada en La Moncloa, fuera de La Moncloa y, en cualquier caso, al margen de las áreas del partido”. Dicho con otras palabras, si ganaba Chacón, el poder del partido podía ser reconfigurado. El artículo podía leerse también como una llamada de los históricos, descolgados del zapaterismo, para replegarse en la candidatura de Rubalcaba.
Cuando leyó el artículo, Carme Chacón llamó llorando a Joana Bonet. En la red social Twitter, porque X ya existía, el exministro Jordi Sevilla afirmó que el artículo era INDIGNANTE y el hilo lo retomó Javier Solana para certificarlo. “¡Indignante!”. Griñán afirmó que era un ejemplo de “guerra sucia”. El día después Rubalcaba fue entrevistado en Los desayunos de RTVE y el periodista Jesús Maraña le hizo la siguiente pregunta: “¿Cree usted que si Chacón fuera un hombre de 40 años se hablaría de su inexperiencia, de su pareja, de la presunta influencia del entorno de su pareja en las decisiones que toma?”
Hay versiones contradictorias sobre qué federación apoyaba a quién, sobre en qué sentido se movieron algunas figuras clave en el momento de la verdad. Pero el hombre que controlaba el partido –José Blanco– trabajaba a favor de Rubalcaba y la vieja guardia del partido, llegada la hora de la verdad, optaría por uno de los nuestros. Juan Carlos Rodríguez Ibarra tiró de machismo: “Es Zapatero con faldas”, declaró en RNE. “Voy a votar a Alfredo porque Alfredo es del PSOE y Chacón no”, le dijo Guerra a Valenciano. La paradoja es que, a pesar de lo esperable y de lo que parecía, en el PSC tampoco había un apoyo unánime a Chacón. Quedó claro en un tuit de Ernest Maragall el día después de que Chacón afirmase que no apoyaba el pacto fiscal que el PSC estaba negociando con Artur Mas en el Parlament. “És Chacón qui no ens representa, de tant PSOE com vol ser, o ja és”. [“Es Chacón quien no nos representa, de tanto PSOE como quiere ser, o ya es”].
A lo largo de la última semana, el equipo de Chacón seguía transmitiendo la idea de que la victoria estaba al alcance de la mano. Zaragoza sumaba los votos seguros. Llegaron a Sevilla convencidos de que su lista podía ganar con una diferencia de más de 40 delegados. Esa euforia contenida se manifestó el jueves día 2, la vigilia del XXXVIII Congreso, en un acto de público apoyo de los socialistas andaluces en Sevilla. Treinta delegados acudieron para fotografiarse con una Chacón sonriente. El editorial que publicaría el viernes El País se titulaba sin mucho enigma “A los 956”, es decir, a todos los delegados, y todos pudieron interpretar cuál era la posición de su periódico al llegar el viernes al Hotel Renacimiento de Sevilla. En las puertas del hotel se amontonaban los ejemplares con esa frase que, maquillada en el último párrafo, era una advertencia: “No es momento de dejarse llevar por soluciones de fachada o trucos de mercadotecnia”. A los 956 se les estaba sugiriendo que votasen a Rubalcaba.
El documento de la candidata de Chacón, 'Mucho PSOE por hacer', tras la oportunidad perdida de las primarias abortadas por arriba, aspiraba a recuperar lo que era evidentemente que estaba perdiendo el PSOE y se necesitaba recomponer
22 votos de diferencia
No lo sugirieron solo ellos. Algunas fuentes sitúan a Felipe González en el hotel, pero no es seguro; lo que sí se sabía es que había empezado a llamar a los delegados. Alfonso Guerra sí estaba y también llamaba. La familia de Carme Chacón estaba alojada allí, convencida de la victoria, y la hermana de la candidata, avanzando con sus maletas para instalarse en su habitación, reconoció una voz. Era Manuel Chaves, que se estaba dirigiendo a un delegado usando un tono chantajista. Antonio Hernando tenía atados los votos de América Latina. José Blanco, los de Galicia, y, además, según creyeron intuir los miembros de la candidatura de Chacón, prometía cargos y más cargos, es decir, estaba maniobrando para ganar un Congreso como se ganan los congresos de los partidos. Así fueron cambiando las expectativas y el final abierto del Congreso se había empezado a cerrar durante la noche del viernes 3 mientras el equipo de Chacón, o al menos una parte del equipo de Chacón, dormía soñando en su victoria.
El sábado día 4 empezó con los discursos de los candidatos. Primero Rubalcaba, luego Chacón. A algunos les pareció que ella elevaba demasiado el tono. Es verdad que la interrumpían con aplausos, pero los rostros y los gestos de las primeras filas eran los que preludiaban lo que podía pasar. Chacón hablaba para la militancia y los discursos no eran la prioridad para los militantes. Se votó. Empezó el recuento. Había tres urnas. No se votaba por federación, sino por orden alfabético de delegados. En la primera urna Rubalcaba ganó por un voto. En la segunda Chacón por dos. En la tercera Rubalcaba por más de veinte. A Zaragoza no le salían los números. Se recontó. No una vez. En total se contó cuatro veces. Pasaron dos horas. Se enviaron los primeros mensajes. Rubalcaba había ganado por 22 votos de diferencia.
El equipo de Chacón, derrotado, se reunió en una sala fea y alargada. Chacón les explicó que Rubalcaba, explícitamente, le había exigido “lealtad absoluta” y les dijo que tenían libertad para integrarse en su ejecutiva. Después se celebró la sesión en la que Rubalcaba fue nombrado secretario general y recibió la felicitación pública de Chacón. Esa noche Rubalcaba habló con José Zaragoza y le confesó que tenía las manos atadas. José Blanco le había montado la ejecutiva.