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1948-2024 en Txingudi: de los que huían a nado de Franco a los africanos que buscan un futuro al otro lado

El autor, en el verano de 1948

Enrique Cavestany Pardo Valcárce

Vestido de blanco, tocado con sombrero de tela de ondulantes alas que enmarcan mi abundante melena del color de la mostaza, saludo al mundo desde el costado de una barca varada en el puerto viejo flanqueado por la lonja, frente a la bahía que nos separa de ese mundo que veo próximo y lejano a la vez. En las playas, en los jardines del verano entre mis hermanos, en brazos de mis hermanas. Siempre vestido de blanco.

Nicomedes Feliz es el nombre de la barca y mademoiselle Magne, Tel nacida en París, ocupará el lugar de mi madre y me regalará su idioma para el resto de mi vida. Guipúzcoa, fronteriza en Fuenterrabía, solo separada de Francia, eterna promesa de libertades, por la estrecha franja que con la marea baja se convierte en un vado de arena que le da su nombre en euskera: ondar ibia.

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El Bidasoa, camino de agua que llega desde los montes de Navarra atraviesa el valle de Baztán y desemboca en ese lugar mezclando las suyas con las del mar en la bahía de Txingudi. Son años en los que se pueden ver las garitas desde las que la Guardia Civil vigila la ría limítrofe, en busca de algún fugitivo que intenta llegar a nado hasta las playas de Hendaya.

Se cuentan historias acerca de estos arriesgados nadadores, sorteando los disparos del naranjero que empuña el centinela desde su puesto de observación en la garita de ladrillo rojo, al borde del malecón. En 1948 emergen de las aguas de la bahía los restos de algunas construcciones militares del ejército alemán, llegado hasta allí para iniciar la invasión de la Península Ibérica desde una Hendaya que parece haber olvidado ya antiguas entrevistas ferroviarias en su estación, tan cercana al Puente de Santiago (y cierra España), mientras estrena llamativos establecimientos en los que ya se empieza a vender “todo a cien francos”.

Hoy se repite la historia y son los migrantes africanos quienes vuelven a intentar pasar a nado otra frontera marítima en busca de un futuro, de otras promesas de libertad, que imaginan posibles en un país como el nuestro. Un país que los rechaza, los estigmatiza amontonándolos en carcelarios centros y finalmente los devuelve implacable a sus imposibles países de origen. Semidesnudos, exhaustos. Vestidos de blanco.

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