Israel silencia las voces de los periodistas que cuentan la barbarie en Gaza, Cisjordania y Líbano
El periodista palestino Diaa al-Kahlot llevaba dos meses cubriendo la guerra de Gaza cuando se encontró esposado, con los ojos vendados, entre los suyos, ya no sólo como testigo, sino como víctima de la tragedia.
A las 7 de la mañana del 7 de diciembre de 2023, decenas de militares israelíes rodearon la casa de su padre en Beit Lahia, al norte de la Franja de Gaza. Por megafonía, dieron la orden de que los hombres de todas las edades se desnudaran y salieran a la calle en ropa interior. Rápidamente se amontonaron unos diez palestinos en un camión y se dirigieron a la base militar de Zikim. Allí mismo, Diaa al-Kahlot fue arrojado a la arena, le obligaron a arrodillarse y le interrogaron varias veces sobre su trabajo como periodista, mientras un soldado le golpeaba.
Le preguntaban por un artículo que escribió en 2018 sobre un ataque israelí a la localidad de Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza. Durante el interrogatorio, los soldados israelíes le interrogaron sobre su relación con dirigentes de Hamás. “Les respondí que hablaba con todas las partes implicadas en mi trabajo y que habitualmente les pedía respuestas concretas sobre determinados temas”, cuenta Diaa al-Kahlot a Mediapart. Me respondieron: 'Eres un terrorista, hijo de perra', y empezaron a reírse de mí y a pegarme, luego me pusieron cinta adhesiva en la boca porque intentaba explicarme”.
Durante doce horas, Diaa al-Kahlot estuvo detenido en la intemperie, prácticamente desnudo, en la playa convertida en una sala de interrogatorios. Las autoridades israelíes no presentaron cargos contra él, pero la pesadilla de Diaa al-Kahlot no terminó ahí. Fue trasladado al campo militar de Sde Teiman, el "Guantánamo israelí", donde permaneció recluido 33 días.
Le adjudicaron un número de preso. Su alimentación consistió principalmente en escasas porciones de pan duro. Fue interrogado tres veces más, de nuevo sobre sus actividades periodísticas. “Me sometían cada día a torturas físicas y psicológicas. Me esposaban manos arriba o en la espalda y me vendaban los ojos. Incluso se controlaban el tiempo en que podía ir al baño”. Como la mayoría de los detenidos aquel día, fue puesto en libertad sin haber sido nunca puesto a disposición judicial.
Detención administrativa y tortura
"Desde el 7 de octubre, a todos los periodistas de Gaza han sufrido cortes de Internet, teléfono y electricidad”, recuerda este hombre que, antes de la guerra, era jefe de la oficina en Gaza de The New Arab, un medio qatarí. “Conseguir cualquiera de esas cosas se hizo extremadamente difícil. Trabajábamos con lo mínimo, pero trabajábamos a pesar de todo”.
Tras su experiencia en la cárcel, Diaa al-Kahlot intentó regresar al norte de Gaza para continuar su trabajo y asegurarse de que su familia estuviera bien, pero sus esperanzas se vieron pronto frustradas por la magnitud de la destrucción y la imposibilidad de moverse por el enclave sin arriesgarse a morir. Finalmente encontró refugio en Qatar.
En Gaza, todo vale para encubrir los crímenes israelíes. Desde el 7 de octubre, ningún periodista extranjero ha podido entrar en el enclave, sometido a un bloqueo mediático. Y cuando la intimidación, la detención arbitraria y la tortura no bastan para silenciar a los periodistas palestinos, Israel los toma deliberadamente como objetivo.
En un año han muerto en Gaza al menos 130 periodistas, muchos de ellos con chalecos que identificaban claramente su profesión. En el enclave palestino la gente huye de los periodistas como de la peste, porque sus habitantes les asocian a la idea de un fin inminente.
Pero la guerra de Israel contra la libertad de información no se limita a Gaza. En la Cisjordania ocupada, las fuerzas israelíes no se detienen ante nada para disuadir a quienes tratan incansablemente de documentar las consecuencias de las incursiones del ejército en los pueblos palestinos, aún más frecuentes desde octubre de 2023.
Solo en el último mes, las fuerzas de seguridad israelíes han disparado contra periodistas o sus vehículos en tres ocasiones, cuando estaban informando sobre operaciones militares y víctimas civiles. Resultaron heridos al menos cuatro periodistas, muchos de los cuales llevaban chalecos antibalas con el logo “Press”.
Lo que le ocurrió a Moath Amarneh muestra la amplitud de los métodos utilizados por Israel contra la prensa. El 16 de octubre de 2023, fuerzas especiales asaltaron su casa en el campo de refugiados de Dheicheh, en Belén. “Volaron la puerta de entrada, estando mis tres hijos en casa”, cuenta, todavía conmocionado. Los militares venían a por él. Le esposaron rápidamente y le llevaron ante un juez. “Les dije a los militares que era periodista, y uno de ellos me contestó: ‘Tú no eres periodista, estás incitando al odio contra el Estado de Israel’. Me insultaron y amenazaron con violarme”.
Empezaron a golpearme y perdí el conocimiento por la dureza de los golpes
La acusación contra él contenía dieciséis cargos, todos relacionados con su trabajo como fotoperiodista para Al Jazeera Mubasher y un medio de comunicación local llamado J-Media. “El juez revisó todo lo que escribí y publiqué y no encontró ninguna incitación al odio. Pero el fiscal y el jefe de zona dijeron que estábamos en estado de guerra y que por eso no podía ponerme en libertad”, cuenta.
Moath Amarneh pasó entonces a detención administrativa a pesar de la decisión del juez de ponerlo en libertad. Ese régimen legal permite a Israel encarcelar a personas sin cargos durante un periodo renovable de seis meses.
Moath Amarneh estuvo recluido inicialmente cinco días en Atsion, donde fue desnudado varias veces para cachearle y se le negaron las visitas. Pidió que le dieran la prótesis ocular que utilizaba desde que un disparo del ejército israelí le hiciera perder un ojo en 2019. Se le denegó. Pidió usar la medicación que había llevado consigo cuando fue detenido. También se le denegó.
Después lo trasladaron a la prisión de Majedo, donde le golpearon en varias ocasiones. Un día, tres soldados le sacaron de la celda para hacerle una foto. “Empezaron a golpearme y perdí el conocimiento por la dureza de los golpes. Los soldados pensaron que estaba fingiendo, pero como no despertaba, el jefe de la prisión me llevó a un rincón apartado, fuera del alcance de las cámaras, porque pensó que estaba muerto”.
Tras seis meses de detención, Moath Amarneh pensó que su calvario había terminado. Un juez le ofreció la libertad a condición de que renunciara a su trabajo de periodista. Aceptó. A pesar de ello, su detención se prolongó cuatro meses más. De vuelta a casa, mientras se curaba de sus heridas, “pidió a los periodistas de todo el mundo que escribieran, filmaran y publicaran todo sobre Palestina”: “Como no nos dejan hablar ni escribir, ahora sois vosotros nuestra voz”.
El caso de Moath Amarneh dista mucho de ser un caso aislado. El 9 de octubre de 2024, el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) registró un total de 69 detenciones de periodistas en Cisjordania, Gaza y Jerusalén desde el comienzo de la guerra, 43 de los cuales siguen detenidos. Preguntado el ejército israelí por esa ONG de defensa de la libertad de prensa, con sede en Nueva York, declaró que “no detiene a periodistas por el mero hecho de serlo” sino que detiene a “individuos sospechosos de estar implicados en actividades terroristas”.
“Las autoridades israelíes ya tenían la costumbre de detenernos arbitrariamente, dispararnos y asaltar nuestras oficinas. Pero desde el 7 de octubre, el ejército actúa con más brutalidad”, afirma Shuruq As'ad, secretaria general del Sindicato de Periodistas Palestinos. Describe lo difícil que les resulta a ella y a sus colegas desplazarse sobre el terreno, debido a los más de quinientos controles militares y vallas metálicas que separan los asentamientos de los pueblos. Y cuando consiguen cruzar estos obstáculos tras varias horas de espera e interrogatorios, suelen ser atacados por los colonos en los lugares donde informan.
“Cuando los colonos ven nuestros chalecos ‘Press’, se ponen muy agresivos. Nos golpean con palos, amenazan con matarnos si volvemos a poner un pie allí y rompen nuestras cámaras, perdiendo las imágenes que acabamos de grabar”, relata la periodista. “Y los militares siempre salen en defensa de los colonos, lanzándonos gases lacrimógenos y disparándonos a los pies. A veces tengo miedo de enseñar mi carné de prensa o de llevar mi chaleco.”
“Es muy preocupante ver cómo los militares israelíes reproducen en Cisjordania el mismo desprecio por la seguridad de los periodistas que en Gaza, en flagrante violación del derecho internacional”, denuncian los expertos de la ONU. “A los medios de comunicación extranjeros se les sigue negando el acceso a Gaza, y ahora su seguridad en Cisjordania también está seriamente amenazada, lo que dificulta gravemente su labor periodística”.
En Líbano, la impunidad de Israel hace temer lo peor
En el vecino Líbano, la reciente escalada ha hecho temer que los periodistas del país corran la misma suerte que sus colegas palestinos. Sobre todo desde que, hace un año, fueron asesinados tres periodistas libaneses en el sur del país, al comienzo del conflicto. El ejército israelí no podía ignorar su condición de periodistas.
La muerte, el 13 de octubre de 2023, de Issam Abdallah, veterano periodista conocido y apreciado por todos por su profesionalidad, que trabajaba para la agencia Reuters, dejó pasmada a la profesión. Varias investigaciones de medios independientes, entre ellos AFP y Reuters, han revelado que el responsable del bombardeo que acabó con su vida e hirió a seis reporteros fue el ejército israelí. Sus investigaciones apuntan a un obús que sólo el ejército israelí tiene en esta región, y prueban que el grupo de periodistas fue atacado deliberadamente.
“El día de la muerte de Issam, varios periodistas que se dirigían al sur de Líbano se dieron la media vuelta”, explica un tanto abatida Zeina Antonios, periodista de L'Orient-Le Jour, diario francófono libanés. “La impunidad de Israel, que ataca deliberadamente a quienes intentan informar de la guerra con imparcialidad, es muy desalentadora para los periodistas de Oriente Medio”, se lamentaba Ayat, colega y amigo de Issam, justo después de su muerte. “Muchos periodistas libaneses ya no pisan el sur de Líbano porque la zona se ha vuelto muy peligrosa. Se han traspasado demasiadas líneas rojas”, dice Jonathan Dagher, responsable de la oficina de Reporteros sin Fronteras en Oriente Medio.
Pero no solo las bombas israelíes intentan silenciar a los periodistas libaneses. “También te puede detener Hezbollah, así que cuando quieres ir a zonas que controlan, tienes que avisarles”, explica Zeina Antonios. “Tienen miedo de los espías. Hay mucha psicosis”.
Elissar Koubeissi acompaña a periodistas por cuenta de una ONG internacional. Desde el ataque de los buscas y la intensificación de los bombardeos israelíes en Líbano, ha visto a sus colegas trabajar muy duro y arreglárselas para documentar el desplazamiento de civiles y el estado de shock de la población libanesa. Y cada vez con más frecuencia, los periodistas libaneses no se libran de estos trágicos acontecimientos. “Algunos trabajan dieciocho horas al día, mientras se ven obligados a huir con sus familias de las zonas bombardeadas”, afirma. “Los periodistas son testigos de la destrucción de sus propios hogares y de ataques que pueden herir a sus familias, y eso, inevitablemente, nos afecta”.
Elissar Koubeissi cita el ejemplo de una periodista freelance desplazada que se enteró de la destrucción de su casa de camino al norte. O el de otra reportera que se vio obligada a abandonar su casa en el sur del Líbano con su familia. Tras veinticinco horas de viaje sin descanso, su padre murió de un ataque al corazón cuando llegaron a su destino.
Algunos periodistas independientes se aventuran a salir sin chaleco ni casco de “Prensa” porque son demasiado caros. El Sindicato Alternativo de la Prensa Libanesa, del que forma parte Elissar Koubeissi, y Reporteros Sin Fronteras proporcionan asistencia psicológica y equipos esenciales, aunque insuficientes. “Los periodistas libaneses creen en su misión de informar, pero están cansados y desesperados por la falta de protección de los organismos internacionales. Saben que un periodista libanés, por ser árabe, no está protegido”, se lamenta Elissar Koubeissi.
Aunque el trabajo de periodista puede ser una fuente de angustia, “les permite pensar en otra cosa, les da un objetivo”, opina Zeina Antonios.
La libertad de prensa, amenazada también en Israel
La prensa israelí de oposición está bajo presión desde el 7 de octubre. Cualquier cobertura mediática considerada crítica con el gobierno de Netanyahu, o cualquier intento de poner de relieve la difícil situación de las víctimas palestinas, se ha convertido en terreno peligroso para los periodistas y medios de comunicación del país. Sólo en octubre de 2023, al menos quince periodistas fueron agredidos o amenazados por las fuerzas de seguridad israelíes o por ciudadanos.
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El periodista Israel Frey se vio obligado a irse de su domicilio el 14 de octubre del año pasado, después de que una turba de extrema derecha le amenazara delante de su casa, acusándole de mostrar compasión por las víctimas de los bombardeos israelíes en Gaza. Más recientemente, el 5 de junio, un hombre no identificado destruyó la entrada de cristal de la redacción del diario Haaretz, muy crítico con la actuación del gobierno de Netanyahu. El 2 de septiembre, durante una manifestación que pedía el alto el fuego, fueron agredidos por agentes de policía dos periodistas de ese diario. “Estas formas de represión, alimentadas por la cólera a escala nacional tras el atentado del 7 de octubre, refuerzan un clima de autocensura entre los profesionales de la información en Israel”, denunció RSF en un comunicado.
La oficina de prensa del gobierno israelí también vigila de cerca a los periodistas internacionales. No es raro que los oficiales francófonos, que examinan los artículos publicados en francés, envíen correos electrónicos incendiarios a los medios de comunicación franceses criticando el uso que hacen de determinados términos. En un correo electrónico consultado por Mediapart y enviado a un periódico francés, un militar israelí cuestiona el uso de la expresión “tropas de ocupación” y acusa al periodista de intentar servir a “la causa palestina”.
Traducción de Miguel López