Pero, ¿y darán de comer?
Ha sido declarado un restaurante español el número uno de los restaurantes en el mundo, una distinción, un galardón indiscutible y una seguridad en la rivalidad propia y exigente de quienes desean “dar de comer” al personal con ganas de poder satisfacer su querencia gastrónoma, se supone, como para creer a pies juntillas que en sus establecimientos se comerá como para chuparse los dedos, a una barbaridad el plato “dibujado” sobre la loza artística.
En casa, nuestras madres nos daban de comer, con sencillez y variedad, a diario, tres platos para comer, primero, segundo y postre, pescado y huevos, verduras, legumbres, alternando para cenar, para almorzar, el desayuno contundente antes de ir al colegio, sopas con leche, etc. La familia reunida alrededor de la mesa, en orden y concierto, a la escucha del parte radiado aleccionador, de los discos dedicados, la radio enseñoreando la convivencia familiar, en armonía obligada, o así.
Y los días de fiesta, rancho extraordinario. Recuerdo que mi madre tenía algunas especialidades que nos encantaban a todos. Desde el arroz guisado con mojojones, aderezado de ajo y perejil, un plato tan humilde como sabroso que, a menudo, iniciaba el almuerzo de los domingos, para dejarnos extasiar, a continuación, con los “chipirones en su tinta”, que no eran chipirones, que eran “pota”, más humilde y barata, pero que mi madre cocinaba con “usía”, para culminar, por ejemplo, con una buena ración de flan casero sobre el culo del plato, vuelto del revés.
Ahora nos recuerdan que el mejor cocinero del mundo es español. Y yo no recuerdo una cocinera mejor que mi madre y sin haber recibido ni una sola distinción a lo largo de su entregada existencia, salvo el reconocimiento implícito de la familia reunida para llenar la tripa y el ánimo.
Recuerdo algunos platos sublimes, de elaboración paciente, tales como “la gallina vieja en pepitoria”, o el bacalao al pil pil, o las croquetas de humildísima composición… haciéndonos las delicias de la familia presta a retomar fuerzas con ceremonial cotidiano alrededor de la mesa. Con aquellas judías verdes tan viudas como reconfortantes, o aquellas cariocas de ración, o aquellas ensaladillas de arroz con unos cuantos ingredientes de sobrantes que enaltecieran el plato, como cuando cocinaba mi madre unas lentejas con sus hortalizas para hacer el caldo, o unas pencas de acelgas a la plancha, con el plato de ensalada verde, un día sí y otro también.
Ahora nos recuerdan que el mejor cocinero del mundo es español. Y yo no recuerdo una cocinera mejor que mi madre y sin haber recibido ni una sola distinción a lo largo de su entregada existencia
Pendientes aún hoy en día de la consideración debida a aquellas mujeres afanándose en sus cocinas, haciendo economía de circunstancias o incluso asegurando la alimentación equilibrada, frente a los modos y usos actualísimos que nos quieren meter por los ojos con tantos dibujos y elucubraciones sesudas y alambicadas, todo pura ciencia para bolsillos privilegiados, que uno no acaba de entender mucho, frente a una cocina nueva que ha dado la espalda a la gastronomía de nuestros mayores por mucho que hablen de “cercanía y temporada”.
En mi pueblo se ha iniciado ya “la temporada turística” estival, y acaban de añadirse dos “gastrobares” más a la oferta hipertrofiada. Ambos anuncian: “Pizzas y Burger”. ¿Hay quien "dé más?, mientras el mejor cocinero del mundo dicen que es un español. Y nada nuevo bajo el sol para llenar y complacer las pancitas de millones de turistas que hace tiempo que ya dejaron de escuchar lo de “la dieta mediterránea”, extinta para tanto papanatas racial. Seguro.
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Antonio García Gómez es socio de infoLibre.