El Estado de Israel
Que el humano es un ser paradójico ya está muy estudiado por la filosofía y las ciencias sociales. Desde el librepensamiento, posiblemente la mayor paradoja sea la religión que, como el Dios Jano, tiene dos caras: una, profundamente respetable, que es la relación con lo trascendente que cada quien canaliza en la soledad de su corazón, si ese es su deseo, y otra, absolutamente execrable que tiene que ver con la explotación a que los grupos de poder de cualquier rito pretenden someter al grupo humano que ha tenido la ocurrencia de elegir un Dios para sí.
Sin duda el Estado de Israel es una consecuencia del segundo caso que pocos (ateos o teístas) tienen el valor de poner sobre la mesa de debate. Se diría que el “falso relato” bíblico ha enraizado tan profundamente en la mente colectiva que todo o casi todo el mundo confiere carta de naturaleza a la invasión que un grupo humano, a golpe de talonario sionista, viene haciendo en Oriente Próximo desde finales del siglo XIX, con una extensión brutal y sangrienta desde 1947 cuyos últimos ejemplos todavía humean en Gaza y Cisjordania.
La mera aceptación de la existencia del Estado israelí sería un atentado a la inteligencia, si no fuera porque además supone la participación tácita en un genocidio
El afortunado relato que los escribas de un minúsculo grupo cananeo acertaron a redactar tomando los mitos de la Babilonia, no se sabe si en el siglo VIII ó X A.C, posiblemente con la intención de crear un sentido de nación, ha sido la raíz de tres religiones. Tres religiones que han sido y, desgraciadamente, siguen estando en el centro de grandes masacres humanas que la historia cuenta con todo detalle. Como en un círculo diabólico, las imaginadas matanzas bíblicas de Jericó en la conquista de la Tierra Prometida se han hecho tristemente realidad en la Franja de Gaza. Una demostración de cómo el relato impone una realidad más allá de si dicho relato es veraz o inventado.
Quienes hoy dicen sentirse herederos del pueblo elegido por Yahvé cuya sumisión exige consagrar al anatema a sus enemigos en su permanente éxodo destructor por la orilla oriental del mediterráneo, son un producto empresarial de quienes han optado por erigir a un dios vengativo en presidente honorario e invisible de su consejo de administración. Una empresa verdaderamente multinacional y globalizada que reparte magníficos dividendos entre sus accionistas que desde todo el orbe se apuntan al botín de guerra.
La mera aceptación de la existencia del Estado israelí sería un atentado a la inteligencia, si no fuera porque además supone la participación tácita en un genocidio. Un genocidio, bien es verdad, que se reparte por buena parte de la geografía mundial, especialmente en aquellas zonas de alto valor geoestratégico o de presencia de materias primas imprescindibles para el funcionamiento de la teocracia a la que no le faltan feligreses en los cinco continentes.
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Jesús Sampériz es socio de infoLibre.