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Lucecitas

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José María Barrionuevo Gil

A todas las aves diurnas las despiertan las luces del alba. Todos los días, las primeras luces del día nos ponen los ojos en ristre para que podamos atender a todas nuestras obligaciones y para que, de camino, no dejemos ir aquellas cositas que nos llaman la atención y nos divierten y apartan de tantos imperativos. Es lo que tiene tanto trajín, que nos convoca a diario, para que no nos podamos instalar en el aburrimiento. Por otro lado, son las campanadas de la tradición las que, a lo largo y a lo ancho del año, nos llaman a las consabidas rupturas de tantas cotidianas rutinas.

Ahora resulta que ya llevamos unos cuantos años en que el verano está más que inquieto y que el otoño no tiene muchos espacios para quedarse tranquilo, para asentarse, como lo hacía, cuando éramos pequeños. Ya el otoño, como estamos viendo, dura más o menos un fin de semana.

Con todo, el mandato bíblico de "trabajarás con el sudor de tu frente" ya ha sido intervenido por una nueva tradición como es el dictado del consumismo y del turismo. Ya llevamos más de un mes con la apertura de despachos temporales de roscos y mantecados, que endulzan, pero también empachan. Todas estas cosas tienen su aquel. "Que no te amarguen la vida", nos repiten cada dos por tres, con tal de que nos pongamos hasta lo alto de azúcar. Se trata de una almibarada consigna más que nos presiona con la ventolera de las navidades que se acercan sitiándonos los sentidos. Los sabores y los olores, las canciones y las luces se tiran a la calle para que no sintamos tanto frío.

Sin embargo, en este mundo tan mundanal y tan esclavo de las imágenes, de las pantallas, de los neones, de las lucecitas, se nos congrega y se nos lleva de calle bajo un imperio que nos ha condenado las miradas de por vida. Mientras que los demás sentidos pueden funcionar atendiendo a los cuatro vientos y por los cuatro costados, nuestra vista, que siempre estuvo condenada a trabajar en una sola dirección, ha sido domesticada a los reclamos de las lucecitas.  

Ahora ya sabemos que el pueblo de Estepa ha sido el pionero de la muestra lumínica navideña de este año. Ha sido el primero que ha conseguido estar atento al pistoletazo o, mejor dicho, bengala de salida de esta especial carrera tan luminosa y que va ocupando tantos espacios y, si nos descuidamos, tantos tiempos.

Nunca pensábamos que el siglo XXI iba a ser solamente el siglo de las lucecitas. Nos está pasando que las luces de la razón han ido cediendo y perdiendo luminosidad, pasito a pasito, ante una avalancha de lucecitas de la sinrazón, lucecitas que han venido colaborando en contra de toda la racionalidad que pudiera atreverse a hacerse presente.

Como las alegrías, o las penas, nunca vienen solas, nos encontramos, actualmente, que los esquemas y directrices del liberalismo que se guían por el modelo de la competitividad a todo trance y que se extiende a todos los espacios, más o menos libres, de nuestra existencia, se prestan a inspirar incluso algunas de las actuaciones de nuestros representantes institucionales.

Hace poco, hemos podido saber que los alcaldes de Vigo y de Madrid van a echar un pulso a base de lucecitas para conseguir hacer de sus ciudades las más iluminadas de nuestra querida España, durante estas próximas fiestas. Como no faltarán los coros mediáticos, nosotros nos podemos preguntar si esta contienda a base de lucecitas urbanas, que no ciudadanas, llevadas a cabo por sus autoridades, están en consonancia con la recta administración de los recursos públicos o nos suponen un flagrante despilfarro que salta a la vista, a pesar de que nos quieren deslumbrar con estos consabidos eventos luminosos.

También nos choca el que las luminarias y los lumbreras del reino, ya que de luces se trata, no hayan tenido las luces o las iluminaciones adecuadas, e incluso, oportunas para poder vislumbrar que el derroche institucional en tantas lucecitas vaya de la mano de la situación de tantas familias que sufren los efectos de la pobreza energética.

Está visto que no tenemos más remedio que estar atentos para poder abrir nuestros cansados ojos, quizá, para que no se vayan detrás de tantas lucecitas, aunque sean muy numerosas. Necesitamos recuperar la iluminación de la razón, que nos aclare la vista y nos deje ver cómo funcionan también las puertas giratorias, que coinciden en ser turbinas de miseria energética y moral y social y política.

José María Barrionuevo Gil es socio de infoLibre

A todas las aves diurnas las despiertan las luces del alba. Todos los días, las primeras luces del día nos ponen los ojos en ristre para que podamos atender a todas nuestras obligaciones y para que, de camino, no dejemos ir aquellas cositas que nos llaman la atención y nos divierten y apartan de tantos imperativos. Es lo que tiene tanto trajín, que nos convoca a diario, para que no nos podamos instalar en el aburrimiento. Por otro lado, son las campanadas de la tradición las que, a lo largo y a lo ancho del año, nos llaman a las consabidas rupturas de tantas cotidianas rutinas.

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