Librepensadores
El simulacro
La humorada pretende suscitar la risa reduciendo la realidad al absurdo. Esto lo vemos en la comedia, en la charlotada, o en la vida misma. De este jaez el señor Sánchez, candidato a la presidencia de Gobierno, se ha montado un número tomando el canasto de las chufas y yéndose con el mantón de manila al Congreso de los Disputados, a quienes había convocado realmente sin saber para qué. La conclusión ha sido bochornosa.
Se ha hecho evidente por tanto lo que veíamos y pensábamos desde el principio de las negociaciones entre el PSOE y Unidas Podemos: que el gobierno de coalición suponía un trago inasumible para Pedro Sánchez. Bastaba atender a sus gestos y declaraciones a los medios para detectar sus recelos al pacto. Bastaba un simple análisis lógico para reafirmarnos en nuestras percepciones. Porque si de verdad existían semejanzas ideológicas entre los dos partidos políticos las mismas debían tener por fin cristalizar susodicho gobierno. Lo cual no ha sucedido. Y no ha sucedido porque, después de casi tres meses de negociaciones, y ya al filo de la investidura, Pedro Sánchez redujo la materia a la evidencia, diciendo de manera taxativa que no quería a Pablo Iglesias en el Gobierno.
Consecuentemente P. Sánchez fundamentó los porqués de semejante declaración, pero en puridad, más de cara a la galería, que se traga todo (porque así ha sido educada) que de cara a su interlocutor, que le habla con el corazón en la mano. Se hizo evidente pues que Pablo Iglesias ha sido maltratado en el tránsito de estas negociaciones, que erraron porque en el ánimo de P. Sánchez (todavía a este respecto inexplorado) la premisa estaba errada. Errada para P. Iglesias. Para P. Sánchez estaba en el guión.
El simulacro de lo que han sido estas negociaciones ratifican para la izquierda la extensión de las políticas socialistas, encaminadas a un fin: hundir a Podemos. Bajo las emociones compartidas del poder político, social y económico, de haber aceptado UP lo ofrecido, todas las injusticias, desigualdades y pobrezas hubieran quedado nuevamente ahogadas en semejante pacto. El resultado hubiera sido la banalización de los contenidos administrativos y la neutralización consciente de sus conflictos. Tal era el conflicto y la responsabilidad que UP no podía asumir.
No importa transgredir el orden moral o el jurídico, ni que la cronología de las negociaciones haya sido adulterada y aireada por el corporativismo mediático, ni importa que cierto documento de los intercambiados haya sido manipulado. Tampoco importa que los votos del electorado de izquierdas sirvan a la derecha, ni que el resultado grotesco de la investidura señale la banalidad espectacular de la democracia.
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Se ha aireado también la especie de que la concesión del Gobierno que le hizo Podemos a P. Sánchez en la moción de censura se debía a la mala conciencia de Podemos por no haberle investido en 2016. Declaración doblemente falaz. Porque es mentira e incide como una consigna en las calumnias mediáticas domesticadas que Podemos viene sufriendo desde su aparición, intentando su exclusión política. El propio Sánchez dejó bien claro en la entrevista que le hizo Jordi Évole en TV el porqué de las consecuencias de aquella investidura y, no en segundo plano, afloró entonces en el inconsciente de algunos el concepto que tienen de nuestra tradición política. Resulta incomprensible, en el marco de las políticas actuales, socavar las nuevas disposiciones de los gobiernos. Puede haberlos con diferentes ideologías, pero ese análisis requeriría otro artículo.
La cuestión ahora es colmar las expectativas de la izquierda que espera un gobierno que garantice nuevas posibilidades de convivencia y mejoras sociales. Una de las perspectivas puede ser ese Gobierno de coalición que permitan sobreponerse con fortaleza a las contingencias que tendrán que ver tanto con España como con la globalización. De no producirse, ése u otro gobierno parecido, será porque, mientras se jugaba a las negociaciones, se habrán perdido las elecciones de noviembre. Claro que, como en todos los juegos, unos ganan y otros pierden. Pero al parecer, en este perverso ritual en el que estamos, creo que existe el aliciente subrepticio de que unos pierdan más que otros. Ojalá me equivoque. ______________
Rafael Muñoa Gibello es socio de infoLibre