Las 2.200 heridas que el bombardeo franquista dejó en Madrid

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16 de noviembre de 1936. Los bomberos de Madrid hacen la ronda nocturna. En el cuaderno donde dejan registradas sus actuaciones se señala una en calle Huertas, Hotel Savoy: “Durante el bombardeo fue ametrallado el coche del parque 1º resultando muerto el chófer Bienvenido Hernández”. El 23 de abril de 1937, acuden a la salida de la estación de metro Sevilla, cerca de la Puerta del Sol, para “lavar el piso, sangre víctimas obús”. El 25 de agosto de ese mismo año, acuden a los números 15 y 17 de la calle Bustamante, al sur de la estación de Atocha, para “extraer dos cadáveres por obús”. Las huellas del bombardeo de la ciudad de Madrid en la Guerra Civil, organizado por las tropas sublevadas con la asistencia de alemanes e italianos, han quedado en los archivos, pero también en las calles. Aunque cueste reconocerlas y no se hayan hecho grandes esfuerzos políticos por señalarlas.

Así lo demuestra Madrid bombardeado, el proyecto de los arquitectos Enrique Bordes y Luis de Sobrón, acogido por la desaparecida Oficina de Memoria y Derechos Humanos del Ayuntamiento de Madrid y editado ahora por Cátedra. El volumen está compuesto de un breve libro, de 128 páginas, y de un mapa titulado Cartografía de la destrucción 1936-1939. Y aquí lo verdaderamente importante es el mapa. En él, los autores señalan los 2.203 edificios dañados por el bombardeo que aterrorizó durante tres años a la ciudad. Se indican también los obuses con pequeñas bolas negras, de menor o mayor tamaño según su carga —los proyectiles llegaron a ser de hasta 250 kilos—. El resultado es un mapa surcado de manchas rojas que suenan a fuego y estruendo, más extensas en Argüelles y Moncloa —al este, en el frente, al otro lado del Manzanares—, en torno a la Puerta del Sol y el Palacio Real o el Paseo del Prado, donde el museo. Los destellos rojos salpican aquí y allá todo el plano.

Los autores saben que esos 2.203 edificios tocados por las bombas son solo una pequeña parte del total. Son aquellos que han podido localizar, con dirección precisa y, en ocasiones, con los efectos detallados de las bombas, en los archivos de la policía y de los bomberos, en las memorias del Comité de Reforma, Reconstrucción y Saneamiento de Madrid (constituido en 1937) y gracias a los registros fotográficos. Pero este Comité ya registraba solo en 1937 más de 6.000 siniestros causados por los bombardeos. Es por eso que esta cartografía es, explican los arquitectos en el libro, un “trabajo abierto”. Están deseosos de que aparezcan, por ejemplo, la relación de actuaciones que sin duda debieron conservar el ejército sublevado y la aviación alemana e italiana, que acudieron a asistir a los militares golpistas. No pierden la esperanza, aunque saben que es posible que mucha documentación “haya sido borrada intencionalmente”. De hecho, le deben a Juan Redondo, bombero, la conservación de buena parte del archivo que ha dado lugar a esta investigación.

Croquis del apeo realizado por el Servicio de Socorro de Bombardeos en el 16 de la calle Embajadores. Comité de Reforma, Reconstrucción y Saneamiento de Madrid. / CÁTEDRA

Madrid bombardeado denuncia la “desmemoria del bombardeo de Madrid” citando unas líneas del escritor Juan Eduardo Zúñiga: “Pasarán unos años y olvidaremos todo; se borrarán los embudos de las explosiones, se pavimentarán calles levantadas, se alzarán casas que fueron destruidas. Cuanto vivimos parecerá un sueño...”. En ese olvido, explica Enrique Bordes a este periódico, hay una motivación política: “Siempre que hay una memoria colectiva de un bombardeo viene porque hay un interés político de mantener una memoria, porque hay un agresor claro, como en Londres. Aquí sucede lo contrario. Para Franco, la guerra es una guerra de liberación, y esa idea justifica una serie de males. Hay que borrar los bombardeos a civiles”. En ese sentido, los autores lamentan que Madrid, la primera capital europea en sufrir este tipo de ataques, que se harían tristemente comunes durante la II Guerra Mundial, no tuviera un registro de daños como este hasta 2019, cuando se presentó el proyecto. Entonces Madrid bombardeado, una investigación independiente emprendida por los dos autores, caminaba al menos acompañado por el Ayuntamiento. Tres meses después el PP regresaría al consistorio, eliminando la Oficina de Memoria y Derechos Humanos. No volvieron a recibir apoyo institucional.

Una bomba perfora la embocadura de la calle Alcalá, junto a la Puerta del Sol, hasta el túnel de metro. Noviembre de 1936. Luis Lladó, Biblioteca Nacional de España. / CÁTEDRA

Desde noviembre de 1936, la ciudad se convirtió en un campo de pruebas, el escenario del “primer bombardeo moderno sobre una gran capital europea”. Se ensaya el apoyo de la aviación a las unidades de tierra para la toma de una población. Se ensayan nuevas tácticas militares, como los bombardeos incendiarios, los ataques nocturnos o en cadena. Y, más importante, se ensaya una nueva forma de guerra moral: el bombardeo indiscriminado de población civil para “el amedrentamiento” y “la desmoralización” de los habitantes. Los autores cuenta cómo ideólogos militares como Giulio Douhet y Liddell Hart habían teorizado ya sobre la conveniencia de ataques aéreos sobre grandes ciudades, una táctica que hoy parece tristemente habitual pero que por entonces era la vanguardia de la estrategia militar. El propio Alfredo Kindelán, jefe de los Servicios del Aire de las tropas golpistas, contaría en 1982: “Por aquellos días, cuando Franco ordenó un ensayo de actuación desmoralizadora de la población mediante bombardeos aéreos...”.

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Psicológicamente, solo consiguieron que los madrileños, incluso los que en un principio podían ser neutrales, acabaran odiando a los sublevados. No era fácil vivir con la amenaza de la explosión y la muerte. Pero la maniobra aérea sí logró ciertas victorias. En primer lugar, la defensa de Madrid tuvo que destinar parte de sus recursos, recursos que podrían haberse dedicado al combate, a la atención de heridos y la restauración de edificios e infraestructuras. En segundo lugar, alemanes e italianos tuvieron ocasiones de probar libremente el tipo de batalla que luego desarrollarían en la II Guerra Mundial, cuando también los aliados se lanzaron al bombardeo de ciudades en el momento en que controlaron el espacio aéreo. De hecho, en el estudio de Bordes y De Sobrón se observa una variedad de cargas explosivas y distribución de los misiles que solo se explica por ese carácter experimental del ataque. Abajo, en la calle, todo era mucho menos moderno, mucho menos aséptico, aunque sí igual de novedoso: la imagen de un edificio destrozado en la calle Ruda, que se ve —en ilustración de Yeyei Gómez— en portada, era una estampa jamás presenciada, no solo por los habitantes de la ciudad, sino por los de todo el mundo.

Bombardeos aéreos sobre el barrio de las Letras. / CÁTEDRA

Muchas de las bombas que refleja cuidadosamente el mapa son invisibles para el vecino madrileño de hoy. No están. Sus huellas fueron reparadas, o bien otros edificios ocuparon el lugar de los dañados. La ciudad siguió su vida, ensanchándose y transformándose con los años. Pero en la última sección del libro, los autores señalan algunas cicatrices: en unos ladrillos de la calle Trafalgar, en los agujeros dejados en la piedra de la calle Mayor o de la calle Princesa. Enrique Bordes y Luis de Sobrón querrían que alguna administración se encargara de hacer evidente un hecho traumático colectivo que no solo condicionó la vida de la ciudad y de los que en ella vivían durante tres largos años, sino que marcó también su urbanismo y su arquitectura. “Para nosotros sería bonito que hubiera una placa en la calle Ruda 19, igual que hay placas que recuerdan distintos hechos relevantes de Madrid. Con la Oficina de Memoria querríamos haber colocado una placa para la primera bomba y la última. Pero parece que se ha seguido avanzando, que la memoria de aquello ha pasado o no interesa, a diferencia de otras ciudades como Roma, que sí lo tienen integrado”. Los habitantes de Madrid siguen caminando sin saberlo sobre los restos de un bombardeo.

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