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De Los Ángeles 1992 a Mineápolis 2020: historias de violencia y lucha

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Cuando los estadounidenses se levantaron el 29 de mayo y vieron en sus televisiones y en sus móviles las imágenes de una comisaría de Minneapolis en llamas, incendiada por un grupo de manifestantes que protestaban contra la muerte de George Floyd a manos de la policía, en esa misma ciudad, unos días antes, seguramente recordaron algo. Una ciudad y una fecha: Los Ángeles, 1992. El 29 de abril de aquel año, los barrios negros del sur de la ciudad se levantaron en protesta por la liberación de los cuatro policías blancos que habían apaleado a Rodney King, un joven negro, en marzo del año anterior. El ataque fue grabado en vídeo por un videoaficionado, y las imágenes mostraban a King tumbado en el suelo, boca abajo, y cómo los policías le golpeaban sin hacer siquiera ademán de esposarle. Pero el jurado, en su mayoría blanco, declaró inocentes a los agentes, que habían propinado 56 golpes al joven, dejándole varios huesos rotos y quemaduras producidas por los tasers. En las revueltas, que duraron seis días, perdieron la vida más de 50 personas, 10 de ellas a manos de la policía, miles de personas resultaron heridas y más de mil edificios ardieron, la mayoría en la parte sur de LA.

En aquellas protestas, como en las protagonizadas por el movimiento Black Live Matters en las últimas semanas, se entonaban cánticos similares: "No justice, no peace", algo así como "Si no hay justicia, no habrá paz". Si la memoria de aquellos días está fresca se debe también a que en 2017, por el 25º aniversario de los disturbios, muchos miraron a aquel momento como el último pico de gran tensión política en torno al racismo. Y lo hizo particularmente el cine documental, quizás porque, desde la agresión a Rodney King, el desarrollo de los acontecimientos tuvo mucho que ver con la grabación audovisual y el nuevo estilo de cobertura televisiva en directo que había caracterizado también, por ejemplo, el seguimiento de la Guerra del Golfo. En el documental LA 1992 (producido por National Geographic y disponible en Netflix y en Youtube) Daniel Lindsay y T. J. Martin retrataban a lo largo de dos horas las complejas relaciones raciales de la ciudad, que estallaron en unos pocos días. Burn, motherfucker, burn! (para Showtime), de Sacha Jenkins, se centraba en las causas culturales que llevaron a aquel levantamiento, mirando con especial atención a la cultura hip hop. Let it fall, de John Ridley, entrevistaba a decenas de protagonistas de aquel levantamiento, desde distintas ópticas, tratando de capturar la influencia que tuvieron aquellos cinco días para ellos y, por extensión, la que tuvieron para el resto del país. Y no acaba ahí la lista. 

"Estoy enfadada y tengo derecho a estarlo"

Estos documentales coinciden en el desarrollo de los acontecimientos. Muestran primero el enfado de los barrios negros ante el veredicto del jurado, retransmitido en directo. En directo también se retransmitió la rueda de prensa del alcalde, el afroamericano Tom Bradley: "Amigos, estoy aquí para decirle no al jurado. No, nuestros ojos no nos engañaron. Vimos lo que vimos, y lo que vimos fue un delito". La rabia llega pronto a las calles, y prende en los barrios del sur, de mayoría negra, donde comienzan las concentraciones espontáneas. La policía trata de detener a un chico del barrio, pero los agentes son superados en número por los vecinos y terminan retirándose. Unas calles más allá, unos jóvenes afroamericanos, enfurecidos por la impunidad policial, comienzan a lanzar objetos contra los vehículos conducidos por personas no negras. Se saquea una licorería. Tres camioneros (dos blancos y un latino) son golpeados hasta la inconsciencia, en unas imágenes que se quedaron en la retina de los espectadores. Porque ahí está la televisión, grabándolo todo. "Que les den a los medios, hablando de paz. Cada vez que alguien habla de paz, nos dan una patada en el culo", decía un manifestante ante las cámaras.

Las administraciones parecían simplemente boquiabiertas. El candidato demócrata a la presidencia, Bill Clinton, llamaba a la concordia, mientras la congresista afroamericana del mismo partido, Maxine Waters, explicaba apasionadamente los motivos de los manifestantes: "Estoy enfadada y tengo derecho a estarlo, y la gente de aquí tiene derecho a estarlo. No queremos que maten a nadie, ninguno creemos en la violencia, pero hay gente enfadada en Estados Unidos, y los jóvenes negros de mi distrito piensan que si no podemos tener una condena con el vídeo de Rodney King a disposición del jurado, no puede haber justicia en Estados Unidos". El condado declara el estado de alarma, pero la policía de Los Ángeles, superada por los acontecimientos —o, como señalaron algunos, tratando de aumentar la tensión— desiste de entrar en los barrios del sur. Algunos comerciantes tratan de evitar saqueos a sus locales con carteles que aclaran que se trata de negocios afroamericanos. Otros vecinos, sobre todo en la comunidad coreana, instalada con no pocas tensiones en los barrios tradicionalmente negros, comienzan a empuñar sus propias armas. Los tiroteos y los incendios se extendieron por toda la ciudad. Las tensiones entre las distintas comunicades racializadas, e incluso dentro de la propia comunidad negra, se hicieron insostenibles. 

"Esto no es 1992"

Pese a la mirada inquieta hacia Los Ángeles de 1992, o precisamente por el recuerdo consciente de aquel levantamiento, hay también numerosas y obvias diferencias entre aquel momento y las protestas actuales. De hecho, algunas de ellas han sido buscadas por los organizadores: en esa misma ciudad, las manifestaciones se convocaron en barrios ricos y predominantemente blancos, y marcharon hasta centros simbólicos de poder como Beverly Hills. Los saqueos, que también se produjeron, fueron en tiendas de lujo, no en los pequeños comercios de barrio frecuentados por la clase obrera. La violencia entre las distintas comunidades racializadas, que horrorizó a muchos, también entre los propios manifestantes, no se ha dado esta vez. En las concentraciones, muy segregadas en 1992, hoy se ve a personas afrodescendientes, latinas, asioamericanas e incluso blancas. Es la manifestación de un cambio profundo: en 1997, el 63% de los angelinos aseguraba que las distintas comunidades se llevaban mal entre ellas; en 2017, el 76% decía que se llevan bien. Poco antes de que comenzaran las revueltas en Los Ángeles en protesta por el asesinato de George Floyd, el alcalde Eric Garcetti —judío, descendiente de migrantes mexicanos— trató de tranquilizar a la población: "Esto no es 1992". En parte tenía razón. 

Pero, aunque ciertos aspectos de las protestas sean distintos, el corazón de las mismas sigue siendo similar. Y ha sido la cultura popular la que mejor ha sabido capturarlos. De hecho, incluso los predijo. Porque, como señalaba el cineasta T. J. Martin, a los levantamientos de Mineápolis les preceden los de Los Ángeles de 1992, y a estos los de Watts (barrio de Los Ángeles), en 1965, y a estos... "La tesis de nuestra película", decía el director sobre LA 1992, "era que estos acontecimientos son cíclicos en la historia estadounidense. Hasta que no empecemos a abordar la realidad de nuestra historia con verdad y reconciliación, no podremos avanzar". En 1989, Spike Lee estrenó Haz lo que debas, una película sobre el racismo en el barrio neoyorquino de Bed-Stuy, predominantemente negro, sobre la violencia policial ejercida por los agentes blancos y sobre la dificultad de vivir en armonía en una sociedad multicultural.

En el filme, un clásico contemporáneo del cine estadounidense cada vez más celebrado, uno de los personajes afroamericanos era asesinado por la policía en una maniobra llamada choke hold o de ahogamiento: el agente agarra por detrás a la víctima y le asfixia con su brazo o con la porra para reducirle. Lee se basó en la historia de Michael Stewart, un grafitero de 25 años muerto por asfixia a manos de la policía en 1983. En 2014, otro joven afroamericano, Eric Garner, fue asesinado por la policía en la misma ciudad y por el mismo método. Aquella muerte fue grabada, como lo fue la de George Floyd, asfixiado también por un agente, y pronunciando las mismas palabras que Garner: "No puedo respirar". Mientras se producían los disturbios de Los Ángeles, Spike Lee estaba terminando de montar Malcolm X, su biopic sobre el líder político. Introdujo en el opening de la película las imágenes de la paliza a King, dejando una secuencia para la historia

"¡Yo no blanco!"

Haz lo que debas terminaba con una protesta antirracista y el saqueo de un comercio. En una de las últimas secuencias de la película, un comerciante asiático trataba de proteger el suyo gritando a la multitud: "¡Yo no blanco! ¡Yo negro! ¡Tú, yo, lo mismo!". Spike Lee abordaba así el enfrentamiento entre las comunidades negra y asiática, nacida cuando los migrantes —en Los Ángeles, coreanos en su mayoría— comenzaron a instalarse en los barrios tradicionalmente afroamericanos, más baratos. En 1992, una de las imágenes icónicas de los saqueos y enfrentamientos entre los angelinos sería la de una mujer asiática protegiendo su negocio con las manos extendidas: "¡Esto es Estados Unidos!". En el documental LA 1992 se ve a vecinos de South Los Angeles de origen coreano proteger sus casas y negocios armados, y disparar contra manifestantes afroamericanos. 

De hecho, las tensiones entre las comunidades coreana y afrodescendiente sería otro de los ingredientes de los disturbios del 92. En marzo de 1991, poco después de la paliza a Rodney King, la dependienta coreana Soon Ja Du asesinó de un disparo en la cabeza a Latasha Harlins, una chica afroamericana de 15 años, por creer que quería robarle un zumo de naranja. Una cámara de seguridad grabó la muerte, y también el dinero que Harlins llevaba en la mano para pagar la bebida. En noviembre de 1991, un jurado declaró culpable de asesinato a Du, con una pena de hasta 16 años de prisión, pero la jueza Joyce Karlin, blanca, decidió que la condena del jurado no era correcta y rebajó la pena a cinco años de libertad condicional, 400 horas de servicio a la comunidad y 500 dólares de multa. El nombre de Latasha Harlins fue otro de los recordados por los manifestantes en abril de 1992, y a ella dedicaron canciones raperos como Tupac Shakur o Ice Cube.

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En la primavera de 1992, muchos recordaron el tema "Black Korea", de este último, lanzado meses antes, en octubre de 1991, en el álbum Death certificate. En sus 46 segundos de duración, el músico denunciaba el racismo de los dependientes de bazares coreanos, a los que acusaba de seguir a los clientes negros por la tienda pensando que iban a robarles, y también de pensar "que se pueden llevar por delante a todos los hermanos". "Respeta el puño negro o quemaremos tu tienda hasta los cimientos", cantaba Ice Cube. Él mismo no tardaría en matizar sus palabras: "Entiendo que algunas personas escuchen mis discos y los malinterpreten. Quiero decir, el rap va sobre presumir. No haces letras de rap que digan: 'Tío, estoy enfadado, voy a presionarte económicamente". Pero, cuando los jóvenes negros comenzaron a quemar tiendas coreanas "hasta los cimientos", algunos le acusaron de transmitir un mensaje irresponsable y, a su vez, racista. Lo mismo le había ocurrido a Spike Lee: varios críticos cinematográficos dijeron que Haz lo que debas era peligrosa y que llamaría al público afroamericano a la revuelta y al saqueo. 

"Los medios de masas hicieron parecer que las revueltas de Los Ángeles de 1992 fueron causadas por el conflicto afro-coreano", denunciaba en 2017 la cineasta coreano-americana Dai Sil Kim-Gibson, codirectora del documental Sa-I-Gu, una de las pocas narraciones sobre los disturbios contada desde el punto de vista de los vecinos asiáticos. "Eso me hizo hervir la sangre, porque no era así. El conflicto afro-coreano fue un síntoma, pero no era la causa de aquella revuelta. La causa de aquellas revueltas era el conflicto negro-blanco que existía en este país desde su fundación". No fue el enfrentamiento entre comunidades racializadas. Ni una canción. Ni una película. "No justice, no peace", corean de nuevo los manifestantes. 

Cuando los estadounidenses se levantaron el 29 de mayo y vieron en sus televisiones y en sus móviles las imágenes de una comisaría de Minneapolis en llamas, incendiada por un grupo de manifestantes que protestaban contra la muerte de George Floyd a manos de la policía, en esa misma ciudad, unos días antes, seguramente recordaron algo. Una ciudad y una fecha: Los Ángeles, 1992. El 29 de abril de aquel año, los barrios negros del sur de la ciudad se levantaron en protesta por la liberación de los cuatro policías blancos que habían apaleado a Rodney King, un joven negro, en marzo del año anterior. El ataque fue grabado en vídeo por un videoaficionado, y las imágenes mostraban a King tumbado en el suelo, boca abajo, y cómo los policías le golpeaban sin hacer siquiera ademán de esposarle. Pero el jurado, en su mayoría blanco, declaró inocentes a los agentes, que habían propinado 56 golpes al joven, dejándole varios huesos rotos y quemaduras producidas por los tasers. En las revueltas, que duraron seis días, perdieron la vida más de 50 personas, 10 de ellas a manos de la policía, miles de personas resultaron heridas y más de mil edificios ardieron, la mayoría en la parte sur de LA.

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