‘La hija oscura’: las mujeres han abierto la jaula y lo que hay dentro no siempre es bonito
Cuando Maggie Gyllenhaal le pidió a Elena Ferrante los derechos de su novela La hija oscura, la escritora solo le puso una condición: que su adaptación al cine fuera totalmente libre y personal. “Hemos estado en la jaula masculina demasiado tiempo. Y ahora que esa jaula se está derribando, las mujeres artistas han de ser totalmente autónomas”, dijo Ferrante en una columna publicada por The Guardian. Gyllenhaal ha estado demasiado tiempo presa en otro tipo de jaula, la de la interpretación, y a menudo en películas que no estaban a su altura. Pero con su debut como guionista y directora la neoyorquina de 44 años vuela muy alto.
La hija oscura es un thriller incómodo e inclasificable que en ningún momento toma el camino fácil o predecible. Un drama que confía en la capacidad del espectador no solo para llenar los huecos, sino para disfrutar de ellos. Una película que derrocha sensualidad, misterio y ambigüedad, tres elementos que han caracterizado las interpretaciones de Gyllenhaal en La profesora de parvulario o las fantásticas series The Honourable Woman y The Deuce. Aquí ha preferido mantenerse tras la cámara, pero la podemos sentir en muchos planos y en muchos gestos y miradas de sus actrices.
Y digo actrices porque La hija oscura es una película de mujeres, claro. Está basada en una novela escrita por una mujer (supuestamente, pues Elena Ferrante es un pseudónimo, esperemos que no se marque un Carmen Mola en el futuro). Otra firma el guion y la dirige. También tiene una directora de fotografía, Hélène Louvart, que pega su cámara a las caras de las mujeres que protagonizan esta historia: Olivia Colman, Jessie Buckley y Dakota Johnson. Es una película en la que ellas se observan las unas a las otras. ¿Con deseo? ¿Con curiosidad? ¿Con anhelo? ¿Con miedo y desconfianza? La respuesta no es sencilla ni unívoca, ninguna lo es para Gyllenhaal.
Leda es una profesora de universidad que pasa sola sus vacaciones en una isla griega. Su plan es tirarse en la playa a tomar el sol mientras adelanta lecturas para su trabajo. Pero una numerosa y ruidosa familia ocupará la paradisiaca cala donde ella veranea, y pronto surgen los roces. Una mujer joven de esa familia, madre de una niña pequeña, atraerá el interés de Leda y le desenterrará recuerdos de su vida como madre primeriza 20 años atrás.
Lo que caracteriza a Leda como protagonista y como narradora, pues su punto de vista subjetivo guía la historia, es que no es de fiar. Gyllenhaal prescinde de una voz en off que transmita el monólogo interno de la novela pero cuenta con Olivia Colman, que está empeñada en hacer “una de las mejores interpretaciones del año” cada año y ya juega en su propia liga. Sus silencios y sus miradas, sus frases que dicen lo que no dicen, construyen un personaje enigmático y magnético, una no-villana que pone a prueba al espectador constantemente. Hay una oscuridad en ella difícil de definir.
Oscuridad que baña toda la película: un bol de frutas que esconden sus reversos podridos, un faro que atrona con su sirena y ciega con su luz a mitad de la noche, la presencia invasora de unos desconocidos, las miradas de los hombres, su agresividad imprevisible. Gyllenhaal construye una sutil atmósfera de incertidumbre y amenaza en la que sientes que todo es posible, está cómoda en el terreno en el que todo y nada puede pasar. Pero no es una película que te expulse, sino que desprende una intriga seductora. Te atrae a su oscuridad como una sirena, como una araña.
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La sirena y la araña, mitos de hembras insidiosas perpetuados a lo largo de siglos de historias contadas por los hombres. En los últimos años hemos vivido una explosión de la mirada femenina en el audiovisual que está siendo toda una revolución. La hija oscura es hermana de muchas películas y series que se están haciendo alrededor del mundo que han expandido no solo el abanico de tipos de historias que se cuentan, sino también cómo se cuentan. Una joven prometedora, Wonder Woman, Lady Bird, Estafadoras de Wall Street o Retrato de una mujer en llamas son películas recientes que explican la experiencia femenina como pocas veces se ha permitido antes en el cine. En España se nos escurren por los dedos: Verano 1993, La hija de un ladrón, Las niñas o Alcarràs, con la que Carla Simón acaba de hacer historia en la Berlinale ganando el Oso de Oro. En el terror se ha hablado de los cuidados en Saint Maud y Relic (muchísimo más original y novedosa que La abuela de Paco Plaza y Carlos Vermut, con la que comparte ideas y propósitos).
La película de Maggie Gyllenhaal coincide casualmente en el tiempo con la recién estrenada segunda temporada de Vida perfecta, serie de Leticia Dolera que se puede ver en Movistar Plus+. Las dos cineastas se hacen preguntas incómodas sobre la maternidad contando historias de mujeres que no encajan en los dos tipos de madre que se nos han mostrado siempre en la ficción: la entregada e incondicional o la tóxica y monstruosa. Leda y María sienten la maternidad como una carga pesada (“Los hijos son una responsabilidad destructiva”, dice Leda en un momento, utilizando un adjetivo muy poco inocente), perciben a sus vástagos como una fuerza invasora y anuladora de su satisfacción (tampoco es casual que sea una familia la que le estropea las vacaciones a Leda ocupando su paraíso, la familia como el enemigo de la mujer que quiere ser libre), y sueñan con abandonarlos o directamente acaban haciéndolo. Pero a la vez, no pueden dejar de ser madres y quieren cuidar a sus hijos aunque sean capaces de hacerles daño.
Tanto Gyllenhaal como Dolera (y Ferrante, claro) entienden esa zona gris mejor que ningún hombre podrá jamás y evitan a toda costa juzgar o castigar a sus personajes. Aceptan la fealdad, la incomodidad y la ambivalencia de sus experiencias con la feminidad, que es a la vez jaula y alas. “Se nos dice que si tenemos cualquier sentimiento fuera de lo que es un espectro muy reducido de lo que es aceptable, estamos locas, enfermas o nos hemos pasado de la raya”, dijo Gyllenhaal a Deadline. “Creo que ese espectro, en términos de maternidad pero también de todo lo demás, deseo, vida intelectual y artística, es mucho más grande. Incluye desesperación y terror y ansiedad tanto como una alegría desgarradora. Y no solemos ver muchas representaciones de eso”. Por suerte, cada vez más y más. Esa jaula se ha abierto y no hay quien vuelva a cerrarla.