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Cines de verano contra el calor que crean comunidad y reconquistan el espacio público

Al hablar del encantamiento cinematográfico, la sala de cine suele tener un papel primordial. Roland Barthes se interesó por la oscuridad de este espacio, que sume la conciencia en un estadio diferente al de la realidad. Debido a ello, en el momento posfílmico “la psicología oscilaba ente la manipulación del discurso cinematográfico y un reencuentro con la realidad desnuda”. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando la gran pantalla se inserta dentro de esta realidad desnuda, en lugar de aislarse de ella? Estamos hablando, claro, de los cines al aire libre.

Autocines, cines itinerantes, cines en plazas del pueblo o del barrio… Esta actividad eminentemente (que no exclusivamente) veraniega nunca ha desaparecido del todo pese al arrinconamiento al que la han sometido los multisalas y las grandes cadenas. Ahora, con una pandemia que ha impulsado las actividades en espacios abiertos, los cines de verano tienen una oportunidad para reivindicarse y reinventarse, aunque esa misma pandemia les haya hecho perder parte de la espontaneidad que les hace tan especiales.

Cine del barrio

CinePlaza se ha convertido en uno de los cines de verano más característicos de Madrid desde que empezara su andadura en 2018. Desde entonces, ameniza el periodo estival de los vecinos del barrio de Legazpi y de todo aquel que quiera acercarse al espacio cultural de Matadero. La máxima responsable de esta institución, Rosa Ferré, impulsó un proyecto con el que luego se ha volcado el equipo de la Cineteca de Madrid.

Gonzalo de Pedro, director de la misma, califica de “buenísima” la experiencia de CinePlaza y la respuesta del público: “Matadero tiene esta cosa de ser un centro de arte contemporáneo, pero también la plaza del barrio. La idea de este cine de verano es preguntarnos cómo podría ser un cine del pueblo o de la plaza hecho por un centro de arte, conjugar dos cosas que parecen antagónicas”. Grupos de chavales en un plan alternativo, parejas maduras que disfrutan de su noche semanal o señoras en busca de la fresca demuestran que carecen de cualquier prejuicio y se dan cita para ver un drama social alemán que tendrá difícil estrenarse en salas.

La selección de las películas sorprende por su carácter contemporáneo y autoral. De Pedro desgrana los criterios que deben cumplir para integrarse en la programación: “Intentamos que no hayan tenido pase en Madrid, que sean estreno o casi estreno. Esto añade un aliciente a películas que vienen con un sello de calidad de festivales”. Además, intentan cubrir todo el espectro del cine actual con una selección “supervariada”. “Nos interesa que haya comedias, cine de género, documentales o musicales, que son muy veraniegos; y también un equilibrio entre países”, añade.

Espontaneidad dañada

Si algo caracteriza a los cines de verano es que por sus propias características están mucho más sujetos a los imprevistos. Los más obvios son de carácter logístico, con las inclemencias meteorológicas como gran amenaza. Esto no ha supuesto grandes contratiempos en el caso de CinePlaza, ya que como señala Gonzalo de Pedro “Madrid está camino de ser el Sáhara, así que no recuerdo la última vez que nos llovió”. El también profesor en la Universidad Carlos III enumera diversas tareas inherentes a este tipo de proyecciones, como la instalación y fijación de una enorme pantalla que hasta entonces no existe o la utilización de un proyector específico que no es el de la sala.

Por si fuera poco, el covid ha añadido distintas consideraciones a tener en cuenta, sobre todo en lo relacionado al público. “Los dos primeros años [2018 y 2019] tenían esta cosa muy de pueblo de verdad: la gente llegaba y se iba sentando donde quería y ya está, incluso hay quien se llevaba sus propias sillas o se tiraba por el suelo”, cuenta.

Ahora los controles son más rígidos: las localidades son asignadas y por supuesto se establece una distancia de seguridad. Además, desde esta edición la entrada ha dejado de ser gratuita, salvo para los menores de 26 años que puedan disfrutar de JOBO. “Ese punto de espontaneidad se ha perdido, pero espero que en algún momento se pueda recuperar”, dice el todavía director de Cineteca.

Magia y nostalgia

De Pedro recuerda diversas experiencias en torno a cines de verano: “Cuando iba con mis padres a pasar los veranos a Pontevedra ponían un cine en una de las placitas del casco antiguo de la ciudad. Era un acontecimiento solo el hecho de mirar la programación”, relata con una cierta nostalgia. “O en el pueblo de mi mujer, uno muy chiquitín de Segovia, donde el cine de verano es hiperrústico y precioso porque es básicamente el frontón del pueblo al que le han pintado un rectángulo blanco en la pared. Colocan un proyector ahí en medio y la gente se lleva sus sillas”.

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Pero su faceta como programador cinematográfico le permitió conocer una manera muy distinta de entender el cine de verano: el de la Piazza Grande del Festival de Locarno, en Suiza. “Un cine de pueblo en versión expandida y casi hipermetabólica”, como él mismo lo define, que puede albergar hasta 8000 espectadores.

De Pedro, al que esta entrevista pilla en un momento complicado entre su difícilmente justificable no renovación como director de Cineteca, la segunda dosis de la vacuna y una mudanza, se vale de las emociones de todas esas circunstancias para definir de forma tan aturullada como certera la magia de estos eventos: “Tiendo a no ser especialmente romántico con estas cosas, pero creo que el cine de verano tiene una magia bastante especial, es extraño que la oscuridad de la sala la genere la propia noche; que estés al aire libre y tengas la sensación de estar acompañado y a la vez sumido en tu mundo”. En su opinión, quizá porque en el cine de verano importa más el cine que las películas, la predisposición del espectador al goce es mucho mayor.

Las películas y las sesiones que integran CinePlaza 2021, que se extenderá hasta el 15 de agosto, pueden consultarse en la web de Cineteca o, con más detalle, en su programa.

Al hablar del encantamiento cinematográfico, la sala de cine suele tener un papel primordial. Roland Barthes se interesó por la oscuridad de este espacio, que sume la conciencia en un estadio diferente al de la realidad. Debido a ello, en el momento posfílmico “la psicología oscilaba ente la manipulación del discurso cinematográfico y un reencuentro con la realidad desnuda”. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando la gran pantalla se inserta dentro de esta realidad desnuda, en lugar de aislarse de ella? Estamos hablando, claro, de los cines al aire libre.

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