Cultura
¿Quién me dice qué libro leo?
Dos profesionales de una cierta edad se encuentran en la sala de máquinas. En la sala de máquinas de café, en la que se han citado para compartir uno de esos mejunjes que, a falta de otra opción, dan por buenos para su pausa de media tarde.
Una lleva un libro en la mano. "¡Me está encantando! —exclama—. Gracias por la recomendación". Y mientras apuran sus brebajes, hablan de más lecturas compartidas. "Es que me fío mucho de su criterio", dicen la una de la otra.
De pronto, al verlas, pensé que la escena pertenecía a un tiempo que pronto será como el libro que una de ellas paseaba bajo el brazo, El mundo de ayer. No porque las recomendaciones boca a oreja no funcionen (los niños, "nativos digitales", también se fían de ellas) sino porque para muchos esa, y el consejo de los expertos (amigos con gustos similares, libreros, críticos), era la única vía. Y no sólo ya no lo es, sino que quizá pronto deje de serlo.
Luchando contra la abibliophobia
¿Cómo elegimos los libros que leemos? ¿A quién seguimos, en quién confiamos?
He hablado con Elisa Yuste, consultora y formadora en el ámbito editorial, educativo y bibliotecario que colabora con varios recomendadores de libros (Manuscritics.com, Boolino.com), y también con Dosdoce.com, observatorio que analiza las nuevas tecnologías en el sector cultural, donde coincide con Maribel Riaza, consultora editorial con experiencia en el ámbito de la formación eLearning, editorial y en bibliotecas, autora de Innovación en bibliotecas (UOC).
"Los lectores habituales, los que leemos todos los días y encontramos en la lectura un momento de ocio, de relax, de satisfacción, necesitamos tener siempre lectura preparada para cuando terminemos la que tenemos entre manos. Esto llevado a una situación clínica se conoce como "abibliophobia", que es el miedo irracional a quedarse sin lectura —me dice Riaza—. Pero sin llegar a esta situación, los lectores somos conscientes de lo difícil que es encontrar un libro que nos "enganche", sobre todo después de haber descubierto algo muy bueno, los siguientes no cumplen nuestras expectativas. Por eso según un estudio que realizó la red de lectores Goodreaders sobre qué hacían los lectores una vez concluían un libro, el 83% respondió que buscaba otros títulos del mismo autor, parece que cuando encontramos algo verdaderamente bueno no queremos perderlo".
No es algo nuevo, ha pasado siempre. La diferencia es que ahora, con las tecnologías de la información y de la comunicación a nuestro alcance, "el lector (en papel o en digital) busca información de un libro o de un autor antes de comprarlo (como hacemos con el resto de conductas de consumo cuando compramos un televisor o reservamos nuestras vacaciones), y en esa búsqueda de información hay muchos canales, las comunidades de lectores, las redes sociales, herramientas de inteligencia artificial como Tekstum, o incluso ebooks que en sus últimas páginas te recomiendan nuevas lecturasebooks".
Así que, colegimos, los lectores encuentran su próxima lectura buceando. "En especial, el público infantil y juvenil, con el que estoy más familiarizada—admite Yuste—. La actividad en Red, muy especialmente en las conocidas redes sociales, es muy intensa y estos canales proporcionan, en general, las claves para el consumo cultural". Y, si nos ceñimos a los lectores más jóvenes, no cualquier red, ni la red en la que tú, lector añoso, estarás pensando: los chavales son adictos a Youtube, "de ahí fenómenos como el de los booktubers" y cada vez más, entusiastas de Instagram, "que ya está dando cuenta de un nuevo fenómeno en torno a la prescripción de lecturas: los bookstragrammers".
Vivimos en la era de la prescripción masiva, y una vez admitido que los jóvenes se informan por canales que los adultos apenas conocen, y desde luego no visitan, me interesa saber si hay complementariedad entre los prescriptores de antes (libreros, reseñas) y los de ahora (blogueros, YouTubers), o si cada grupo de edad, cada tipo de lector, se fía de los suyos.
"Creo que cada lector tiene sus propias fuentes de confianza", empieza Elisa, y entre el público infantil y juvenil, esas fuentes "sin duda están en la Red no en el mundo analógico, aunque hay casos de éxito en entornos bibliotecarios y educativos. También en librerías, muy especialmente en las especializadas: muchos lectores juveniles se fían del criterio y de la recomendación de su librero de cómics, por citar un ejemplo".
Es consciente de que existe una brecha importante en la prescripción: hay quien apuesta por la voz experta y sigue una línea más tradicional (no necesariamente en el mundo analógico, también en la Red), y quien busca consejo en un igual, busca (en ambos entornos, analógico y digital, aunque con mucha más fuerza en el digital) "la voz natural, fresca, original, creativa, cargada de pasión, que es con la que más número de lectores se queda, especialmente entre los niños y jóvenes".
La respuesta de Riaza también va en esta línea: en su opinión, la elección de prescriptor es una cuestión generacional. "Los contenidos que se tratan, el vocabulario, el estilo de comunicación... todo es diferente. Una chica de 16 años no acude al suplemento cultural de los periódicos tradicionales para descubrir su próxima lectura, lo más seguro es que siga a varios YouTubers, pertenezca a algún grupo de literatura en Facebook y que lea novelas por entregas que escribe algún bloguero. Quizá es por esta evidencia por la que surgen iniciativas provenientes de "medios tradicionales" como puede ser Librotea, el recomendador de libros de El País que pretende adaptarse a unos receptores que ya no son los de antes".
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Enmarca Elisa Yuste toda esta evolución en el marco de uno de los fenómenos más interesantes que se ha producido con la irrupción de la Red: la alteración de los sistemas de transmisión del conocimiento. Internet ha permitido a cualquier persona, no sólo consumir contenido, sino generarlo y publicarlo, y ciertas competencias o conocimientos que antes residían en unos pocos expertos, se han expandido en la sociedad. "Y en la prescripción la emoción le ha quitado el sitio al conocimiento", sin hacer distingos entre la prescripción de lecturas, de películas, de lavadoras o de servicios. "En el cerebro, las emociones mandan, son las responsables de nuestra toma de decisiones".
"Cada vez tenemos más la concepción de la lectura como un acto satisfactorio, alejado de pretensiones académicas o formativas —coincide Maribel Riaza—. Por esto mismo poco importa que la trama no esté bien construida o los personajes no sean coherentes, lo que de verdad nos importa es que las historias nos hagan sentir, nos emocionen, sean vivenciales...".
Se me ocurre que el primer lector que abrió un blog (o un canal de YouTube, o una cuenta de Instagram) para compartir sus lecturas, independientemente de la calidad de sus comentarios, actuó de la manera más generosa y honesta. Pero la cosa quizá cambió en el momento en que otros siguieron sus pasos y se desencadenó una lucha por tener más seguidores que nadie.
Todavía peor. Pronto, las editoriales se dieron cuenta de que esa gente tenía influencia, que se fijaban en obras que los críticos tradicionales despreciaban, y decidieron inundarles de libros en la esperanza de obtener reseñas. Y ellos (blogueros, booktubers o bookstragrammers) se percataron de que escribiendo sobre esos libros podían obtener ejemplares gratis, la generosidad y la honestidad (quizá) dejaron de ser el motor fundamental de su labor.
Pregunto a mis interlocutoras si estos prescriptores de nuevo cuño están preparados para preservar su criterio (lo cual no supone que servidora sea tan inocente como para creer que los críticos profesionales sí mantienen incólume el suyo). Si nos podemos fiar de la honestidad de los prescriptores que ejercen en/desde grandes webs de lectura.
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"Cuando formulamos esta pregunta a blogueros, YouTubers, o responsables de comunidades de lectura, muchos afirman que hay obras que les envían las editoriales y que no les gustan, pero que a esas prefieren no darles difusión; no dicen que está mal pero tampoco que está bien", responde Maribel. "Que las prescripciones estén alejadas al 100% de un interés o de una intención comercial sólo pasa en el sector público (en las bibliotecas, por ejemplo) —completa Elisa—. Lo ideal es dotar al lector de capacidades y habilidades que le permitan hacer una lectura crítica de esas recomendaciones y luego ya que decida si se quiere fiar o si no se quiere fiar".
Es decir, en su opinión es necesario "dotar al lector de capacidades y habilidades que le ayuden a formar un criterio propio bien fundamentado", algo que, en cualquier caso, necesitaríamos en todos los ámbitos porque, como señala Maribel, "el criterio es una cualidad muy poco desarrollada en nuestra sociedad en todos los sectores, quizá derivado aún de la herencia de una generación que no podía tener criterio, y más que opiniones personales reproducimos lo que hemos oído de un periodista o en un medio concreto".
Y el que esté libre de pecado, ya sabe qué tiene que hacer con esa piedra que lleva en la mano.