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Elena Trapé: "No es tan fácil decir 'no puedo salir a cenar porque no tengo un duro"

Fotograma de 'Las distancias'.

Berlín, capital del desencanto español. Un grupo de amigos en la treintena persigue el autobús que les lleva del aeropuerto al centro. La escena resulta familiar: maletas diminutas, mucha ropa encima y un inglés chapurreado como salvavidas. Desembarcan en Alemania para visitar por sorpresa a otro amigo, Comas (Miki Esparbé), que acaba de cumplir 35 años y se ha convertido en otro personaje arquetípico del exilio español (joven formado y talentoso que termina naufragando a decenas de kilómetros de casa). Así arranca Las distancias, el tercer largometraje de la directora catalana Elena Trapé, que acaba de estrenarse en salas comerciales tras haber triunfado en el último festival de Málaga.

“El tema de la reunión de amigos funciona como un pretexto para hablar de la crisis que vive cada personaje. No queríamos centrarnos tanto en la dinámica de ese grupo como en lo que la reunión activa en cada uno de ellos y, así, plantear una reflexión sobre la decepción”, cuenta Trapé (Barcelona, 1976), que firma el guion junto a Miguel Ibáñez Monroy y Josan Hatero. Ese grupo de amigos de la universidad -Olivia, Eloy, Guille, Anna y el mencionado Comas-, que se parece a tantos otros, trata de sostener el fin de semana con viejas anécdotas y pura nostalgia. Cualquier alusión al presente de cada uno de ellos empaña la atmósfera: paro, contratos precarios, silencios incómodos. Comparten con gesto resignado su experiencia. No se sienten del todo responsables de su destino, aunque en el tono sí se desprenda cierta vergüenza por su fracaso.

“Aquí se juntan dos cosas: la presión, que existe, y las expectativas, que no siempre se construyen desde una voz propia. Y ahí sí que hay algo de pudor. Obviamente no resulta tan fácil decir: ‘Oye, chicos, que no puedo ir a cenar fuera porque no tengo un duro’. Además, justo a la edad que tienen los personajes, ven que todos partían de un mismo punto y de que a unos les ha ido mucho mejor que a otros, y eso también da un poco de vergüenza”. Trapé empezó a trabajar en el guion en 2011 después de estrenar su ópera prima, Blog (también es autora del documental sobre Isabel Coixet, que coproduce esta obra, Palabras, mapas, secretos y otras cosas), y cuenta que apenas tocó la idea principal en este tiempo. Lo fundamental: unos personajes muy bien definidos que condensan todas las formas en las que la directora quería hablar del desencanto.

“Cada uno vive y manifiesta la decepción de una manera distinta. En el caso de Guille (Isak Férriz), él está haciendo las cosas por inercia y le hace sentir muy seguro hacer lo que toca aunque poco a poco se convierte en alguien muy distinto a quien era. Olivia (Alexandra Jiménez), por su parte, ha creado ese gran fantasma sentimental que es Comas, en el que ella ha proyectado la relación perfecta pese a que esa relación no existe. Mientras que el caso de Eloy (Bruno Sevilla) es el más claro y evidente: tiene un trabajo de mierda, ha perdido su piso y vuelve a vivir con sus padres. Ahí aparece una sensación de fracaso inmensa que incluso se refleja en su necesidad de plantear el fin de semana como si fueran quinceañeros”, desgrana Trapé. 

Berlín es sólo un decorado gris y frío sobre el que colocar todos estos relatos que hacen brillar a sus actores, especialmente Jiménez y Esparbé, acostumbrados a registros más cómicos. “Siempre tuvimos muy claro que si no teníamos buenos actores, no había película", confiesa la directora. "Lo bueno fue que ninguno de ellos juzgó a su personaje, ni siquiera Férriz que interpreta a Guille, un personaje muy difícil de tragar. Ahí también aparece la magia: en realidad no hay buenos ni malos en la película, sino que cada uno tiene su momento mezquino como lo tenemos todos".

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Al igual que ocurriera con Carla Simón y su Verano 1993 el pasado año, Trapé llega a las salas con el espaldarazo de festivales como el de Málaga, donde se alzó con el premio a la mejor película, mejor dirección y mejor actriz para Jiménez, ex aequo con Valeria Bertucelli. Y lo hace además con una cinta bilingüe, en catalán y castellano, una característica -después del camino abierto por Verano 1993Handia, Loreak, Pa Negre, Tres días con la familia, Incierta gloria…- que ya no supone un hándicap. “Ahora mismo hay una versión doblada de Las distancias que a mí me parece terrible, pero existe y va a estar en salas. También creo que ha cambiado la percepción del público y en los últimos seis o siete años se ha convertido en algo habitual ver una película en versión original tanto en catalán como en el resto de lenguas cooficiales”, valora Trapé.

Su nombre se suma también al de otras directoras catalanas que están presentando un cine de corte más intimista y recibiendo el aplauso de crítica y público: de Mar Coll a Simón, pero también Nelly Reguera y su María (y los demás) o Elena Martín y Julia ist. ¿Qué hay detrás de todas ellas? “Es una evolución natural de lo que se ve en las escuelas de cine, que también han empezado a producir", responde Trapé. "Muchas de estas películas salen de la ESCAC [la escuela de cine de Cataluña], de la Universidad Pompeu Fabra o del máster de Documental Creativo donde el factor género no ha sido determinante, ni a favor ni en contra, [para que salgan esos proyectos]”. La directora de Las distancias confía en que el éxito de este tipo de cine, medido en otros baremos diferentes a la rentabilidad, pueda despertar el interés de las grandes productoras y cambiar una industria “a la que le cuesta confiar presupuestos grandes a una mujer”.

 

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