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'El fotógrafo de Mauthausen' rescata la memoria de los españoles en los campos nazis

Mario Casas como Francesc Boix en 'El fotógrafo de Mauthausen', de Mar Targarona.

Francesc Boix. Es un nombre de héroe, aunque no mucha gente lo sepa. Es un nombre de joven fotógrafo, de militante comunista, de combatiente en el bando republicano durante la Guerra Civil, de exiliado a Francia, de deportado al campo de concentración de Mauthausen, de fotógrafo de las atrocidades del campo, de superviviente, de testigo en los Juicios de Núremberg. Y ahora es también nombre de personaje de película, interpretado por Mario Casas en El fotógrafo de MauthausenEl fotógrafo de Mauthausen, película de la directora Mar Targarona que se estrena el próximo viernes en cines. 

El propósito del filme, cuenta la directora, es devolver a la memoria colectiva un episodio olvidado: la suerte de los más de 7.000 españoles que fueron deportados a Mauthausen, 10.000 si se tienen en cuenta todos los campos nazis. "La historia de Francesc me llegó por los guionistas", admite la cineasta, hablando de Alfred Pérez-Fargas y Roger Danès. "Yo no sabía que había habido prisioneros españoles en Mauthausen ni en ningún campo de concentración". Y de hecho es posible que ni eso ni muchas otras verdades de la vida en ese lager austriaco, instalado a solo unos kilómetros de Linz, nos hubieran llegado de no ser por el trabajo de Boix. 

El catalán, nacido en Barcelona en 1920, llegó a Mauthausen en enero de 1941. Allí se le asignó, como a todos, un número de prisionero (5.185) y se le cosió en el pecho el triángulo azul de los apátridas —el Gobierno de Franco se desentendió de sus ciudadanos— coronado con la letra S. Gracias a su afición a la fotografía, este hijo de un sastre de Poble Sec fue destinado pronto al Servicio de Identificación del campo, dirigido por el oficial de las SS Paul Ricken. Convencido de su solidez, el "imperio de los mil años" no tenía ningún afán de ocultar sus actividades, ni siquiera la de los trabajos inhumanos o los asesinatos masivos. Al contrario: esta oficina registraba compulsivamente desde las entradas y salidas de los deportados hasta las actividades cotidianas. Y los cadáveres amontonados, y las visitas de los jerarcas nazis. Tras la derrota alemana en Stalingrado frente al ejército de la URSS, la estrategia cambia y el Reich ordena destruir los archivos. Boix se propone entonces guardar pruebas de la masacre evacuando negativos a través de una peligrosa red clandestina. 

"Hemos visto muchas películas del Holocausto, de presos americanos en campos de prisioneros…", admite Targarona, que atiende a los periodistas en la macroexposición Auschwitz, con la que coincide el filme en su estreno en Madrid. La directora, productora de filmes como El orfanato o Los ojos de Julia, retoma: "Pero yo no sabía que había habido españoles, igual que yo no sabía que había prostíbulo en el campo, o que se hacía teatro. Hemos querido centrarlo en el mundo de los republicanos y de lo que ellos vivieron, a partir de los testimonios de los propios deportados". Porque, si el cine y la memoria colectiva han olvidado a Francesc Boix y sus compañeros, ni la vida del fotógrafo ni el sufrimiento de los rotspanier —así apodaban los dirigentes alemanes a los españoles rojos— son desconocidos para la historiografía. 

El historiador Benito Bermejo, autor de Francisco Boix: El fotógrafo de Mauthausen (RBA, 2002) y El fotógrafo del horror (RBA, 2015), ha colaborado como asesor para el filme. Pero Targarona nombra también a la histórica periodista Montserrat Roig, autora del pionero Los catalanes en los campos nazis, publicado en 1977 y reeditado el pasado año por Península. Ella registra ya los testimonios sobre El rajá de Rajaloya (recordado también como El rajá de Rajameloya, nomenclatura que utiliza la película), la revista que representaron los españoles en su barracón en 1943. Y también hablaba ella de Carles Greykey, barcelonés que sufrió las peores humillaciones en el campo por ser negro, y que también hace su aparición en el filme. Han sumado también testimonios lejanos a la península, como el de Siegfried Ziereis, hijo de Franz Ziereis, comandante del campo: tras la liberación, confesó que por su cumpleaños su padre le enseñó a disparar a objetivos en movimiento obligándole a disparar a 40 prisioneros. 

Pero ha habido también, en los últimos años, obras de otras disciplinas que han tratado de devolver su hueco en la historia a los rotspanier. Está la obra teatral El triángulo azul, de Laila Ripoll y Mariano Llorente, producida por el Centro Dramático Nacional, que ganó el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2015 y estuvo girando hasta 2016. "No llegué a verla", se lamenta Targarona, aunque ambas obras comparten más de un episodio: la revista, el cortejo musical que acompañaba a los ajusticiamientos, el prostíbulo del campo, el trabajo de Boix con los negativos... El equipo de El fotógrafo de Mauthausen se ha fijado también en la obra del periodista Carlos Hernández, sobrino nieto de Antonio Hernández Marín, el prisionero número 4.443. Suyo es el libro Los últimos españoles de Mauthausen (Ediciones B, 2015), pero también se basa en su relato el cómic Deportado 4443

La llegada al cine de la historia son palabras mayores. El proyecto ha tardado cuatro años en realizarse, con un presupuesto "por debajo de 4 o 5 millones de euros" y apoyo de TVE, TV3 y Netflix. Una suma ajustada para la envergadura del filme, rodado entre Terassa y Budapest, que tuvo que construir parte del decorado que reproduce el campo, como su gigantesca puerta de entrada. La misma sobre la que, para recibir a los triunfantes aliados, los republicanos colgaron su famosa pancarta: "Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras". 

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Es una de las instantáneas que se reproducen al final del filme, en los títulos de crédito, recordando que muchas de sus escenas nacen de ese registro documental. La película se cierra con la consagración de Boix como héroe nacional. El fotógrafo fue el único español en declarar en Núremberg, el proceso judicial en entre 1945 y 1946 juzgó los crímenes nazis, y allí se mostraron también los clichés que él rescató, esenciales para demostrar, por ejemplo, la participación de altos jerarcas de las SS en los crímenes de los campos de concentración. 

El fotógrafo de Mauthausen acaba ahí, con Boix poniéndose de pie y señalando, victorioso, a los verdugos. Pero la vida de Boix no tiene ese final heroico. Podría parecer que Boix tuvo suerte: no fue uno de los 4.672 españoles que murieron en Mauthausen, y jamás pisó Gusen, el anexo terrorífico en el que serían asesinados casi 4.000 de ellos. El reportero sobrevive y se muda a París, donde trabaja para distintas publicaciones cercanas al Partido Comunista. No por mucho tiempo: arrastrando achaques por las condiciones extremas sufridas primero durante la Guerra Civil y el exilio y luego en Mauthausen, Boix enferma y muere en 1951, a los 30 años (dos menos, por cierto, de los que cumple Mario Casas). Un final poco heroico. Al estreno del filme llegarán, sin embargo, familiares de los deportados: una posdata algo más luminosa para una historia de olvido. 

 

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